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262. Azaña y Negrín. El fín de la guerra




En abril de 1938, el presidente de la República, Manuel Azaña, era consciente de que la guerra estaba perdida, mientras que Juan Negrín, presidente de Gobierno, aún mantenía esperanzas de que algunos paises europeos intervendrían a favor del Ejército Republicano.


El 22 de abril de 1938, Azaña transcribió en su diario la conversación que mantuvo con Negrín y que es la siguiente:

“Azaña: Cuadro exterior que le hago: Acuerdos de Roma, propósitos del Gobierno francés, discurso de Lebrún, que nuestros periódicos destacan; vale para Salamanca; recuerda para Labonne, Polonia, Checoslovaquia, cómo se ha recibido la propuesta de Ginebra, etcétera. ¿Espera usted todavía algo bueno del exterior? Porque esa era una de las razones de la resistencia.

Negrin: Muy poco.

Azaña: O sea, nada.

Negrín: Aún no nos han cerrado la frontera.

Azaña: ¿Sigue usted pensando en el triunfo?

Negrín: Si, señor presidente. Creo que aún.

Azaña: Yo no. (Desde cuando: septiembre del 36. Razón: la no intervención y el modo de aplicarla. A quien se lo dije entonces. Lo que aconsejé. Le recuerdo nuestras conversaciones en la Pobleta el año pasado).

Negrin: No nos han ayudado quienes podían.

Azaña: ¿Se ha intentado siquiera?

Entonces me enumera lo que en sus conversaciones con franceses e ingleses ha dicho sobre los fines de la guerra de la República y su política. Si se hubiera solicitado directamente hubiera sido la derrota, y una puñalada por la espalda.

Le hago el cuadro de lo militar: “Si hace un año le hubieran preguntado a usted su opinión sobre un panorama como el actual (Teruel, Norte, Alcañiz, Lérida, Tortosa, Vinaroz,…) habría usted dicho: Todo está perdido. Ahora, realizado, se obstina a creer que no. Si hoy le pregunto su opinión sobre el panorama de perder Madrid, o Valencia, o Tarragona, no dejaría usted de confesar que ya no habría esperanza. Cuando suceda dirá que la hay”.

Pretende explicarme lo de Aragón por la traición y el espionaje. Se recuerdan tropas, pero no mandos. Los pueblos evacuados, sin combate, ocupados 24 o 48 horas después por el enemigo, que se entera de la evacuación por nuestro parte oficial radiado.

Azaña: Así está peor.

Negrín: Es una fe indispensable en la victoria.

Azaña: No basta.

Y como amplío mis razones y observaciones, exclama casi en un grito: “No me la quite usted. No me muestre esa verdad.”

Azaña: Es mi obligación primera. Ponerle ante la verdad y ante su responsabilidad gigantescas. Le pedirán cuentas los vivos en nombre de los que mueren sin necesidad.

Negrín: Yo creo que podemos ganar. Además, no se puede hacer otra cosa.

Azaña: Alto, pongamos las cosas claras. Soy de tierra de claridad. Usted gobierna porque presenta una política basada en el supuesto de que se puede ganar la Guerra Personalmente, no lo admito; me opongo a él. Se lo he dicho a usted cien veces, y al Consejo de Ministros, y a los representantes de los partidos. Usted es presidente del Consejo porque los partidos y organizaciones del Frente Popular aceptan el supuesto, primero, de su política, o no lo contradicen. Pero no es usted presidente porque no haya otra política posible. Otros y yo, creemos lo contrario. No aconsejo la rendición, pura y simple, la resistencia ha de valer para aprovecharla preparando la solución urgente.”

Negrín: Tengo el apoyo de todos.

Azaña: “Usted mantiene una política sobre el supuesto de que vamos a ganar la guerra. No puedo cambiarla porque los partidos le secundan, pero lo hacen porque ignoran la situación militar. Desde el 18 de julio de 1936, soy un valor político amortizado. Desde noviembre de 1936, un presidente desposeído. Cuando usted formó Gobierno, creí respirar, y que mis opiniones serían oídas, por lo menos. No es así, tengo que aguantarme…Usted mismo, Juan Negrín, no cree en lo que dice. Hay que sobreponerse al miedo para reconocer la verdad y decirla. El drama es terrible, y muy doloroso aceptar sus términos. Pero se ha de pensar en los demás, en los que no tienen aviones, y en el estrago inútil, etcétera.”




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