¡Señores Diputados!
Por una vez, y aunque ello parezca extraño y
paradójico, la minoría comunista está de acuerdo con la proposición no de ley
presentada por el señor Gil Robles, proposición tendente a plantear la
necesidad de que termine rápidamente la perturbación que existe en nuestro
país; pero si en principio coincidimos en la existencia de esta necesidad,
comenzamos a discrepar en seguida, porque para buscar la verdad, para hallar
las conclusiones a que necesariamente tenemos que llegar, vamos por caminos
distintos, contrarios y opuestos.
El Sr. Gil Robles ha hecho un bello discurso y yo me
voy a referir concretamente a él, ya que al Sr. Calvo Sotelo le ha contestado
cumplidamente el Sr. Casares, poniendo al descubierto los propósitos de
perturbación que traía esta tarde al Parlamento con el deseo, naturalmente, de
que sus palabras tuvieran repercusiones fuera de aquí, aunque por necesidad me
referiré también en algunos casos concretos a las actividades del señor Calvo
Sotelo.
Decía que el Sr. Gil Robles había pronunciado un bello
discurso, tan bello y tan ampuloso como los que el Sr. Gil Robles acostumbraba
a pronunciar cuando en plan de jefe indiscutible –esto no se lo reprocho– iba
por aldeas y ciudades predicando la buena nueva del socialismo cristiano, la
buena nueva de la justicia distributiva se tradujese en hechos de gobierno,
cuando el Sr. Gil Robles participaba intensamente en él, tales como el
establecimiento de los jornales católicos en el campo, de los jornales de 1,50
y de dos pesetas.
El Sr. Gil Robles, hábil parlamentario y no menos
hábil esgrimidor de recursos oratorios, retóricos, de frases de efecto, apelaba
a argumentos no muy convincentes, no muy firmes, tan escasos de solidez como la
afirmación que hacía de la falta de apoyo por parte del Gobierno a los
elementos patronales. Y al argüir con argumentos falsos, sacaba, naturalmente,
falsas conclusiones; pero muy de acuerdo con la misión que quien puede le ha
confiado en esta Cámara y que S.S., como los compañeros de minoría, sabe
cumplir a la perfección, esgrimía una serie de hechos sucedidos en España, que
todos lamentamos, para demostrar la ineficacia de las medidas del Gobierno, el
fracaso del Frente Popular.
Su señoría comenzaba a hacer la relación de hechos
solamente desde el 16 de Febrero y no obtenía una conclusión, como muy bien le
han dicho los señores Diputados que han intervenido; no obtenía la conclusión
de que es necesario averiguar quiénes son los que han realizado esos hechos,
porque el Sr. Gil Robles no ignora, por ejemplo, que, después de la quema de
algunas iglesias, en casa de determinados sacerdotes se han encontrado los
objetos del culto que en ocasiones normales no suelen estar allí.
No quiero hacer simplemente un discurso; quiero
exponer hechos, porque los hechos son más convincentes que todas las frases
retóricas, que todas las bellas palabras, ya que a través de los hechos se
pueden sacar consecuencias justas y a través de los hechos se escribe la
Historia. Y como yo supongo que el Sr. Gil Robles, como cristiano que es, ha de
amar intensamente la verdad y ha de tener interés en que la Historia de España
se escriba de una manera verídica, voy a darle algunos argumentos, voy a
refrescarle la memoria y a demostrarle, frente a sus sofismas, la justeza de
las conclusiones adonde yo voy a llegar con mi intervención.
Pero antes permítame S.S. poner al descubierto la
dualidad del juego, es decir, las maniobras de las derechas, que mientras en
las calles realizan la provocación, envían aquí unos hombres que, con cara de
niños ingenuos vienen a preguntarle al Gobierno qué pasa y a dónde vamos.
¡Señores de las derechas! Vosotros venís aquí a rasgar
vuestras vestiduras escandalizados y a cubrir vuestras frentes de ceniza,
mientras, como ha dicho el compañero De Francisco, alguien, que vosotros
conocéis y que nosotros no desconocemos tampoco, manda elaborar uniformes de la
Guardia Civil con intenciones que vosotros sabéis y que nosotros no ignoramos,
y mientras, también, por la frontera de Navarra, ¡Sr. Calvo Sotelo!, envueltas
en la bandera española, entran armas y municiones con menos ruido, con menos
escándalo que la provocación de Vera del Bidasoa, organizada por el miserable
asesino Martínez Anido, con el que colaboró S.S. y para vergüenza de la
República española, no se ha hecho justicia ni con él ni con S.S., que con él
colaboró. Como digo, los hechos son mucho más convincentes que las palabras. Yo
he de referirme no solamente a los ocurridos desde el 16 de febrero, sino un
poco tiempo más atrás, porque las tempestades de hoy son consecuencia de los
vientos de ayer.
¿Qué ocurrió desde el momento en que abandonaron el
Poder los elementos verdaderamente republicanos y los socialistas? ¿Qué ocurrió
desde el momento en que hombres que, barnizados de un republicanismo embustero,
pretextaban querer ampliar la base de la República, ligándoos a vosotros, que
sois antirrepublicanos, al Gobierno de España? Pues ocurrió lo siguiente: Los
desahucios en el campo se realizaban de manera colectiva; se perseguía a los
Ayuntamientos vascos; se restringía el Estatuto de Cataluña; se machacaban y se
aplastaban todas las libertades democráticas; no se cumplían las leyes de
trabajo; se derogaba, como decía el compañero De Francisco, la ley de Términos
municipales; se maltrataba a los trabajadores, y todo esto iba acumulando una
cantidad enorme de odios, una cantidad enorme de odios, una cantidad enorme de
descontento, que necesariamente tenía que culminar en algo, y ese algo fue el
octubre glorioso, el octubre del cual nos enorgullecemos todos los ciudadanos
españoles que tenemos sentido político, que tenemos dignidad, que tenemos
noción de la responsabilidad de los destinos de España frente a los intentos
del fascismo.
Y todos estos actos que en España se realizaban
durante la etapa que certeramente se ha denominado del «bienio negro» se
llevaban a cabo, ¡Sr. Gil Robles!, no sólo apoyándose en la fuerza pública, en
el aparato coercitivo del Estado, sino buscando en los bajos estratos, en los
bajos fondos que toda sociedad capitalista tiene en su seno, hombres
desplazados, cruz del proletariado, a los que dándoles facilidades para la
vida, entregándoles una pistola y la inmunidad para poder matar, asesinaban a
los trabajadores que se distinguían en la lucha y también a hombres de
izquierda: Canales, socialista; Joaquín de Grado, Juanita Rico, Manuel Andrés y
tantos otros, cayeron víctimas de estas hordas de pistoleros, dirigidas, ¡Sr.
Calvo Sotelo!, por una señorita cuyo nombre, al pronunciarlo, causa odio a
los trabajadores españoles por lo que ha significado de ruina y de vergüenza
para España y por señoritos cretinos que añoran las victorias y las glorias
sangrientas de Hitler o Mussolini.
Se produce, como decía antes, el estallido de octubre;
octubre glorioso, que significó la defensa instintiva del pueblo frente al
peligro fascista; porque el pueblo, con certero instinto de conservación, sabía
lo que el fascismo significaba: sabía que le iba en ello, no solamente la vida,
sino la libertad y la dignidad que son siempre más preciadas que la misma vida.
Fueron, ¡señor Gil Robles!, tan miserables los hombres
encargados de aplastar el movimiento, y llegaron a extremos de ferocidad tan
terribles, que no son conocidos en la historia de la represión en ningún país.
Millares de hombres encarcelados y torturados; hombres con los testículos
extirpados; mujeres colgadas del trimotor por negarse a denunciar a sus deudos;
niños fusilados; madres enloquecidas al ver torturar a sus hijos; Carbayín; San
Esteban de las Cruces; Villafría; La Cabaña; San Pedro de los Arcos; Luis de
Sirval. Centenares y millares de hombres torturados dan fe de la justicia que
saben hacer los hombres de derechas, los hombres que se llaman católicos y
cristianos.
Y todo ello, ¡señor Gil Robles!, cubriéndolo con una
nube de infamias, con una nube de calumnias, porque los hombres que detentaban
el Poder no ignoraban en aquellos momentos que la reacción del pueblo, si éste
llegaba a saber lo que ocurría, especialmente en Asturias, sería tremenda.
Cultivasteis la mentira; pero la mentira horrenda, la
mentira infame; cultivasteis la mentira de las violaciones de San Lázaro;
cultivasteis la mentira de los niños con los ojos saltados; cultivasteis la
mentira de la carne de cura vendida a peso; cultivasteis la mentira de los
guardias de Asalto quemados vivos. Pero estas mentiras tan diferentes, tan
horrendas todas, convergían a un mismo fin: el de hacer odiosa a todas las
clases sociales de España la insurrección asturiana, aquella insurrección que,
a pesar de algunos excesos lógicos, naturales en un movimiento revolucionario
de tal envergadura, fue demasiado romántico, porque perdonó la vida a sus más
acerbos enemigos, a aquellos que después no tuvieron la nobleza de recordar la
grandeza de alma que con ellos se había demostrado.
Voy a separar los cuatro motivos fundamentales de
estas mentiras que, como decía antes, convergían en el mismo fin. La mentira de
las violaciones, a pesar de que vosotros sabíais que no eran ciertas, porque
las muchachas que vosotros dabais como muertas, y violadas antes de ser muertas
por los revolucionarios, ellas mismas os volcaban a la cara vuestra infamia
diciendo: «Estamos vivas, y los revolucionarios no tuvieron para nosotras más
que atenciones.» ¡Ah!, pero esta mentira tenía un fin; esta mentira de las
violaciones, extendida por vuestra Prensa cuando a la Prensa de izquierdas se
la hacía enmudecer, tendía a que el espíritu caballeroso de los hombres
españoles se pronunciase en contra de la barbarie revolucionaria.
Pero necesitabais más; necesitabais que las mujeres
mostrasen su odio a la revolución; necesitabais exaltar ese sentimiento
maternal, ese sentimiento de afecto de las madres para los niños, y lanzasteis
y explotasteis el bulo de los niños con los ojos saltados. Yo os he de decir
que los revolucionarios hubieron, de la misma manera que los heroicos
comunalistas de París, siguiendo su ejemplo, de proteger a los niños de la
Guardia Civil, de esperar a que los niños y las mujeres saliesen de los
cuarteles para luchar contra los hombres como luchan los bravos: con armas
inferiores, pero guiados por un ideal, cosa que vosotros no habéis sabido hacer
nunca.
La mentira de la carne de cura vendida al peso.
Vosotros sabéis bien –nosotros tampoco lo desconocemos– el sentimiento
religioso que vive en amplias capas del pueblo español, y vosotros queríais con
vuestras mentira infame ahogar todo lo que de misericordioso, todo lo que de
conmiseración pudiera haber en el sentimiento de estos hombres y de estas
mujeres que tienen ideas religiosas hacia los revolucionarios.
Y viene la culminación de las mentiras: los guardias
de Asalto quemados vivos. Vosotros necesitabais que las fuerzas que iban a
Asturias a aplastar el movimiento fuesen, no dispuestas a cumplir con su deber,
sino impregnadas de un espíritu de venganza, que tuviesen el espolique de saber
que sus compañeros habían sido quemados vivos por los revolucionarios. Allí
convergían todas vuestras mentiras, como he dicho antes: a hacer odiosa la
revolución, a hacer que los trabajadores españoles repudiasen, por todos estos
motivos, el movimiento insurreccional de Asturias.
Pero todo se acaba, ¡Sr. Gil Robles!, y cuando en
España comienza a saberse la verdad, el resultado no se hace esperar, y el día
16 de febrero el pueblo, de manera unánime, demuestra su repulsa a los hombres
que creyeron haber ahogado con el terror y con la sangre de la represión los
anhelos de justicia que viven latentes en el pueblo. Y los derrotados de
febrero, aquellos que se creían los amos de España, no se resignan con su
derrota y por todos los medios a su alcance procuran obstaculizar, procuran
entorpecer esta derrota, y de ahí su desesperación, porque saben que el Frente
Popular no se quebrantará y que llegará a cumplir la finalidad que se ha
trazado.
Por eso precisamente es por lo que ellos en todos los
momentos se niegan a cumplir los laudos y las disposiciones gubernamentales, se
niegan sistemáticamente a dar satisfacción a todas las aspiraciones de los
trabajadores, lanzándolos a la perturbación, a la que van, no por capricho ni
por deseo de producirla, sino obligados por la necesidad, a pesar de que el Sr.
Calvo Sotelo, acostumbrado a recibir las grandes pitanzas de la Dictadura, crea
que los trabajadores españoles viven como vivía él en aquella época.
¿Por qué se producen las huelgas? ¿Por el placer de no
trabajar? ¿Por el deseo de producir perturbación? No. Las huelgas se producen
porque los trabajadores no pueden vivir, porque es lógico y natural que los hombres
que sufrieron las torturas y las persecuciones durante la etapa que las
derechas detentaron el Poder quieran ahora –esto es lógico y natural–
conquistar aquello que vosotros les negabais, aquello para lo cual vosotros les
cerrabais el camino en todos los momentos.
No tiene que tener miedo el Gobierno porque los
trabajadores se declaren en huelga; no hay ningún propósito sedicioso contra el
Gobierno en estas medidas de defensa de los intereses de los trabajadores,
porque ellas no representan más que el deseo de mejorar su situación y de salir
de la miseria en que viven.
Hablaban algunos señores de la situación en el campo.
Yo también quiero hablar de la situación en el campo, porque tiene una ligazón
intensa con la situación de los trabajadores de la ciudad, porque pone una vez
más al descubierto la ligazón que existe entre los dueños de las grandes
propiedades, que en el campo se niegan sistemáticamente a dar trabajo a los
campesinos y consienten que las cosechas se pierdan, y estas Empresas, que como
la de calefacción y ascensores, como la de la construcción, como todas las que
se hallan en conflicto con sus obreros, se niegan a atender las
reivindicaciones planteadas por los trabajadores.
Esto se liga a lo que yo decía antes: al doble juego
de venir aquí a preguntar lo que ocurre y continuar perturbando la situación en
la ciudad y en el campo.
Concretamente, voy a referirme a la provincia de
Toledo, y al hablar de la provincia de Toledo reflejo lo que ocurre en todas
las provincias agrarias de España. En Quintanar de la Orden hay varios
terratenientes (y esto es muy probable que lo ignore el Sr. Madariaga, atento
siempre a defender los intereses de los grandes terratenientes) que deben a sus
trabajadores los jornales de todas las faenas de trabajo del campo.
¿Qué diría el Sr. Madariaga si en un momento
determinado estos trabajadores de Quintanar de la Orden, como los de
Almendralejo, como los de tantos otros pueblos de España, se lanzasen a cobrar
lo que es suyo en justicia? ¡Ah! Vendría aquí a hablar de perturbaciones,
vendría aquí a decir que el Gobierno no tiene autoridad, vendría aquí, como van
viniendo ya con excesiva tolerancia de estos hombres, a entorpecer
constantemente la labor del Gobierno y la labor del Parlamento.
Y que por parte de los grandes terratenientes, como
por parte de las Empresas, hay un propósito determinado de perturbar, lo
demuestra este hecho concreto que os voy a exponer.
En Villa de Don Fadrique, un pueblo de la provincia de
Toledo, se han puesto en vigor las disposiciones de la reforma agraria, pero
uno de los propietarios que se siente lastimado por lo que significa de
justicia para el campesinado, que no ha conocido de la justicia más que el
poder de los amos, de acuerdo con los otros terratenientes, había preparado una
provocación en toda regla, una provocación habilísima, ¡señores de las
derechas!, que vais a ver en lo que consistía y que demuestra la falsedad del
argumento del Sr. Calvo Sotelo, cuando afirma que los terratenientes no pueden conceder
a los trabajadores jornales superiores a 1,50.
Estos señores terratenientes con fincas radicantes en
Villa de Don Fadrique, cuya cosecha está valuada en 10.000 duros, tenían el
propósito de repartirla entre los campesinos de los pueblos colindantes, como
Lillo, Corral de Almaguer y Villacañas. Esto, que en principio podrá parecer un
rasgo de altruismo, en el fondo era una infame provocación; era el deseo de
lanzar, azuzados por el hambre, a los trabajadores de un pueblo contra los de
otros pueblos. Y que esto no es un argumento sofístico esgrimido por mi lo
demuestra la declaración terminante del hermano de uno de las terratenientes
delante de D. Mariano Gimeno, del alcalde y de la Comisión del Sindicato de
Agricultores, que dijo textualmente: «Si mi hermano hubiera hecho lo que se
había acordado, es decir, el reparto de la cosecha, a estas horas se habría
producido el choque y esto había terminado».
Y es ahí, ¡Sr. Gil Robles!, y no en los obreros y en
los campesinos, donde está la causa de la perturbación, y es contra los
causantes de la perturbación de la economía española, que apelan a maniobras
«non sanctas» para sacar los capitales de España y llevárselos al extranjero;
es contra los que propalan infames mentiras sobre la situación de España, con
menoscabo de su crédito; es contra los patronos que se niegan a aceptar laudos
y disposiciones; es contra los que constante y sistemáticamente se niegan a
conceder a los trabajadores lo que les corresponde en justicia; es contra los
que dejan perder las cosechas antes de pagar salarios a los campesinos contra
los que hay que tomar medidas. Es a los que hacen posible que se produzcan
hechos como los de Yeste y tantos pueblos de España a los que hay que hacerles
sentir el peso del Poder, y no a los trabajadores hambrientos ni a los
campesinos que tienen hambre y sed de pan y de justicia.
¡Señor Casares Quiroga, Sres. Ministros!: ni los
ataques de la reacción, ni las maniobras, más o menos encubiertas, de los
enemigos de la democracia, bastarán a quebrantar ni a debilitar la fe que los
trabajadores tienen en el Frente Popular y en el Gobierno que lo representa.
Pero, como decía el señor De Francisco, es necesario
que el Gobierno no olvide la necesidad de hacer sentir la ley a aquellos que se
niegan a vivir dentro de la ley, y que en este caso concreto no son los obreros
ni los campesinos. Y si hay generalitos reaccionarios que, en un momento
determinado, azuzados por elementos como el señor Calvo Sotelo, pueden
levantarse contra el Poder del Estado, hay también soldados del pueblo, cabos
heroicos, como el de Alcalá, que saben meterlos en cintura.
Y cuando el Gobierno se decida a cumplir con ritmo
acelerado el pacto del Frente Popular y, como decía no hace muchos días el Sr.
Albornoz, inicie la ofensiva republicana, tendrá a su lado a todos los
trabajadores, dispuestos, como el 16 de febrero, a aplastar a esas fuerzas y a
hacer triunfar una vez más al Bloque Popular.
Conclusiones a que yo llego: Para evitar las
perturbaciones, para evitar el estado de desasosiego que existe en España, no
solamente hay que hacer responsable de lo que pueda ocurrir a un Sr. Calvo
Sotelo cualquiera, sino que hay que comenzar por encarcelar a los patronos que
se niegan a aceptar los laudos del Gobierno.
Hay que comenzar por encarcelar a los terratenientes
que hambrean a los campesinos; hay que encarcelar a los que con cinismo sin
igual, llenos de sangre de la represión de octubre, vienen aquí a exigir
responsabilidades por lo que no se ha hecho.
Y cuando se comience por hacer esta obra de justicia,
¡Sr. Casares Quiroga, Sres. Ministros!, no habrá Gobierno que cuente con un
apoyo más firme, más fuerte que el vuestro, porque las masas populares de
España se levantarán, repito, como en el 16 de febrero, y aun, quizá, para ir más
allá, contra todas esas fuerzas que, por decoro, nosotros no debiéramos tolerar
que se sentasen ahí.
Dolores Ibárruri
16 de Junio de 1936
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