María
Torres / 3 de julio de 2012
Hay historias que no
se almacenan en los libros pero que permanecen inalterables, guardadas como
reliquias en la memoria de quienes las vivieron. Son pequeños tesoros que un
día, por una casualidad casi mágica, emergen del recuerdo. Es entonces cuando
debemos desempolvarlas, quitarles el óxido de los años y prepararlas para ser compartidas.
Hay historias que
merece la pena ser contadas. Fueron pequeños guiños contra un régimen que segó
de cuajo las libertades de un país que durante años solo podía moverse por el
“Ordeno y mando”.
Esta es la historia de
un pequeño pueblo de Valladolid: Castronuño, y de cinco valientes (así es como
yo quiero creerlo), que por espacio de tres minutos, el tiempo que invirtieron
en interpretar una canción, se atrevieron a desafiar al pequeño dictador.
Castronuño se encuentra en plena meseta castellana, bañado por el Duero.
Aunque su nombre original fue otro, a mediados del siglo XII fue reedificado por Nuño Pérez, alférez mayor de Alfonso VII tomando entonces el nombre de
aquel.
En las décadas de los 30 a
los 40, a Castronuño le fue expropiado el mejor y más fértil terreno de su vega
para la construcción y puesta en funcionamiento de los canales San José y de
Toro y la central hidroeléctrica “Presa de San José”.
Ejecutaron su construcción
mano obrera y no represaliada o penada. Casi todos eran originarios de
Castronuño, San Román de Hornija, Villafranca del Duero y algunos andaluces. No se usó
maquinaria. En su lugar infinitas reatas de burros cargados con serones llenos
de “chinarros” se utilizaron para
taponar la presa.
Se inició su construcción en
1941 y se finalizó en el año 1945, siendo inaugurado el embalse de San José en
Castronuño el 3 de octubre de 1946, por Francisco Franco. Sobradamente conocida es la sed de
inauguraciones que tenía el dictador, sobre todo las de pantanos y presas que
salieron tan caras a la propaganda franquista. No dejaron de crear falsas
expectativas de progreso nunca materializadas.
“Esperasteis decenios al agua que regase vuestros campos; esperasteis
siglos la justicia social para vuestros hombres y yo os aseguro que una y otra
se harán y se continuarán, pues las aguas llegarán pronto a vuestras vegas y
campos, a lamer el pié de vuestros muros y la justifica social no se detendrá
por nada ni por nadie” (Francisco Franco)
El sucesor de la política
hidráulica de Primo de Rivera, alternaba las firmas de las sentencias de muerte
con la inauguración de pantanos para su propio lucimiento. Cierto es que durante el
franquismo se extendió en gran medida la superficie cultivada de regadío
gracias a la construcción de embalses y pantanos, pero algunos de ellos ya
habían sido proyectados y/o iniciados durante la Dictadura de Primo de Rivera y
la Segunda República.
Según los datos facilitados
por la prensa de aquella época, el
coste de la obra fue de 1.877.000 en estructuras, 1.761.000 en expropiaciones,
5.198.000 en la presa y 1.367.00 en estructuras metálicas.
“Queda inaugurado este
pantano para mayor gloria de la nación”
Castronuño era un pueblo
tranquilo. Más de veinte de sus habitantes habían sufrido la represión
franquista, fusilados en un pinar a las afueras del pueblo. Tiene el honor de
ser uno de los catorce pueblos de Valladolid donde nunca ganó las elecciones la
derecha.
Era un tiempo de silencio y
hambre. La construcción de la presa había dado trabajo, aunque duro, a muchos
de sus vecinos. Era un tiempo donde cada lunes, una procesión de mujeres de
Castronuño descendía al Duero en comitiva por la empinada cuesta de la Muela,
cargadas con toda la colada, las palanganas y las tablas de lavar. No disponían
de red de alcantarillado y
las viviendas carecían de agua corriente.
Llegó el día de la
inauguración. Alboroto en el pueblo con la llegada del caudillo que había dormido
la noche anterior en el cuartel de Monte la Reina en Zamora. Los vecinos se
amontonaban alrededor del embalse. Parecía estar todo preparado cuando de pronto,
el Alcalde y maestro del pueblo, aunque no nacido en él, Santos Pérez Curto, recibe el aviso de
que el vehículo que trasladaba a la banda de música destinada a amenizar la
inauguración de su excelencia había sufrido un accidente.
¿Dónde se ha visto una
inauguración de un pantano por Franco sin música? A alguien se le ocurrió la
idea de buscar a los vecinos de Castronuño que tocaban algún instrumento para
ver cómo entre todos podían solventar el asunto. La Guardia Civil se encargó de
ir en su “busca y captura” y allí se presentaron todos, o casi todos. Demetrio
Madroño, conocido como “El Jeringa” se encontraba en aquellos momentos en la
cárcel por la gracia del inaugurador. Sus padres fueron fusilados durante la
guerra y él y su hermana encarcelados por considerarlos elementos
peligrosísimos para el régimen.
A la mayor urgencia se
improvisó una nueva banda bajo la dirección de Lorenzo “El músico”, y compuesta
además por su esposa la señora Pepa, Pepe “El Gato”, Fabriciano y Victoriano.
En total dos trompetas, un trombón, un tambor y un bombo.
Sin posibilidad de ensayos
previos como la ocasión se merecía, se situaron en el lugar de privilegio
próximo a las autoridades. Allí estaba el gobernador civil esperando al
caudillo rodeado de falangistas que se habían desplazado al evento desde
Zamora y Valladolid.
La presa disponía entonces de
un puente peatonal (ahora adaptado para el paso de vehículos). Para acceder a él
había a cada uno de los lados una escalera. Sobre una de esas escaleras se
encontraban dos niñas, Luisa Hernández y su amiga Araceli López, deseosas de
presenciar el espectáculo. Al aproximarse Franco fueron echadas de allí por
varios falangistas.
Y llegamos al momento de la
inauguración… Franco diciendo eso de “… queda inaugurado este pantano”, el
público aplaudiendo y la banda de música comenzando con los acordes de… “La
vaca lechera”. Si, Franco inauguró la presa de Castronuño con esta popular
canción.
Según relata Almudena Grandes
en "El lector de Julio Verne", la vaca lechera era el canto subversivo que utilizaban
en la Sierra Sur de Jaén cuando la guerrilla de El Cencerro hacía algún acto
heróico. Una especie de Internacional en los años cuarenta que la Guardia Civil
había prohibido cantar.
Me niego a creer que esos
músicos no supieran entonar cualquier otra pieza como el típico pasodoble. Estoy casi
segura que “La vaca lechera” fue su gesto de rebeldía ante el dictador. (Tolón,
tolón, tolón)
*
Mi agradecimiento a Gabino
Alonso por transmitirme esta historia, a Luisa Hernández, la niña que miraba
desde las escaleras del puente, y a Félix Maestre Gutiérrez, primer alcalde de
Castronuño en democracia.
Asi es, el puente es adaptado para el paso de los vehiculos, ¡larga vida al rey! Hay historias que no se olvidan, otras solo se inventan.
ResponderEliminarEs triste que los abuelos de entonces de izquierdas, tengan ahora nietos de derechas. Castronuño siempre fue de izquierdas, y siempre fue un pueblo luchador y trabajador.
ResponderEliminarSi non è vero, è ben trovato!
ResponderEliminarBuena historia de resistencia pese a todo.
Un beso, María