El jefe de la guerrilla antifranquista en Sierra Morena falleció anoche en Madrid
Paisajes de la Guerrilla, 2010
La Guerrilla en Sierra Morena: “Comandante Ríos”.
La victoria de Franco en la Guerra Civil no supuso que hubiese llegado la paz y la concordia con los vencidos, pues convirtió en ciudadanos “ilegales” a decenas de miles de españoles que habían luchado con el ejército republicano, simpatizado o pertenecido a partidos políticos de izquierda o democráticos o, sencillamente sospechosos de no ser adictos al “nuevo orden” de los vencedores. Más de medio millón de personas huyeron del país para salvarse de la represión y poder seguir viviendo en libertad.
Los que probaron suerte y se quedaron en España se encontraron con una repetición del servicio militar de 3 años y que casi todos los puestos de trabajo disponibles estaban reservados a los ex-combatientes del bando “nacional”. Comenzaba un nuevo y duro periplo por la supervivencia de éstos y sus familias.
José Murillo cumplía 17 años cuando un familiar falangista avisó a su padre de que escapara para salvar la vida. También le dijo que se llevara a su hijo mayor para que no tomaran represalias con él. La vida se había complicado para ellos en el Viso de los Pedroches (Córdoba), el pequeño pueblo cordobés donde la familia Murillo vivía de las labores del campo y la ganadería.
“A mi padre lo perseguían porque había sido simpatizante de la UGT y sus cargos nos visitaban cuando la República, ya que era un ganadero de gran prestigio y sus consejos sobre mezcla genética en el ganado eran de gran utilidad para los campesinos y las cooperativas.
Si no nos avisan a tiempo, nos habrían “paseado”. A mi madre la encarcelaron durante 5 años, con su hijita de dos meses, como represalia por no habernos capturado a nosotros. Nos despedimos de la familia y subimos a la Sierra. Tuvimos suerte porque al día siguiente nos dio el alto un grupo de guerrilleros. Nos preguntaron qué hacíamos por ahí y después de que mi padre les contara su historia y por qué nos perseguían, nos permitieron unirnos a ellos”.
Murillo recuerda su juventud guerrillera sin nostalgia, como un hecho que simplemente no pudo ser de otra manera. “A mi padre lo andaban persiguiendo porque había sido simpatizante de la UGT y visitaba la casa del pueblo durante la república. Si no nos avisan de que nos escapáramos no lo habríamos contado. Con esas cosas no se podía jugar porque no se andaban con chiquitas; a mi madre la encarcelaron cinco años con una niña de dos meses como represalia por no habernos capturado a nosotros”.
Corría el año 1941 y en los montes de Sierra Morena actuaban varios grupos de guerrilleros.
“Al principio fue muy duro acostumbrarnos a aquella vida. Dedicábamos la mayor parte de tiempo a tratar de sobrevivir; obteniendo comida y esquivando las batidas de la guardia civil. Teníamos que cambiar nuestros campamentos constantemente para evitar ser descubiertos. Nos movíamos por la zona que delimita Córdoba y Badajoz. Pasábamos el invierno en grandes chozas, reunidos con otros grupos con los que teníamos cierta confianza. Nunca decíamos nuestros verdaderos nombres, ni de dónde veníamos, para proteger a nuestra familia de las represalias”.
La vida de los guerrilleros era diferente dependiendo de las época y de las zonas de España donde actuaran. Para algunos su trabajo consistía meramente en resistir, conseguir alimentos y no caer en manos de la Guardia Civil, la Contrapartida y el somatén de los falangistas. Había zonas donde las partidas realizaban labores de sabotaje. Por ejemplo en León, donde las minas de wolframio abastecían al ejército alemán durante la 2ª Guerra Mundial. La misión de impedir que el preciado metal de uso bélico llegara a manos de los nazis. Para ello asaltaban trenes o saboteaban puentes. En otras zonas realizaban “golpes económicos” (atracos o secuestros a grandes propietarios) en los que a veces conseguían grandes cantidades de dinero para su causa.
“Había un terrateniente que se llamaba D. Manuel Naranjo y tuvimos la suerte de alcanzarlo un día antes de entrar en el pueblo, ya casi de noche. Le dijimos: “Somos los guerrilleros de la República y luchamos contra la dictadura de Franco. Tenemos entendido -eso era falso- que usted es un hombre que le gusta salir al campo, ver su finca, a los trabajadores porque gracias a ellos tiene beneficios, pero usted no tiene nada que ver con la dictadura de Franco, no es falangista ni nada de eso. Y venimos a ofrecerle en nombre de la República, que nosotros somos sus guerrilleros, que colabore con la guerrilla. Usted no va a coger un arma para acompañarnos, pero usted tiene dinero. No le vamos a pedir treinta ni cuarenta millones sino mil pesetas o lo que haga falta, cuando lo necesitemos. No le vamos a atosigar, pero otra suma sí. El tío se puso totalmente a nuestra disposición. Nosotros nos suministrábamos, mis seis hombres como estaba estipulado, hicimos un trabajo sobre los terratenientes, hablábamos con ellos y le convencíamos para que nos ayudaran, aunque no quisieran. No sólo dinero. Cerdos acá, quesos por allá, un pavo, cinco mil pesetas. Otras veces eran diez, otras veces dos. Si no te propasabas, los tíos colaboraban con la Guerrilla”
En 1946 en el Banco Español de Crédito de Puertollano, el “Gafas” y su partida se hicieron con 250.000 pesetas, una pequeña fortuna para la época. Ya en 1944, los pequeños grupos guerrilleros comenzaron a organizarse en Agrupaciones.
José Murillo fue nombrado jefe de su guerrilla con 22 años. Su área de operaciones comprendería Sierra Morena, y zonas limítrofes con Badajoz, Sevilla y Córdoba, en un perímetro que contemplaba desde cazalla de la Sierra hasta Constantina. Desde entonces comienzaron a llamarle “Comandante Ríos”, por lo bien que cruzaba de orilla a orilla en las noches de marcha.
“Un hombre que conoce los ríos, sabe que hay piedras debajo de la corriente y hay que buscar el sitio adecuado para cruzarlos. Y, además, no podíamos descuidarnos, sino ver si al otro lado estaba la Guardia Civil apostada. Hay que acostumbrarse a cruzar con las botas puestas. Lo fundamental, era encontrar el paso donde la corriente era serena. Y eso se nota muy bien viendo la corriente, la maniobra que el agua va haciendo. Antes de meterme, les decía: “miradme y por donde yo vaya, seguidme”.
Una noche se dio el caso de que cruzábamos el río con los pantalones y las botas puestos. A uno se le cayó la pistola al lecho del río y se dio cuenta a la noche, cuando estábamos fumando bajo la manta. Les digo: “Esperaros, que yo voy a por ella”. Ellos pensaron que tardaría tres o cuatro horas. No puedo decir que fue en una hora o en una hora y cuarto, pero la encontré y volví con la dichosa pistola”
Una vez que terminó la Segunda Guerra Mundial y se vió que el bando aliado, que tanto había ilusionado a los guerrilleros españoles con la vuelta a la democracia en España, no atacaba la Dictadura de Franco, la única de corte fascista que quedaba en la Europa occidental, la guerrilla cayó en el desencanto y se vieron abandonados. Los que pudieron huyeron a Francia o a Tánger, muchos siendo víctimas de las mafias del Estrecho, pero ese no fue el caso de Murillo, que tuvo un duro encuentro nocturno con las fuerzas del orden.
“Era una noche muy cerrada. Iba con el jefe de otro grupo guerrillero y un enlace y en ese momento los guardias civiles nos dieron el alto. Comenzó un intenso tiroteo. Recibí cinco disparos en el mismo hombro, destrozándolo. Todavía los tengo aquí, ya enquistados.. Siempre me suena en el control de seguridad de los aeropuertos. Tuve suerte de que los proyectiles no fuesen “dum-dum”, muy habituales en ellos, y que la Guardia Civil utilizara fusiles ametralladores MP-28 “naranjeros”, porque disparan todas las balas en un mismo punto. Mis compañeros que consiguieron escapar me vieron caer abatido y pensaron que había muerto”.
De hecho, algunos historiadores, como Pons Prades, en sus investigaciones pierden su pista y le dan por muerto, y así figura en sus libros posteriormente publicados.
Cuando Murillo recuperó la consciencia todo había pasado. “Hice algunas de las señales que teníamos acordadas para reunirnos en la oscuridad, pero nadie contestó. Entonces me arrastré como pude y llegué a una carretera. Salí inmediatamente de ella para no dejar rastros de sangre. Con una manta que llevaba anudada me hice una especie de torniquete. Caminé por una montaña, el dolor de los balazos era intensísimo y había perdido abundante sangre. Buscaba una cabaña donde recordaba que vivía la familia de un pastor. Al final caí en una maraña de zarzas y perdí el conocimiento”.
El comandante Ríos tuvo suerte porque la familia del pastor no lo delató. Lo curaron, él cambió de identidad y se hizo pasar por pastor durante casi dos años, mientras se recuperaba de sus graves heridas. Pero fue delatado en Guadalcanal, sus captores no podían creer que un chaval tan joven y de aspecto inofensivo fuese el “temido” Comandante Ríos, y entró en prisión en 1949. Fue condenado a muerte y se le conmutó la pena por 30 años de prisión.
José Murillo estuvo en las cárceles de Ocaña y Burgos durante catorce años, donde coincidió e hizo gran amistad con el guerrillero gaditano “Currito” o “Quico”. Cuando Murillo salió en libertad había cumplido los cuarenta años. Poco después se casó con la hermana de un compañero de celda que también tenía identidad falsa.
El comandante Ríos había fingido que la hermana de su compañero de celda era la suya. Con ella se había carteado durante cuatro años y al quedar en libertad les unía una intensa experiencia que han compartido hasta hoy. En los veintitrés años que habían pasado desde que se echó al monte, sólo había visto a su madre en una sola ocasión.
“Me enteré de que mi madre había salido de la cárcel después de su cautiverio de 5 años, y bajé al pueblo. Pasé dos horas con ella y con mis hermanos. Mi padre en cambio fue herido en un enfrentamiento con la policía y detenido. Después me dijeron que mi padre se “ahorcó” en su celda en 1944, aunque nunca me he creído la versión de su muerte. Sé muy bien como las gastaban en la prisión, que lo torturaron hasta la muerte y lo ahorcaron”.
José Murillo pertenece a una generación que vio morir y sufrir a muchos compañeros, lo dió todo soñando con la libertad y un futuro como los demás jóvenes. Él y su familia, como muchas otras, sufrieron la persecución de sus ideas. Sus años en el monte y en la cárcel le impidieron trabajar cotizando a la Seguridad Social y hoy sobrevive como puede con una miserable pensión.
Nueve años como guerrillero, 17 como preso político, dos condenas de muerte y cinco balas que nadie pudo extraerle del hombro derecho eran todo su patrimonio. La vida recomenzaba a los 40 años para el guerrillero conocido como “Comandante Ríos”.
Los que probaron suerte y se quedaron en España se encontraron con una repetición del servicio militar de 3 años y que casi todos los puestos de trabajo disponibles estaban reservados a los ex-combatientes del bando “nacional”. Comenzaba un nuevo y duro periplo por la supervivencia de éstos y sus familias.
José Murillo cumplía 17 años cuando un familiar falangista avisó a su padre de que escapara para salvar la vida. También le dijo que se llevara a su hijo mayor para que no tomaran represalias con él. La vida se había complicado para ellos en el Viso de los Pedroches (Córdoba), el pequeño pueblo cordobés donde la familia Murillo vivía de las labores del campo y la ganadería.
“A mi padre lo perseguían porque había sido simpatizante de la UGT y sus cargos nos visitaban cuando la República, ya que era un ganadero de gran prestigio y sus consejos sobre mezcla genética en el ganado eran de gran utilidad para los campesinos y las cooperativas.
Si no nos avisan a tiempo, nos habrían “paseado”. A mi madre la encarcelaron durante 5 años, con su hijita de dos meses, como represalia por no habernos capturado a nosotros. Nos despedimos de la familia y subimos a la Sierra. Tuvimos suerte porque al día siguiente nos dio el alto un grupo de guerrilleros. Nos preguntaron qué hacíamos por ahí y después de que mi padre les contara su historia y por qué nos perseguían, nos permitieron unirnos a ellos”.
Murillo recuerda su juventud guerrillera sin nostalgia, como un hecho que simplemente no pudo ser de otra manera. “A mi padre lo andaban persiguiendo porque había sido simpatizante de la UGT y visitaba la casa del pueblo durante la república. Si no nos avisan de que nos escapáramos no lo habríamos contado. Con esas cosas no se podía jugar porque no se andaban con chiquitas; a mi madre la encarcelaron cinco años con una niña de dos meses como represalia por no habernos capturado a nosotros”.
Corría el año 1941 y en los montes de Sierra Morena actuaban varios grupos de guerrilleros.
“Al principio fue muy duro acostumbrarnos a aquella vida. Dedicábamos la mayor parte de tiempo a tratar de sobrevivir; obteniendo comida y esquivando las batidas de la guardia civil. Teníamos que cambiar nuestros campamentos constantemente para evitar ser descubiertos. Nos movíamos por la zona que delimita Córdoba y Badajoz. Pasábamos el invierno en grandes chozas, reunidos con otros grupos con los que teníamos cierta confianza. Nunca decíamos nuestros verdaderos nombres, ni de dónde veníamos, para proteger a nuestra familia de las represalias”.
La vida de los guerrilleros era diferente dependiendo de las época y de las zonas de España donde actuaran. Para algunos su trabajo consistía meramente en resistir, conseguir alimentos y no caer en manos de la Guardia Civil, la Contrapartida y el somatén de los falangistas. Había zonas donde las partidas realizaban labores de sabotaje. Por ejemplo en León, donde las minas de wolframio abastecían al ejército alemán durante la 2ª Guerra Mundial. La misión de impedir que el preciado metal de uso bélico llegara a manos de los nazis. Para ello asaltaban trenes o saboteaban puentes. En otras zonas realizaban “golpes económicos” (atracos o secuestros a grandes propietarios) en los que a veces conseguían grandes cantidades de dinero para su causa.
“Había un terrateniente que se llamaba D. Manuel Naranjo y tuvimos la suerte de alcanzarlo un día antes de entrar en el pueblo, ya casi de noche. Le dijimos: “Somos los guerrilleros de la República y luchamos contra la dictadura de Franco. Tenemos entendido -eso era falso- que usted es un hombre que le gusta salir al campo, ver su finca, a los trabajadores porque gracias a ellos tiene beneficios, pero usted no tiene nada que ver con la dictadura de Franco, no es falangista ni nada de eso. Y venimos a ofrecerle en nombre de la República, que nosotros somos sus guerrilleros, que colabore con la guerrilla. Usted no va a coger un arma para acompañarnos, pero usted tiene dinero. No le vamos a pedir treinta ni cuarenta millones sino mil pesetas o lo que haga falta, cuando lo necesitemos. No le vamos a atosigar, pero otra suma sí. El tío se puso totalmente a nuestra disposición. Nosotros nos suministrábamos, mis seis hombres como estaba estipulado, hicimos un trabajo sobre los terratenientes, hablábamos con ellos y le convencíamos para que nos ayudaran, aunque no quisieran. No sólo dinero. Cerdos acá, quesos por allá, un pavo, cinco mil pesetas. Otras veces eran diez, otras veces dos. Si no te propasabas, los tíos colaboraban con la Guerrilla”
En 1946 en el Banco Español de Crédito de Puertollano, el “Gafas” y su partida se hicieron con 250.000 pesetas, una pequeña fortuna para la época. Ya en 1944, los pequeños grupos guerrilleros comenzaron a organizarse en Agrupaciones.
José Murillo fue nombrado jefe de su guerrilla con 22 años. Su área de operaciones comprendería Sierra Morena, y zonas limítrofes con Badajoz, Sevilla y Córdoba, en un perímetro que contemplaba desde cazalla de la Sierra hasta Constantina. Desde entonces comienzaron a llamarle “Comandante Ríos”, por lo bien que cruzaba de orilla a orilla en las noches de marcha.
“Un hombre que conoce los ríos, sabe que hay piedras debajo de la corriente y hay que buscar el sitio adecuado para cruzarlos. Y, además, no podíamos descuidarnos, sino ver si al otro lado estaba la Guardia Civil apostada. Hay que acostumbrarse a cruzar con las botas puestas. Lo fundamental, era encontrar el paso donde la corriente era serena. Y eso se nota muy bien viendo la corriente, la maniobra que el agua va haciendo. Antes de meterme, les decía: “miradme y por donde yo vaya, seguidme”.
Una noche se dio el caso de que cruzábamos el río con los pantalones y las botas puestos. A uno se le cayó la pistola al lecho del río y se dio cuenta a la noche, cuando estábamos fumando bajo la manta. Les digo: “Esperaros, que yo voy a por ella”. Ellos pensaron que tardaría tres o cuatro horas. No puedo decir que fue en una hora o en una hora y cuarto, pero la encontré y volví con la dichosa pistola”
Una vez que terminó la Segunda Guerra Mundial y se vió que el bando aliado, que tanto había ilusionado a los guerrilleros españoles con la vuelta a la democracia en España, no atacaba la Dictadura de Franco, la única de corte fascista que quedaba en la Europa occidental, la guerrilla cayó en el desencanto y se vieron abandonados. Los que pudieron huyeron a Francia o a Tánger, muchos siendo víctimas de las mafias del Estrecho, pero ese no fue el caso de Murillo, que tuvo un duro encuentro nocturno con las fuerzas del orden.
“Era una noche muy cerrada. Iba con el jefe de otro grupo guerrillero y un enlace y en ese momento los guardias civiles nos dieron el alto. Comenzó un intenso tiroteo. Recibí cinco disparos en el mismo hombro, destrozándolo. Todavía los tengo aquí, ya enquistados.. Siempre me suena en el control de seguridad de los aeropuertos. Tuve suerte de que los proyectiles no fuesen “dum-dum”, muy habituales en ellos, y que la Guardia Civil utilizara fusiles ametralladores MP-28 “naranjeros”, porque disparan todas las balas en un mismo punto. Mis compañeros que consiguieron escapar me vieron caer abatido y pensaron que había muerto”.
De hecho, algunos historiadores, como Pons Prades, en sus investigaciones pierden su pista y le dan por muerto, y así figura en sus libros posteriormente publicados.
Cuando Murillo recuperó la consciencia todo había pasado. “Hice algunas de las señales que teníamos acordadas para reunirnos en la oscuridad, pero nadie contestó. Entonces me arrastré como pude y llegué a una carretera. Salí inmediatamente de ella para no dejar rastros de sangre. Con una manta que llevaba anudada me hice una especie de torniquete. Caminé por una montaña, el dolor de los balazos era intensísimo y había perdido abundante sangre. Buscaba una cabaña donde recordaba que vivía la familia de un pastor. Al final caí en una maraña de zarzas y perdí el conocimiento”.
El comandante Ríos tuvo suerte porque la familia del pastor no lo delató. Lo curaron, él cambió de identidad y se hizo pasar por pastor durante casi dos años, mientras se recuperaba de sus graves heridas. Pero fue delatado en Guadalcanal, sus captores no podían creer que un chaval tan joven y de aspecto inofensivo fuese el “temido” Comandante Ríos, y entró en prisión en 1949. Fue condenado a muerte y se le conmutó la pena por 30 años de prisión.
José Murillo estuvo en las cárceles de Ocaña y Burgos durante catorce años, donde coincidió e hizo gran amistad con el guerrillero gaditano “Currito” o “Quico”. Cuando Murillo salió en libertad había cumplido los cuarenta años. Poco después se casó con la hermana de un compañero de celda que también tenía identidad falsa.
El comandante Ríos había fingido que la hermana de su compañero de celda era la suya. Con ella se había carteado durante cuatro años y al quedar en libertad les unía una intensa experiencia que han compartido hasta hoy. En los veintitrés años que habían pasado desde que se echó al monte, sólo había visto a su madre en una sola ocasión.
“Me enteré de que mi madre había salido de la cárcel después de su cautiverio de 5 años, y bajé al pueblo. Pasé dos horas con ella y con mis hermanos. Mi padre en cambio fue herido en un enfrentamiento con la policía y detenido. Después me dijeron que mi padre se “ahorcó” en su celda en 1944, aunque nunca me he creído la versión de su muerte. Sé muy bien como las gastaban en la prisión, que lo torturaron hasta la muerte y lo ahorcaron”.
José Murillo pertenece a una generación que vio morir y sufrir a muchos compañeros, lo dió todo soñando con la libertad y un futuro como los demás jóvenes. Él y su familia, como muchas otras, sufrieron la persecución de sus ideas. Sus años en el monte y en la cárcel le impidieron trabajar cotizando a la Seguridad Social y hoy sobrevive como puede con una miserable pensión.
Nueve años como guerrillero, 17 como preso político, dos condenas de muerte y cinco balas que nadie pudo extraerle del hombro derecho eran todo su patrimonio. La vida recomenzaba a los 40 años para el guerrillero conocido como “Comandante Ríos”.
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