“¡Queda aprobado el artículo 34¡". dijo el
señor Barnés, que presidía. "El resultado de la votación -consigna el Diario
de Sesiones- es acogido con aplausos en unos lados de la
Cámara y con protestas en otros. Un señor diputado: ¡Viva la República de las
mujeres! Varios señores diputados pronuncian palabras que no se oyen claramente
por el ruido que hay en el salón." ¡Viva la República de las mujeres!,
grita en el Parlamento un diputado al aprobarse el sufragio universal. ¡Cuánto
miedo inútil! Las mujeres van a seguir siendo tan buenas las pobrecitas, como
dirá después socarronamente el conde de Romanones, que seguirán votando a los
hombres...
¡Qué algarabía provocó la votación! En el hemiciclo y, sobre
todo en los pasillos, estallaba ya sin reparos la nerviosidad, más o
menos contenida, durante dos tardes dedicadas a buscar la derrota del sufragio
femenino o la devolución del dictamen. Los diputados se increpaban
unos a otros. A causa de esta excitación me increpaban también a mí. Quiero
confiar, no a mí, sino a textos periodísticos, el reflejo del momento:
"La concesión del voto a las mujeres, acordada
ayer por la Cámara, determinó un escándalo formidable, que continuó luego en
los pasillos. Las opiniones eran contradictorias. El banco azul fue casi
asaltado por grupos de diputados que discutían con los ministros y
daban pruebas de gran exaltación. Es posible que la trascendental votación de
anoche tenga consecuencias graves en otro orden nacional." (La Voz, de
2 octubre)
"Los comentarios después del resultado otorgando
el voto a la mujer fueron muy apasionados. En los pasillos los radicales y algunos radicales socialistas anunciaban que, como represalia, no harían
ninguna concesión cuando llegue el momento de discutir las relaciones entre la
Iglesia y el Estado, llegando incluso a la rebeldía con los jefes si ordenaban cosa que
se opusiera a este propósito. Los diputados discutían con varios ministros
primera votación, y se distinguían en su apasionamiento los radicales
socialistas y los radicales, que estimaban que la concesión del voto
a la mujer es un 'gran peligro para la República." (El Sol, de
2 de octubre)
"A última hora la atención de la Cámara se
concentró en la discusión del artículo 34... Levantada la sesión los ánimos se
acaloraron mucho." (Heraldo de Madrid, del
1 de octubre)
"Terminada la votación, se formaron en pasillos y salón
de conferencias numerosos corrillos. Destacaban sus comentarios, por
el fuego y pasión que en ellos ponían los radicales, radicales socialistas y la
acción republicana, algunos de los cuales se mostraban francamente indignados
por el resultado de la votación. El Sr. Guerra del Río no recataba la idea de
que la votación de esta tarde podría tener su repercusión en la discusión del
problema religioso. Hubo algún diputado de la minoría radical que afirmó: si
mañana se presentase una enmienda pidiendo la expulsión inmediata de las
órdenes religiosas, yo la votaría sin inconvenientes." (Debate del
2)
"Nos parecen injustificadas las muestras de
excesiva nerviosidad, siempre reprobables, que algunos sectores de la Cámara
dieron a raíz de la votación. No es la primera vez que se revela, por parte de
elementos derrotados, una antidemocrática actitud de protesta contra los
acuerdos de la mayoría y el consiguiente propósito de tomar posiciones
resentidas en la ocasión próxima. Esto significaría tanto como desacatamiento
al principio democrático e irresponsabilidad frente a los problemas. Cada uno
de ellos debe ser resuelto objetivamente y en conciencia... Solo el interés de
España debe ser tenido en cuenta, y no resentimientos
partidistas." (Crisol del 2)
"Se entabló un amplio debate sobre el voto de la
mujer. Los partidos radicales, todos, se han mostrado aquí profundamente
reaccionarios. Querían conceder el voto a la mujer, pero no en la Constitución,
sino en la ley Electoral, para condicionado y hacerlo
desaparecer si les era adverso. Temen que los curas y los frailes influyan
decisivamente en la mujer... ¿Y qué hicieron entonces con su labor
anticlerical? La Cámara, por una gran mayoría, proclamó el derecho de igualdad.
Esto irritó y desconcertó extraordinariamente a los partidos
burgueses..., que están dominados por un pesimismo sombrío que los incapacita
para la lucha." (Socialista del 1 de
octubre)
Toda esta nerviosidad tenía su explicación, o su
misterio: desde el día anterior circuló la consigna de lograr de la Comisión
que retirase el dictamen, para aderezar otro, y las minorías
republicanas confiaban en ello. El ambiente parecía propicio a esta maniobra
política, de una perfecta viabilidad en las costumbres parlamentarias
republicanas, que no han variado tanto con relación a las monárquicas como
pregonaba el Sr. Guerra del Río. Durante todo el día 30 de septiembre y 1 de
Octubre se laboró activamente en favor de la conclusión de ese verdadero
"Tributo de las cien doncellas" que los sitiados republicanos
ofrecían a los socialistas a cambio de su más meditada retractación en la
rebaja de edad y sólo por renuncia generosa de los socialistas a cobrar ese almojarifazgo por
pago de la introducción del voto juvenil se salvó limpiamente el voto femenino,
no retirándose el dictamen.
Pero el fracaso de estas bien cimentadas esperanzas,
lanzadas a volea por la Prensa, explica la irritación que la misma Prensa
refleja. El espíritu de represalia de los vencidos se reflejó contra el tema
religioso. EI artículo 26 dejado para posterior difusión, era la víctima
inmediata de su resentimiento.
Los republicanos no tenían formado un criterio muy
firme sobre la materia, pues que sin recato anunciaban un "radicalísimo
cambio de actitud" en la discusión. Antes de la concesión del voto
femenino eran opuestos a la actitud radial del dictamen y de las enmiendas pidiendo
la disolución de las órdenes religiosas y la nacionalización de sus bienes;
después del voto se mostraban dispuestos. Osa una actitud intransigente y
tajante. Era un pasajero estado de rabieta intrascendente: no obstante tan
negros augurios, acogieron con júbilo y votaron con satisfacción liberadora la
fórmula transaccional presentada por el Sr. Azaña en los contornos de su
ascensión a la Presidencia del Gobierno.
Un diario tan ponderado como Crisol se
creyó en el caso de lubrificar un poco el ambiente Otros desvelaron
las causas y motivos de aquel radical criterio republicano.
Con igual criterio se podía pedir la expulsión de los joyeros y peleteros, que
acaso las fascinen más.
Pero los republicanos reaccionaron y rectificaron
también en esto. Votaron la fórmula Azaña. Una vez más se pusieron en
contradicción con ellos mismos. Se habían pasado la vida en prometedoras y
truculentas campañas pre republicanas, ofreciendo la igualdad de los sexos
y la dura acometividad contra el clericalismo y las órdenes religiosas. Llegado
el trance de actuar, rasgaron con igual inconsecuencia sus dos
postulados y votaron en contra de la emancipación femenina y del radicalismo en
materia clerical.
¡Duro destino el suyo! ¿O es que se desdibujaban
porque nunca existieron? En los días en que se discutía el programa de Acción
republicana, que proyectaba transformarse de grupo en partido para ganar fuerza
electoral, le pregunté yo al Sr. Azaña que, sentado a mi lado, presidía: ¿Vacilaría
usted en dar la batalla a fondo al problema clerical? iYo! ¡Ya lo
verá usted si llega el momento...!
Fueron buenos chicos los republicanos y no llevaron su
radicalismo faríngeo a vías de hecho. El resentimiento marcado
contra el artículo 26 se redujo notablemente en proporción, y no aplicado por
generosidad y comprensión al tema clerical, se conformó y auto limitó,
aplicándomelo a mí después, eso sí, a todo lo largo y a todo lo ancho de mis
ilusiones, ideales y posibilidades políticas. Perdido el control en aquellas
memorables sesiones de nerviosismo masculino, que trascendían del Parlamento,
floreció contra mí un estado de agresividad parlamentaria acusado en ataques,
no de principio y objetivos, sino personales y a veces bufones contra
mi intervención, no sé si esperanzados en que la interrupción, la burla y el
sarcasmo me hicieran enmudecer. Desconocían mi temple, puesto al servicio de
una causa, por lo menos tanto como se desconocían a sí mismos. Por mucho que me
doliera su actitud, que no vacilo en apellidar frenética, y mucho me dolió, no
estaba yo dispuesta a sacrificar a mi legítimo derecho al respeto ajeno, a mi
dignidad personal, incluso a mi propio porvenir político, los derechos e
intereses de todas las mujeres españolas, que tenía la pesadumbre o la
satisfacción de defender en aquellas tormentosas sesiones. Y con todo el
malestar que injustamente se me imponía, los defendí.
Aislada de todos mis correligionarios y de mis afines
ideas de la Cámara, combatida con animosidad por todos, a veces sospeché que
odiada por todos (y el porvenir me dio lamentablemente la razón en
esa sospecha), sostenida tan sólo por la minoría socialista, que a más de votar
defendió la concesión, y por algunas personalidades aisladas, sufrí arañazos o
heridas en el trance, pero logré ver triunfante mi ideal. Todo lo doy por bien
sufrido.
Fácil era darse cuenta del pensamiento de las diversas
fuerzas preponderantes en la Cámara. Yo era el eje accidental de los
encontrados sentimientos y mi voz podía increpar a los desertores y recordar su
deber a los leales. Sin la contemplación de la leal posición socialista, yo me
hubiera posiblemente limitado a una defensa académica, que afirmara y salvara
mis principios, pero hubiera renunciado a una batalla, dura e inútil por
perdida de antemano. Con aquel poderoso estímulo, yo cabalgué en mi ideal y vi
ampliarse ante mí el horizonte. Pienso que si no mi único, sí mi principal
papel fui estimular al partido socialista a no flaquear en su lealtad
a los principios, y he creído que sin mi decidida actitud,
hubiera podido estar más propicio a caer en la sugestión con que le cercaban los republicanos,
que se pasaron dos tardes, con el voto juvenil en una mano y el miedo a la mujer
en la otra, invitando a los socialistas a caer en la tentación, invitación que
con mayor desenfado en cuanto al voto femenino se le hizo dentro de sus mismas
filas por contradictores de altura y desertores de su disciplina
a la hora de votar.
Por los pasillos se extendía la ondulante captación de
fórmulas, que también llegaba hasta mí, de quien la obligada firmeza se llamaba
por muchos intransigencia. Al no avenirse los socialistas a que con sus votos
se retirase el dictamen para nuevo estudio, se afirma que resistieron a la
captación. Para allegada no se reparaba en medios ni se respetaban opiniones.
En uno de los grupos en que yo discutía afirmó D. Eduardo Ortega y Gasset
que había ya avenencia para retardar la concesión; protesté yo y contestó el
diputado radical socialista: ¡Pero si me han dicho que usted se avenía al
aplazamiento! La calidad de ciertos ataques, de los que me lamento, se reflejó
también acusadamente en la Prensa madrileña.
El más fiel exponente de esta mentalidad y de esta táctica
masculina en la discusión fue el imponderable federal D. Manuel Hilaría Ayuso.
Hemos recogido su intervención; de ella daba cuenta el diario Crisol, del
10 de octubre, en estos términos: "Resuelta la edad del voto, se
discute el voto de la mujer. Aunque al principio más parece que lo que
se discute es la edad y no el voto. El Sr. Ayuso dice cosas terribles. Quiere
que la mujer no tenga el voto hasta los cuarenta y cinco años, porque
en esa edad "se fija por los tratadistas la estandarización de la edad
crítica en la mujer latina". Estas palabras indignan a la Srta. Clara
Campoamor que arremete contra el Sr. Ayuso y le lanza con voz sorda una palabra
antiparlamentaria. Afortunadamente la discusión se eleva rápidamente hasta
culminar en una votación desconcertante. Parecía que la opinión de la Cámara
era contraria al voto femenino, y, sin embargo, se vota lo contrario.
Luego en los pasillos se oyen frases gordas: - ¡Esto ha sido una puñalada
a la República! ¡Hemos votado como unos inconscientes! Y quedan las espadas en
alto."
De esta táctica queremos deducir una enseñanza para la
mujer, mostrándole cuál será el juicio que de su mentalidad se tiene por algunos
señores del muy viejo régimen, por republicanos que sean, cuando se la combate
con armas que, por ridículas o bufas, no se atreverían nunca a emplear con un
varón. Ello acusa el concepto que de nuestra insignificancia o pequeñez se
tiene, y la imagen de mujer que estos polemistas llevan dentro. Bastará, a su
juicio, que a una mujer se la quiera rectificar la partida de nacimiento para
que pierda los estribos, olvide o abandone el ideal que
alienta, o sofoque tesis que defiende para reivindicar cosa tan importante para
la marcha del mundo cual la de la fecha en que nació ... Es un criterio de
abate del siglo XVIII, o de varón que ha soportado vecindades femeninas de
habanera, ataques de nervios y mantecado en Pombo.
En todo caso no creemos exista ejemplo más elocuente
de una posición mental masculina trasnochada que la pirueta bufa que tuvo el
mérito de arriesgar en el Parlamento el republicano federal. Y conviene a la
mujer conocer los modos y maneras de sus antagonistas, tanto
para juzgados como para aprender, ya que no han de desaparecer sino con ellos a
no dejarse vencer por lo que creen explotables debilidades femeninas.
Tiene razón Crisol, yo llamé broma
soez a la que traía al Parlamento, pero no me excedí, porque del tono de su
intervención decía en El Sol Francisco Lucientes: "El
discurso del diputado federal fue una pieza digna de Marck Twain. En los corros
casineriles de solterones no se oye nunca nada semejante...”
¡No se aquietó el eterno y pedante sentimiento de
tutela masculina con vil voto favorable de la Cámara y aquellos
parlamentarios y aquella Prensa que, según ella resalta, no economizó ataques y
agresiones a una diputada en uso de su derecho, atribuía ahora
la concesión de la galantería masculina! La cuestión es no hablar nunca en serio
de la mujer, lo que acaso es debido a una timidez invencible para hablar de
ellas y con ellas de otro tema que el de disquisiciones que algunos vanidosos
llaman de amor, aunque sólo sean de sexo. ¿Dónde estaba la galantería? ¿Era en
el campo de los burgueses republicanos, los letrados, los profesores, los
académicos, los preparados? ¡Pero si ya hemos visto que
después de cantar trovas a nuestra estulticia y a nuestra ignorancia votaron en
contra!
La galantería, si se considera perendengue
indispensable a este lado de justicia, debió anidar entonces en el elemento
obrero, en aquella que se llamó "minoría de cemento", que, con un
movimiento respetuoso y cortés recogía del arroyo, donde entre burlas y befas
la habían dejado los burgueses educados y acostumbrados por educación
aristocrática a su empleo, aquella galantería inoperante, para incorporarla al
programa marxista.
Aun los mismos periódicos que menos parecían atacar el
voto llegaban a no desentrañar la evidente importancia diferencial de las antagónicas
posiciones mantenidas por Victoria Kent y por mí, y las atribuían a ridícula
intransigencia femenina.
Del voto femenino puede decirse que gozaba de la más
absoluta impopularidad entre la mayoría de los varones; nadie creía llegado el
momento de la equidad para la mujer. Algunos llegaron a afirmar que la
concesión ni siquiera interesaba a las mujeres. El entusiasmo con que
éstas lo han ejercitado después es la respuesta a esa hipótesis, una más,
lanzada alegremente en la eterna y vanidosa explicación de la mujer, que el
hombre se ha arrogado siempre la facultad de interpretar. Espíritu sincero, me
confesó entonces D. Ángel Osorio y Gallardo que fue éste uno de los argumentos
que más le hizo vacilar. También fuera, y en torno a la Cámara, cerníase una
densa afirmación adversa, capaz de actuar sobre los diputados y bastante a
impresionar a cualquier temperamento menos impresionable que el del español, y
la Prensa no se recataba en anunciar la derrota: "La Srta. Campoamor
lucha bravamente frente a casi todos los jefes de minorías, pero la impresión
es que será derrotada", decía el Heraldo. "Segaremos
trigo verde", afirmaba La Voz, contestando a uno
de mis requerimientos a la Cámara. Y otro: “... defiende la
implantación rápida de los derechos de la mujer. Con ella votarán a favor los
socialistas, y en contra es de suponer que los demás sectores de la Cámara, que
tienen el justificado temor de que aún la mujer no está capacitada lo suficientemente
para acudir a las urnas... Se impone un poco de calma en las damas, y repetimos
nuestra creencia, que han de debutar con unas modestas elecciones municipales.
Y ya es bastante."
En los pasillos fue donde se desvistieron los
pensamientos. iCuántas palabras fuertes! ¡Y cuántas opiniones! Opinaban
todos. "iSe ha dado una puñalada trapera a la República!",
gritaba el Sr. Prieto. "Es lo más grave que se ha votado
hasta ahora, porque ha de favorecer enormemente a las derechas", decía
el Sr. Guerra del Río, que es el único elemento que ha hecho a veces vacilar
nuestras convicciones en la marcha de la mujer hacia la izquierda. ¿Tendría
razón? Porque es el caso que le han seguido votando a él.
El Sr. Companys, conversando con el Sr. Martínez
Barrios, decía que era preciso mantener a toda costa el principio
constitucional, que no significaba ningún peligro para la República, a lo que
argüía su contradictor que, sin entrar a "discutir el fondo del
asunto, había que considerar que la política se hallaba ante dos incógnitas: una
la aplicación de la nueva ley electoral con sistema proporcional, y otra 'el
sufragio femenino, por lo que era prudente no hacer las dos a la vez”.
El Sr. Sánchez Román expresaba: "Estoy
conforme con el voto a la mujer, pero mi discrepancia es solamente por cuestión
de oportunidad. Creo que no estamos aún en tiempo de someter la República
española a una experiencia tan peligrosa." "No hay, a mi
juicio, motivo alguno de preocupación, sobre todo si la República actúa con
habilidad", opinaba el Sr. Alca1á Zamora y el Sr. Maura: "No
puedo aceptar que el voto de la mujer pueda poner en peligró la República. Lo
que estimo absurdo es la actitud de las minorías."
En un grupo donde la discusión era más violenta,
exclamaba D. Pedro Rico: "Ha sido una votación inconsciente. Hasta
ahora, Alianza Republicana ha venido actuando como conservadora, como
conservadora de la República, pero roto el pacto por los socialistas, que en
esta votación se han unido a las derechas, nosotros
llegaremos a los mayores radicalismos, y si mañana se propusiese que
colgasen de los faroles a todos los frailes, nosotros y los radicales
lo votaríamos."
Le argüía el doctor Marañón que negar el voto por
entender existía el peligro de que votase a los elementos de
derecha era negar el principio fundamental de la democracia, a lo que respondía el señor
Rico que éste no era su argumento, ya que él era partidario de negar el derecho
al voto porque la mujer no había adquirido todavía la plena capacidad jurídica,
argumento que rebatía prestamente el doctor invocando los mismos
textos constitucionales que habían sido ya aprobados.
El Sr. Albornoz “se mostraba disconforme con el
voto de su minoría porque creía que la concesión del voto era necesaria en buen
principio democrático, y porque además no ve por ahora ningún peligro”. Decía
que el argumento que esgrimían algunos diputados amigos suyos, al votar contra
la concesión, era completamente débil, ya que se podía comparar con aquel otro
en que no se veían más que peligros para el sufragio universal.
"Socialistas y derechas han creído que el voto
reforzaría sus sufragios. Los grupos genuinamente republicanos
estimaban que a ello se debía ligar después de un intenso período de
preparación", argumentaba el Sr. Salazar Alonso,
que agregaba este donoso argumento: "Nadie ignora que Francia ha
sido siempre una gran escuela de democracia, y si aparta de la lucha electoral
a la mujer no es para inferirla un agravio, sino para mantenerla al margen”. ¿Para
qué otra cosa que para mantener al margen de toda intervención se niega
el voto a un núcleo determinado?
Don José Ortega y Gasset decía "que
había votado en favor porque no solamente era justo, sino también necesario.
Los mismos argumentos de peligros ocultos escuchados en la Cámara fueron los
que se emplearon en otros países y el resultado es bien patente. No hay ningún
peligro para la República con la concesión del voto a la mujer. Tantas
reaccionarias y beatas como en España, o más, hay y ha habido en Inglaterra,
Alemania, etc., y sin embargo ellas han dado una nota siempre liberal en su
actuación." y un representante por Badajoz, que votara en
contra, presumía de tener una Lysistrata.: -Me ha llamado por teléfono
diciéndome: ¡Lo sé todo! Estoy indignada. ¡ No te molestes en venir
esta noche...!
El Sr. Alba sostenía "que dar el voto a
la mujer en España era atentar contra la estabilidad de la República. Las
mujeres, en su mayoría, son derechistas. En Inglaterra, desde que
tuvieron el voto dieron el triunfo a los conservadores. Las mujeres inglesas
han terminado con el histórico partido liberal". Mal informado
andaba Don Santiago, y Ciges Aparicio, desde el diario El Sol, dio
una pequeña lección de historia política.
Lo más impresionante fue la explosión indignada de los
hombres voluminosos, cuya irritación se exhibía no menos abundante que su
físico. No fue sólo D. Pedro Rico un reflejo del Sr. Prieto, con tres o cuatro
rodajas menos. El Sr. Gomáriz y el señor Galana eran también de los más
agitados. Siempre hemos observado una enemiga irreductible a la mujer (enemiga
política y social, claro es) por parte de los hombres gordos, y una mayor
comprensión por la de los cenceños; aquí quiebra la teoría de la placidez
atribuida a los obesos. Pero consignemos, como confirmación de
la regla, que hubo excepciones notables cual las del Sr. Osorio y Gallardo,
nuestro amigo y el Sr. Guerra del Río, nuestro enemigo.
No depositó mayores esperanzas en nuestra futura
actuación la Prensa. "Milite donde milite desde ahora, la
mujer lleva a la lucha un espíritu de intransigencia y defiende siempre las
soluciones más radicales. Dígase lo que se diga, la mujer española no está
preparada para intervenir en la vida pública" "Para otorgar el voto a
la mujer española se ha alegado que ya lo tienen la alemana y la inglesa.
Bueno; pero da la casualidad de que ni la inglesa ni la alemana van al
confesonario” (Heraldo)
"No se ha otorgado el voto a los jóvenes de
veintiún años, olvidándose de que a esa edad la juventud española discierne
sobre temas políticos con más preparación y sentido que las mujeres a los
cuarenta". Esto no es del Sr. Hilario Ayuso, sino
de un periódico de ultra izquierdas. "El voto hoy en la mujer es
absurdo, porque en la inmensa mayoría de los pueblos el elemento femenino, en
su mayor parte, está en manos de los curas que dirigen a la opinión femenina,
se introducen en los hogares e imperan en todas partes. Hoy la mujer
española, especialmente la campesina, no está capacitada para hacer uso del
derecho del sufragio de una manera libre y sin consejos de nadie. Con lo que
hoy ha acordado el Parlamento. La República ha sufrido un daño enorme y sus
resultados se verán muy pronto." (La Voz de 1 de
octubre.)
"No somos enemigos de la concesión del voto a la mujer.
Estimamos que debe concedérsela ese derecho de ciudadanía, pero a 'su tiempo,
pasados cinco años, diez, veinte, los que sean necesarios para la total transformación
de la sociedad española. Cuando nuestras mujeres se hallen redimidas de la vida
de esclavitud a que hoy están sometidas, cuando libres de prejuicios, de
escrúpulos, de supersticiones, de sugestiones, dejen de ser sumisas penitentes,
temerosas de Dios y de sus representantes en la tierra y vean
independizada su conciencia. La mujer española, en general, por sus condiciones
de vida, por su educación, por los limitados horizontes de su apagada
existencia, tiene su consuelo en la fe religiosa. Su esperanza en la oración,
su refugio en la iglesia... " (La Libertad, 2
octubre 1931)
Hasta El Debate, a quien las minorías
republicanas creían tan regocijado, ¡hasta El Debate!, decía: "Y
cuidado que, con gusto, en principio, no aceptamos nosotros la concesión del
voto a la mujer. Nosotros creemos que el lugar propio de la mujer, de su
condición, de sus deberes, de su misión en la vida, es el hogar. Y nos parece
mal que de él se la arranque, y aunque en ella se fomenten o despierten
vocaciones que la atraigan a la calle. Estamos ciertos de que es desgraciada
una sociedad donde la mujer no se contenta con ser esposa y
madre."
El voto femenino pesaba como losa,
más que sobre el corazón, sobre el hígado de muchos españoles.
Llovieron las lamentaciones. La Juventud republicana de Bilbao dirigió a los
jefes de las minorías parlamentarias un telegrama de protesta por entender que
el voto femenino supone para Vizcaya el fracaso de las ideas
republicanas y el retraso por varias generaciones ¿Habrá todavía alguien que
crea hoy que es debido al voto de la mujer el atasco del venturoso porvenir
de la República?
Un artículo de El Socialista del 2 de
diciembre daba cuenta de que una de sus Agrupaciones norteñas
se había pronunciado contra la concesión inmediata, y "sus razones
no diferían mucho de las de los radicales". Y unos señores de Navarra que
escribían al Heraldo, no regateándose a si propios los
dictados de buenos y fieles republicanos, protestaban contra todos,
considerando delito de lesa patria conceder el sufragio a la
mujer. Tuvo razón más tarde El Socialista al decir: "Los
demócratas burgueses tienen miedo a la democracia... Como sabemos que todo su radicalismo
es verbalista no nos ha sorprendido lo ocurrido. Son republicanos,
viejos republicanos, defensores de la igualdad de derechos para uno y otro
sexo, pero sólo en la verborrea fácil del mitin. Luego se asustan, y cuando la
Constitución concede el voto a la mujer, no sólo como un derecho, sino como un
deber, tiemblan de pánico." (Del 2 de diciembre)
Frente a esta desbocada oposición de gran parte de los hombres
responsables del país, la mujer actuó con interés y emoción. Grupos
de ellas y de las Asociaciones concurrían a la Cámara. Algunas
afiliadas a partidos, especialmente del radical socialista. Mantenían vivas
discusiones con sus correligionarios diputados, que así
traicionaban el programa del partido.
La Asociación que fundara Benita Asas Manterala, que
siempre luchó por las reclamaciones femeninas, repartió a los diputados la
siguiente llamada: "Las mujeres españolas esperan recibir de los
diputados de la República su primera lección de ética política, al vedas
mantener las leyes que ellos votaron en el Parlamento concediéndoles el derecho
al sufragio en igualdad de condiciones que al varón. ¡Diputados! ¡Sed
consecuentes! ¡No malogréis la esperanza de las mujeres republicanas que
esperan anhelosas servir a la República con pleno sentido de responsabilidad! ¡No
despreciéis su concurso leal!"
Convencida yo de que un exceso de celo por parte de
las mujeres hubiera sido interpretado como coacción sobre la Cámara y posiblemente
utilizado contra la causa que quería servir, quebranté sin duelo todas las
iniciativas y aconsejé renunciaran a muchas actuaciones. Sin embargo, algunas
ingenuamente confiadas en que la Cámara recogiera los latidos de la calle,
elevaron a las Cortes de 25 de noviembre un escrito protestando contra la
enmienda Peñalba en el que entre otras cosas decían: "la votación
de esa enmienda haría en parte nula la votación de equidad y espíritu
democrático del día 1 de octubre, burlando la declaración del artículo 23, que
NIEGA' EL PRIVILEGIO A FAVOR DE NINGUN SEXO y del artículo 34 que concede el
derecho de sufragio EN LAS MISMAS CONDICIONES QUE AL VARON" y exponían su profunda
inquietud ante la posibilidad de una retractación poco meditada de aquel
derecho y protestaban de la afrenta que se hace a la mujer al decir que su
inmediata intervención será perniciosa o peligrosa para la República, que es
tan hija de su voluntad y entusiasmo como de los del varón."
La Prensa habló de este escrito las
Cortes ni siquiera lo mencionan e ignoramos la suerte que corriera porque de él
no hemos hallado rastro en la Cámara. Matilde Huici comentando los
"tópicos de actualidad", decía en El Sol: "Cuatrocientos
cuarenta y cinco diputados y dos diputadas. Cerca de cuatrocientos se
llaman de "ideas avanzadas". El resto defiende lo que cree la
tradición. Dejando a un lado a los familiares femeninos de 108 electores de
derechas y socialistas, quedan los núcleos femeninos de los cientos
de miles de electores burgueses, pero "de ideas avanzadas". A estos
núcleos tienen miedo los diputados. Estos hombres, los diputados
están convencidos de que entre ellos y las mujeres de sus familias y
las de sus electores se interpone otro hombre, el cura, por el cual ellos se
confiesan vencidos. Pero entonces no deberían presentarse ante sus -electores
como capaces de luchar por favorecerlos, cuando tan fáciles de vencer
son". Y glosando el temor masculino, escribía Matilde
Muñoz: "Lo abrigan precisamente aquellos que más y mejor
descuidaron el dar a la mujer conciencia de su propia responsabilidad, el valor
de su propia estimación y los que la dejaron más indefensa en poder
de sus llamados directores espirituales. El hombre de la clase media ha sido en
política más o menos avanzado, pero desde luego, en el hogar su intervención
desdichadísima ha supuesto siempre el atraco, la reacción y la rutina."
Entre el primero de octubre y el primero de diciembre,
fechas de las dos agitadas votaciones, nació también iniciada en torno mío por
un grupo de mujeres, la Unión Republicana Femenina, creada con la misión de
laborar contra el ambiente adverso al voto y organizado por las
diversas agrupaciones y por mujeres militantes en algunas partidos, celebrose
un mitin "para defender el derecho al voto de las mujeres" en el que
tomaron parte varios elementos. Victoria Kent, que opinara en el Heraldo del
10 de octubre: "En estos momentos, y si se tratara de
conceder el voto a las mujeres obreras, no vacilaría. Pero como no es sólo eso
y yo desconfío de que las mujeres de las clases media y alta sientan
la República, mi voto es resueltamente adverso a la concesión". En una
entrevista que publicaba La Voz en el mes de noviembre
justificaba así su oposición a Josefina Carabias: "Lo que yo
propugno es algo en que las derechas españolas tienen sin remedio que estar
absolutamente conformes, por el revuelo que se produjo entre ellas al
instaurarse el sufragio universal. Sostenían, y hasta
quizá no les faltaba razón, que el pueblo carecía de la preparación necesaria
para intervenir de pronto en la política nacional, que muchos de los presuntos
electores no iban a tener ni siquiera noción de lo que significaba aquello que
se ponía a votación, que el obrero, por falta de preparación, decían entonces
esas derechas, iba labrar un campo abonado al caciquismo, y otras muchas
cosas más que en este momento no recuerdo. Pues bien; yo he pensado
mucho en los argumentos de mis contrarios políticos, y he creído, como ya le he
dicho, que quizá tuvieran entonces razón. Y como ahora se presenta un
caso exactamente igual, me he dicho: ¿Cómo voy a permitir que la historia se
repita…? Muy malicioso y picarón. Afortunadamente que la derecha se
opuso al sufragio universal masculino en el siglo pasado, de no ser
así, ¡qué cantera se hubiera restado al fondo de' argumentos de muchas
inteligencias republicanas! Por extraño que parezca, esa fue la
base de la argumentación de muchos, para los cuales puede decirse que "si
no hubiera derechas habría que inventarlas".
Mas la Srta. Kent puede abrigar el convencimiento de
que acaso logró convencer a las derechas, porque ello es que retiradas de la
Cámara en primero de diciembre, ni siquiera concurrieron a elaborar con sus
votos aquella tabla salvadora de la concesión del sufragio femenino, que en
sentir de los demócratas republicanos tanto las favorecía. Se
salvó sin sus votos, pero ¡ay! también sin los de los
demócratas republicanos- Que éste ha sido nuestro gran dolor.
Clara Campoamor
El voto femenino y yo
El voto femenino y yo
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