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449. Fuerza del Manzanares




         La voz de bronce no hay quien la estrangule:
         mi voz de bronce no hay quien la corrompa.
         No puede ser ni que el silencio anule
         su soplo ejecutivo de pasión y de trompa.

         Con esta voz templada al fuego vivo,
         amasada en un bronce de pesares,
         salgo a la puerta eterna del olivo,
         y dejo dicho entre los olivares...

         El río Manzanares,
         un traje inexpugnable de soldado
         tejido por la bala y la ribera,
         sobre su adolescencia de juncos ha colgado.

         Hoy es un río y antes no lo era:
         era una gota de metal mezquino,
         un arenal apenas transitado,
         sin gloria y sin destino.

         Hoy es una trinchera
         de agua que no reduce nadie, nada,
         tan relampagueante que parece
         en la carne del mismo sol cavada.

         El leve Manzanares se merece
         ser mar entre los mares.

         Al mar, al tiempo, al sol, a este río que crece,
         jamás podrás herirlos por más que les dispares.

         Tus aguas de pequeña muchedumbre,
         ay río de Madrid, yo he defendido,
         y la ciudad que al lado es una cumbre
         de diamante agresor y esclarecido.

         Cansado acaso, pero no vencido,
         sale de sus jornadas el soldado.
         En la boca le canta una cigarra
         y otra heroica cigarra en el costado.

         ¿Adónde fue el colmillo con la garra?

         La hiena no ha pasado
         a donde más quería.

         Madrid sigue en su puesto ante la hiena,
         con su altura de día.
         Una torre de arena
         ante Madrid y el río se derrumba.

         En todas las paredes está escrito:
         Madrid será tu tumba.

         Y alguien cavó ya el hoyo de este grito.

         Al río Manzanares lo hace crecer la vena
         que no se agota nunca y enriquece.

         A fuerza de batallas y embestidas,
         crece el río que crece
         bajo los afluentes que forman las heridas.

         Camino de ser mar va el Manzanares:
         rojo y cálido avanza
         a regar, además del Tajo y de los mares,
         donde late un obrero de esperanza.

         Madrid, por él regado, se abalanza
         detrás de sus balcones y congojas,
         grabado en un rubí de lontananza
         con las paredes cada vez más rojas.

         Chopos que a los soldados
         levanta monumentos vegetales,
         un resplandor de huesos liberados
         lanzan alegremente sobre los hospitales.

         El alma de Madrid inunda las naciones,
         el Manzanares llega triunfante al infinito,
         pasa como la historia sonando sus renglones,
         y en el sabor del tiempo queda escrito.


         Miguel Hernández
         Viento del Pueblo, 1937







         

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