LA MUJER Y OTROS TEMAS
La jerarquía de la mujer
El Estado franquista y la Iglesia materializaron sus intereses sobre la sociedad, de la que trataban de obtener el consenso, a partir de su dedicación al tema familiar. Tanto para uno como para otra, la familia era la depositaria de la ideología patriarcal y autoritaria, centro de los valores cristianos. Dentro de ella, la mujer−esposa−madre constituía el eje de esta estructura, cuyo mantenimiento se convertía en su papel fundamental.
Por ello, la jerarquía eclesiástica atendió activamente la formalización sacramental de los matrimonios celebrados civilmente durante la etapa republicana. Esta fue una tarea fundamental, emprendida normalmente con ocasión de las visitas pastorales que los obispos solían hacer periódicamente por su distrito. No menos empeño se empleó en el control de los amancebamientos, forma de convivencia familiar, que, a pesar de no tener respaldo legal ni religioso, era muy habitual en los ambientes rurales.
La unión patrimonial esa severamente censurada e incluso aquellos que tras haberla practicado decidían formalizar su situación según las directrices marcadas por la Iglesia, se les daba un trato especial: el de pecadores públicos, pues sólo podían recibir el sacramento matrimonial en la sacristía, a horas inesperadas y con pocos testigos. Sin embargo, la mujer resultaba más perjudicada al no poder lucir para la ceremonia el tradicional vestido blanco, símbolo de la pureza, con lo cual, quedaba evidenciada su condición de pecadora.
Al mismo tiempo, se recomendaba a los párrocos que hasta pasados dos meses no extendieran certificación de este tipo de celebraciones matrimoniales, a los efectos del premio de nupcialidad. Para evitar caos de debilidad en la ejecución de estas directrices, los obispos recordaban a sus sacerdotes la obligación estricta de dar cumplimiento a estas disposiciones, siendo su infracción, causa de sanción.
El prototipo de mujer, el modelo femenino que encajaba con esta misión será presentado por la jerarquía eclesiástica de la siguiente forma: debía ir convenientemente vestida, es decir, con mangas largas o al codo, si escotes, con faldas holgadas, para no concentrar atenciones indebidas. La ropa no podía ser corta ni tampoco se debía transparenta.
Cuando se trataba de mujeres jóvenes, éstas no debían salir solas a los espectáculos o ir acompañadas por personas de sexo opuesto, a no ser que fueran parientes. Todo ello unido a una intensa práctica religiosa y a un objetivo claramente hogareño, del que sólo era apropiado desviarse momentáneamente por las circunstancias concretas del trabajo al que las mujeres se iban incorporando durante estos años. Esta era, además, el modelo de mujer española, explotado hasta el agotamiento.
Por otro lado, la obsesión de la Jerarquía por la moral femenina se mantuvo constante a lo largo del período, siendo más intensa durante la década de la posguerra. En todas las sedes eclesiásticas españolas, los obispos suelen coincidir en esta temática a la hora de producir sus documentos pastorales. No era extraño encontrar explícitamente el problema en las pastorales dedicadas a la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
«Y vosotras, mujeres católicas, de cualquier estado y condición que seáis, tened en grande estima vuestro pudor y recato y cuidad de conduciros y mostraros en todo momento como exige la modestia cristiana. María Inmaculada hollo con su planta virginal la cabeza de serpiente. No os dejéis seducir por esta última, que busca y procura vuestra perdición con el incentivo de modas y modos inverecundos»
A veces la circulares producidas por la máxima jerarquía eclesiástica sobre el tema de la moralidad podían igualmente haber sido producidas por la autoridad política.
En ocasiones la fijación por la modestia femenina que manifiesta la jerarquía eclesiástica, adquiere visos irónicos. Monseñor Zacarías de Vizcarra, consiliario nacional de Acción Católica, responde en 1946 a las preguntas formuladas insistentemente por devotas lectoras sobre la legalidad o no de la pintura en la mujer.
«las que padezcan enfermedades o hayan sufrido otros accidentes que hayan afeado sus lineamientos naturales pueden usar , para ocultar dichas fealdades, pinturas que imiten a la naturaleza»
Existía en este culto a la moralidad por parte de la jerarquía un profundo miedo a la mujer, un miedo clerical, y que solía obtener efectos contrarios a los perseguidos. Una de las facetas que más evidencia este problema la encontramos en la relación preventiva sacerdote−mujer. Se trataba de evitar la ocasión para evitar el pecado.
Movimiento femeninos del apostolado seglar
La inmensa tarea de propaganda contrarrevolucionaria y de recuperación de las poblaciones pervertidas no podía ser asumida exclusivamente por el poder civil y militar instaurado tras la guerra civil. La Iglesia colaboró activamente en esta sagrada función, y, como el clero era escaso, recurrió para ello, al apostolado seglar.
La reorganización de la Acción Católica en el ámbito nacional se llevó a cabo casi al estilo militar. Verdaderamente, había terminado la guerra de trincheras, pero la lucha continuaba en un nuevo frente de combate, en el terreno moral y espiritual, por ello la Iglesia llamaba a todos sus hijos para construir un ejército pacífico.
En la mayor parte de documentos generados en estos primeros años de posguerra, la jerarquía llamaba insistentemente a los fieles a integrarse en la Acción Católica, cuyo apostolado era presentado a los mismos por su semejanza a una santa cruzada de restauración de todas las cosas de Cristo, un parecido muy extendido en el momento.
La evolución de los derechos de la mujer
La reforma del Derecho de Familia es la que ha devuelto a la casada su condición de persona, al recuperar la misma aquella capacidad de hacer lo que a lo largo de los siglos le había ido siendo suprimida por distintas normas legales hasta el extremo de dejarla convertida en un ser nulo, arrebatado de bienes y totalmente dependiente de su marido. Esta situación fue la que nuestro Código Civil napoleónico recogió, aumentó y aseguró, al ser promulgado en el año 1889.
Cabe destacar que en una época como fue la de finales del siglo pasado, de manifestación de ideológicos cambios sociales, no se prestase por legislador que participó en la elaboración del Código la atención que merecían las nuevas corrientes de opinión. Sobre la emancipación de la mujer invadían Europa y América, provocadas por las presiones de los grupos feministas, principalmente cuando también en España se dejaba percibir la opinión de Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán. Estas corrientes ideológicas habían producido ya resultados satisfactorios como los de la Ley de la Propiedad de la Mujer Casada, mediante la cual se autorizaba a la mujer casada para administrar y disponer de lo que adquiría con las ganancias de su trabajo.
En una sociedad cuya base y sustento sea la tradicional familia patriarcal, y base de dicha familia, la mujer, cualquier reclamación de cambio que pueda alterar el sistema aún produce en los estamentos políticos y religiosos basados en él, un marcado rechazo que les incapacita para aceptar la realidad social y adaptarse a ella. Este derecho, garantía y seguridad de un orden político y social de raíces religiosas, era considerado como algo sagrado e intocable que nadie podía cuestionar, y toda la legislación, tanto civil como penal, de trabajo, etc., estaba orientada en este sentido como garantía de estabilidad.
Tan idealizada estaba la familia patriarcal que las posibilidades de cambio llenaba de inquietud a las propias mujeres. Así, la mujer buscaba su liberación pidiendo igualdad en todos los ámbitos, y no iba desencaminada, pues el legislador estaba dispuesto a ceder en estos terrenos antes que en el de la autoridad familiar.
Crisis del patriarcado
El nuevo feminismo ha atacado fundamentalmente la sociedad patriarcal, y la cultura creada por ella, porque en sus soportes ideológicos y en sus instituciones básicas, la familia y el matrimonio, residen los principales elementos que oprimen a la mujer moderna. Dentro de la familia, la mujer tiene una doble función: la de reproductora y educadora de la familia y la de productora de bienes domésticos. La ideología dominante ha exaltado esta doble función, anteponiéndola a otra opciones. Por el contrario, las funciones de padre y marido no son excluyentes, pues el hombre, además, es considerado un ser social con otras muchas actividades, que puede influir, según la clase a la que pertenece, en el mundo exterior.
En la familia se acepta el poder del padre, y el deber de la madre es hacer de mediadora de este poder ante los hijos. La ley patriarcal se introduce, como símbolo, en la jerarquía social, en la cultura, en las costumbres y en el propio lenguaje.
Se ha creado la familia como célula básica de la sociedad, y a partir de ahí se organizan todas las estructuras sociales, jerárquicas y dominadoras. El padre es el creador, el que actúa, mientras que la madre es la que siente y la que transmite este sistema de valores. La ley, a su vez, los recoge dando todo el poder primero al padre y luego al marido. Y aunque la madre gane dinero propio en el trabajo fuera del hogar, lo que prevalece es la aportación económica del padre, y por lo general ella sigue dependiendo, social y psicológicamente, del marido. Algunos psicólogos opinan que el marido puede sentirse inferior si la mujer tiene una economía independiente y lleva una vida autónoma como ser social.
Sin embargo, el valor productivo de la familia tradicional ha decrecido, y se sigue manteniendo el valor moral de la institución familiar, a pesar de su incoherencia y desfase. La familia está desapareciendo como un grupo de intereses comunes, formado por abuelos y parientes cercanos, para convertirse en un grupo pequeño: se trata del matrimonio y un número de hijos cada vez más reducido. La mujer poco a poco, va dejando de ser la administradora de los bienes comunes, a la vez que se le arrebata su función de educadora de los hijos al rebajarse la edad escolar. Los electrodomésticos reducen considerablemente sus horas de trabajo en la casa y sus funciones dentro de la familia prácticamente desaparecen cuando los hijos se independizan. Este nuevo modelo de familia no se corresponde con los cambios sociales y económicos de las sociedades industriales avanzadas y solo se mantiene en base a una ideología que la define como el único lugar donde es posible el desarrollo de la vida personal e íntima. La familia se convierte en el mundo privado, intocable, donde, en teoría, se rompe el control jerárquico de la sociedad externa, competitiva e individualista. De ahí que la mujer siga adaptándose a sus papeles de esposa y madre a través del matrimonio monogámico. La familia, además, otorga prestigio al hombre en el mundo público. La sociedad española rechaza otras posibilidades de relación, sean grupos o comunidades, porque se piensa en muchos casos en los hijos como un valor productivo para el futuro.
Antes, la familia era básicamente un pacto social que garantizaba la supervivencia de la especie. La casa y el trabajo no estaban separados y tanto la mujer como el hombre cumplían unos roles sociales específicos que hacían posible, económicamente, la institución familiar. Pero el mundo personal va obteniendo notabilidad y se une la antigua idea del amor con la del matrimonio. Para que se mantenga como defensa de amor y ternura, es imprescindible que la mujer acepte, como esencial, su papel de esposa y madre. La mujer mantiene la vigencia de la familia porque significa un seguro económico de por vida. Para el marido, es el último refugio donde encuentran cobijo sus necesidades afectivas y se disminuyen sus miedos. Al empezar a luchar por su liberación, las feministas cuestionan la familia tal y está establecida porque es el centro de su anulación como ser social. Quieren dejar de ser transmisoras de los valores patriarcales e introducirse en todos los sectores de la sociedad a partir de su propia autonomía.
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