A lo largo de la II República la mujer alcanzó cotas de presencia en la vida social y política del país desconocidas hasta entonces. La guerra civil enfrentó a los españoles en una lucha de ideas y entre clases en donde cada bando contendiente tenía su visión de la realidad con una multiplicidad de ramificaciones en la zona republicana, mucho más monolítico en la zona franquista.
Esa división alcanzó también a la mujer
que se convirtió no sólo en punta de lanza de los discursos oficiales de los
dirigentes de ambas zonas, sino también en el elemento clave que iba a
sustituir, como ya había ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, al hombre
llamado a filas en las faenas agrícolas e industriales. Hacia falta que los
campos rindiesen más, la industria bélica reclamaba un incremento continuo en
la producción de armamento y de municiones, se tenían que coser a marchas
forzadas prendas para los combatientes y había que alimentar a una desvalida
población de niños, ancianos, mutilados, soldados convalecientes en la
retaguardia.
El carácter de revolución popular que
revistió la guerra en la zona republicana en los primeros momentos de la
sublevación, hizo que las mujeres, alentadas por un discurso igualitario en su
participación en la guerra junto con el hombre, se alistaran en los batallones
y cuerpos de milicias que de forma voluntaria se organizaron desde los primeros
días. Pronto, sin embargo, un decreto de octubre de 1936 por el que se
reorganizaban las Milicias Populares dispuso, entre otras medidas, la retirada
de las mujeres de los frentes y su reclusión a tareas auxiliares en el frente
(de intendencia y servicios) o a las que tradicionalmente había desarrollado en
situación de paz, en retaguardia. Muchas mujeres no aceptaron esta retirada y
continuaron luchando, pese a tenerlo prohibido, durante algunos meses más. Como
siempre había ocurrido, afrontaron los mismos riesgos y peligros que los
hombres, pero siempre tuvieron que demostrar que eran doblemente heroicas y
abnegadas, porque heroica a secas no bastaba. Nombres como los de Lina Odena.
Aida Lafuente, Juanita Rico, Manolita del Arco o Rosita la Dinamitera, por
poner algunos ejemplos, perduran en la memoria histórica (de las mujeres)
aunque no aparezcan en los libros que se escriben sobre la guerra civil [1].
En la retaguardia las mujeres se
dedicaron a tareas de cuidado de enfermos, niños, ancianos, intendencia, labor
educativa en las escuelas. También fueron reclamadas para “servicios especiales
de información (espionaje, transporte de armas, enlaces). Junto a esto, la
mayoría de ellas, convertidas en cabezas de familia por la movilización de
padres, hermanos, esposos, tuvieron que ingeniárselas para sacar adelante a la
familia a su cargo trabajando en lo que podían y teniendo que recurrir en
muchas ocasiones a la prostitución para sobrevivir. Además, en la zona
republicana, el avance de las tropas franquistas y las sucesivas caídas de los
frentes llevó a las mujeres a desplazamientos de unos lugares a otros, cargadas
con las escasas pertenencias que podían llevar a cuestas y con los hijos.
Recogidas en refugios, iban a participar en las tareas de evacuación y
desarrollaron una labor positiva en las colonias escolares que se crearon,
sobre todo en Levante y Cataluña, para alejar a los niños de los escenarios de
la guerra. También fueron en su mayor parte mujeres quienes acompañaron a los
niños en las expediciones colectivas que se organizaron durante la guerra a
varios países europeos (Rusia, Suiza, Bélgica, Francia e Inglaterra).
Muchas mujeres se habían incorporado a la
lucha política y sindical en los años de la República. Ahora siguieron
participando en mítines y otros actos de propaganda en pro de la causa
republicana. Uno de los grupos más activos fue el de Mujeres
Libres creado en
abril de 1936. Este grupo y la revista del mismo nombre había sido fundado por
Lucia Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch Gascón. Vinculado al
Movimiento Libertario (ML), tenía como principales objetivos la liberación de
la mujer y su integración plena en todos los campos de la actividad económica,
social y política, lo que incluía su participación no sólo como militante de
base en la sindical obrera Confederación Nacional del Trabajo (CNT), sino
también en los diversos organismos de dirección de la misma. Dadas las
diferentes concepciones que sobre la función de la mujer existían dentro del
ML, las reivindicaciones de Mujeres Libres y su postura ante la cuestión femenina
fue criticada en el seno de la CNT y faltó apoyo para que algunos de sus
propósitos pudieran lograrse. No obstante su labor durante la guerra en la
retaguardia fue enormemente positiva y el espíritu que las animaba acompañó a
la mayor parte de ellas en el exilio [2].
La militancia de la mujer en la guerra
llevó a muchas a la cárcel, otras fueron fusiladas. A esto hay que unir la dura
represión a la que fueron sometidas en los primeros años de la posguerra muchas
de las que se quedaron y las que tuvieron que partir hacia el exilio, que son
ahora nuestras protagonistas.
La historiografía
sobre el exilio de las mujeres.
Si repasamos la extensa bibliografía
sobre el exilio republicano español de 1939 apreciamos que el hombre es el eje
central de los acontecimientos históricamente significativos, tanto en los
libros en los que predominan las cuestiones políticas como en aquellos con una
proyección social y cultural. Esto se ve muy claro en lo que se refiere a la
participación de los republicanos españoles exiliados en Francia en la Segunda
Guerra Mundial y, más en concreto, a la historiografía sobre la Resistencia. Y,
sin embargo, cuando rastreamos las fuentes para intentar reconstruir todo ese
mundo complejo y clandestino de la lucha contra los alemanes en la Francia
ocupada y de la deportación a los campos de exterminio nazis, no hacemos más
que toparnos con nombres de mujeres anónimas que no aparecen en ningún
monumento ni lápida conmemorativa. Remito en primera instancia al estremecedor
libro de Neus Català, De la resistencia y la deportación.
50 testimonios de mujeres españolas [3]. Los testimonios orales que recoge, junto con la fuerte carga
emotiva de las fotografías, nos dan una idea diferente y a la vez
complementaria de lo contenido en otros libros que abordan estos temas escritos
por protagonistas (hombres) de los hechos o por historiadores que hacen uso de
la fuente oral. Un reciente artículo de María Fernanda Mancebo sobre “Las
mujeres españolas en la Resistencia francesa [4] nos aporta valiosa
información complementaria sobre un tema todavía muy poco conocido en lo que se
refiere a las mujeres.
En dos libros de los últimos años podemos
calibrar la importancia de la fuente oral (es evidente que junto con otras
fuentes) para la reconstrucción del entramado del exilio y, sobre todo, del
papel jugado por la mujer en el mismo. Uno es el de Ingrid Strobl, La
mujer en la resistencia armada contra el fascismo y la ocupación alemana,
1936-1946 [5], interesante porque no sólo vemos a la mujer participando en la
Resistencia como enlace, distribuyendo octavillas..., sino que la contemplamos
luchando con las armas como guerrillera. Los problemas que la autora ha tenido
para reconstruir esta historia de mujeres anónimas que arrastraban el triple
estigma de ser comunistas, mujeres y judías, los relata en el prefacio que abre
el libro. El segundo, al que volveremos más adelante, es el de Pilar Domínguez
Prats, Voces del exilio. Mujeres españolas
en México, 1939-1950 [6].
Recientemente Shirley Mangini ha
publicado un libro sobre Recuerdos de la Resistencia. La voz
de las mujeres de la guerra civil española [7], en donde trata de reconstruir la percepción que las
protagonistas tuvieron de los acontecimientos que vivieron. Un capítulo final
lo dedica a las exiliadas. Su mundo de representación lo revive a través de una
serie de textos memorialísticos escritos por algunas de ellas. A colación de lo
que estamos escribiendo, es curioso constatar como aquellos libros en los que
la mujer aparece con una relevancia inusual o como protagonista de
acontecimientos históricos, están escritos por mujeres. Lo mismo ocurre con los
libros de testimonios en los que la fuente principal es la fuente oral. Un
libro ampliamente utilizado por quienes trabajamos en estos temas es el de Antonio
Soriano, Éxodos. Historia oral del exilio
republicano español en Francia, 1939-1945 [8]. De los diecisiete testimonios que recoge, uno sólo es de una
mujer, el de la modista Rosa Laviña.
Francia y México fueron los dos países
fundamentales de acogida de los republicanos españoles de 1939. Aunque hay una
notable diferencia en cuanto al volumen de refugiados asentados en uno u otro
país, las características del exilio mexicano ha propiciado una más extensa
bibliografía que se refleja también en lo que concierne a las mujeres. No hay,
por ejemplo, para Francia o para la Unión Soviética un libro similar al de
Pilar Domínguez. Si en cambio podemos rastrear el itinerario que se vieron
obligadas a seguir una serie de republicanas españolas por Europa hasta la
llegada y asentamiento de la mayor parte en México a través de sus propios
testimonios escritos y recogidos en el libro colectivo: Nuevas
raíces. Testimonios de mujeres españolas en el exilio [9].
Un intento de visión interrelacionada de
las categorías de género (hombre/mujer) y de espacio (privado/público) la
tenemos en el proyecto de elaboración de un Archivo de historia oral sobre
Refugiados españoles en México (Guerra civil y exilio), iniciado en
1977, por una serie de investigadoras (hijas de refugiados o vinculadas a este
colectivo): Concepción Ruiz Funes, Enriqueta Tuñón, Elena Aub, María Luisa
Capella... y coordinado por Dolores Plá. Componen el Archivo ciento veinte
entrevistas (setecientas horas de grabación y unas veinticinco mil páginas de
transcripciones mecanografiadas) de las que ochenta y cuatro son a hombres y
treinta y tres a mujeres. Sobre la base de este material se han publicado una
serie de estudios. Uno de los más recientes es el de María Luisa Capella:
Identidad y arraigo de los exiliados españoles (Un ejemplo: Mujeres valencianas
exiliadas) recogido en el libro El exilio valenciano en América.
Obra y memoria [10]. Hablando con Concepción Ruiz Funes en México, en noviembre de
1996, me aludía a un trabajo que había escrito y que estaba en prensa en el
que, utilizando también como fuente básica estas entrevistas, analiza lo que
significó para las exiliadas españolas el descubrimiento de la cocina mexicana
y la manera como la habían ido incorporando a la forma de cocinar que traían de
España que, a pesar de todo, se preservó aunque las fabes no fueran como las
asturianas, el aceite como el de Jaen o el arroz y los garbanzos como los de
Valencia y Murcia.
Hacia y en el exilio
Hacia y en el exilio
El éxodo de finales de enero y principios
de febrero de 1939 condujo al Departamento francés de Pirineos Orientales a un
contingente de población que se sitúa en torno a las 465.000 personas. Su
procedencia geográfica era muy diversa con un predominio de catalanes y
aragoneses, también se daba una diferenciación social, profesional y en cuanto
a la adscripción política. Era todo un colectivo el que se veía obligado a
exiliarse, pues, junto a los restos de un ejército en derrota, a los dirigentes
políticos, a los cuadros de la administración republicana; iban mujeres, niños,
ancianos... No hay datos exactos sobre el volumen de mujeres y niños que
formaban parte de este éxodo. Javier Rubio [11] estima que de esa
cifra mencionada, unas 170.000 eran población civil. Se conservan numerosos
testimonios orales, escritos, iconográficos, sobre la forma precipitada como
huyeron y pasaron la frontera. Más adelante recogemos uno significativo y
extrapolable a la masa anónima de mujeres que pasaron la frontera.
Nada más pasar a Francia, los españoles
eran agrupados en campos de selección. Se producían entonces las separaciones
familiares. La mayoría de las mujeres y niños eran conducidos en camiones o
trenes hacia distintos pueblos del interior de Francia donde eran alojados en
improvisados refugios. Una parte acabaron en los campos de la arena. Muchas,
desesperadas por las condiciones en las que se encontraban, claudicaron ante
las presiones que ejercía el gobierno francés para que retornaran a España. En
unos casos estos retornos fueron voluntarios, pero en otros, mujeres y niños
fueron llevados sin su conocimiento en trenes a la frontera y allí entregados a
las autoridades españolas. “En Le Mans, recuerda Rosa Laviña, nos pusieron en
el tren sin decirnos adónde nos llevaban. Menos mal que entre nosotras había
mujeres más curtidas, de cierta edad, y en las estaciones observaban el
itinerario, dándose cuenta de que nos llevaban hacia la frontera española. Como
entonces ya se sabía el caso de refugiados vascos que se los habían llevado a
España sin decirles nada, empezó a armarse un follón de órdago (...).
Efectivamente, nos paramos en Perpiñán, y allí nos informaron de que las que
quisieran ir a España, las llevarían a España; y las que no, se quedarían aquí,
pero en un campo de concentración. Así ocurrió [12].
Junto a este deseo de fomentar el retorno
a España, el gobierno francés trató de alentar la reemigración a terceros
países. En los primeros momentos del éxodo, los republicanos españoles
resultaban unos elementos gravosos y molestos. Más tarde se vería su utilidad,
sobre todo en el caso de los hombres. En esta reemigración, el país que acogió
un mayor volumen de refugiados fue Francia, unos 22.000 entre 1936 y 1948.
Según se recoge en el libro mencionado de Pilar Domínguez, resulta difícil
cuantificar, en el conjunto de esa cifra, el número de mujeres y niños. En su
investigación trata de reconstruir la vida de las mujeres españolas exiliadas
en México, sobre la base de las concepciones que se han impuesto en los últimos
años en el ámbito de la historiografía femenina en torno a la categoría de
género. El punto de partida fue la selección de una muestra significativa de 48
mujeres y 5 hombres a los que entrevistó en profundidad. Con objeto de
completar esta muestra, Pilar Domínguez consultó las transcripciones de esas
entrevistas que forman parte del Proyecto de Archivo de la Palabra al que hemos
aludido, así como una muestra de 1.500 expedientes del conjunto de 7.920
expedientes del Archivo de la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles
(JARE). De la consulta de esos expedientes se desprende que el número de
mujeres adultas incluidos en los mismos es de 6.330. A esta cifra hay que
añadir la de los datos referidos a las ayudas concedidas por el Servicio de
Evacuación de los Republicanos Españoles (SERE), con lo que se llega a una
cifra aproximada de 8.000 mujeres como integrantes del colectivo de
republicanos españoles en México.
En cuanto a las características
sociodemográficas y profesionales, el grupo de edad más numeroso era el
comprendido entre los 25 y los 40 años, con un predominio de las mujeres
casadas. Procedían en su mayoría de Cataluña, Castilla la Nueva y Andalucía Un
gran porcentaje, sobre todo de mujeres casadas, se dedicaban a sus labores y
poseían una baja cualificación, sólo estudios primarios, a veces sin terminar.
Las que trabajaban, se concentraban en el sector industrial (industria textil)
y en el sector servicios en el que destacaba una minoría cualificada de
maestras, intelectuales y profesionales. Aunque es una investigación que está
pendiente, pienso que estas características que configuran el grueso del
colectivo de mujeres exiliadas en México también se puede extrapolar al caso
francés, aunque con determinadas matizaciones y diferencias significativas de
acuerdo con el distinto contexto histórico de ambos exilios.
Como también señalamos, en los años de la
Segunda Guerra Mundial, las españolas que estaban en Francia tuvieron que
ingeniárselas como pudieron para sobrevivir. Junto a la población francesa,
sufrieron las consecuencias de la débâcle. Ya mediante una carta de 11 de
septiembre de 1939 dirigida desde el Ministerio del Interior francés a los
Prefectos, se indicaba que en los albergues se diera prioridad a la población
francesa evacuada frente a otros extranjeros, entre los que estaban los
republicanos españoles. Una Orden de abril de 1940 decretaba el cierre
definitivo de todos los albergues. La disyuntiva para las mujeres y niños que
se encontraban en los mismos eran el retorno, la reemigración a un tercer país
o la supervivencia clandestina. Una parte de las mujeres fueron internadas en
campos represivos por su militancia política, por estar indocumentadas o por su
rebeldía. Fueron, de otro lado, activas colaboradoras en la Resistencia. No
participaron en actos heroicos, no fueron condecoradas, pero hicieron posible
que sus compañeros los llevaran a cabo.
Recuerda Bárbara (Libertad) Rocafull:
Cuando yo fui la última vez a la cárcel a ver a mi marido habían caído nueve
camaradas, los nueve pasaron por la cárcel. [Cuando fui a la cárcel] llevaba a
mi niña porque entre las trenzas del pelo le metía cosas para su padre y su
padre, cuando iba, la abrazaba, la besaba, le soltaba el pelo y cogía... (...).
[Y buscando a mi marido] me voy al ‘bureau’ de los alemanes. Me habían encargado
los guerrilleros que pasara por el café de la Gare (de Toulouse) que tenía una
maleta a recoger. Yo era un enlace entonces [1943]. Pasé por el café de la
Gare, me dieron una maleta y con mi maletita ¡eh! fui a la estación, al
‘bureau’ de los alemanes (...). Y pregunté por mi marido (...). Me dicen: ‘su
marido no sabemos donde está señora, márchese usted tranquila que si algo
sabemos le comunicaremos’. Me bajé, cogí mi maleta, cogí el tren y me fui al
Ariège, con mi maleta, escasamente hablaba mi niña entonces. Llego al tren,
puse mi maleta, vienen los gendarmes, los alemanes, a mirar a la gente, a pedir
la documentación. Yo iba sin documentación, pero llevaba un papel de la
alcaldía que me habían recogido la documentación. Vienen y [mi niña dice]: ‘esta
es la maleta de mamá’. Y ellos dicen: ‘pues puesto que es la maleta de mamá
nosotros no la vamos a tocar. ¡Ay!. Yo no sé como me pude resistir. Los
alemanes miraron todas las maletas menos esa y bajé con la maleta y había
metralletas desarmadas en la maleta [13].
Terminada la guerra, las exiliadas que se
quedaron en Francia o en otros países de Europa y América, tuvieron que
adaptarse necesariamente al país de acogida, volviendo otra vez a su mundo
privado y cotidiano, a ese tejer la vida de los demás a base de destejer la
suya propia (destino común de las mujeres). Fueron ellas quienes trataron de
recomponer en modestos hogares, alquilados en su mayoría, en pensiones o en
pisos compartidos; el mundo que habían perdido. Ellas preservaron la lengua, la
cocina, las costumbres de su país y a su vez, de forma natural y callada,
incorporaron los hábitos del país de acogida. Fueron pieza clave en el proceso
de integración de los hijos, a la vez que hacían más llevadero el sentimiento
permanente de provisionalidad, el obligado exilio sin fin de los hombres. No
solían participar en las discusiones políticas de los hombres. Escuchaban y
asentían. El marido tenía su tertulia en el café, ellas se reunían en las casas
y aquí hablaban de los hijos, de lo cara que estaba la vida... Eran
protagonistas activas en los actos culturales colectivos y en las excursiones
domingueras (jiras). En suma, siempre presentes, pero invisibles en su rico y
poco conocido mundo privado [14].
Teresa Gracia, una
niña en los campos de concentración en Francia
Teresa Gracia es escritora y también de
los pocos niños de la guerra civil española que ha vivido y después hablado
sobre su experiencia en los campos de concentración franceses de
Argelès-sur-mer y de Saint Cyprien. Fue a estos campos con su madre, buscando a
su padre. En julio de 1995 la entrevisté en su casa de Madrid, una casa del
siglo XIX, en pleno centro, junto a la calle Huertas; en el cuarto piso al que
se accede por una empinada escalera, en una zona abuhardillada que se
corresponde con el tejado de la vivienda. Allí, en una pequeña habitación de
techo inclinado y con una abertura a modo de lucernario por donde penetra la
luz, plasma sus recuerdos en el papel utilizando todavía una máquina de
escribir de los años cuarenta. Escribe poesía. Tiene un hermoso libro, Destierro,
con prólogo de María Zambrano [15] y obras de teatro. La
que aquí nos interesa mencionar es Las Republicanas,
escenificación dramática de sus recuerdos que, a la vez, quieren ser los
recuerdos de todos los niños que se vieron abocados a su misma experiencia.
Las Republicanas, tal y como escribe
Teresa en el pórtico de la obra es una Tragedia, tratase del último suspiro,
convertido en palabra, de quien está fuera de su elemento. Debido a la magnitud
del texto, se han necesitado gran cantidad de peces cuyos nombres no podemos
dar aquí; pero sépase que cada una de nuestras heroínas recuerda la gloria de,
por lo menos, un banco de sardinas [16].
Lo que recojo aquí no es una trascripción
literal de la entrevista en el sentido estricto del término [17]. Si que he respetado fielmente el contenido de la misma, pero
he procurado impregnar el diálogo mantenido entre las dos de la cadencia
poética y de la sensibilidad estética que aflora en el habla de Teresa. El tono
de su voz, la manera como se expresa, los silencios, las metáforas, las frases
que convierte en hermosos versos capaces de iluminar hasta lo más doloroso del
alma...; todo esto lo he intentado transmitir a través de una narración que
arropa los recuerdos de la protagonista. Para entender mejor el cómo y el
porqué de su presencia en los campos me remonto al día en que nació, el 22 o el
23 de enero (sus padres nunca se pusieron de acuerdo sobre este extremo).
Nació en Barcelona, en 1932. Su padre,
capitán de artillería, era aragonés. Su madre de Burgos. Fue hija única y
silenciosa. Pasó unos meses, ya niña, en un internado de monjas teresianas y
después su padre la mandó a un internado donde estaban hijos de anarquistas.
Sus recuerdos de la guerra: los bombardeos. Su abuela paterna la enseñó a leer
y a escribir, con lo que salió de España, gracias a su abuela y a Dios,
sabiendo leer y escribir. Un buen soporte. Salió de Barcelona el 23 de enero de
1939, con su madre, una tía y un primo. Me dice, interrumpiendo el relato, ve
preguntándome, los recuerdos se me presentan todos a la vez, como si quisieran
tener su ración de presente. Recuerdo el entierro de Durruti, la cantidad de
gente.
Durante la guerra, en la escuela, la
maestra decía a los niños que se pusieran debajo de las mesas. Evidentemente si
caía una bomba no tenían nada que hacer, pero las mesas les podían proteger de
la metralla y de los cristales rotos. Ya de mayor, en Roma, se compró una mesa
porque le recordaba a las de la escuela. Todavía la conserva. Recuerda también
el sentimiento de culpabilidad ante los camiones de muertos. Eran conscientes
de lo que pasaba. Los niños entonces éramos muy serios. No se acuerda, en
cambio, del lugar de donde salieron, pero si que estaban en lo alto de una
loma, su madre, ella, su tía y su primo. Su tía estaba llorando por la colcha
que dejaba. Y desde allí se veía el incendio de Barcelona, desapareciendo...
Cuando salieron de Barcelona un camión
les llevó cree que a Besalú y a partir de aquí a pie, hasta la frontera. Teresa
llevaba alpargatas y se la llenaron de barro. Llegó a la frontera con barro
español, ¡qué algo es algo!. Llegó con frío, llovía y había charcos de agua de
los que bebían, o al menos ella recuerda haber bebido de un charco. Por una
casualidad pasaron la frontera detrás de Federico Urales, tenía el pelo blanco.
Muchas mujeres iban con su ajuar. Mi madre durante veinte años estuvo hablando
de sus sábanas y preguntándose que habría sido de ellas. En los borde de los
caminos, hacia la frontera, había montones de maletas abiertas con ropa
abandonada. Se abrían las maletas para sacar algún recuerdo y se dejaban por el
camino porque no se podía con el peso. Entonces, las mujeres echaban una última
mirada de cariño a su ropa bordada y seguían para arriba.
Pasamos la frontera a pie. Habíamos
estado andando dos días. Mamá tenía un bote de leche condensada para cuatro
personas. De ahí la sed y la necesidad de beber en los charcos. Hacia la
frontera se iba tristemente, aunque con cierto valor. No me di realmente cuenta
de la situación hasta que llegué a la frontera y vi a los franceses. Allí tuve
una crisis de histeria y de llanto y dije que me volvía para atrás, yo sola.
Fue el momento del paso de la frontera, cuando vi que los gendarmes hablaban
una lengua endiablada, que estaban de muy mal humor, que nos separaban con el
allez!, allez!. Yo entonces dije que me volvía y lástima de no haberlo hecho.
Los franceses corrían más que yo.
A algunas mujeres y niños nos metieron en
trenes y nos iban parando en pueblos en los que nos bajaban por grupos.
Llegamos a un pueblo. Mi tía iba llorando porque desde el asunto de la colcha
no había dejado de llorar. Eso me inspiró varios parlamentos. Nos bajaron en un
pueblo, creo que del Macizo Central, que se llamaba Saint Simón y nos llevaron
a un albergue. Entre las mujeres había una sordo-muda de ojos azules. Se decía
que era hija de un marqués, casada con un socialista que se la había llevado al
exilio. Su desesperación era que los niños no supiesen leer ni escribir, así
que entre las dos les enseñábamos. Ella dibujaba las letras y yo las decía en
voz alta.
En el albergue dormíamos los cuatro en
una habitación. A los niños nos llevaban a una escuela del pueblo, pero el
maestro, desesperado de que no le entendiéramos, se ponía a tocar el violín.
Los niños españoles estábamos solos en un aula. Los niños en España llevábamos
batas blancas, en Francia llevaban batas negras con un tipo de calzado que les
daba un aire muy triste. Tomábamos mucha leche y patatas, que era lo que
producía el pueblo y nos daban algo de ropa. Las mujeres estaban preocupadas
por sus maridos y compañeros. Se ocupaban de la cocina, limpiaban, lavaban la
ropa... Hablaban muy poco de lo de España y menos delante de los niños. Las
mujeres de aquí eran anarquistas y en cuanto a su procedencia, en su mayoría
catalanas, andaluzas y aragonesas. Lo que peor recuerdo es la cuestión del
tiempo.
En diciembre de 1939 entramos
voluntariamente en el campo. Antes nos habían llevado a otra ciudad, Aurillac,
y estábamos en hoteles esperando. Mi madre aquí se enteró, no sé como, de que
mi padre estaba en Argelès (mi tío José se encontraba en la línea Maginot). Y
muy democráticamente me dijo: ¡fíjate!, vamos a votar si entramos o no
voluntariamente en los campos. Yo le dije que si y me alegré porque así
compartimos la suerte de muchos de nuestros compañeros. Entonces nos escapamos
porque donde estábamos era una residencia vigilada y nos fuimos, mi madre y yo,
de tren en tren, con prohibición absoluta de hablar, hasta llegar a Perpignan y
desde aquí, a pie, a los campos. Yendo creo que al de Saint Cyprien (habla de este campo y del de Argelès
indistintamente), vimos a los bordes del camino, me pareció, miles de
crucecitas. Cuando estábamos
llegando al campo mi madre apretó el paso. En la puerta tuvimos que esperar
porque, si era difícil salir de aquel lugar, también era difícil aceptar por
parte de ellos un rasgo de moral en nosotros. Teníamos que ser salvajes,
bestias, asesinos...
Estuvimos muchas horas sin que aceptasen
nuestra entrada hasta que, por fin, nos metieron a empujones en una barraca
donde había arena negra y mojada. Recuerdo que era el 25 de diciembre porque
mamá lo decía constantemente. Hoy es el día de Navidad, recuérdalo... Y yo lo
recordé, claro. Y una mujer que estaba allí se levantó y nos dio una manta. Y
así empezó la solidaridad. Estábamos en un campo de mujeres y niños, podíamos
ser miles, guardo el recuerdo de multitud. Las alambradas entraban en el mar
para impedir las fugas, más de dos metros, hasta donde ya no se hacia pie. No
recuerda que nadie se bañara en aquel mar. Lo cargaron de unas intenciones
enemigas que seguramente no tenía, pero... No había nadie tomando el sol, ni
bañándose. Los retretes eran pequeñas casetas y por un tubo salían los
excrementos hacia el mar. Luego bebíamos de ese agua y venían las diarreas,
sobre todo en los niños. No había ningún cuidado médico. Había una mujer
enferma de diabetes que no le daban nada, pero ella tenía un tesoro: unas
tijeras con las que abría a los niños las llagas de la sarna. La sarna empieza
con unos granitos exteriores y luego los ácaros se meten por debajo de la piel
y forman ampollas y esas ampollas las abría con las tijeras y vaciaba todo el
líquido y luego lo limpiaba con agua del mar. Y esa fue la cura que tuve
durante un año
Cuando llegamos al campo ya había unas
barracas. Nos dieron un plato de aluminio. Uno de los trabajos a los que nos
dedicábamos los niños en verano era a barrer la arena, a rastrillar, decíamos
nosotros. Cada barraca tenía dos puertas, después nos hicieron con madera y
entarimados el pasillo central, los pequeños habitáculos y luego conseguimos
dormir sobre algo. Al principio dormíamos en el suelo, todos juntos. Su madre
tiene todavía la manta que le dio una mujer andaluza. Los franceses no nos
dieron nada. Los niños jugábamos en el campo, ¡ya me dirás a qué con el mal
humor que teníamos!. Los juegos útiles consistían en amontonar la arena contra
las barracas para impedir que entrara el viento. Niños y niñas mezclados y de
todas las barracas. Jugábamos al juego del clavo y de la navaja.
Tiene un vago recuerdo de la celebración
de las misas los domingos. En la explanada los hombres y las mujeres estaban
separados por una barrera de gendarmes, pero la presión de unos y otras la
rompía y allí se mezclaban todos, se saludaban, se intercambiaban noticias y,
mientras, el sacerdote diciendo misa lo mejor que podía. Tiene la impresión de
que cada vez se decían dos o tres misas seguidas porque aquello duraba mucho,
pero el sacerdote era una buena persona. Curiosamente entre aquella masa no
todos se declaraban ateos y sentían cierta simpatía hacia el cura.
Mi padre se enfadó un poco cuando supo
que estábamos allí. Él sabía lo que eran los campos de la playa, nosotras no.
La primera vez que le vimos llevaba el mismo uniforme color caqui que la
última, antes de separarnos. Estaba en los campos desde el principio. Se había
quedado en Barcelona hasta la madrugada del 25 de enero. Tenía 39 años cuando
pasó la frontera.
Entre las mujeres no había ningún tipo de
organización cultural, de ninguna clase. Yo supongo que los hombres harían algo
porque eran más activos, pero las mujeres estaban entregadas a una suerte de
desgracia, de tragedia antigua. Se lamentaban, no podían hacer nada con las
manos porque no tenían nada. Había una barraca donde iban varias mujeres, entre
ellas mi madre, y cocinaban unos guisantes horadados por gusanos que nos daban
los franceses. Por la mañana nos daban un café negruzco y una rodaja de pan. A
mediodía esa sopa de guisantes con agua y otra rodaja de pan y por la noche, lo
mismo. Cuando la población de gusanos en las cazuelas era mayor que la de
guisantes, las mujeres hacían una huelga de hambre. Se echaba entonces todo a
la arena y no comías, un día más no importaba. Los niños estábamos
esqueléticos, yo con 9 años pesaba 19 kilos, pero no teníamos hambre, sabíamos
lo que pasaba. Yo era una niña violenta que lanzaba miradas de odio a los
gendarmes, a los senegaleses, una andaluza nos dijo que no mirásemos a las
alambradas, que mirásemos al mar.
Las mujeres con la regla menstrual
trataban de lavar los paños en un chorrito de agua, tenían muy pocos. No se
acuerda bien, porque era niña y no nos hablaban de ello, no lo decían. Entonces
las mujeres se apartaban porque lo consideraban como una enfermedad vergonzosa.
Yo como niña no fui consciente de esto, no me di cuenta, pero lo debieron pasar
muy mal. En Argelès estuvo un año, primero fueron a Saint Cyprien y de aquí a
Argelès. Entraron en los campos en la Navidad de 1939 y salieron en diciembre
de 1940 o enero de 1941 (no recuerda). Su padre conoció a una señora que tenía
a su marido en el frente y esta señora les reclamó. Los tres fueron a Toulouse.
Alicia Alted | UNED
* Artículo publicado por Alicia Alted en Arenal.
Revista de historia de las mujeres, Granada, vol. 4, núm. 2,
julio-diciembre de 1997, pp. 223-238, disponible en http://clio.rediris.es/exilio/mujerex/mujeres_exilio.htm
[1] En el conjunto de la inmensa bibliografía
sobre la guerra civil española hay escasos trabajos dedicados a estas y otras
mujeres que participaron de forma activa en la lucha, en el frente y en la
retaguardia, y casi todos los que podemos mencionar están escritos también por
mujeres. Destaquemos el libro de Lola ITURBE, La mujer en la lucha social. La
guerra civil de España, México, Editores Mexicanos Unidos S.A.,
1974, 220 págs. Además: 50 años de lucha, 1939-1989, Homenaje a las mujeres de
la guerra civil española, Poder y Libertad,
Madrid, núm. 11 (Mujeres del 89, Dossier), pp. 4-71 (Se incluye un artículo de
Antonina RODRIGO sobre La mujer: 1939. Represaliada, exiliada, deportada), A.
GASCÓN y M. MORENO, Lina Odena, una mujer,
s.l., Comissió d’Alliberament de la Dona Lina Ódena PCC, s.a., 64 págs.,
Antonina RODRIGO, Nuestras mujeres de la guerra civil, Vindicación Feminista,
Madrid, núm. 3, 1 de septiembre de 1976, pp. 29-40, y de la misma autora,
Rosario Sánchez Mora La Dinamitera, Cuadernos Hispanoamericános,
Madrid, mayo de 1992, pp. 13-26.
[2] El
libro básico sobre este grupo es Mujeres Libres1936-1939.
Edición de Mary Nash, Barcelona, Tusquets Editor, 1975, 236 págs. Más
recientemente, la Mémoire de maîtrise de Haroutiounian SANDRINE, Mujeres
Libres, 1936-1939. Organización femenina anarquista, Université
Aix-Marseille I, 1984. Con especial referencia a las mujeres anarquistas y al grupo
de Mujeres Libres, la Mémoire de maîtrise de
Isabelle CUENCA, La mujer en el movimiento libertario
de España durante la Segunda República, 1931-1939, Université de
Toulouse Le Mirail, s.a. En el exilio y ya tardiamente un grupo de “Mujeres
Libres publicaron la revista Mujeres Libres de España en Exilio,
como portavoz de la Federación “Mujeres Libres, Londres, núm. 1, noviembre de
1964. Dos de sus principales animadoras fueron Suceso Portales y Pepita
Carnicer.
[3] Barcelona,
Adgena S.L., 1984, 285 págs. Recientemente se ha publicado una nueva edición
del libro.
[4] Espacio,
Tiempo y Forma. Revista de la Facultad de Geografia e Historia. UNED, Madrid, Serie V.-Historia
Contemporánea, 9, 1996, pp. 239-256.
[5] Barcelona,
Virus Editorial, 1996, 364 págs. Incluye un capítulo final a cargo de Dolors
MARíN sobre Las libertarias españolas, pp. 345-364.
[6] Madrid,
Comunidad de Madrid, 1994, 294 págs.
[7] Barcelona,
Península, 1997, 258 págs.
[8] Barcelona,
Crítica, 1989, pp. 174-179.
[9] México,
Editorial Joaquín Mortiz, 1993, 356 págs.
[10] Albert
GIRONA y Mª Fernanda MANCEBO (eds.), Instituto de Cultura Juan
Gil-Albert/Universitat de València, 1995, pp. 53-67. También sobre las
exiliadas valencianas, el trabajo de Mª Fernanda MANCEBO, Las mujeres
valencianas exiliadas (1939-1975), en Manuel GARCíA (ed.), Homenaje
a Manuela Ballester, València, Institut Valencià de la Dona, 1995,
pp. 37-63.
[11] Una
última puesta al día de su trabajo pionero: La emigración de la guerra civil,
1936-1939, Madrid,
Editorial San Martín, 1977, 3 vols., en La población española en Francia de
1936 a 1946: flujos y permanencias, Josefina CUESTA y Benito BERMEJO (eds.), Emigración
y exilio. Españoles en Francia, 1936-1946, Madrid, Eudema, 1996,
pp. 32-60.
[12] Entrevista
recogida en el libro de Antonio SORIANO, Éxodos, mencionado, p.
176.
[13] Entrevista
realizada por Alicia ALTED en Toulouse, el 15 de junio de 1993. Grabada en
audio. Duración de dos horas.
[14] Interesante
para este tema el trabajo de Gabriela CANO y Verena RADKAU, Lo privado y lo
público o La mutación de los espacios (Historia de mujeres, 1920-1940), en Textos
y Pre-textos. Once estudios sobre la mujer, México, El Colegio de
México, 1991, pp. 417-461. Una reciente puesta al día en relación con la
categoría de género en: Guadalupe GÓMEZ-FERRER MORANT (ed.), Las
relaciones de género, Madrid, Marcial Pons, 1995, 200 págs.
[15] Valencia,
Pre-textos/Poesía, 1982, 37 págs.
[16] Valencia,
Pre-textos, 1984, 54 págs.
[17] Grabada
en audio. Duración de dos horas. Con la autorización de Teresa Gracia para
reproducir su testimonio.
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