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482. La columna de los ocho mil





El 5  de agosto de 2005, en el marco de la semana cultural de las fiestas patronales de Llerena, se estrenó la versión definitiva del documental La columna de los Ocho mil. Atrás quedaban casi dos años de trabajo por parte de los miembros de la Asociación Cultural Mórrimer y de una legión de desinteresados pero imprescindibles colaboradores. La tarea no era fácil. Por un lado teníamos que poner en pié una emotiva y desconocida tragedia de la Guerra Civil Española, para contarla de manera audiovisual; con todas las virtudes y limitaciones de este medio. Y por otra, hacer frente a los infinitos problemas técnicos que un proyecto de esta magnitud plantea a una organización tan humilde como la nuestra. Pero la historia lo merecía. Y las víctimas. Y sus familiares, muchos de los cuales han pasado casi 70 años sin saber lo que ocurrió, ni el lugar donde está enterrado su padre, o su abuelo, o su tío. Para ello también teníamos que hacer frente a nuestros propios fantasmas y a los de la sociedad española, que todavía no ha digerido convenientemente los sucesos derivados de la Guerra Civil y la posterior represión franquista. El resultado es un documental de 68 minutos de duración en el que han participado o colaborado desinteresadamente casi cien personas, producido por una asociación cultural sin ánimo de lucro de Llerena. A otra productora le hubiese costado muchos millones de las antiguas pesetas.

Desde el punto de vista de la documentación, la inmensa mayoría de los libros que abordan la Guerra Civil en Extremadura no hablan de esta historia. Parece difícil de creer que una tragedia que afectó a miles de personas de unos 50 pueblos diferentes de las provincias de Badajoz, Huelva y Sevilla fuese desconocida por tantos y tantos especialistas en la materia, pero es así. Se pueden contar con los dedos de la mano los artículos que hablan de la columna. Autores como Pons Prades, Justo Vila Izquierdo, José R. Vázquez Domínguez y Vitorio C. Rafael Quintana la mencionan en sus escritos. Sin olvidar el comentario de Miguel Hernández en uno de sus relatos y la versión de los sucesos que el escritor Manuel Vilches hace en una de sus obras. Recientemente, Francisco Espinosa y José María Lama; y en menor medida Manuel Martín Burgueño, han tratado el tema más profundamente. El trabajo de estos tres autores fue nuestro punto de partida. Y la colaboración desde el principio, sobre todo de los dos primeros, ha sido vital en la elaboración del documental. Pero sería deseable la aparición de nuevas investigaciones sobre algunos aspectos un tanto difusos de la historia y de estudios a nivel local de algunos de los pueblos con personas afectadas por la tragedia.

Para la correcta realización del documental era imprescindible que aparecieran testimonios orales de personas que vivieron los hechos. Uno de los principales objetivos que nos planteamos desde el principio era minimizar la voz en off y que estas personas aparecieran narrando lo ocurrido. Así que nuestra principal labor fue la localización de testigos directos de la tragedia que estuvieran dispuestos a colaborar con sus testimonios. Por un lado le darían validez a la historia y por el otro nos ayudarían a recomponer algunas partes que no estaban muy claras. La estrategia que utilizamos fue contactar con historiadores locales de algunos de los pueblos afectados y con diversas personas interesadas en colaborar en la búsqueda. Entre ellos podemos destacar a Andrés Oyola, Cayetano Ibarra, Andrés Serrano, José Ignacio Jiménez, Antonio González, Luis Garraín y Manuel Lima. Ellos nos ayudaron contactar con las 18 personas que aparecen en el documental contando sus vivencias. Estos 18 testimonios son el alma del documental, y no es plato de buen gusto ponerse delante de una cámara y contar algo tan doloroso. Hay que tener mucho valor. Otros no quisieron, o no pudieron. 

El 18 de julio de 1936 una parte del ejército español se subleva contra la autoridad legalmente establecida del gobierno de la II República. El alzamiento triunfa en buena parte de España, pero fracasa en lugares tan importantes como Madrid, Barcelona, Valencia o Bilbao. Ante esta situación, los militares golpistas deciden conquistar por la fuerza los territorios que no controlan, comenzando por la capital: Madrid. Para ello, y ayudados por aviones alemanes, transportan a la península el contingente militar del norte de África. Estas tropas eran las más preparadas de todo el ejército español y estaban al mando del general Franco. En ese momento el papel de Sevilla, controlada días atrás por Queipo de Llano, será determinante para el desarrollo de los acontecimientos en estas primeras fases de la Guerra Civil.

El 2 de agosto, tan sólo 15 días después del alzamiento, salen de Sevilla las primeras columnas hacia Madrid al mando del comandante Castejón y el teniente coronel Asensio. La ruta elegida es a través de Extremadura utilizando la Vía de la Plata. Su objetivo es conquistar la capital y unir los territorios controlados por los militares golpistas del norte y sur peninsular. Estas tropas son las que toman todas las poblaciones sobre las que discurre la Vía de la Plata; así como otros puntos estratégicos como Llerena. También serán las que avancen sobre Badajoz, ya con Yagüe y Tella en escena. Llevan la consigna de proceder a la ejecución sistemática y organizada de todos aquellos implicados con la República y con partidos, sindicatos y organizaciones de izquierda en los pueblos tomados. Los sangrientos sucesos de Badajoz tras la toma fueron el ejemplo más conocido de las prácticas represivas por parte de estas tropas. Estos hechos generaron el éxodo de miles de republicanos que intentaban escapar del horror y la muerte huyendo hacia el suroeste de la provincia de Badajoz, aún territorio bajo control del gobierno de la República.

Una situación similar se estaba desarrollando en el norte de la provincia de Huelva. Durante la república, la zona minera de Riotinto y Nerva estaba muy poblada por mineros venidos de toda España y era un foco importante de partidos y organizaciones de izquierda. El 15 de agosto, tras la conquista de Badajoz, salen de Sevilla y de Huelva importantes fuerzas hacia la zona. Localidades como Aracena, Cortegana, Zalamea la Real, Nerva y Riotinto caen bajo el poder de las tropas golpistas. Esto provoca el exilio y la huida de miles de personas, primero hacia el todavía republicano sur de Badajoz y después hacia Madrid. En este éxodo destacaron varias columnas de mineros bien pertrechadas. Entre ellas la llamada Columna Espartaco. Estas columnas van haciendo escala a finales de agosto y principios de septiembre en localidades como Fregenal de la Sierra y Valencia del Ventoso, donde se aprovisionan principalmente de comida. Al paso de las columnas, muchos extremeños se unen a ellas intentando escapar. Un ejemplo de ello es el testimonio de Francisco García Girol, antiguo miliciano de Fuente de Cantos. Se une a una de ellas en Valencia del Ventoso cuando la columna avanzaba en dirección a Castuera a través de Llera y la zona del río Matachel. Consiguieron llegar, pero fueron duramente hostigados en el camino por fuerzas golpistas. Eran unas dos mil personas bien pertrechadas. 

En la segunda quincena de agosto son conquistados un buen número de pueblos al sur de Badajoz capital como Santa Marta, Feria, Almendral, Bancarrota y Villanueva del Fresno. De esta manera, a finales de agosto la bolsa republicana se limita a las comarcas de Jerez de los Caballeros y Fregenal de la Sierra. Todos los pueblos cercados se ven desbordados ante la llegada de miles de personas en desbandada. Alojar y alimentar a tanta gente se convierte en un serio problema.

Otra ruta de escape era Portugal, obviando la afinidad del régimen portugués con los sublevados. Durante la toma de Badajoz, el ejército portugués había entregado a las tropas golpistas a todos aquellos republicanos que se habían aventurado a cruzar la frontera. A pesar de estos antecedentes, un importante grupo acabó en Portugal. Primero se les confinó en un campo de refugiados y después, gracias a la intervención del teniente Augusto Seixas fueron embarcados en el buque Niassa y llevados a Tarragona. Con su actuación, el militar portugués salvo la vida de 1.435 personas, arriesgando su propia carrera militar. 

El 14 de septiembre caen Segura de León y Burguillos del Cerro. La suerte estaba echada para el resto de pueblos de la bolsa. Sólo de Segura de León huyen más de quinientas personas. Los desplazados de Burguillos llegan a Jerez de los Caballeros, donde se unen a otro gran contingente de huidos. Todos acaban concentrándose en Fregenal de la Sierra. La situación de esta localidad, que duplica o triplica su población es caótica. El día 15 de septiembre amanece con miles de personas acampadas en la estación de trenes desesperadas por encontrar una salida de la ratonera. 

La ruta a seguir estaba ya decidida. Intentarían llegar al enclave republicano de Azuaga aventurándose a cruzar la Vía de la Plata cerca de Fuente de Cantos. La idea era utilizar vías de comunicación secundarias para intentar pasar inadvertidos, recorriendo unos 100 Km. de caminos. Una vez en Azuaga, llegarían a zona republicana segura y el camino hacia Madrid estaría abierto. Había un gran riesgo en esta operación porque toda esta zona estaba en poder de los militares golpistas.

El primer grupo del que tengamos noticias que utiliza esa ruta es el formado por unos setecientos hombres a caballo bien pertrechados. Hay testimonios de vecinos de Fuente del Arco y de personas que vivían en los cortijos de la zona que los ven pasar en torno al 15 de septiembre. Este grupo no fue atacado, quizá debido a la rapidez con que se movían.

Todo lo relativo a la columna de los ocho mil fue organizado por dirigentes socialistas de la provincia de Badajoz. Las decisiones más importantes sobre el futuro de la columna se tomaron en una asamblea celebrada en Valencia del Ventoso a principios de septiembre. En la reunión participaron figuras republicanas y socialistas de cierta relevancia como el diputado en Cortes Sosa Hormigo, el alcalde de Zafra José González Barrero, el alcalde de Fuente de Cantos Lorenzana; o José Francisco Gómez, secretario del ayuntamiento de Almendralejo. Algunos de ellos formarían parte días después de la columna. 

La columna sale el 15 de septiembre por la mañana de la estación de tren de Fregenal de la Sierra. El papel de los guías era clave en el recorrido por caminos en territorio enemigo. Cualquier decisión equivocada podría significar una catástrofe. Uno de ellos era un práctico de la estación llamado Comas. Otro era un vecino de Fuente de Cantos llamado Peñas que había trabajado de medidor de tierras y conocía la zona. 

El número total de integrantes de la columna nunca lo sabremos. Francisco Espinosa y José María Lama hablan de unas ocho mil personas. Este número da nombre a la expedición: La columna de los ocho mil. La mayoría de sus miembros eran personas sencillas, que huían de sus pueblos por miedo o por sus ideas políticas. También mujeres y niños. Familias enteras que llevaban en bestias de cargas los pocos enseres a los que no habían querido renunciar. 

Algunos autores señalan que avanzaban dos columnas por separado. La primera de ellas se movía más rápidamente y estaba formada por unas dos mil personas. 

Detrás le seguía la gran columna de unos seis mil componentes. Este tema está sujeto a nuevas investigaciones. Nuestros testimonios no lo dejan claro y simplemente hablan de "la columna". Sea como fuere, nuestra opinión es que marchaban de manera compactada y organizadamente. La red de caminos de la zona es enorme y no creemos que los grupos descolgados hubieran podido seguir avanzando por la ruta correcta. 

Entre Fregenal de la Sierra y Segura de León, la columna utiliza el camino conocido como camino viejo de Fregenal. Tras pasar Segura de León, la columna se interna en la Cañada Real Leonesa Occidental, en dirección a Fuente de Cantos. En un principio, se barajó la idea de intentar tomar Segura de León, pero se desecha y se sigue adelante. Un problema importante era cruzar la Vía de la Plata. El lugar elegido está a unos tres Kilómetros al sur de Fuente de Cantos. En este punto, la columna abandona la cañada real y se dirige campo a través hacia la carretera. Cruzaron de noche para evitar posibles refriegas con los sublevados. Francisco Gato nos cuenta que incluso pasaron tres o cuatro vehículos por la carretera mientras cruzaba la columna.

Tras cruzar la Vía de la Plata, la columna se interna en la Senda, un conocido camino que atraviesa de oeste a este los términos de Montemolín, Puebla del Maestre y Llerena, a través de un paisaje de dehesas. El efecto visual que producirían miles de personas avanzando por el camino debería de ser impactante. Lo primero que se veía de la columna era una gran nube de polvo provocada por la sequedad del terreno en época estival. El avance estuvo marcado por las tremendas dificultades padecidas. El principal problema era la  falta de agua. Había sido un verano caluroso y los arroyos y charcas estaban secos. Cada familia llevaba sus propias provisiones. Atravesaron varios cortijos importantes como Gallicanta o el Puerto del Águila, donde consiguieron víveres; a veces de manera violenta. A pesar de las dificultades, se avanzaba a marchas forzadas. Sabían el peligro que corrían. Para hacer frente a posibles ataques, la vanguardia estaba compuesta por milicianos armados. Un armamento irrisorio. Escopetas de caza, fusiles y alguna bomba de mano de fabricación casera. Varios testimonios nos hablan de una mujer a caballo que iba continuamente arengando y animando a los miembros de la columna para que continuaran avanzando.

Era conocido por los mandos nacionales de Sevilla, encabezados por Queipo de Llano. Tenían informadores en la zona. Incluso enviaron un avión de reconocimiento para ver los movimientos de la columna. A pesar de que sabían perfectamente que era una columna de fugitivos, decidieron atacarla como si de un ejército regular se tratase. Tenían conocimiento hasta del limitado armamento que llevaban. Simplemente debían elegir el momento y el lugar donde atacarla. 

Las fuerzas nacionales encargadas del ataque estaban compuestas por una compañía del regimiento Granada, reforzados con guardias civiles y falangistas. El contingente era parte del destinado en Llerena bajo las órdenes del comandante Gómez Cobián. En total unos quinientos hombres bien pertrechados. Antonio Perozo nos contó como vio pasar parte de estas tropas cuando se dirigían hacia Reina, desde la huerta de su familia situada a las afueras de Llerena. También los vecinos de Reina las vieron atravesar el pueblo en dirección al lugar del ataque. Por estas fechas se encontraba acantonado en Llerena un contingente de tropas cercano a los mil efectivos. Tres semanas atrás, el 31 de agosto, un importante grupo de milicianos republicanos conocido como "Columna Sediles" salió de Azuaga con intenciones de tomar Llerena. A pesar de que Llerena se encontraba bastante desguarnecida, el ataque fue rechazado. Pero hizo concienciar al mando sublevado de la delicada situación de Llerena en relación a la estratégica línea de ferrocarril que une Sevilla y Mérida. Este hecho provoca que se concentren tropas en esta localidad con el propósito de conquistar Azuaga, asunto que se llevaría a cabo el 24 de septiembre. Parte de estas tropas participarían en el ataque a la columna de los ocho mil. No creemos que los miembros de la columna fueran conscientes del aumento de efectivos militares en torno a Llerena. De ser así, seguramente hubieran cambiado su ruta de escape. 

Al caer la tarde del 17 de septiembre, la columna dejó la senda y se internó en la cañada real del Pencón. Estaban ya muy cerca de la vía del tren y con ello de la llegada a zona republicana. No sabían que a pocos kilómetros el ejército sublevado les esperaba. El lugar elegido para la emboscada fue el Cerro de la Alcornocosa, junto a la Cañada Real del Pencón. Un paraje cercano a los pueblos de Reina y Fuente del Arco, y a pocos kilómetros de la vía del tren. Seguramente se eligió este lugar por las facilidades de comunicación que  ofrecía. Los sublevados montaron estratégicamente varias ametralladoras en la parte alta del cerro. En cuanto la columna estuvo a tiro iniciaron el ataque. Desde una posición privilegiada, las tropas golpistas masacraron a milicianos y civiles, superiores en número, pero prácticamente desarmados. 

En medio de la confusión y el horror, la columna se partió. Unos lograron pasar. Otros, los más retrasados, pudieron dar marcha atrás. Muchos salieron huyendo en desbandada, aterrados, hacia las sierras vecinas sin saber a donde ir. Amigos y familiares que se separaron en ese momento no se volverían a encontrar en la vida. Durante la noche, en medio de la confusión y el pánico, hubo sucesos violentos de todo tipo. Muertes, terror, desconcierto. Incluso ardieron algunas sierras de la zona. El resultado, según las cifras oficiales fue de ochenta muertos y treinta heridos, aunque nunca sabremos el número exacto de bajas. En la confusión del ataque y de la noche, hubo milicianos que fueron asesinados por sus propios compañeros para impedir su huida.

La suerte para los que sobrevivieron al ataque fue dispar. Quienes consiguieron pasar tenían como objetivo cruzar la vía del tren, situada a dos o tres kilómetros del lugar de la emboscada. Aquellos que lo lograban llegaban a zona republicana y acababa el peligro. Sin embargo los militares golpistas les reservaban una última sorpresa. En la vía estaba emplazada una máquina de tren y dos vagones con soldados disparando contra todo aquel que intentaba cruzarla. Seguramente, sería parte del dispositivo utilizado para transportar las tropas. A pesar de ello, un goteo constante de personas consiguió pasar y llegar durante esa noche y los días siguientes a Valverde de Llerena y Azuaga. Algunos heridos en mal estado y todos agotados. Azuaga en esas fechas era un autentico hervidero de gente. Algunos de los que lograron llegar, como Miguel Santana, nos describieron la situación y nos contaron como salían continuamente trenes llenos de personas hacia Madrid a través de Peñarroya. Estos trenes pertenecían a la línea de ferrocarril de vía estrecha que unía Fuente del Arco, Azuaga y Peñarroya. Muchos de estos milicianos acabaron recibiendo formación militar en Madrid, ciudad que preparaba su defensa. Algunos batallones se formaron casi enteramente con milicianos extremeños. Entre ellos destacó el llamado "Batallón de los Castúos".

Diferente destino corrieron todos aquellos que retrocedieron tras el ataque. Durante la noche, en medio de una desorganización generalizada, muchos se desperdigaron por las sierras vecinas sin conocer el terreno y sin saber a dónde ir. Su futuro era incierto. Si regresaban a sus pueblos, en la mayoría de los casos les esperaba la muerte. Un ejemplo de ello fue lo que le ocurrió a Lorenzana, alcalde de Fuente de Cantos. Fue apresado cerca de esta localidad, torturado y ejecutado. Comas, uno de los guías de la columna, sufrió una suerte similar cuando volvió a Fregenal.

Algunos miembros de la columna estuvieron meses vagando sin rumbo fijo. Avanzaban de noche y se escondían durante el día de las partidas de guardias civiles y miliares que les acosaban incansablemente. Como resultado de continuas refriegas muchos perdieron la vida y otros cayeron presos. Quizá la más notable de estas escaramuzas fue la protagonizada por el teniente de la guardia civil Antonio Miranda Vega. Francisco Espinosa y José María Lama hablan de veinticinco muertos y cincuenta detenidos, entre ellos diez mujeres. Martín Bargueño la sitúa en el paraje conocido como Zanje y cuenta como enterraron a los muertos en el mismo lugar de la refriega.

Días después del ataque, muchos cadáveres permanecían sin enterrar. Para paliar esta situación, los habitantes de los cortijos más cercanos procedieron a incinerarlos en una pequeña era situada junto al lugar de la encerrona. Los restos que quedaron fueron arrojados al pozo de San Antonio, un lugar de extracciones mineras situado a poca distancia. Algunos vecinos de Reina fueron requeridos para ayudar en las tareas de enterramiento de los numerosos cadáveres. Miguel Muñoz y Juan Moreno, nos mostraron varias de estas sepulturas anónimas. La familia de Miguel Muñoz es propietaria de una parte de La Alcornocosa. En el transcurso de una jornada de caza con un tío suyo en 1941, Miguel Muñoz encontró escondida bajo una piedra una petaca con 375 pesetas en dinero republicano y un vale de pan de Valverde de Burguillos. Su alegría inicial duró poco, ya que era dinero sin validez legal. Todavía conserva el dinero y lo mostró ante nuestra cámara. 

Otro vestigio de la tragedia es una encina situada junto a la Senda. Dos cruces permanecen grabadas en su tronco. Quizá señalando algún enterramiento cercano. Los lugareños también recuerdan un macabro suceso ocurrido en el cortijo de las Malpicas. Al parecer, en una refriega murieron seis o siete personas y fueron enterradas apresuradamente en ese lugar. En el cortijo vivía un porquero que huyó aterrorizado. Los cerdos, acosados por el hambre y la sed, escaparon de la zahúrda y se alimentaron con los cadáveres a medio enterrar. 

Otro de los sucesos importantes derivados del ataque fue la captura, sin utilizar medios violentos, de un gran número de prisioneros por un reducido grupo de militares y falangistas dirigidos por el capitán Gabriel Tassara. Este punto es uno de los más desconocidos de toda la historia y esta sujeto a la aparición de nuevos estudios sobre el particular. Al parecer, el capitán Tassara, destinado en Fuente del Arco, se disfrazó de miliciano y utilizando una bandera republicana y un megáfono consiguió engañar a un numeroso grupo de miembros de la columna; haciéndoles creer que les iba a ayudar. Martín Burgueño sitúa estos hechos a cuatro o cinco kilómetros del lugar del ataque, en un paraje ubicado en la cañada real del Pencón, junto al Cerro de la Guedija y el Entalle. Algunos no creyeron al capitán Tassara y continuaron su camino. Sin embargo, unas dos mil personas cayeron en la trampa y fueron conducidas hasta Fuente del Arco. De camino, junto al cortijo de La Castora, consiguieron desarmarlos con la promesa de darles mejores armas. Días más tarde, aquellas armas abandonadas serían llevadas a Fuente del Arco en fardos a lomos de burros. Algunas de ellas han llegado a nuestros días. 

Así que engañados y desarmados son llevados a Fuente del Arco a través del camino de Calaguera. Entran en el pueblo por el barrio de las Erillas. Todo está preparado para darles la bienvenida. Tropas de regulares aparecen apostadas en lugares estratégicos cerrándoles el paso ante posibles fugas. Muchos vecinos del pueblo los ven pasar desde sus casas. Al llegar a la plaza son rodeados y se descubre el engaño al cambiar la bandera republicana que ondeaba en el ayuntamiento por otra nacional. Podemos imaginar la desesperación de aquellas personas al saberse presas. Algunos reaccionaron arrojando al suelo el dinero republicano que llevaban. Allí mismo, en un rincón  de la plaza fueron ejecutadas varias personas. Algunos prisioneros intentaron escapar a través de los tejados de las casas, pero fueron detenidos y fusilados. El grupo fue conducido después hasta la estación de ferrocarril donde les esperaba un tren para ser transportados a Llerena. El convoy, repleto de prisioneros, tuvo que avanzar lentamente al paso de las caballerías de los presos que lo escoltaba.

En el documental situamos el engaño en la mañana posterior al ataque. El grupo afectado estaría compuesto por personas que se vuelven atrás, huyendo de la violencia de la noche anterior. Aunque también es posible que los hechos se desarrollaran un día antes, en la mañana anterior al ataque. De esta manera, el grupo que el capitán Tassara engaña tuvo que ser el supuesto primer grupo de dos mil personas que avanzaba delante de la gran columna de seis mil personas. Todo esto suponiendo que la columna avanzara partida, claro. Pero nosotros no hemos encontrado evidencias de que avanzaran dos columnas diferentes. Ni de los antiguos integrantes de la columna, ni de los habitantes de cortijos de la zona, ni de los vecinos de Fuente del Arco. Y una de nuestras mejores fuentes para este particular es Miguel Santana, que formaba parte de la vanguardia de la columna junto a otros hombres armados. De todas formas, tendremos que esperar nuevas investigaciones para saber con detalle como se desarrollaron los hechos de este sorprendente suceso.

La tragedia tuvo repercusión en diversos medios de comunicación. El mismo día 18 por la noche, el general Queipo de Llano lo menciona en una de sus típicas soflamas radiofónicas. Al día siguiente, en la edición del ABC de Sevilla aparece la noticia. El tratamiento de la información es propio del ABC de la época. A los refugiados los llama marxistas fugitivos y la cruel encerrona la convierte en victoriosa batalla. El mismo día 19, el diario Hoy abre también con la noticia en portada. Su discurso es similar al del ABC. 

Una vez en Llerena, las autoridades se enfrentan al problema de encontrar lugares donde custodiar a semejante número de personas y a sus caballerías. Se decide utilizar la Plaza de Toros y un almacén conocido como la Maltería, situado en la Avenida de la Estación. Este almacén tenía entonces mayores dimensiones que las actuales. Era utilizado por la fábrica de cerveza de la localidad. De ahí su nombre. A las mujeres y los niños los separaron de los hombres. Miembros de la guardia cívica de Llerena participaron en la custodia de los presos. Los animales de carga se recogieron en un antiguo almacén de maderas en la calle de la Aurora.

Como era preceptivo, el primer paso consistía en identificar a los detenidos. Una vez superado este trámite, se pedían informes a los ayuntamientos de origen. Algunos rastros de estas peticiones de informes quedaron reflejados en el Libro de Registro de salida de correspondencia del Ayuntamiento de Llerena. De este modo, la vida o la muerte de la gran mayoría de los presos dependió de lo que quisieron contar sobre ellos sus propios paisanos, convertidos ahora en autoridades locales por los militares golpistas. No sólo fueron cartas y llamadas de teléfono. Numerosos alcaldes y personas influyentes del nuevo régimen se desplazaron a Llerena con el fin liberar a unos y acusar a otros.

Algunos presos se trasladaron a sus pueblos de origen para darles muerte. Un ejemplo de esto fue lo ocurrido en Zafra. Como señala José María Lama, veintitrés presos de la columna fueron trasladados a esa localidad y fueron fusilados en los días sucesivos a su llegada. Años más tarde, la viuda de uno de ellos consiguió abrir la fosa donde estaban enterrados y les dio una sepultura digna. Una lápida del cementerio de Zafra da fe de ello. 

Tal como señala Francisco Espinosa, muchos presos andaluces y algunos otros de especial relevancia fueron trasladados al barco prisión Cabo Carboeiro, anclado en el puerto de Sevilla. Lo poco que sabemos de este barco-prisión es que era fácil entrar pero difícil salir. 

Todo aquel que no tuvo a alguien que intercediera favorablemente a su favor fue eliminado. No hubo favoritismos por razones de sexo. Todas las madrugadas, antes del amanecer, un camión lleno de presos partía con destino al cementerio de Llerena. Al paso del camión, los vecinos de las casas cercanas a la Maltería escuchaban los lamentos de los condenados, que veían cerca su final.

Dentro del cementerio eran fusilados con una ametralladora manejada por un soldado. Antonio Perozo oyó a este soldado como se vanagloriaba de lo que hacía. El repique de los disparos se escuchaba en todo el pueblo. El ritual se repitió obstinadamente durante un mes, más o menos. A los presos se les obligaba a cavar sus propias tumbas, y muchos de los cadáveres fueron quemados porque ya no cabían en las fosas. Nunca sabremos el número exacto de los componentes de la columna que perdieron la vida en Llerena. Apenas se dejó constancia de ellos en el registro civil. Varios cientos, quizá más de mil, quien sabe.... Incluso el poeta Miguel Hernández menciona la matanza en una de sus obras. Tampoco debemos dejar atrás a todos aquellos ejecutados en sus pueblos de origen a medida que volvían de su desdichada aventura.

¿Quién fue el responsable de estas acciones? El jefe militar que había en Llerena en ese momento era Gómez Cobián. Pero sabemos que recibía órdenes desde Sevilla y que estas acciones represoras estaban perfectamente planificadas por los generales golpistas. En una escala inferior estaban personajes como el teniente Miranda y el capitán Tassara, que recibió la medalla al mérito militar por tan honorable acción de guerra. Y por supuesto las autoridades locales, los falangistas, la guardia civil, etc. 

Esperamos que el esclarecimiento y difusión de barbaridades como esta sirva para que valoraremos como un bien preciado los últimos treinta años de pacifica convivencia y democracia vividos en este país, y tomemos conciencia del horror que producen las guerras, sobre todo las guerras civiles.


Ángel Hernández García
www.fundanin.org/












1 comentario:

  1. Desde que vi el documental hace menos de una año, la de la columna de los ocho mil me parece una historia fascinante que merece la pena seguir contando para no olvidar lo que fuimos, lo que hicimos en el pasado.

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