Trabajadores del cable (a la izquierda, Roderick Price Mann) en la oficina de la Eastern Telegraph Company en Vigo (Fernando Merino)
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Un
investigador descubre que las negociaciones germano-niponas previas a la II
Guerra se realizaron con mensajes cifrados desde la ciudad.
Silvia R.
Pontevedra - El País - 26
NOV 2012
España enfilaba el tramo
final de su propia agonía, faltaba un año para que estallase la II Guerra
Mundial y Vigo era un confortable nido nazi. Entre 1938 y 1939, el ministro de
Asuntos Exteriores del III Reich, Joachim von Ribbentrop, se reveló para los
trabajadores gallegos de la compañía de telégrafos británica como un ser
insaciable. “Cada día eran muchos los telegramas cursados en clave secreta que
enviaba Von Ribbentrop a sus colegas nipones el príncipe Konoe y el general
Hideki Tojo. Desde Hamburgo eran recepcionados aquí, en Vigo, y por nuestras
vías del Cable Inglés eran retransmitidos por escalas sucesivas hasta Japón”.
La cita pertenece a las memorias inéditas de Alberto Carballo, un empleado de
la Eastern Telegraph Company, ya fallecido, que quiso dejar constancia del
estrés que les causaba la actividad negociadora de los nazis a él y sus
compañeros.
José Ramón Cabanelas,
investigador de rincones inexplorados de la historia viguesa, supo de la
existencia de Carballo y sus recuerdos conservados en papel porque un día, tras
una conferencia en un club social de la ciudad, se le acercó un sobrino de
aquel telegrafista. Cabanelas, que ultima la maquetación de un libro titulado Vía
Vigo, ya había comenzado entonces a perseguir la historia de la
empresa británica que en 1873 eligió la ciudad para instalar la primera escala
de su cable submarino, por el que circulaban mensajes en morse rumbo a América,
en una dirección, y hasta el Lejano Oriente, en la otra.
La irrupción de las memorias
de Carballo dieron una nueva perspectiva a la historia del Cable Inglés, nombre
con el que bautizaron los vigueses a la Eastern Telegraph. Ya no solo se
trataba de la empresa que, probablemente, según comprobó Cabanelas, introdujo
hacia 1876 el balompié (o “juego de pelota”, como le decían) en España a través
de Galicia varios años antes de que se tuviese noticia del fútbol en Huelva
(donde tradicionalmente, por las minas de Riotinto, se ha situado el origen de
este deporte en el país). Ahora surgían unas serias implicaciones políticas,
negociaciones a escala planetaria atando lazos para el conflicto y actividades
paralelas de espionaje.
“Tales telegramas”, escribía Carballo en sus memorias, “eran los que más nos traían de cabeza, pues en su mayoría constaban de cientos de palabras en grupos de cinco letras en lenguaje cifrado”. El edificio vigués del Cable Inglés en la calle Velázquez Moreno y el del Cable Alemán (Deutsch Atlantische Telegraphengesellschaft) compartían tabique y las firmas acabaron por abrir un par de ventanillas en él para pasarse los telegramas que la una o la otra debían rebotar al mundo desde este puerto atlántico. El cableado submarino de la Alemania nazi, inferior en extensión, calidad y seguridad al inglés, no tenía línea hasta Japón, y precisaba de los servicios de la nación que se perfilaba como enemiga para comunicarse con su inminente aliada.
“Tales telegramas”, escribía Carballo en sus memorias, “eran los que más nos traían de cabeza, pues en su mayoría constaban de cientos de palabras en grupos de cinco letras en lenguaje cifrado”. El edificio vigués del Cable Inglés en la calle Velázquez Moreno y el del Cable Alemán (Deutsch Atlantische Telegraphengesellschaft) compartían tabique y las firmas acabaron por abrir un par de ventanillas en él para pasarse los telegramas que la una o la otra debían rebotar al mundo desde este puerto atlántico. El cableado submarino de la Alemania nazi, inferior en extensión, calidad y seguridad al inglés, no tenía línea hasta Japón, y precisaba de los servicios de la nación que se perfilaba como enemiga para comunicarse con su inminente aliada.
Lo hacía siempre en clave,
por medio de máquinas como la Enigma y la Lorenzo, que dejaban irreconocible
cualquier texto. Con el tiempo todos los servicios de espionaje se hicieron con
alguna Enigma, pero para descifrar aquellos códigos secretos era
imprescindible, además, apropiarse del libro de claves y saber cuál estaba en
vigor.
La intensidad del intercambio
germano-nipón a través de Vigo se disparó aquel último año previo a la
conflagración mundial y los servicios secretos británicos no lo pasaron por
alto. Según relata Carballo, él y sus compañeros recibieron de arriba la orden
de “coleccionar en su totalidad tales mensajes de Estado”. Esto “equivalía a
copiarlos dos veces en cinta perforada y proceder a su chequeo antes de
transmitirlos”, escribe el telegrafista, que luego aclara: “Ya es sabido que en
los grupos en clave el simple error en una letra puede cambiar el sentido del
mensaje al ser descifrado”.
Este lapsus podría haber
torcido la intención por completo y “tener una trascendencia enorme en aquellos
telegramas que Ribbentrop enviaba a Japón”.
Von Ribbentrop negociaba al
mismo tiempo con la URSS el reparto de Polonia y pretendía alcanzar con Japón
un pacto secreto contra los soviéticos. Mientras tanto, por las oficinas del
Cable Inglés en Vigo, primera escala mundial del imperio británico de las
comunicaciones, pasaban autoridades y directivos procedentes de Londres que
seguramente se ocupaban de algo más que de supervisar la eficacia de su
plantilla gallega a la hora de picar telegramas. Entre el personal hubo
colaboradores del MI6, el Servicio Secreto de Inteligencia.
Cabanelas destaca la figura
de Roderick Price Mann, un responsable del cable que no quiso marchar durante
la II Guerra (cuando la línea submarina fue cortada por los nazis y quedó
inservible) y que tras el conflicto fue condecorado por sus servicios con la
Orden del Imperio Británico. Se había casado con una viguesa, Ana Valdés, y
vivió en Baiona hasta su muerte, en 1985. Dicen que Mann conocía Galicia al
milímetro e informaba a la Inteligencia de movimientos portuarios sospechosos.
Del Cable Inglés ya no queda
mucho. O eso parece. Libros, muebles, puertas victorianas recicladas, una
bandera, un cabo de cable que asoma entre las rocas en la costa viguesa de
Alcabre con la bajamar, la viuda de Mann, residente en Londres, y un conserje,
Serafín Otero, de 92 años, que ahora vive en Madrid. Pero Cabanelas, con la
publicación de su libro, aún conserva la esperanza de hallar nuevos materiales,
hasta algún rollo de cinta picada en morse de aquellas copias duplicadas con
caracteres de cinco en cinco, por completo ininteligibles.
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