Lo Último

604. En la muerte de Miguel Hernández




 I


No lo sé. Fue sin música.

Tus grandes ojos azules

abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante,

cielo de losa oscura,

masa total que lenta desciende y te aboveda,

cuerpo tú solo, inmenso,

único hoy en la Tierra,

que contigo apretado por los soles escapa.


Tumba estelar que los espacios ruedas

con sólo él, con su cuerpo acabado.

Tierra caliente que con sus solos huesos

vuelas así, desdeñando a los hombres.

¡Huye! ¡Escapa! No hay nadie;

sólo hoy su inmensa pesantez da sentido,

Tierra, a tu giro por los astros amantes.

Sólo esa Luna que en la noche aún insiste

contemplará la montaña de vida.


Loca, amorosa, en tu seno le llevas,

Tierra, oh Piedad que, sin mantos, le ofreces.

Oh soledad de los cielos. Las luces

sólo su cuerpo funeral hoy alumbran.


II


No, ni una sola mirada de un hombre

ponga su vidrio sobre el mármol celeste.

No le toquéis. No podríais. Él supo,

sólo él supo. Carne sólo para amor. Vida sólo

por amor. Sí, que los ríos

apresuren su curso; que el agua

se haga sangre; que la orilla

su verdor acumule; que el empuje

hacia el mar sea hacia ti, cuerpo augusto,

cuerpo noble de luz que te diste crujiendo

con amor, como tierra, como roca, cual grito

de fusión, como rayo repentino que a un pecho

total único del vivir acertase.


Nadie, nadie. Ni un hombre. Esas manos

apretaron día a día su garganta estelar. Sofocaron

ese caño de luz que a los hombres bañaba.

Esa gloria rompiente, generosa que un día

revelara a los hombres su destino; que habló

como flor, como mar, como pluma, cual astro.

Sí, esconded la cabeza. Ahora hundidla

entre tierra, una tumba para el negro pensamiento cavaos,

y morder entre tierra las manos, las uñas, los dedos

con que todos ahogasteis su fragante vivir.


III


Nadie gemirá nunca bastante.

Tu hermoso corazón nacido para amar

murió, fue muerto, muerto, acabado, cruelmente acuchillado de odio.

¡Ah!, ¿quién dijo que el hombre ama?

¿Quién hizo esperar un día amor sobre la Tierra?

¿Quién dijo que las almas esperan el amor y a su sombra florecen?

¿Que su melodioso canto existe para los oídos de los hombres


Tierra ligera, ¡vuela!

Vuela tú sola y huye.

Huye así de los hombres, despeñados, perdidos,

ciegos restos del odio, catarata de cuerpos

crueles que tú, bella, desdeñando hoy arrojas.

Huye hermosa, lograda,

por el celeste espacio con tu tesoro a solas.

Su pesantez, el seno de tu vivir sidéreo

da sentido, y sus bellos miembros lúcidos para siempre

inmortales sostienes para la luz sin hombre.


Vicente Aleixandre






No hay comentarios:

Publicar un comentario