«No quiere ser un intelectual de retaguardia, dar recitales y arengas en el frente y volver por la noche a casa. Quiere luchar, con el fusil y con la pluma, al lado de su pueblo»
La valentía, la hombría de bien y el ejemplo moral de Miguel Hernández durante la guerra, y luego en las infectas cárceles franquistas, adquieren con el paso de los años categoría de auténtica heroicidad
Recordemos que el acercamiento del poeta al comunismo se había producido en 1935, cuando tenía veinticinco años, bajo la influencia de Rafael Alberti, María Teresa León, el argentino Raúl González Tuñón, Pablo Neruda y la amante de éste, Delia del Carril. Supuso para su vida y para su obra un cambio de dirección decisivo.
Recordemos que el acercamiento del poeta al comunismo se había producido en 1935, cuando tenía veinticinco años, bajo la influencia de Rafael Alberti, María Teresa León, el argentino Raúl González Tuñón, Pablo Neruda y la amante de éste, Delia del Carril. Supuso para su vida y para su obra un cambio de dirección decisivo.
El 23 de septiembre de 1936
Hernández se alista en el Quinto Regimiento. No quiere ser un intelectual de
retaguardia, dar recitales y arengas en el frente y volver por la noche a casa.
Quiere luchar, con el fusil y con la pluma, al lado de su pueblo. Será fiel al
compromiso a lo largo de toda la guerra, primero defendiendo a Madrid, luego
combatiendo en otros escenarios de la contienda. A aquel Hernández habría que
considerarlo sobre todo agitador y animador. Así lo demuestran sus prosas de
urgencia, dirigidas a sus compañeros en armas. En ellas su compromiso político
quedaba explícito. En «Para ganar la guerra», por ejemplo, donde pide castigo
para los que, «faltos de austeridad, pretenden establecer una nueva burguesía,
viciar y deshonrar con preferencias y halagos la moral de sencillez y hombría
que impone el comunismo». A veces firma con seudónimo, para no herir la
sensibilidad de los suyos. Es el caso de «Compañeras de nuestros días», donde
evoca los sufrimientos de su humilde madre campesina, víctima toda la vida «del
régimen esclavizador de la criatura femenina».
En 1937 asiste en Valencia al
II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Allí
saluda con emoción a un Antonio Machado ya muy envejecido y conoce a Nicolás
Guillén, que le evocó así unos meses después: «La voz cortante y recia; la piel
tostada por el férreo sol levantino. Todo ello sepultado en unos pantalones de
pana ya muy trabajada y unas espardeñas de flamante soga […] Este cantor de las
trincheras, este hombre salido de la más profunda entraña popular, produce, en
efecto, una impresión enérgica y simple».
Aquel septiembre estuvo
invitado en Moscú. Cuando volvió a España sus amigos notaron que algo había
cambiado. Y es que lo visto y oído en Rusia le había hecho reflexionar
críticamente sobre la realidad del sistema soviético, al margen de idealismos y
buenas intenciones. Parece que ya intuía que el estalinismo tenía un lado
oscuro.
Por estas fechas está en la
calle —y en las trincheras— Viento del pueblo. Poesía en la
guerra, testimonio irrefutable de su compromiso político.
Cuando llegan los últimos
meses de la guerra se está imprimiendo en Valencia un nuevo poemario, El
hombre acecha, violenta condena de los vesánicos responsables de la
ola de sangre que inunda España, en primer lugar Franco y Queipo de Llano. La
edición fue destruida por los nacionales al tomar la ciudad, pero por suerte el
original estaba a salvo.
Hernández está en Madrid
cuando se produce el golpe de Casado. Algunos amigos le aconsejan que huya del
país, para ponerse a resguardo tanto de los anticomunistas como, si triunfan,
de los fascistas. Pero la única e ingenua preocupación del poeta es volver al
lado de su mujer y su hijo, allí en Alicante. Y así lo hace.
El resto se puede contar en
pocas palabras. La huida a Portugal, donde, detenido por la policía, es
devuelto en la frontera, donde le muelen a palos. La conmuta de la pena de
muerte por la de treinta años (Franco no quería otro Lorca). Los terribles tres
años en distintas cárceles, sin una sola visita de su padre. La tuberculosis no
tratada que se lo lleva el 28 de marzo de 1942.
Fue uno de los grandes de la
lírica española contemporánea. Y un estoico de extraordinaria entereza que,
para conseguir su liberación, se negó tercamente a entonar la palinodia.
Estamos en vísperas del centenario de su nacimiento. Como poeta y como ser
humano es hora ya de honrarle como se merece.
Ian Gibson, Cuatro poetas en
Guerra
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