En Galicia, al producirse la
rebelión, en los primeros días del criminal atentado, comenzó la era del
terror: los encarcelamientos injustificados, los fusilamientos sin formación de
causa, las matanzas en masa. Los campesinos que en aquellos momentos dedicaban
sus tareas a la espléndida recolección del verano, los marineros y obreros que
trabajaban pacíficamente, se sintieron sorprendidos ante las llamadas que por
radio eran lanzadas: ¡Viva España! ¡Viva la República! ¡Acudir [sic] a
defender a la República! Todos los trabajadores dejaron los
instrumentos de labor para empuñar las armas que se les ofrecía para defender
la República de España, para salvar la causa legítima de la democracia. Esta
fue la primera traición de que se valieron los sublevados para atraerse a la
masa popular. Así comenzó la cobardía de las fuerzas armadas de la nación
frente a la población civil desarmada de España. Apenas iniciada la rebelión
tuvieron que dar vivas a la República y proclamar su adhesión al Gobierno para
poder así ametrallar a los trabajadores cuando acudían a las cuatro provincias
por las armas prometidas para la defensa de la causa común española. Cuando
mayor era el entusiasmo del pueblo y cuando más se expansionaba, más fuertes
eran las descargas de los emboscados. La debilidad de los cuatro gobernadores
que se opusieron a armar el pueblo creyendo en las escondidas palabras de los
militares traidores que afirmaban permanecer fieles al orden establecido; que
manifestaban su adhesión al Gobierno legítimo de la República; estas frases las
comunicaban los gobernadores a los ciudadanos que acudían a ellos para
expresarles su inquietud ante la realidad siniestra que se acercaba.
Esta estratagema de los
rebeldes se mantuvo algunos días después del 18 de julio. En todas las emisoras
los facciosos al final de sus alocuciones repetían: ¡Viva España! ¡Viva
la República! La población civil quedaba sorprendida y alarmada ante
estas tercas repeticiones, ya que en España no tenía aplicación el
restablecimiento de un orden que nadie había acometido sino los mismos
militares. Ya dueños de las ciudades, los sublevados comenzaron los primeros
fusilamientos que fueron en su mayoría: las fuerzas de Seguridad, Asalto y
Carabineros que, en su mayoría eran republicanas.
Entonces comenzó la era del
terror: el orden establecido por la voluntad común de España fue asaltado por
las fuerzas inertes armadas de los nacionalistas, por las hordas sangrientas de
los falangistas. Nos extrañamos cuando después del 18 de julio oíamos decir: "Hoy
va a haber limpieza". La realidad de esta frase es que la organización
de la Falange, a determinadas horas de la noche, iba en camiones
requisados a buscar a los trabajadores en sus casas. Los falangistas
llevan en una mano una cruz y en la otra una pistola que descargan en el
momento en que hacen arrodillar a los trabajadores preguntándoles si creen en
Dios. Matan así a muchos maestros, obreros y médicos. Al día siguiente los
familiares ante la desaparición de éstos van a buscarlos a las cárceles. Al no
hallarlos y preguntar, la respuesta es siempre la misma: "No
necesitan comer más". Después de buscarlos días y noches aparecen los
cadáveres por los lugares más inesperados, por los rincones más insospechados.
Es también muy frecuente encontrar los muertos en las carreteras o cruzados por
los caminos. Aparecen los cuerpos de los trabajadores fracturados, macerados.
El mar arroja también cuerpos mutilados. A esta forma de asesinar la
llaman: "Sacar de las cárceles y casas para dar un paseo". "No
hay que dejar ni un rojo", dicen las fuerzas inertes armadas con
profundo rencor ante la potencia creadora del pueblo, ante la realidad
histórica de los trabajadores. Son impresionantes las luchas de los que se
niegan a salir de las prisiones para ser fusilados o asesinados: de los que
dicen que no reciben "el golpe de Gracia" en los cadáveres
aún calientes, porque los tiradores dicen que "no son
hábiles". Al día siguiente de estas matanzas en masa se oye decir
a los fascistas: "Hoy hay carne fresca". Algunos
hombres, ante esta orgía sangrienta, se alistan en el Tercio y dicen: "Para
morir con la sangre caliente".
La alameda de Tuy es uno de
los lugares de Galicia donde mayor ha sido la matanza. Cuando por la bestial
invasión del Tercio y los moros en Badajoz los campesinos y obreros huían a
refugiarse en la frontera, Portugal, a petición de Franco, devolvía a los
españoles. La alameda de Tuy es hoy llamada por el pueblo: "El paseo de la
muerte".
A las doce del día, y cuando
el sol está más fuerte, es costumbre sacar a los presos de las cárceles para
fusilarlos; pelotones de trabajadores de veinte a cuarenta años, radiantes de
salud, quemados por el sol de las faenas del campo, o azotados por el salitre
de los mares de altura, bajan las escaleras de las cárceles, serenos. Largas
filas de mujeres les siguen arrodilladas, besan las huellas que van dejando por
las calles y las aceras, mientras dicen: "Les arrancan la vida,
por tener ideas, pero aquí aún quedamos nosotras, y en Madrid están los
nuestros". Esta exhibición a pleno día está organizada para
escarmiento de los que creen en la justicia, para los que están construyendo un
mundo nuevo, para el pueblo español creador y ordenador. La mayor parte de las
denuncias las hacen las beatas bigotudas y las prostitutas desdentadas que van
a los Gobiernos civiles y a las Comandancias militares a hacer declaraciones.
Los altos mandos suelen decir acalorados, después de escuchar estas
acusaciones: "Estas sí que son mujeres patriotas". Después
ante la eficacia de las denuncias ellas suelen decir: "Murieron
sin confesión, en pecado mortal. Nosotros, que somos los buenos, porque vamos a
misa, tenemos que rezar por ellos, para que no se condenen". Hablan
así estos escombros encajonados, mientras que los nombres de las calles
Colón, Cajal, Carlos Marx, Rosalía de Castro, Concepción Arenal, son
sustituidos por los nombres de los altos mandos sangrientos.
Las carreteras y los pueblos
de Galicia, antes del 18 de julio estaban repletos de campesinos que
transitaban cargados de trigo y leña y de marineros que poblaban las playas
inundándolas de redes y peces, cantando sus romances populares y sus canciones
improvisadas. Este mismo pueblo no canta ya. Claman justicia por las carreteras
y riberas grupos de mujeres y niños desamparados. Galopan hacia los montes los
hombres perseguidos como perros, por la fiera agresión de los falangistas, por
la brutal cacería de los nacionalistas que disparan ante la personalidad
humana.
Los primeros grabados murales
del pueblo que aparecían en las paredes, o con tiza en las vallas,
representando los instrumentos de labor, las primeras manifestaciones plásticas
proletarias, han sido cubiertas por los carteles de los sublevados. Uno de
estos carteles que representa un puño cerrado con un puñal en gesto de
agresión, dice así: "Este es el puñal que la Falange esgrime
contra el hambre y la miseria". Las hordas sangrientas de la
Falange dicen: "Primero el látigo y después el pan". Esto lo
practican cuando los obreros no quieren trabajar sin sueldo, como sucede en
Galicia, donde tienen que hacerlo "voluntariamente" una vez por
semana. Los escaparates del comercio de La Coruña, El Ferrol, Santiago, Tuy,
Vigo, Orense, toda Galicia, están abarrotados por las banderas alemanas, italianas,
portuguesas y monárquicas españolas. Grandes letreros dicen: "Haremos
una España libre, grande y única". Vocean los nacionalistas
al mismo tiempo que por las calles nos cruzamos con los espías alemanes, y por
sus puertos desembarcan armas extranjeras.
Someten a los comerciantes
por la fuerza de las armas y el terror, a plagar los establecimientos de
banderas y carteles invasores, a inundar los escaparates de copones, hostias y
casullas, donativos de las beatas y señoras que acuden a la misa en las cárceles
para presenciar el estado de ánimo de los sentenciados a muerte y
comentar: "A este tipo no le faltan más que dos días y está tan
fresco, no debían esperar tanto tiempo. Aquel no rezó en toda la misa y buena
falta le hace porque es de izquierda". "Debía tener siete vidas para
podérselas sacar, una a una".
Una de las actividades de la
falange femenina es recaudar para el Ejército "el día del plato
único" que es el primero y quince de cada mes. Van de puerta en
puerta, las señoritas de las familias más distinguidas, con sus insignias
monárquicas, calzadas de alpargatas, armadas de bastones para poder trepar los
caminos y callejones más intransitables, para extraer hasta de las casas más
humildes "la voluntad": "Hoy es el día del plato
único"; en muchas casas la respuesta es la presencia de mujeres y
niños vestidos de luto y: "Aquí ya nada tenemos salvo el hambre y
nuestros muertos". En otras: "Desde el 18 de julio
en esta casa no comemos". En otras contestan: "Señoritas;
aquí no podemos hacer extraordinarios: todos los días tenemos plato
único".
Maruja Mallo
La Vanguardia, 14 de agosto de 1938
Maruja Mallo
La Vanguardia, 14 de agosto de 1938
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