La extensión de los
ideales de aquel reducido grupo de personas fue posible a través de diversos
medios como el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (BILE)
que se publicó desde 1877 hasta 1936 y que fue cauce de penetración de las
grandes corrientes de pensamiento europeo; por la presencia y participación de
destacados institucionistas en congresos pedagógicos y científicos; por la
dispersión de profesores formados en la ILE o en sus Centros por todo el
territorio del Estado (como por ejemplo, las Universidades de Oviedo,
Barcelona, Sevilla, Salamanca, Valladolid, etc., que acogieron en sus claustros
a profesores pertenecientes a la Institución o que compartían sus postulados o
simpatizaban con sus ideas). A este último grupo, el de los simpatizantes,
suscriptores de publicaciones, etc., se le ha denominado la Institución
difusa, y ha sido considerado por los historiadores de la educación como el
grupo más determinante en la extensión de la influencia institucionista.
Además de las vías de
difusión del pensamiento institucionista que acabamos de señalar, durante las
últimas décadas del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX se hicieron
realidad algunas iniciativas por influencia de los institucionistas que
acabarían transformando el panorama intelectual y científico español. Entre
éstas podemos considerar el Museo Pedagógico (1882); la Junta para Ampliación
de Estudios (1907), que auspició viajes de científicos, profesores, maestros y
estudiantes al extranjero; la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio
(1909), donde se formaban los inspectores y profesores de Escuelas Normales; la
Residencia de Estudiantes (1910), que fue la casa de personalidades como
Alberti, García Lorca, Menéndez Pidal, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez,
Unamuno, Ortega y Gasset, Américo Castro, Dalí, Moreno Villa, Buñuel, Jorge
Guillén, Salinas, Azorín, etc., y en sus laboratorios trabajaron científicos
como Ramón y Cajal, Achúcarro, Calandre o Sacristán; el Instituto-Escuela
(1918), que se convirtió en laboratorio pedagógico para ensayar reformas que
permitieran la unidad dentro del sistema educativo, la unidad entre la
educación primaria y la secundaria; las Misiones Pedagógicas (1932), cuyo
patronato presidió Manuel Bartolomé Cossío y que pretendieron llevar la cultura
a aquella anacrónica España rural de los años treinta.
En buena medida, ésta es
la tradición pedagógica que conformaría la filosofía educativa de la II
República que, tal y como expresaba Marcelino Domingo, primer ministro de
Instrucción Pública, heredó "una tierra poblada de hombres rotos", y
mediante la educación, mediante la acción de la escuela se intentó una
revolución pedagógica. Así lo defendió Rodolfo Llopis en Zaragoza en diciembre
de 1932: "La misión de la escuela es transformar el país en estos momentos
(...) que los que estaban condenados a ser súbditos, puedan ser ciudadanos
conscientes de una República". De ahí que el régimen de Franco pusiera
tanto empeño en borrar de las memorias todo lo que recordase el trabajo en
favor de la educación y en beneficio de la extensión de la cultura realizado
por la República.
El magisterio -y, por
supuesto, el sistema educativo-, después de la Guerra Civil, tras la
persecución, se convirtió en una profesión al servicio de los intereses del
régimen totalitario. Muchos maestros, profesores, artistas e intelectuales
sufrieron el exilio. Otros, enfermos de soledad, de impotencia y de miedo
permanecieron en el interior de un país que les había sido arrebatado.
María Sánchez Arbós fue
la maestra aragonesa que más cerca estuvo de todo aquel movimiento de
renovación cultural y pedagógica que defendía el respeto a la libertad; la
importancia de la educación integral como alternativa al intelectualismo
imperante; la necesidad de que la vida penetrase en la escuela; la importancia
de conocer al niño y respetar sus ritmos evolutivos de desarrollo; la urgencia
de abrir los centros científicos y docentes a Europa; la coeducación; la
educación para la tolerancia, etc. Como veremos, conoció, trató y gozó de la
amistad de hombres y mujeres con grandes responsabilidades en estos proyectos
y, además, trabajó en la concreción práctica de algunas de las empresas
educativas más fecundas de la época. Luego, sufrió la depuración y la cárcel.
Con este trabajo quisiéramos arrojar sobre ella un poco de luz y librarla de un
injusto olvido.
María Sánchez Arbós era
hija de Manuel Sánchez Montestruc, secretario del Ayuntamiento de Huesca, y de
Paciencia Arbós Campaña. Fue una joven inquieta y como tenía deseos de
independizarse, tras cursar los dos primeros años de Magisterio en Huesca, en
la Normal instalada en el convento de Santa Rosa, se trasladó a Zaragoza con el
decidido propósito de obtener el grado superior. Ya había concluido el
Bachillerato en el instituto de la capital oscense. Los estudios de magisterio
fueron, durante décadas, uno de los pocos caminos abiertos para aquellas
mujeres que deseaban continuar estudios más allá de la escuela primaria. Para
muchas jóvenes, sin ninguna aspiración laboral, se convertían en unos
"estudios de adorno". En Zaragoza ejerció como maestra de párvulos,
pero descontenta con la labor que realizaba, firmó las oposiciones que convocó
el rectorado de Madrid (1912) y obtuvo la escuela de La Granja de San
Ildefonso.
Lo más importante para
esta maestra parece que ocurrió por casualidad y, además, casi todo sucedió en
abril. Como si el destino hubiera querido hacerle un guiño, cuando acudió a La
Granja a tomar posesión de su escuela, el 11 de abril de 1913, allí estaba Francisco
Giner de los Ríos con los niños de la ILE disfrutando de una de sus frecuentes
excursiones. Ya durante el primer año de estancia en esta escuela e impulsada
por una inquietud intelectual que le acompañó siempre, inició los estudios de
Filosofía y Letras. Más tarde, en septiembre de 1915, cuando paseaba por Madrid
se encontró con Rosa Roig, una antigua compañera de la Normal de Zaragoza que
acababa de graduarse en la Escuela Superior del Magisterio. Aquella tarde,
después de muchas confidencias y de compartir sueños e insatisfacciones, Rosa
Roig llevó a María al Museo Pedagógico. Allí escuchó la conferencia de Manuel
Bartolomé Cossío "El maestro, la escuela y el material de enseñanza"
que, tal y como escribiría casi cincuenta años después María Sánchez Arbós,
"borró todos mis pesares y me dio ánimo para conquistar la escuela con que
yo soñaba". Cuando Cossío defendió la importancia del juego en el
desarrollo infantil, la necesidad de buscar en la realidad el mejor material de
enseñanza, la urgencia de "gastar" en maestros y de formar
superiormente al profesorado de todos los grados... la joven maestra supo que
en ese ambiente, en esa escuela, entre ese grupo de personas encontraría las
respuestas que buscaba porque "el alma" que transmitía Cossío con sus
palabras era lo que perseguía y no había encontrado hasta entonces.
Es fácil suponer cómo
aquel encuentro con Manuel Bartolomé Cossío y con lo que Cossío representaba
terminó condicionando toda la vida de María Sánchez Arbós: sus estudios en la
Escuela Superior del Magisterio, su estancia en la Residencia de Señoritas, su
trabajo en el Instituto-Escuela, su matrimonio con Manuel Ontañón, su relación
con los hombres y mujeres de la ILE, sus colaboraciones en el Boletín
de la Institución Libre de Enseñanza, en la Revista de Pedagogía,
en La Escuela Moderna, etc. y, después, como ya hemos apuntado, la
depuración, la cárcel y la expulsión del magisterio.
Mi diario: la mirada de una maestra
Mi diario: la mirada de una maestra
Quizá convenga empezar
por lo que sería, cronológicamente, el final. En 1961 María Sánchez Arbós
publicó en México un diario del que se hizo una edición limitadísima de tan
sólo 100 ejemplares. Este diario es la principal fuente documental utilizada en
la elaboración de este trabajo.
María Sánchez Arbós
preparó esta edición partiendo de las notas que contenían unos cuadernos que le
habían acompañado desde 1918, desde su primera época como maestra en el
Instituto-Escuela. Cuando lo hizo, se encontraba en un momento muy especial: su
marido había muerto unos meses antes y ella estaba abatida, desanimada y sola,
a pesar de la cercana compañía de sus hijos y nietos. Por otra parte, hay que
considerar que en España no habían cambiado los pilares del régimen impuesto
por el general Franco en 1939. Además, algunos dolorosos hechos estaban muy
vivos en el recuerdo de esta maestra. Estas circunstancias explican, en primer
lugar, que el libro se editase tan lejos y, después, las elipsis, los silencios
de algunos episodios que necesariamente hubieron de invitarle a la reflexión
porque un diario se caracteriza por la inmediatez, por el presentismo de lo que
el testimonialista cuenta. En el caso del diario no existe el filtro del tiempo
tan presente en las memorias. El diarista carece de perspectiva y la escritura
se convierte en "lugar de repliegue, de confinamiento, de preservación del
yo; el diario se erige como un espacio privilegiado para exprimir ese
indefinible malestar que atenaza el ánimo y arrojarlo por la borda".
Esta
maestra tuvo en su vida muchos momentos de angustia, como tantos españoles que
compartieron los mismos dramas.
Un diario está escrito
para sí porque nadie más, en principio, ha de leerlo. Escribir un diario es un
ejercicio de descarga emocional. Por eso sorprende que en la versión del diario
que se publicó en México en 1961 no haya enjuciamientos de cada uno de los
regímenes políticos que se sucedieron en esta etapa tan convulsa de la historia
de España, como tampoco hay, prácticamente, alusiones a los padecimientos, a
las privaciones, a la angustia y a las tragedias tan cotidianas en el Madrid de
la Guerra Civil. La autora decidió, por razones que ya se han señalado, no
incluir en esta edición algunas de las páginas que redactó en los cuadernos
originales.
En aquella situación de
1961, María Sánchez Arbós se empeñó en ofrecer su visión como educadora en unas
notas que fueron escritas en la propia escuela, en la mesa de la profesora y en
presencia de las niñas. De esta manera, podemos leer las dudas y las
satisfacciones que nos descubren a una maestra comprometida con la tarea de
enseñar, a una maestra que gozaba estando en clase, a una maestra –como las que
hoy son tan necesarias- contenta de serlo.
Los cuadernos
manuscritos fueron rescatados por su autora al menos dos veces: primero del
Grupo Escolar "Francisco Giner" cuando ya había sido ocupado por la
columna Durruti y, luego, entre los restos de la casa de la familia Ontañón
Sánchez de Madrid, en la calle Bretón de los Herreros, después de la depuración,
de los juicios de urgencia y de la cárcel.
Este diario recoge, en
definitiva, "lo que una maestra entusiasta de su oficio ha pensado sobre
los niños, y cómo se ha preocupado por ellos". María Sánchez Arbós nos
muestra en este diario cómo lo esencial, cómo lo más importante es la mirada
sobre las cosas:
"Estas notas no han
sido escritas sobre la mesa de un despacho; han sido vividas en la propia
escuela y experimentadas ante la presencia de los niños. No he sentido prisa
por darlas a conocer. Siempre he creído que casi nadie las leería. Ahora que ya
vivo retirada de todo, me ocurre pensar que quizá a algún padre preocupado por
la suerte de sus hijos o a algún maestro apasionado por su escuela, les pueda
servir de agradable curiosidad leer lo que una maestra entusiasta de su oficio
ha pensado sobre los niños, y cómo se ha preocupado por ellos".
La
formación: el ambiente de la Institución Libre de Enseñanza
Ya hemos adelantado que
el pensamiento pedagógico de María Sánchez Arbós, su manera de entender la educación
se consolidó en su relación con la Institución Libre de Enseñanza. Fue alumna
de la octava promoción (1916-1919) de la Escuela Superior de Estudios del
Magisterio en la sección de Letras donde coincidiría con Rodolfo Llopis, futuro
director general del primer Ministerio de Instrucción republicano. A la vez
cursó la Licenciatura en Filosofía y Letras y los cursos de doctorado. Por su
brillante expediente académico, Asín Palacios le ofreció acceder al reducido
grupo de arabistas de la época, y Menéndez Pidal le encargó trabajos de
colaboración. En la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio profesaba
Magdalena Santiago Fuertes, que había sido durante bastantes años maestra en
Huesca. A ella se presentó María Sánchez Arbós con una carta de su padre y esta
profesora la propuso para que le fuera concedida media beca para la Residencia
de Señoritas que dirigía María de Maeztu. Allí asistió a las clases de
Literatura que impartía María Goyri, "mi mejor maestra", como la
calificaba María Sánchez Arbós. La herencia intelectual que María Sánchez Arbós
conservó de su relación con María Goyri, la esposa de Menéndez Pidal, fue su
amor por El Quijote, por el romancero, por las leyendas y los mitos... Su
estancia en la Residencia también fue determinante para su futuro porque María
de Maeztu propuso a la Junta para Ampliación de Estudios que María –quien ya
había iniciado entonces el tercer curso de la Escuela Superior de Estudios del
Magisterio- hiciera sus prácticas en el Instituto-Escuela, desde el mismo año de
su inauguración (1918) como maestra de la Sección Preparatoria. En este mismo
centro profesaron, entre otros, Miguel A. Catalán Sañudo, Samuel Gili Gaya o
Domingo Barnés.
Como la juventud y el
entusiasmo son fuente de inagotables energías, por las tardes daba clase
desinteresadamente en la Institución Libre de Enseñanza porque, simplemente,
allí encontraba el ambiente que, como maestra, buscaba:
"En mi continuo
contacto con la Institución aprendí más que enseñé dando clases desde párvulos
hasta mayores; asistí a las colonias infantiles en verano y me vi siempre
rodeada de sinceridad y de ánimos para la lucha. Aún me parece oír la dulcísima
voz del señor Cossío, diciéndome: "Alma, alma, María", en los
momentos de desánimo de mi trabajo".
El
matrimonio con Manuel Ontañón y Valiente
En 1920, María Sánchez
Arbós se casó con Manuel Ontañón y Valiente (Madrid, 4 de diciembre de 1891 -
Madrid, 19 de mayo de 1960), el hijo menor de Teófila Valiente y de José
Ontañón Arias, profesor de la Institución Libre de Enseñanza que en
colaboración con Joaquín Costa escribió en 1882, en las páginas del Boletín
de la Institución Libre de Enseñanza, el primer artículo en España sobre
colonias escolares de vacaciones.
El curso 1896-1897 fue
el primero en que Manuel asistió a la Institución, donde ya eran alumnos sus
hermanos José, Juana y Esteban. Para el pequeño Manuel las actividades
escolares fueron una prolongación de su vida familiar. En aquel ambiente
transcurrieron para él años de gran felicidad y el recuerdo de sus profesores
(Giner de los Ríos, Cossío, Rubio, Flórez, etc.) le acompañará toda su vida.
En 1905 se reincorporó
al claustro institucionista Edmundo Lozano, que había residido durante 15 años
en Sudáfrica. El joven Manuel se sintió muy influido por su nuevo profesor, lo
que le decidirá a estudiar la Licenciatura en Ciencias, sección Físicas.
Colaboró en la
organización de las actividades de la Institución: excursiones, colonias
escolares... Durante un tiempo, las deficiencias en la salud de su hermano
Esteban, desde muy joven topógrafo del Instituto Geográfico, le impulsaron a
acompañarle y secundarle durante sus campañas de campo, muchas de ellas en el
Maestrazgo.
Conoció a María Sánchez
Arbós en el Instituto-Escuela, donde él mismo dio clases en su época inicial. A
partir de entonces, siempre sometió sus intereses profesionales a las
conveniencias de su familia. Así, en Tenerife fue profesor del Instituto al
tiempo que impartía clases en la Universidad de La Laguna. También por aquellos
días, comenzó sus estudios de Doctorado bajo la dirección de Blas Cabrera sobre
efectos de corrientes eléctricas inducidas. Luego, en Huesca, se inició en la
hidráulica aplicada, en los Riegos del Alto Aragón, especialidad que ocupará en
adelante la mayor parte de su vida profesional. En Madrid, formó parte de la
Secretaría Técnica del Canal de Isabel II y fue profesor de Física y Química
del Instituto San Isidro. Además, su dedicación a la Institución (clases,
conferencias, excursiones, colonias, etc.) fue continua. En 1930, para no apartarse
de su familia, renunció a una beca de la Junta para Ampliación de Estudios en
la Universidad de Praga.
En julio de 1936 se
encontraba en San Vicente de la Barquera, donde había organizado una colonia
escolar para los hijos de empleados del Canal de Isabel II. Con gran esfuerzo
logró que alumnos y profesores regresaran a Madrid a través de Francia. Meses
más tarde recuperó, con la ayuda de su condiscípulo, entonces embajador en
Londres, Pablo Azcárate, y también a través de Francia, a sus tres hijos
mayores, sorprendidos por la Guerra Civil en la finca de la familia del señor
Cossío en la aldea de San Victorio (Bergondo, A Coruña).
Terminada la contienda,
lo que antecede aparece como motivo para procesarle, con detenciones y pérdida
de puesto de trabajo en el Canal de Isabel II.
La posguerra fue
especialmente dura para él y su esposa. Su dominio de los principales idiomas
científicos y sus conocimientos de Hidráulica le permitieron desarrollar su
actividad profesional en empresas consultoras y en editoriales técnicas. Por su
formación humanista pudo realizar traducciones como Siete estadistas
romanos de Charles Oman (Pegaso, 1944). No le faltaron alumnos
particulares, generalmente aspirantes a Escuelas Técnicas.
Cuando se creó, en 1950,
el Laboratorio de Puertos de la E.T.S. de Ingenieros de Caminos, Canales y
Puertos trabajó en el canal experimental de oleaje de dicho laboratorio, durante
los diez últimos años de su vida.
En 1952, con motivo de
la boda de su tercera hija, la acompañó a México, donde el nuevo matrimonio
fijó su residencia. Manuel Ontañón visitó a antiguos condiscípulos residentes
en aquel país y en Venezuela, y se reunió con su hermana Juana a la que no
había vuelto a ver desde 1938.
La acuarela y la
interpretación de música constituían sus principales distracciones. Por su
afición a los viajes y a la naturaleza, iniciada en los años de alumno de la
Institución, conoció en profundidad el territorio español.
Murió a causa de una
dolencia cardiocirculatoria, sin ver realizada su nunca perdida esperanza de
normalización de la vida política y social de España.
La
pasión de educar
El 20 de mayo de 1920 le
comunicaban a María Sánchez Arbós desde la Escuela Superior del Magisterio que
había sido nombrada profesora en la Escuela Normal de La Laguna (Tenerife).
Llegó a la isla a finales de septiembre sin ningún entusiasmo, convencida de
que había dejado un apasionante trabajo pendiente en el Instituto-Escuela. Ya
se había casado con Manuel Ontañón, quien no dudó dejar Madrid para acompañar a
su esposa.
Como profesora de
Escuela Normal, muy pronto encontró en falta algunas cosas que sólo la escuela
primaria le daba: la alegría de comenzar las clases; frente a las espontáneas
preguntas de las niñas, en la Normal las alumnas estaban excesivamente
preocupadas por tomar unos apuntes que luego habrían de repetir en el examen;
le dolían la rutina y sus propios fracasos en el empeño de hacer las clases más
activas. Consciente de la importancia de la lectura, recomendaba a sus alumnas
las de la colección de la Revista de Pedagogía, que dirigía en
Madrid Lorenzo Luzuriaga.
En 1925 le correspondió
en el turno de ascenso una vacante en Huesca. En septiembre dejaba la Normal de
La Laguna. Ya habían nacido sus tres primeros hijos. Como quería retrasar el
momento de incorporarse a la Normal de Huesca, firmó unas oposiciones a
cátedras de Instituto que le permitirían vivir unos meses en Madrid.
El día 1 de abril de
1926 tomó posesión de la Escuela Normal de Huesca. Acudía a su ciudad natal con
el presentimiento de que no iba a encontrarse a gusto. En Huesca, además del
calor de la familia, tuvo otros apoyos afectivos: coincidió con Leonor Serrano,
una inspectora que había sido expedientada por discrepar con la política de
Primo de Rivera; también se reencontró con Ramón Acín y con su esposa, a
quienes visitaban con mucha frecuencia en una casa llena de magia que hechizaba
a los hijos de María Sánchez Arbós (allí había, entre otros
"tesoros", un misterioso esqueleto, una hermosa caja de música, o un
arpa que Ramón Acín tañía para los niños). A pesar de esto, en octubre de 1927,
escribía que su desánimo no disminuía, y que estaba haciendo gestiones para
abandonar aquel trabajo, trasladarse a Madrid y volver a la escuela primaria.
Estas dudas profesionales ya habían comenzado el mismo día que le anunciaron
que había una plaza para ella en la Normal de La Laguna y tuvo que abandonar el
Instituto-Escuela. Ninguna de las supuestas pérdidas que representaba dejar el
Escalafón del profesorado de Escuelas Normales le importaban tanto como volver
a recuperar la ilusión por el trabajo, el entusiasmo por la educación. Madrid
representaba, además, la posibilidad de que sus hijos pudieran educarse en la
Institución Libre de Enseñanza. Firmemente decidida, no empezó el curso 1928-29
en la Normal de Huesca porque se anunciaron oposiciones a las escuelas de
Madrid y, entretanto se celebraban, solicitó volver a trabajar en el
Instituto-Escuela, donde le asignaron, a partir de octubre de 1928, un grupo de
secundaria.
Aprobó las oposiciones y
fue destinada, en febrero de 1930, al Grupo Escolar "Menéndez
Pelayo". Allí volvió a recuperar la ilusión por un trabajo que le
apasionaba. Un mes más tarde cesaba oficialmente en la escuela Normal de Huesca.
Proclamada la II
República, fue invitada por el Ministerio de Instrucción Pública para elaborar
una propuesta de reglamento de funcionamiento de los nuevos grupos escolares
que se construyeron para paliar el grave problema de la escolarización. En 1933,
ganó las oposiciones a la dirección de Grupos Escolares. Como había obtenido el
número 1, pudo elegir la dirección del que se levantó en la Dehesa de la Villa
y que se llamaba, precisamente, "Francisco Giner", nombre que tantas
sugerencias despertaba en ella. Se enfrentó entonces al reto de poner un gran
Grupo Escolar en marcha: el problema que representaba que el profesorado fuera
interino, la falta de autonomía en la organización y funcionamiento del centro,
la falta de previsión, los meses que se perdían en la aplicación de soluciones
provisionales, etc. Convencida de que la escuela daría sus mejores resultados
cuando además de ser de los niños fuera de los padres, les animó para que
constituyeran una asociación de padres que colaborase en la escuela y ayudase a
resolver los muchos problemas que el Grupo Escolar planteaba.
Como maestra, puso todo
lo suyo, todas sus relaciones y todos sus conocimientos a disposición de la
escuela. Así no dudaba en solicitar ayuda y colaboración de antiguos alumnos
del Instituto-Escuela o de la Institución Libre de Enseñanza y, por supuesto,
de su familia. En 1934 organizó un ciclo de conferencias para los padres en el
que participaron Manuel Ontañón, que habló de las aguas de Lozoya que surtían a
Madrid; Juana Ontañón, profesora de la Normal, del Romancero; Emilia Elías
sobre alimentación; José Subirá sobre música popular; y Enrique Rioja
Lo-Bianco, que proyectó una serie de películas científicas.
María Sánchez Arbós
sostenía que era preciso crear una escuela nueva, alegre y risueña donde los
niños disfrutasen, donde tuvieran más comodidades que en su casa, y donde
hubiera maestros satisfechos de serlo, amigos de los niños, fervientes amadores
de la escuela. En este sentido, compartía aquella solución tan simple y tan compleja
de los hombres de la Institución: "Maestros, maestros, sólo ellos harán la
escuela" porque el maestro es lo que más importa.
Como consecuencia de la
renovación metodológica que sacudió la escuela del primer tercio del siglo XX,
participó en el debate sobre lo nuevo y lo viejo en educación, sobre el papel
del maestro, sobre el uso y abuso del libro de texto, etc., pero tampoco se
dejó llevar exclusivamente por lo que dictaban las teorías: llegó a escribir
que las teorías de Rousseau eran maravillosas para su Emilio, pero
en el "Francisco Giner" tenían unos niños concretos, y unos padres, y
un ambiente y una vida que les acuciaba sin cesar. Muchas de sus dudas y de sus
preocupaciones las compartió con Manuel Bartolomé Cossío, como se desprende de
la página que María Sánchez Arbós redactó en septiembre de 1935, pocos días
después del fallecimiento del maestro:
"Vengo a la escuela
triste de verdad. Mañana se abrirá a los niños sin la sombra protectora del
señor Cossío que se nos fue el día 1. Conocía la escuela porque yo se la había
descrito tantas veces... ¡Cuánto hemos discutido sobre ella! "Quite usted,
María, todo lo que sobre -me decía-; no se preocupe usted de que sobre más que
alma". Y yo lo tomaba con tanto ahínco que llegaba él a regañarme
amorosamente cuando veía que me excedía en mi afán. Más de una vez he ido a él
desconsolada y débil, y siempre he hallado ánimo en sus palabras. "No se
desconsuele, María; usted conseguirá cuanto se proponga". ¡Qué ganas de
llorar he sentido hoy al entrar en la escuela! He recordado una vez más el
valor inestimable que para mí tenía su sola sombra, dentro y fuera de la
escuela".
Durante los meses que
precedieron al levantamiento de los militares contra la República, María
Sánchez Arbós sólo recogió en su diario algunas referencias, escasas, a las
circunstancias que afectaban al trabajo de los maestros en la escuela de una
barriada obrera, al desasosiego de los alumnos, a las elecciones de febrero de
1936, a las huelgas que influían en el estado de ánimo de los escolares, a la
tensión social que crecía conforme se acercaba el verano de 1936: en mayo ardía
un colegio católico a 200 metros de la escuela. Y, por supuesto, después, a
"la maldita guerra" que le robó, entre tantas cosas, su querido Grupo
Escolar "Francisco Giner". El 12 de octubre de 1936 escribía:
"Fiesta de la Raza. ¡Con qué tristeza
te miro y te veo indómita y anárquica! No sé qué decir a los niños. Mejor será
no decir nada ni mencionar esta desdichada guerra, que yo querría olvidar (...)
Pobres niños, tan indefensos y tan inocentes! El ayuntamiento ha mandado una
litografía del actual Presidente de la República, para que se ponga en la
escuela. No quise poner la del anterior Presidente, ni voy a poner ésta. La
escuela debería recordar solamente a los hombres que han laborado por ella,
cuyo recuerdo es imperecedero. Esta variabilidad de personajes, adorados o
despreciados según el sentimentalismo de los tiempos, no debe estar en la
escuela. Esperaré un poco a ponerle marco, como esperé a ponerlo al primero, que
no vio la hora de adornar la pared".
El 8 de noviembre de
1936 cayó una bomba en uno de los torreones de la escuela. Niños y maestros
abandonaron el edificio que fue ocupado, pocas semanas más tarde, por la
columna Durruti, llegada de Barcelona para defender Madrid. Participamos con la
lectura de este episodio de la inmensa tristeza de María cuando le rogaba a un
oficial respeto y cuidado por la escuela, por el edificio, por el material.
Para tranquilizarla le ofrecieron un salvoconducto que le permitiría visitar la
escuela cuando ella quisiera. Cuando regresó a las pocas semanas comprobó que
el oficial no había podido cumplir su palabra y entonces, ante la contemplación
de la escuela, María Sánchez Arbós describe con precisión el fin de la utopía: "Yo
me llevo ahora mi diario, el retrato de don Francisco, y las llaves de la
escuela. ¡Triste recuerdo totalmente ilusorio porque las puertas han
desaparecido! ¡Con qué desesperación abandono estas ruinas!".
Tras perder el edificio,
y empujada por la apremiante necesidad de escolarizar a los niños de su
escuela, pidió permiso a Julián Besteiro –rector entonces de la Institución-
para trasladar a las dependencias de la ILE a los alumnos del "Giner de
los Ríos". Pero era necesario contar con la autorización del Ministerio,
que no llegó hasta 4 de febrero de 1937.
A pesar de la desolación
de la guerra, del Madrid asediado, había que sobrevivir y las anormales
circunstancias de aquellos días le llevaron en el invierno de 1937 a dar clase
en los locales de la ILE en el barrio de Chamberí. Después, de marzo a agosto
de 1938, estuvo en Valencia prestando servicios de Inspección. "Allí como
aquí, es inútil trabajar en estos momentos. (...) Mis hijos no se separaron de
mí". El trabajo daba una nota de normalidad y de esperanza entre tanto
caos: "Yo me agarro a estas dos clases como a tabla de salvación. No
quiero sucumbir".
"No
ha llegado la paz, ha llegado la victoria": el asalto a la Institución
Libre de Enseñanza
Cuando cayó Madrid, les
dieron instrucciones a los vencedores para que ocupasen los edificios
abandonados por republicanos en su huida o tras su desaparición. Siguiendo
estas consignas, un grupo de falangistas se presentó muy pronto en la sede de
la Institución Libre de Enseñanza. María Sánchez Arbós les salió al paso y les
advirtió que aquel edificio no estaba abandonado, pues en él funcionaba un
Grupo Escolar del Estado –el "Francisco Giner"- y era, por
consiguiente, un centro oficial. Los asaltantes no atendieron sus razones y la
obligaron a salir del edificio, casi empujándola, y, penetrando en él,
comenzaron su tarea destructora: quemaron muebles y libros, talaron los árboles
que en otro tiempo fueron testigos de felices encuentros y dieron cobijo a las
conversaciones de Giner, de Cossío, de los hombres y mujeres que soñaron un
país mejor.
Como escribe Antonio
Jiménez Landi, las pérdidas materiales podían haber sido mayores, pero los
maestros de la Institución fueron previsores y ya habían retirado los cuadros
de Sorolla y de Beruete de la sala del Sr. Cossío y habían llevado el grueso
del archivo a un lugar más seguro: al "Instituto Valencia de don
Juan", con la colaboración de Leopoldo Torres Balbás.
Tras la victoria, el
celo depurador fue especialmente severo entre magisterio. Aunque la depuración
alcanzó todos los órdenes de la vida social y profesional, es necesario admitir
que fue especialmente relevante en el aspecto cultural. Como ya se ha señalado,
la República se había apoyado en la educación para conquistar las mentes y los
corazones de los ciudadanos. Los maestros fueron las "luces de la
República". Luego, el régimen de Franco intentó borrar todo vestigio de
modernidad, de laicismo, de coeducación, de tolerancia, del respeto a la
conciencia del niño y del maestro, de igualdad de oportunidades, etc. También
se pretendió borrar todo recuerdo a personas alejadas ideológicamente del
nacional-catolicismo. Así por ejemplo, en Madrid, el Grupo Escolar
"Francisco Giner" se denominó a partir de entonces, y hasta hoy
mismo, "Andrés Manjón".
María Sánchez Arbós,
aquella maestra que era toda alma, conoció los horrores de la cárcel. Pasó tres
meses (de septiembre a diciembre de 1939) en la cárcel de mujeres. En 1941 fue
absuelta por el tribunal militar de urgencia que la juzgó, aunque la expulsaron
del magisterio. Luego pasaron muy despacio los años de la subsistencia, del
dolor, del silencio y del no olvido. A pesar de todo, se impuso la fuerza de la
vida y la urgencia de sacar adelante a cinco hijos: "tuvimos que ponernos
a trabajar donde pudimos, para llevar a cabo nuestra empresa de sacar adelante
a nuestros cinco hijos. No vacilamos en aceptar cuanto nos tocó en suerte,
aunque nuestra decisión fue no mendigar favores".
Llegó, pues, la dura y
amarga postguerra y además de las clases particulares, trabajó en algunos
colegios privados en los que la educación y la cultura -tal y como las
entendía- no tenían demasiada cabida. Ella creía en la función social de la
escuela, en la importancia de la educación en la liberación y promoción
intelectual del individuo. Pero en aquellos colegios privados se estudiaba para
otra cosa: las notas, los premios o el prestigio.
En julio de 1952 fue
rehabilitada para el magisterio, gracias a las gestiones de un hombre próximo
al régimen cuyo hijo recibía clases particulares de María Sánchez Arbós. Con la
vuelta al ansiado ejercicio oficial, todavía le esperaba una amarga experiencia.
En septiembre de 1953 acudió a Daganzo (Madrid) con el mismo entusiasmo que a
su primera escuela, aunque habían pasado 38 años. Pero pronto comprendió que no
existía en el pueblo el ambiente propicio para la educación y que su trabajo
era cuestionado por las autoridades locales. Esto les ocurrió también a otros
maestros rehabilitados. Si dura era la labor del magisterio, todavía lo era más
cuando se sabía que el maestro o la maestra habían tenido problemas con el
régimen.
Cuando ya estaba
dispuesta a renunciar a la que había sido la gran vocación de su vida, por un
favor personal le devolvieron su plaza de maestra en Madrid (una plaza que, por
otra parte, había ganado en tres ocasiones). Prestó sus servicios en la escuela
preparatoria del Instituto Isabel La Católica donde disfrutó de los últimos
gozos profesionales, de las últimas alegrías y donde le llegó, por fin, en
octubre de 1959, la jubilación.
Su
obra
María Sánchez Arbós
colaboró asiduamente en las más importantes y significativas revistas pedagógicas
de la época en un momento en que se estaba construyendo la pedagogía y muchos
maestros, inspectores y profesores de escuelas normales participaron en estos
debates: el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, La
Escuela Moderna, la Revista de Pedagogía, la Revista de
Escuelas Normales, etc. No es mi propósito ofrecer una relación completa de
los artículos que firmó en cada una de estas revistas.
Además publicó una serie
de libros y folletos, que se señalan a continuación, todos ellos antes de la Guerra
Civil, salvo Mi diario que, como sabemos, se editó en México
en 1961. También hay que destacar el breve, pero hermoso texto titulado
"Recuerdos de una maestra", que redactó para contribuir al libro
colectivo dedicado al centenario de la Institución Libre de Enseñanza.
.- Morrison, Henry C.: La
práctica del método en la enseñanza secundaria. Adaptación al castellano de
María Sánchez Arbós. Madrid, La Lectura, 1930, pp. 181.
.-
Don Marcelino Menéndez Pelayo al alcance de los niños. Anotado expresamente para
el Grupo Escolar Menéndez Pelayo.
Madrid, 1931, Diana Artes Gráficas, pp. 15.
.- Muresanu, Constantino:
La educación de la adolescencia por la composición libre. Traducción de
María Sánchez Arbós. Madrid, Espasa-Calpe, 1934, pp. 214.
.- El Grupo
Francisco Giner. Sus dos primeros años de funcionamiento, Madrid, Imprenta
La Rafa, 1935, pp. 31.
.- Mi Diario,
México, Tipográfica Mercantil, 1961, pp. 225.
.- "Recuerdos de
una maestra", En el centenario de la Institución Libre de
Enseñanza, Madrid, Tecnos, 1977, pp. 19-21.
Colofón
María Sánchez Arbós fue
la maestra aragonesa que vivió más de cerca todo aquel movimiento de renovación
cultural y social que representaba la Institución Libre de Enseñanza. Las
relaciones con las personas de la Institución se vieron incrementadas y
favorecidas por su matrimonio con Manuel Ontañón, que pertenecía a una de las
familias que acompañaron a Francisco Giner en sus empresas.
Por otra parte, estamos
ante el caso de una maestra que redactó un diario, que comprende un amplio y
muy significativo período de nuestra historia reciente (1918-1959). Ésta es una
circunstancia muy especial, por la escasez de este tipo de documentos. Mi
diario es un libro hermosísimo para los educadores, por la limpieza de
la mirada de su autora, por la pasión y lucidez de sus planteamientos
educativos. Para los historiadores de la educación constituye una fuente
insustituible porque ofrece un testimonio personal y directo de las principales
transformaciones pedagógicas de una época muy significativa de la historia
contemporánea y de la historia de la educación. Por otra parte, el libro es un
homenaje a toda una tradición, a un ambiente, a una sensibilidad silenciada
tras la Guerra Civil. Todavía hoy, cuando en ocasiones algunos acontecimientos
parecen tan lejanos, son necesarias recuperaciones como ésta. Todavía hoy es
necesario recuperar a personas e ideas que se pretendieron sepultar en el
olvido. Mi Diario es el texto que hemos utilizado para
reconstruir, en sus rasgos más sobresalientes, la trayectoria profesional de
María Sánchez Arbós.
Los cinco hijos de Manuel Ontañón y de
María Sánchez Arbós, fieles a la memoria de sus padres, fieles al espíritu en que
fueron educados, han estado y están muy presentes en actividades relacionadas
con la recuperación y conservación de un patrimonio cultural que nos hace, hoy,
más ricos: la Fundación Giner de los Ríos, el Colegio Estudio, la recuperación
de las colonias de vacaciones, la Asociación de Amigos de la Residencia de
Estudiantes, etc.
María Sánchez Arbós. Una maestra aragonesa en la edad de oro de la pedagogía, de Víctor M. Juan Borroy
Artículo publicado en Rolde. Revista de Cultura Aragonesa, Nº 89, octubre-noviembre 1999, pp. 12-21.
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