«Lo más justo estaba en la lealtad a la República, al poder legal y del lado del pueblo. Y con ellos estuve» (Antonio Buero Vallejo)
María Torres / 28 Abril 2014
El 14 de octubre de 1949 se estrenaba en el Teatro Español «Historia de una escalera», una metáfora de la posguerra española por la que se colaba la miseria y la opresión del pueblo español. Se trataba de la primera obra de un autor desconocido hasta entonces, Antonio Buero Vallejo. Ambos, obra y autor, rompieron los moldes del teatro de posguerra, un teatro que solo era complaciente con los vencedores. La dramaturgia de Buero estaba impregnada de un realismo implacable. Por primera y única vez un autor tuvo que salir a saludar al terminar una escena, sin dar lugar a finalizar un acto o la representación. Fue con «Historia de una escalera».
El hombre que en 1933 ingresa en la Academia de Bellas Artes de San Fernando con la intención de convertirse en pintor y que en 1946 abandona el Penal de Ocaña con la firme intención de dedicarse a la escritura, consagró cincuenta años de vida al teatro. Jamás permaneció neutral frente a la dictadura aunque tampoco buscó el enfrentamiento con el régimen. Utilizó su pluma como arma de resistencia antifranquista con una gran habilidad, educando al público para comprender las medias palabras y los mensajes entre líneas que los censores de turno no eran capaces de descifrar. El autor declaró que para burlar la censura solía introducir a modo de cebo fragmentos destinados a ser prohibidos y conseguir de esta forma que otros de mayor interés pasaran desapercibidos. Umbral decía que se trataba de «pisar siempre la raya de la libertad, hasta que el poder diga "basta", es decir, de cambiar el sistema desde dentro, aun a riesgo de ser acusado de colaboracionista, como le pasó al propio Buero».
Antonio Buero Vallejo nace en Guadalajara (lugar donde después de la Guerra apellidarse Buero era sinónimo de «rojo») el 29 de septiembre de 1916 en un familia de clase media. Su padre, Francisco Buero, era gaditano. Un militar culto con grado de capitán, que trabajaba como profesor de cálculo en la Academia de Ingenieros del Ejército. La madre, María Cruz era de Taracena. En 1933 la familia se traslada a Madrid y Antonio se matricula en Bellas Artes e ingresa en la Federación Universitaria de Estudiantes (FUE), pero en 1936 se ve obligado a abandonar los estudios por el estallido de la Guerra. Intenta alistarse como voluntario pero no obtiene el permiso paterno para hacerlo.
En otoño de 1936 su padre es detenido acusado de adhesión a la sublevación de Franco, encarcelado en Porlier y fusilado por los republicanos el día 7 de noviembre. A pesar del trauma que esto supone para Buero, mantiene su compromiso de apoyo a la República. Ingresa en el Partido Comunista y en 1937 es llamado a filas. Tras la instrucción en Villarejo de Salvanés (Madrid) es destinado a un batallón de Infantería adscrito a la Quinta División con el que combate en los frentes de Jarama y Aragón. Más tarde se convierte en ilustrador y periodista de revista La voz de la sanidad del Ejército Republicano.
El final de la Guerra le sorprende en Valencia, donde se encuentra destinado. Detenido en la estación ferroviaria de esa ciudad cuando intenta huir a Madrid, es conducido primero a la plaza de toros valenciana donde pasa en lamentables condiciones veinte días y después al campo de concentración de Soneja en Castellón. Un mes después obtiene autorización para marcharse a casa con la condición de presentarse con regularidad ante las autoridades. Esta condición jamás fue cumplida por Buero Vallejo, quien a partir de ese momento da comienzo a su resistencia antifranquista participando en la reorganización del Partido Comunista en la clandestinidad, a la vez que no duda en falsificar avales o alojar en casa a compañeros prófugos.
En junio de 1939 es detenido junto a otros cinco compañeros de tareas clandestinas, posiblemente por una delación y tras un juicio sumarísimo se le condena a la pena de muerte por el delito de «adhesión a la rebelión». Durante ocho largos meses espera en una celda de la prisión de Conde de Toreno que su nombre no sea pronunciado entre los «elegidos» para ser aniquilados. Cada día el reloj marca el inexorable compas de vida y muerte, mientras esperaba en la galería de los condenados y dibuja los rostros de los compañeros que se encuentran con él, como el de Miguel Hernández, al que había conocido en el último año de la guerra en un hospital de campaña de Benicasim, condenado también a la pena capital y que le pide un retrato para que su pequeño hijo no se olvide de él: «No quiero dejar de cumplir mi palabra, y ya que no puedo ir de carne y hueso, iré de lápiz, o sea, dibujado por un compañero de fatigas, como verás, bastante bien. Se lo enseñarás al niño todos los días para que vaya conociéndome, y así no me extrañará cuando me vea».
Con Miguel Hernández entabla una relación especial. Hablan de poesía, de las inquietudes culturales de ambos, repasan su francés. Mientras pasean por el patio de la cárcel Miguel le recitaba sus versos. Eran días de nostalgia y esperanza. Contaba Buero que en la cárcel se pasaba mucha hambre y los presos compartían la escasa comida que recibían de los familiares. A esto se llamaba «comer en república». Cuando Miguel Hernández se incorpora a la misma galería que Buero y su compañero comprueban que apenas recibe alimentos, por lo que le proponen comer con ellos. «Naturalmente, nos vamos a repartir la miseria, pero lo haremos con mucho gusto». El poeta parece aceptar, pero a la hora del racho no aparece. «Mira, no, lo he pensado, y vosotros también estáis muy necesitados... ». No hubo manera de convencerle. Decía Buero que «el hambre es una piedra de toque para ver cómo es una persona. Esto es un comportamiento insólito. Que una persona muy hambrienta, como era Miguel en aquel período, muy necesitada, dijese que no a una invitación de este tipo era insólito. Ofrecer lo poco que se tenía era normal, pero rechazarlo era de una abnegación y un desprendimiento inaudito. Era tal la sensibilidad de Miguel que no se permitía aceptar algo sabiendo que restaba alimento a una persona que también estaba necesitada».
Tras ocho meses de estancia en prisión, la pena capital de Buero fue conmutada por la de treinta años de reclusión, comenzando su periplo carcelario por diversas prisiones como Yeserias y Santa Rita en Madrid, El Dueso en Cantabria y Ocaña en Toledo, de donde salió en libertad condicional marcado como un vencido en marzo de 1946. Había pasado casi siete años privado de libertad, pero aun tenía una condena pendiente de veinte años y un día. «Las vivencias de la guerra y de la cárcel me han acompañado siempre. No me han abandonado, y pienso que por fortuna para mi teatro».
Desterrado de Madrid, alquila un cuarto en una fonda de Carabanchel Bajo e intenta ubicarse en la desestructurada resistencia antifranquista de aquellos años. Abandona la pintura y comienza a escribir su primera obra de teatro. Pudo marcharse del país, pero no lo hizo. Optó por quedarse para luchar desde su teatro e intentar sobrevivir a un régimen con el que no simpatizaba. Utilizó el llamado «posibilismo» como estrategia de lucha.
En 1949 recibe el Premio Lope de Vega por Historia de una escalera. No para de escribir y estrenar obras con un alto contenido social. En varias ocasiones es castigado por la censura, como es el caso de «La doble historia del doctor Valmy», escrita en 1964 pero que no se representará en España hasta 1976, una vez muerto el dictador. Quizás el motivo de la prohibición lo encontremos en su temática: la tortura. «Yo reivindico el derecho, y quizá hasta el deber —declaró el escritor—, de una dramaturgia que hable de la culpabilidad y el miedo. Todos nos sentimos culpables y todos tenemos miedo». Un año antes, había firmado junto a otros cien intelectuales encabezados por Bergamín una carta dirigida a Manuel Fraga Iribarne, por entonces ministro de Información y Turismo, solicitando explicaciones sobre el trato dado por la policía a algunos mineros asturianos. Esto le condena al silencio durante un tiempo. Antes de ello se le propone su incorporación al Consejo Superior de Teatro que Buero rechaza.
Al comienzo de la "democracia" participa en la creación de la Unión de Excombatientes de la Guerra de España y en la Asociación de Ex presos y represaliados. Fue objeto de duras críticas y varias amenazas, pero él seguía caminando por la misma línea que se había trazado hacía años: enviar su mensaje al público dentro de un guión intentando que prevaleciera de esta forma la memoria de un pasado que el régimen franquista se había empeñado en borrar.
El soldado de la República prisionero de Franco y condenado a muerte al finalizar la Guerra, ingresa en la Real Academia Española en 1971, recibe el Premio Nacional de Teatro en tres ocasiones, el Premio Cervantes en 1986, la Medalla de oro al Mérito de las Bellas Artes en 1993, el Premio Nacional de las Letras en 1996 (otorgado a un dramaturgo por primera vez), y un sin fin de premios más que le convierten en uno de los autores más condecorados y más respetados.
Fallece el 29 de abril de 2000. Dicen que en su entierro se escucharon unos versos de de su compañero de celda: "Tanto dolor se agrupa en mi costado que por doler me duele hasta el aliento"
El 14 de octubre de 1949 se estrenaba en el Teatro Español «Historia de una escalera», una metáfora de la posguerra española por la que se colaba la miseria y la opresión del pueblo español. Se trataba de la primera obra de un autor desconocido hasta entonces, Antonio Buero Vallejo. Ambos, obra y autor, rompieron los moldes del teatro de posguerra, un teatro que solo era complaciente con los vencedores. La dramaturgia de Buero estaba impregnada de un realismo implacable. Por primera y única vez un autor tuvo que salir a saludar al terminar una escena, sin dar lugar a finalizar un acto o la representación. Fue con «Historia de una escalera».
En junio de 1939 es detenido junto a otros cinco compañeros de tareas clandestinas, posiblemente por una delación y tras un juicio sumarísimo se le condena a la pena de muerte por el delito de «adhesión a la rebelión». Durante ocho largos meses espera en una celda de la prisión de Conde de Toreno que su nombre no sea pronunciado entre los «elegidos» para ser aniquilados. Cada día el reloj marca el inexorable compas de vida y muerte, mientras esperaba en la galería de los condenados y dibuja los rostros de los compañeros que se encuentran con él, como el de Miguel Hernández, al que había conocido en el último año de la guerra en un hospital de campaña de Benicasim, condenado también a la pena capital y que le pide un retrato para que su pequeño hijo no se olvide de él: «No quiero dejar de cumplir mi palabra, y ya que no puedo ir de carne y hueso, iré de lápiz, o sea, dibujado por un compañero de fatigas, como verás, bastante bien. Se lo enseñarás al niño todos los días para que vaya conociéndome, y así no me extrañará cuando me vea».
Con Miguel Hernández entabla una relación especial. Hablan de poesía, de las inquietudes culturales de ambos, repasan su francés. Mientras pasean por el patio de la cárcel Miguel le recitaba sus versos. Eran días de nostalgia y esperanza. Contaba Buero que en la cárcel se pasaba mucha hambre y los presos compartían la escasa comida que recibían de los familiares. A esto se llamaba «comer en república». Cuando Miguel Hernández se incorpora a la misma galería que Buero y su compañero comprueban que apenas recibe alimentos, por lo que le proponen comer con ellos. «Naturalmente, nos vamos a repartir la miseria, pero lo haremos con mucho gusto». El poeta parece aceptar, pero a la hora del racho no aparece. «Mira, no, lo he pensado, y vosotros también estáis muy necesitados... ». No hubo manera de convencerle. Decía Buero que «el hambre es una piedra de toque para ver cómo es una persona. Esto es un comportamiento insólito. Que una persona muy hambrienta, como era Miguel en aquel período, muy necesitada, dijese que no a una invitación de este tipo era insólito. Ofrecer lo poco que se tenía era normal, pero rechazarlo era de una abnegación y un desprendimiento inaudito. Era tal la sensibilidad de Miguel que no se permitía aceptar algo sabiendo que restaba alimento a una persona que también estaba necesitada».
Tras ocho meses de estancia en prisión, la pena capital de Buero fue conmutada por la de treinta años de reclusión, comenzando su periplo carcelario por diversas prisiones como Yeserias y Santa Rita en Madrid, El Dueso en Cantabria y Ocaña en Toledo, de donde salió en libertad condicional marcado como un vencido en marzo de 1946. Había pasado casi siete años privado de libertad, pero aun tenía una condena pendiente de veinte años y un día. «Las vivencias de la guerra y de la cárcel me han acompañado siempre. No me han abandonado, y pienso que por fortuna para mi teatro».
Desterrado de Madrid, alquila un cuarto en una fonda de Carabanchel Bajo e intenta ubicarse en la desestructurada resistencia antifranquista de aquellos años. Abandona la pintura y comienza a escribir su primera obra de teatro. Pudo marcharse del país, pero no lo hizo. Optó por quedarse para luchar desde su teatro e intentar sobrevivir a un régimen con el que no simpatizaba. Utilizó el llamado «posibilismo» como estrategia de lucha.
En 1949 recibe el Premio Lope de Vega por Historia de una escalera. No para de escribir y estrenar obras con un alto contenido social. En varias ocasiones es castigado por la censura, como es el caso de «La doble historia del doctor Valmy», escrita en 1964 pero que no se representará en España hasta 1976, una vez muerto el dictador. Quizás el motivo de la prohibición lo encontremos en su temática: la tortura. «Yo reivindico el derecho, y quizá hasta el deber —declaró el escritor—, de una dramaturgia que hable de la culpabilidad y el miedo. Todos nos sentimos culpables y todos tenemos miedo». Un año antes, había firmado junto a otros cien intelectuales encabezados por Bergamín una carta dirigida a Manuel Fraga Iribarne, por entonces ministro de Información y Turismo, solicitando explicaciones sobre el trato dado por la policía a algunos mineros asturianos. Esto le condena al silencio durante un tiempo. Antes de ello se le propone su incorporación al Consejo Superior de Teatro que Buero rechaza.
Al comienzo de la "democracia" participa en la creación de la Unión de Excombatientes de la Guerra de España y en la Asociación de Ex presos y represaliados. Fue objeto de duras críticas y varias amenazas, pero él seguía caminando por la misma línea que se había trazado hacía años: enviar su mensaje al público dentro de un guión intentando que prevaleciera de esta forma la memoria de un pasado que el régimen franquista se había empeñado en borrar.
El soldado de la República prisionero de Franco y condenado a muerte al finalizar la Guerra, ingresa en la Real Academia Española en 1971, recibe el Premio Nacional de Teatro en tres ocasiones, el Premio Cervantes en 1986, la Medalla de oro al Mérito de las Bellas Artes en 1993, el Premio Nacional de las Letras en 1996 (otorgado a un dramaturgo por primera vez), y un sin fin de premios más que le convierten en uno de los autores más condecorados y más respetados.
Fallece el 29 de abril de 2000. Dicen que en su entierro se escucharon unos versos de de su compañero de celda: "Tanto dolor se agrupa en mi costado que por doler me duele hasta el aliento"
No hay comentarios:
Publicar un comentario