Su vida fue un prodigio de acción y de conciencia. La mirada congelada de un niño, sepultado bajo los restos de un carro volcado en un bombardeo durante la Guerra Civil Española, significó para Elizaveta Parshina su compromiso definitivo con las armas.
El incidente ocurrió en Motril, durante los días de la "Caravana de la Muerte", la
columna de 150.000 refugiados malagueños que huía hacia Almería, ametrallada
por los cañones de los cruceros "Canarias" y "Baleares" y
los cazas alemanes e italianos. Aquello marcó el inicio de una nueva vida, la
de soldado, para esta brigadista rusa que, como otros miles de voluntarios,
llegó a tierras españolas deseosa de defender la legitimidad de la democracia y
la libertad del pueblo de España contra los fascistas.
Elizaveta Parshina adoptó el nombre de Josefa Pérez Herrera desde que en octubre de 1936 aterrizó en la Ciudad Condal. Al poco tiempo comenzó a trabajar en Albacete como traductora en el Estado Mayor de la Aviación Soviética, pero nunca olvidó su obsesión de juventud por combatir en el frente.
No pertenecía al Partido Comunista ni poseía rango militar alguno, pero sus nociones de castellano le permitieron ingresar en las filas del XIV Cuerpo de Guerrilleros del Ejército Republicano, también llamado "Niños de la Noche", un destacamento de campesinos y obreros andaluces, gran parte de ellos fuera de edad militar -o muy jóvenes o demasiado mayores- la mayoria malagueños que, como ella reconocía, "no habían cogido un arma en su vida, pero aprendían rápidamente", empezando sus primeras operaciones guerrilleras en localidades costasoleñas como Vélez-Málaga o Fuengirola, Málaga.
No era habitual en la época defenderse en dos idiomas, por lo que la
labor de Elizaveta en las situaciones delicadas era fundamental. Artur Sprogis,
veterano de la 1ª Guerra Mundial, el consejero soviético que dirigía la
compañía de reconocimiento y exploración, y que más tarde se convertiría en su
marido, le advirtió en más de una ocasión: «Si hoy no traduces bien,
acabaremos todos volando por los aires».
Y es que el consejero ruso asesoraba a los miembros del cuerpo
guerrillero en el manejo de explosivos. De ahí que el papel de Parshina fuera
tan importante. Mano a mano, consejero e intérprete dinamitaron cuatro puentes
de carretera y uno de ferrocarril, así como varias capturas de prisioneros tras
las líneas enemigas.
Rebelde y con un corazón sediento de aventuras, su mayor virtud a lo largo de la contienda española fue la preocupación que mostró en todo momento por sus compañeros y por sus familias. Como relata en "La Brigadista" -libro que ella misma escribió y que publicó La Esfera de los Libros hace unos meses-, «no estábamos en absoluto preparados para la muerte de nuestros compañeros. Creo que aquello fue lo más duro de la guerra».
El amor que sentía por los suyos era totalmente correspondido y de ellos se ganó la reputación de ser paciente y discreta. Amante de las flores, lo que más detestaba Elizaveta era estar siempre rodeada de piedras o zarzas, «...con las flores tan bellas y perfumadas que hay en España». La visión de las flores era la esperanza que ayudaba a la brigadista a salir adelante una y otra vez.
Parshina tenía en alta estima a los habitantes de la tierra en que luchaba. Le
conmovía en especial la canción española, en la cual decía que «se
oculta la inagotable energía y vitalidad de generaciones enteras de ese pueblo
tenaz y trabajador. Las canciones españolas despiertan en los que las escuchan
fuerzas poderosas y ansias de libertad».
Elizaveta Parshina nació en 1913 en la ciudad de Oriol, donde la I Guerra Mundial y la Revolución Bolchevique eclipsaron su infancia con escenas de fusilamientos, levas masivas y regresos del frente de miles de soldados inválidos.
A su regreso a la URSS tras la Guerra Civil Española, Parshina contrajo matrimonio con su comandante Artur Sprogis en el XIV Cuerpo Guerrillero, y fue una de las tres primeras mujeres que consiguieron ingresar en la Dirección General de Inteligencia soviética, el temido SMERSH.
Al final de 1943, por necesidades familiares empezó a trabajar en una tienda de libros en Moscú. Tres años después, la Dirección General de Inteligencia la envía a Checoslovaquia. Regresa a la URRS y decide retirarse de su actividad como espía en el NKVD, trabajando en un instituto de investigación científica donde permanece hasta su jubilación en 1970. Y a partir de ese momento se dedica a escribir, sobrevive con una exigua pensión de poco más de 130 euros y engrosa las filas de la asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE), siendo una de sus mas entusiastas colaboradoras.
Elizaveta Parshina, brigadista rusa, nació en Oriol (Rusia) en 1913 y falleció el 27 de junio de 2002 en Moscú.
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