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1177. Cerro Moreno, 7 de noviembre de 1949




A las 07:30 h. del 7 de noviembre de 1949, más de quinientos guardias civiles asaltaron el campamento del estado Mayor de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón, en el Cerro Moreno de Santa Cruz de Moya, Cuenca, uno de los más estables que disponía la AGLA por entonces, asesinando a doce de los trece guerrilleros que allí se refugiaban ese día. Parece ser que no tenían montada ninguna guardia, pues no se percataron del cerco hasta el último momento cuando ya no podían reaccionar.  

En Cerro Moreno cayeron “Andrés” Miguel Soriano Muñoz "Andrés" (Yecla, 1914),  jefe de la Agrupación;  Juan José San Miguel Recio "Ramiro" (Hita, 1915), responsable de Organización, que junto con "Andrés" había llegado desde Francia dos meses antes; Manuel Gracia Martín "Lorenzo" (Noguera, 1909); Jesús López Mirasol "Eulogio" (Cheste, 1916), radiotelegrafista; Lope Rodríguez Rodríguez "Vidal" (Vallanca, 1911); Simón Giménez Garrido "Manolo" (Santiago de Calatrava, 1918); José Cabero de la Cruz "Bartolo",(Monterde de Albarracín, 1901); Marino Alcalá Ruiz "Fermín", (San Martín de Boniches, 1931); Amador Huerta Jiménez "Cándido" (San Martín de Boniches, 1905); Aurelio Huerta Pla "Nicasio" (San Martín de Boniches, 1906); Basilio López Alarte "Ángel", (San Martín de Boniches, 1904) y Antonino Pérez Hernández "Conrado", (San Martín de Boniches, 1910)

Según Secundino Serrano fueron “500 guardias civiles de las comandancias de Teruel, Cuenca y Valencia y 100 somatenes” los responsables de la masacre. Otras fuentes señalan que el total de efectivos de Guardia civil era más 1.000.  Parece confirmado que participaron fuerzas de las tres provincias antes citadas con alrededor de quinientos efectivos y ausencia de somatenes, bajo la coordinación del comandante de Landete,  José Vivancos Crespo y la supervisión del general Pizarro Cenjor, Gobernador Civil de Teruel y  Jefe de la V Región de la Guardia Civil, además de Jefe Provincial del Movimiento.

Francisco Bas Aguado "Pedro", el único guerrillero superviviente de la matanza, relato que "la Guardia Civil atacó el campamento a ráfagas de naranjero y bombas de mano por la parte donde tenían el retrete. En esa mañana se encontraban trece guerrilleros. "Ramiro", "Vidal", "Lorenzo" y varios camaradas más en la zona donde se hacía la guardia; "Andrés" y "Pedro" cerca de la cocina. Dirigían los tiros hacia las tiendas de campaña. La GC tenía tomada también la cumbre del Cerro. Todos los guerrilleros buscaron la retirada por el lado opuesto a los disparos, mirando a la carretera, a la izquierda; intentaban llegar hasta el fin del pinar, aunque para ello tenían que pasar un claro de labores perdidas. Formaban un línea de unos 50 metros, cerraban el grupo "Andrés", "Pedro" y dos camaradas de los nuevos de San Martín, el joven "Fermín" era uno de ellos. En esos primeros momentos "Andrés" tuvo que dejarse la metralleta colgada de un árbol y "Pedro" respondió a los tiros con poca fortuna pues su arma se le encasquilló".

Los cuerpos destrozados y desfigurados de los guerrilleros fueron bajados del monte y enterrados en fosas del Cementerio de Teruel.

A continuación transcribimos la narración del cabo Francisco Blanco Jorge, de la Comandancia de Valencia (1)

“El día 6 de noviembre de 1949 se dispuso de los preparativos necesarios para desplazar fuerzas de la Comandancia de la GC de Valencia a un destino indeterminado. No sé los medios que se emplearon pero sí el que se empleó para un grupo especial al cual yo pertenecía. Un camión nos llevó pasando por Aras de Alpuente a la aldea de La Losilla y fue allí, reunidos con otras fuerzas, donde nos informaron de lo que se preparaba y cuáles eran nuestros cometidos, unos para escalar el cerro y otros para formar el cerco. La sección del brigada Vallejo formada por tres grupos al mando de los cabos Vinuesa, Adolfo y Blanco, amparados por la oscuridad de la noche iniciaron la ascensión hasta lo más alto del Cerro Moreno que duró más de cinco horas a troche moche. Cuando estábamos aproximadamente a la mitad de la ascensión hicimos un pequeño descanso con la mala fortuna de que a uno se le escapó un tiro del subfusil…, como se puede suponer el mundo se desplomó sobre nosotros, pues era lógico que en el silencio de la noche lo oyeran, y advirtieran nuestra presencia, nos estarían esperando y nos tendieran una emboscada. Seguimos avanzando pero, en verdad, me consideré carne de cañón. Los últimos metros de la escalada los recorrimos con el máximo silencio, los nervios a flor de piel y con un temor muy grande. Una vez arriba, y ya tranquilos, nos apostamos en los sitios que consideramos más oportunos, y fue entonces cuando el brigada nos dijo que estuviéramos muy atentos al amanecer, ya que los bandoleros se delatarían con el humo al preparar el desayuno, y era la ocasión de localizar y de atacar el campamento. Por lo que se supone que había alguna confidencia de las “costumbres” del campamento pero no del punto de su emplazamiento. Amaneció y no se pudo localizar humo por ninguna parte. “Seguro que anoche oyeron el disparo del subfusil y acordaron amparados por la oscuridad alejarse a otro lugar más protegido”. Nos reunió nuestro jefe y nos aconsejó que cada grupo por su cuenta emprendiera la bajada del cerro por donde pudiera. Aunque estábamos bastante fatigados, yo sabía de la fortaleza de las piernas de mis guardias, y les dije: “Creo que podemos bajar por esta trocha para llegar a las faldas del cerro”. Me siguieron y creo que los otros grupos también nos siguieron por lo que sucedió después. Cuando habíamos bajado por la trocha unos tramos peligrosos, les dije a mis guardas que descansaran un rato pues fue entonces cuando me di cuenta que una pequeña vereda atravesaba la trocha. Era muy estrecha, lo que suele llamarse un camino de cabras. Mi curiosidad pudo más que el cansancio y les dije: “Esperadme un momento que voy a ver dónde conduce esto”. La veredita me llevaba a una zona boscosa de pinos, enebros y abundantes matorrales. Cuál sería mi sorpresa cuando me veo cerca de una persona haciendo sus necesidades, creyendo que sería algún guardia civil de los otros grupos, pero al ver que salía corriendo sujetándose los pantalones con las manos, ya no tuve dudas, era un bandolero. Le apunté con mi subfusil y le disparé dando antes el “¡Alto a la Guardia Civil!”, pero no me funcionó el arma. Lancé entonces una granada en la dirección que huía y su explosión sirvió de alarma general. Seguidamente puse en condiciones mi subfusil y comencé a avanzar lentamente entre la maleza haciendo ráfagas cortas por si estuviera escondido en ella el bandolero. En mi lento avance me vi sorprendido por un griterío a mis espaldas, y a toda prisa pasó un grupo de guardias en el que sólo reconocí al cabo Vinuesa, pero que supuse estaría formado por los dos grupos que habían quedado en el cerro. Todos ellos saltando, gritando, enarbolando el arma que llevaban y avanzando a una velocidad que para mí me pareció suicida. Quedé enormemente sorprendido al ver esta estampa de guerra, y si yo me sorprendí, qué les pudo ocurrir a los que allí estaban acampados y durmiendo tranquilamente. Para huir tal y como estaban, quizá a medio vestir, y como el ataque parecía venir de lo alto del cerro, ellos tomaron la dirección opuesta y fueron a tropezar con las fuerzas que hacían el cerco. Por eso el titular “El Cerro Moreno fue la última batalla de la guerra civil” me parece ridículo. No hubo tal batalla, bastante tenían con intentar salvarse, pues aunque tenían armas apenas tenían munición. Esto lo puedo afirmar por haber encontrado una metralleta y dos pistolas sin munición en los cargadores. Como venía narrando, cuando reaccioné de mi sorpresa quise seguirles y me di de frente con una tienda de campaña comprobando que no había personal en su interior, y en este mismo momento hicieron acto de presencia los guardias de mi grupo, y cuando ya organizados decidimos desplegarnos y seguir el avance, fueron tantos los disparos que pasaban sobre nuestras cabezas que ordené protección cuerpo a tierra y ponerse a cubierto tras los troncos de los árboles. En esa situación, y a consecuencia de tantos disparos que venían de la misma dirección, nos vimos cubiertos de hojas de los arbustos que parecíamos llevar un traje de camuflaje. Pude observar que ningún impacto daba donde estábamos situados en una pequeña explanada y que seguían la trayectoria de la cúspide. Entonces decidí practicar una inspección en la tienda de campaña encontrando lo siguiente: a primera vista medio jamón serrano, más al fondo una metralleta y dos pistolas sin una sola bala en los cargadores, una máquina fotográfica, un manipulador de telegrafía Morse, un sello de caucho en el que se lee “Guerrilleros de Levante”, una cajita con fotos de Dolores Ibárruri “Pasionaria” tipo alfiler de corbata, unas gafas que siempre he creído eran de Francisco Corredor Serrano “El Gafas”, un distintivo circular metálico esmaltado para sujetar el uniforme con la expresión de “Escuela Popular de la Guerra” sobre la bandera republicana circunvalando el distintivo y en el centro una estrella de cinco puntas en rojo, y en la parte inferior del distinto un apéndice de esmalte blanco con la palabra “Servicios”, y por último, oculta entre piedras una relación de los nombres de personas de los caseríos, aldeas y pueblos de aquellos alrededores. Pasada una media hora, así me pareció, y habiendo enmudecido las armas decidí volver por la pequeña senda que había descubierto hasta dar con la trocha por donde bajamos de la cima del cerro y por allí seguimos hasta la base del mismo donde nos encontramos con algunos de nuestros mandos y guardias haciendo toda clase de comentarios por lo sucedido. La penosa e inquieta subida a Cerro Moreno en la noche de ayer y la madrugada de hoy, la constante vigilia nocturna y observación al amanecer para localizar el humo que saldría del campamento según confidencia, la enorme tensión de verse bajo el fuego de tus compañeros y la inquietud de que estuviera agazapado bajo los matorrales algún guerrillero en las inmediaciones de la trocha por la que estábamos bajando seguramente se reflejaban en nuestros rostros, pues nada más llegar, al vernos nuestros jefes, nos ordenaron que nos llevaran a descansar a un pajar cercano donde el sueño se apoderó de nosotros. Dormimos varias horas y nos despertó el ruido de los camiones que venían a llevarnos al punto de partida. Antes de ser trasportados preguntamos por las posibles bajas de una y otra parte. Nuestro jefe, acompañado de su ayudante, nos confirmó que no hubo bajas por nuestra parte sino algunos rasguños de los matorrales y alguna torcedura de tobillo, que por los bandoleros se sabía que habían muerto todos los que estaban en el campamento. Fue entonces cuando le entregué la metralleta al jefe y la máquina fotográfica al ayudante, y el jefe la estuvo examinando bastante rato pues era muy pequeña y bonita, y me dice: “Esta metralleta la usarás tú en tus servicios”, pasó el tiempo y tal promesa no llegó a realizarse. No tuve ocasión de ver a ningún muerto. Esta operación la estaban realizando por otra parte, y tampoco supe el destino que les dieron” (Notas mecanográficas sobre el texto “El Cerro Moreno fue la última batalla de la guerra civil”, facilitadas por Francisco Blanco Jorge “Cabo Canario”)


La Asociación "La Gavilla Verde" de Santa Cruz de Moya, rinde homenaje a la memoria de todos los Guerrilleros caídos en Cerro Moreno y a todos los "guerrilleros españoles muertos en la lucha por la paz, la libertad y la democracia al lado de todos los pueblos del mundo"

Para saber más, os dejamos enlace a La Gavilla Verde.


(1) Salvador F. Cava, Los Guerrilleros de Levante y Aragón. 2. El cambio de estrategia (1949-1952)










3 comentarios:

  1. El hombre, desde siempre, ha vivido como ha podido, a veces para vivir ha tenido que matar. Los ideales pueden aparecer a los 18 o 20 años, pero en dos cosechas desaparecen para ver que el mundo es otro muy diferente. El matar trae consigo el riesgo de que te maten. No hay que engrandecer las muertes o los asesinatos, es el aspecto más negativo de todas las historias de todos los hombres desde el principio de los tiempos. ¿Crees que Alejandro Magno, Julio César o Carlomagno, cortaron cuellos por el bien de la humanidad? Yo no me lo creí ni cuando estudiaba Bachillerato. Las necesidades humanas son más inmediatas que toda la literatura épica quiere hacer sobresalir. El hombre piensa:"Si gano vooy a vivir de puta madre" y por ello se juega la vida, que a veces la pierde. Naturalmente aceptado éste concepto, que lo es por todo el mundo. Los cuentos son para los niños (y algunos ya no se los "tragan")

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    1. Nicolás, no sé si conoces la lucha de la guerrilla o has tenido la oportunidad de hablar con algún guerrillero antifranquista (aún quedan tres vivos). Su lucha tuvo un excepcional valor. Claro que sabían que podían morir, que tenían que matar, pero el legado que dejaron, tan rico es experiencias, es muy valioso, lo mismo que lo fué la generosidad de la resistencia, la generosidad de unos hombres y mujeres a los que les quedaba luchar en el monte, exiliarse o entregarse a las autoridades franquistas para ser ejecutados.

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    2. ¡Claro que sí! He tenido ocasión de hablar con los llamados "guerrilleros" y como mi curiosidad es enorme, cuando no conozco una cosa, pregunto a quien la vivió (como es el caso) o a quién la sabe, y sin prejuicios me la "apunto" en la agenda de mis conocimientos. La respuesta más abundante de algunos fué que :"fueron engañados"

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