Federico García Lorca al pié del Cruceiro de Santa María do Azogue en Betanzos, junto a Ramón Fernández Cid, José Álvarez Sánches-Heredero, Francisco Esteve Barbá y José Barbeito. Mayo 1932 |
"A mi llegada a Galicia, ellas [las «fuerzas formidables» de Compostela y el paisaje] se apoderaron de mí en forma tal que también me sentí poeta de la alta hierba, de la lluvia alta y pausada. Me sentí poeta gallego, y una imperiosa necesidad de hacer versos, su cantar me obligó a estudiar a Galicia y su dialecto o idioma, para lo maravilloso es igual" Federico García Lorca
Federico García Lorca me llegó, un día cualquiera de nuestra amistad, con un puñado de versos gallegos. Todavia traían en lo tierno de su blandor recien modelado, el movimiento arbitrario de una grafía nerviosa de tachones, curvas y afiadidos; plástica de la inspiración -calumniada palabra romántica que hay que recuperar por tantos motivos-; movimiento casi involuntario de la mano, agarrotada por ese eléctrico torrente discontinuo, que al bajar de los sesos a los dedos, se apodera de todo cuanto puede extremecerse en nuestra carne. -Y dijo: -«La verdad es que, a pesar de haberme bien leído mi Curros y mi Rosalíaa el gallego lo aprendí en los vocabularios precaucionales que añades a tus libros de poemas. Debes ser tú, por lo tanto, quien ordenes éstos y quien los edite y quien los prologue. Y ya está. Y ya se acabó. Y no me hables más de esto hasta que me traigas el libro.»
Poco había que ordenar fuera de la simple anécdota amanuense de sacarlos del dorso de unos recibos, des- enredarlos de entre las líneas de un telegrama o ponerlos a flote de las restingas de una carta. Se veía que habían sido escritos en una serie de impromtus, de urgencias y de incontinencias, como los otros; no cultivándolos en macetas de ocios trabajosos y de postizas filologías, sino recogiendo el lagrimón de resina madura en el momento caprichoso en que se le ocurría aparecer sobre la superficie del poeta. No son, pues, versos eruditos elaborados, por virtuosismo y presunción, en lengua prestada, sino tan naturales, tan irremediables y tan «inspirados» como los que le salen en su idioma de siempre.
Esta proximidad -más que aproximación- del poeta andaluz, no solo a la estructura morfológica de nuestra lírica, sino a su más honda infraestructura espiritual, no cabe facilmente en las disculpas pedagógicas de la intuición. Y por ser cosa tan venturosamente inexplicable, yo he resuelto, por unanimidad conmigo mismo, atribuirla al milagro: que a fin de cuentas, es la atmósfera natural y la única lógica de toda poesía, no contaminada por lo académico, lo social o lo didascálico. Es decir, de la poesía.
Muchas cosas, para mi lucimiento y pedantería- pudiera yo hacer como que meditaba, en este pronaos donde el poeta me deja a solas con sus nórdicos ramos y muchas losas pudiera mancharle con el polvo de mis zancadas, falsamente solemnes-. Pero eso sería pagar una hospitalidad de príncipe con oportunismo de villano. Dejo, pues, para ocasión más confianzuda el devanar cavilaciones, que muchas podrían ser en vista de tan fausto suceso. Pero será cuando no esté en casa ajena.
¡Sería de ver que el idioma gallego, lengua nutricia primero e imperial después, de la lirica de España durante siglos empezase otra vez, como en la época trovadoresca y en la romántica, que fueron sus dos grandes explosiones cíclicas, a rebordar por el mapa a delante, arrastrando en su riada a gentes que van por los más desviados caminos; y que fuese un poeta, impedal de suyo, quien viniese en traza de heraldo a gritar la nueva, rindiéndole humildes preseas de voluntario vasallaje.
Esta vez, como siempre, lo gallego no triunfa por el dominio sino por el encanto. (Cuando me dicen que Galicia nunca supo mandar, yo contesto que supo siempre encantar, que es más imperecedera soberania). Otros llegan tambien, que yo conozco, al reclamo de esta nueva nidada lírica. No tanto españoles como otros deslumbrados, provenientes de las suaves e hijastras hablas criollas, a demandar el secreto limpio, tenue, florido de esta lengua dulcemente terca, que se empeña en ser inmortal y aparecer de vez en cuando, por entre las rendiias de los siglos, con ojos nuevos de recien nacida. Los síntomas coinciden ya demasiado con los que tuvieron otras grandezas extinguidas, pero que así empezaron: con un lento desperezo luminoso, como las alboradas. En la mañana de este nuestro tiempo de ahora, aquel magnífico Pondal solitario, sacó de su trompa de hierro la profecía, en la gándara desolada, en tierra de Bergantiños. El gran aguilón salió, por magia, de la bocina y se fué por el mar agrisado y por la tierra verde, gritando el verso himnario:
«¡Os tempos son chegados ... ! »
Y la voz de los poetas es la única matemática a que ajustan su arritmia los porvenires, todavía acostados en la entraña de lo que aún no fué, porque su voz es la única que puede convocar la historia nonata. ¿Os tempos son chegados? El poeta español llega desde la abundancia de su imperio, a herborizar flores pequeñas en el paisaje de nuestra tierra. ¡En todo el paisaje! En el de nuestra ternura. «Balada do adoescente afogado»; y en el de nuestro paisaje espiritual que es la saudade. «Cantiga do neno da tenda»; en el paisaje de nuestro pasado, que son las ciudades santas. «Madrigal â cibdá de Compostela»; en el paisaje de nuestros muertos «Canzón de cuna, pra Rosalía, morta» y en el paisaje de nuestra fé primaria y paisajista «Cántiga da Virxe da Barca». Porque Galicia no es en lo yerto de una platitud moribunda, sino en él lo más riguroso de su vitalidad creadora, otra cosa que paisaje. Digámoslo otras veces: Paisaje. Paisaje. Paisaje. ¿Qué hay? Gracias a él todo lo muerto nos sigue vivo; y él nos fué, y nos sigue siendo, la referencia indispensable para no perdernos de nosotros mismos y la esperanzada realidad de cada instante y la energía eterna contra el cotidiano desaliento. Y ya que García Lorca, poeta de todos los sures más antípodas, entra en nosotros, entra en nosotros precisamente por esta múltiple puerta verde, a decir todos con rudo acento himnario:
«¡Os tempos son chegados! »
En el siglo XV un castellano, el Marqués de Santillana escribía al Condestable de Portugal una carta de información literaria. Y en ella: «Non ha mucho tiempo cualesquier dezidores e trovadores de estas partes, agora fuesen castellanos, andaluces o de la Extremadura, todas sus obras componían en lengua galaica o portuguesa». Y terminando el XVI un sevillano, Argote de Molina, continuaba: «Si a alguno le pareciera que Macías era portugués, esté advertido que hasta los tiempos de Enrique III todas las coplas se hacían comunmente en lengua gallega». Y en el XIX Menéndez y Pelayo, concluía: «No se puede desconocer que el primitivo instrumento del lirismo peninsular, no fué la lengua castellana, ni la catalana tampoco, sino la lengua que, indiferentemente para el caso, (en aquella época eran la misma) podemos llamar gallega o portuguesa». Los Cancioneros todos, desde el de Resende hasta el de Bnena, que es el de divisoria o deslinde, están llenos de poetas de otras tierras y lenguas -el Rey Don Alonso, el propio Santillana, Villasandino- que usaron con amorosa afición la de Galicia. Federico García Lorca viene a ella con la gravitación natural de otros grandes de otros tiempos. Y ahí os lo dejo para vuestra devoción y para nuestro estímulo.
A mi me tiembla la mano -y el ánima- al ponerla sobre estos versos, que ya nos nacen reliquia, para echar más allá un acento o traer más acá un desmandado apóstrofo. Pero nada más que para eso. Toda su naturalidad fué pulcramente respetada. Mi complicidad se reduce a un leve paso por las ajetreadas cuartillas, con probidad pendolista y ortográfica. ¡Y que aún esto me sea perdonado!
Eduardo Blanco Amor
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Chove en Santiago
meu doce amor.
Camelia branca do ar
brila entebrecida o sol.
Chove en Santiago
na noite escura.
Herbas de prata e de sono
cobren a valeira lúa.
Olla a choiva pol-a rúa,
laio de pedra e cristal.
Olla no vento esvaído
soma e cinza do teu mar.
Soma e cinza do teu mar
Santiago, lonxe do sol;
Ágoa da mañán anterga
trema no meu corazón.
Romaxe de nosa Señora da Barca
¡Ay -ruada, ruada, ruada
da Virxen pequena
e a sua barca!
A Virxen era pequena
e a súa coroa de prata.
Marelos os catro bois
que no seu carro a levaban.
Cántiga do neno da tenda
Bos Aires ten unha gaita
sobro do Río da Prata,
que a toca o vento do norde
coa súa gris boca mollada.
¡Triste Ramón de Sismundi!
Alo, na rúa Esmeralda,
basoira que te basoira
polvo d'estantes e caixas.
Ao longo das rúas infindas
os galegos paseiaban
soñando un val imposibel
na verde riba da pampa.
¡Triste Ramón de Sismundi!
Sinteu a muiñeira d'agoa
mentres sete bois de lúa
pacían na súa lembranza.
Foise pra veira do río,
veira do Río da Prata.
Sauces e cabalas múos
creban o vidro das ágoas.
Non atopou o xemido
malencónico da gaita,
non víu o imenso gaiteiro
coa boca frolida d'alas
¡triste Ramón de Sismundi,
veira do Rio da Prata,
viu na tarde amortecida
bermello muro de lama.
Noiturnio do adoescente morto
Imos sílandeiros orela do vado
pra ver o adoescente afogado.
Irnos silandeiros veiriña do ar,
antes que ise río o leve pro mar.
Súa i-alma choraba, ferida e pequena
embaixo os arumes de pinos e d'herbas.
Ágoa despenada baixaba da lúa
cobrindo de lirios a montana núa.
O vento deixaba camelias de soma
na lumieira murcha da súa triste boca.
¡Vinde mozos loiros do monte e do prado
pra ver o adoescente afogado!
¡Vinde xente escura do cume e do val
antes que ise río o leve pro mar!
O leve pro mar de curtiñas brancas
ande van e vén vellos bois de ágoa.
¡Ay, como cantaban os albres do Sil
sobre a verde Lua, coma un tamboril!
¡Mozos, imos, vinde, aixiña, chegar
porque xa ise rio m' o leva pra o mar!
Canzón de cuna pra Rosalía Castro, morta
¡Érguete miña amiga
que xa cantan os galos do dia!
¡Érguete miña amada
porque o vento muxe, como unha vaca!
Os arados van e vén
dende Santiago a Belen.
Dende Belén a Santiago
un anxo ven en un barco.
Un barco de prata fina
que trai a door de Galicia.
Galicia deitada e queda
transida de tristes herbas.
Herbas que cobren téu leito
e a negra fonte dos teus cabelos,
Cabelos que van ao mar
onde as nubens teñíen seu nídio pombal.
¡Érguete miña amiga
que xa cantan os galos do día!
¡Érguete miña amada
porque o vento muxe, coma unha vaca!
Danza da lúa en Santiago
¡Fita aquel branco galán,
olla seu transido corpo!
É a lúa que baila
na Quintana dos mortos.
Fita seu corpo transido,
negro de somas e lobos.
Nai: A lúa está bailando
na Quintana dos mortos.
¿Quén tire potro de pedra
na mesma porta do sono?
¡É a lúa! ¡É a lúa
na Quintana dos mortos!
¿Quén fita meus grises vidros
cheos de nubens seus ollos?
É a lúa, é a lúa
na Quintana dos mortos.
Deixame morrer no leito
soñando con froles d'ouro.
Nai: A lúa está bailando
na Quintana dos mortos.
¡Ai filia, co ar do céo
vólvome branca de pronto!
Non é o ar, é a triste lúa
na Quintana dos mortos.
¿Quén brúa co-este xemido
d'imenso boi melancónico?
Nai: É a lúa, é a lúa na
Quintana dos mortos.
¡Si, a lúa, a lúa
coronada de toxos,
que baila, e baila, e baila
na Quintana dos mortos!
Seis poemas gallegos de Federico García Lorca.
Prólogo de Eduardo Blanco Amor
Editorial Nos, 1935
Santiago de Compostela
Bibloioteca Digital Hispánica
Iste volume, LXXIII
de NÓS, rematouse
de imprentar en
Santiago o 27
de Nadal do
1935
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