Me
llamo Palmira Plá Pechovierto y, según la partida de nacimiento, nací el 1 de
abril de 1914; aunque según mi madre, y entiendo que ella es la que más sabe de
este asunto, nací a las once de la noche del 31 de marzo. Lo que sí tengo
claro es que fue en un pueblecito de Teruel llamado Cretas, donde mi padre, un
guardia civil, estaba en aquel momento destinado.
Siendo apenas un bebe de 2 años sufrí de una
virulenta poliomielitis que me dejó postrada en la cama, sin poder moverme. Mi
padre no se dio por vencido y tuvo el acierto de comprarse unos libros que
trataban de aquel tema. Gracias a ese saber descubierto entre sus hojas, mi
padre me regalaba todos los días con sendos masajes en brazos y piernas. Con el
tiempo, su empeño empezó a dar resultados, hasta el punto de poder levantarme
de la cama, e incluso comencé a decir alguna palabra.
Si admirable fue la decisión de mi
padre, no se quedó atrás mi madre. Recuerdo que cuando ella salía de casa
a coger agua a la fuente, me dejaba agarrada a los barrotes del balcón con la
orden de que allí, de pie, la esperase. Muchas veces cuando ella regresaba con
el cántaro lleno, me encontraba en el suelo tirada. Nunca la vi derramar una
lágrima delante de mí sino al contrario, siempre me animaba a seguir con la
lucha, hasta superar aquel primer obstáculo que me había puesto la
vida…
Y así lo hice, como no podía jugar con
normalidad con los otros niños, me quedaba sentada mirándolos. De aquella
situación que a muchos les parecería una condena, yo saqué lo positivo: me hice
observadora. Y entendí que se podía aprender igual, o más, observando que
estudiando.
A
los 5 años nos trasladamos al cuartel de Cedrillas y comencé a ir a la
escuela. Sinceramente no me gustaba mucho… pero a los 10 años empecé a
tomarle gusto… tanto que decidí ser maestra… tuve la ocurrencia de contárselo a
mi profesora, que me contestó que estaba loca, que yo jamás podría ser maestra
porque tenía una pierna mas corta que otra… Figuraros mi decepción. Cuando se lo
confesé a mis padres, mi madre también fue de la misma opinión que mi maestra:
que no me dejarían ejercer. Pero mi padre me contestó que estudiaría igualmente
magisterio… Como veis, una vez más, mi padre me enseñó a no darme por vencida….
De hecho, recuerdo que en una ocasión, me dijo: “…tengo que tirar de ti si no
quiero que se te coma el mundo…”.
A los trece años ingresé en el
colegio de las Teresianas de Teruel. Estudié unos meses hasta que caí
enferma de bronquitis. Tenía mucha fiebre y las monjas, la verdad, no me
atendieron como se debía. Cuando se enteró mi padre vino a buscarme y me sacó
del colegio. Esa fue la primera vez en que pensé que aquel amor que proclamaba
la Iglesia, luego, en la vida real, no lo practicaba. Además comenzó a crecer
dentro de mí, la idea de que había otras formas de educar mucho mejores…
Casi con 18 años terminé la escuela y
empecé a prepararme para maestra, siendo ya consciente de que la red de
escuelas de la provincia de Teruel, que era la que yo conocía, tenía que ser
renovada con nuevos valores y planteamientos educativos.
… Ay, pero va y llega la República, y de golpe establecen otro
sistema para ejercer. Ahora también se debían de hacer unos cursillos de
pedagogía, psicología, filosofía, organización escolar… Pero no todo iban a ser
trabas, también iban a valorar mejor a los profesores y profesoras, incluso les
iban a subir el sueldo… ¡de tres mil pesetas al año, a cuatro mil! Y lo principal: querían que hubiesen mas
escuelas, y por lo tanto mas directores de escuelas y organizadores… Por
supuesto me sumé encantada a aquel nuevo sistema.
En
aquellos cursos formativos lo primero que me enseñaron fue la asignatura de
Coeducación, y que los alumnos y alumnas eran lo más importantes. A los
dos años ya pudimos hacer prácticas y una de las tareas que más me llenó
de satisfacción fue ir a escuchar las clases que impartían los profesores/as,
para luego preguntar a los alumnos/as sobre ellas… Fue estupendo, porque al
mismo tiempo que los niños/as aprendían, también aprendíamos nosotros de ellos.
¡Esta
nueva escuela tenía otro espíritu, que a mí me encantaba y estaba decidida a
defender por todos los medios!
Comencé ejerciendo en Teruel y
eligiendo estas 3 especialidades: deficiencias mentales, superdotados y
retrasados mentales. Al mismo tiempo también empecé a exigir a las autoridades
más escuelas, y si se excusaban en que no se podían construir por falta de
dinero, les reclamaba entonces que se utilizasen locales de la Administracion
pública que estaban en desuso. Además, empecé a crear grupos de padres y madres
de alumn@s, para que se involucrasen mas en esta nueva escuela, haciéndoles ver
que “la escuela era suya y que debían de valorarla porque hasta entonces no la
habían tenido…”
…
Creo poder asegurar que tuve el privilegio de ser parte de aquella generación
irrepetible de maestros en la edad de oro de la Pedagogía. Maestros y maestras
que fueron las luces de la República.
En septiembre de 1935, con escasos 21 años,
en la escuela de Rubielos de Mora incorporé con mis alumnos de 3 a 5 años,
nuevos métodos didácticos para enseñarles a leer, basados en el juego como
herramienta educativa, y en darles mas amor y menos dureza. Mientras
yo andaba con aquella tarea, mi familia se trasladó a Salou, donde mi
hermano comenzó a ejercer también como maestro.
Al poco comenzó la guerra y nos dijeron que debíamos trasladarnos a las zonas
libres de Teruel. Yo me fui a Caspe, y como por entonces era ya Delegada de
Colonias Escolares, me ocupe de la organización de las colonias infantiles, con
la intención de alejar a los niños y niñas, de la primera línea del frente.
Fue
en esa época en la que conocí a Francisco Ponzán, un joven maestro
anarquista. Él
fue, diríamos, mi primer amor, y su hermana Pilar, una de mis mejores
amigas.
Francisco
dejó la enseñanza para dedicarse a pasar detenidos desde Zaragoza a Francia,
antes de que los fusilasen. Era un trabajo arriesgado, pero alguien tenía que
hacerlo y él se prestó a ello. Mientras tanto la guerra continuaba masacrando
al Pueblo, y yo me trasladé hasta Puigcerdá, organizando más y más
colonias escolares. Un día nos llegó la orden de ir a Gerona, a mí y a la
hermana de Francisco. Pilar se dedicó a una escuela de niñas, y yo a una de
niños. Pasó el tiempo y cuando ya estaba claro que íbamos a perder
la guerra, apareció Francisco. Nos dijo que se marchaba a Francia, porque ahora tenía que ayudar a pasar
refugiados y pilotos ingleses y americanos por el Pirineo, hasta Francia, para
de esta forma seguir con la lucha, esta vez contra los nazis. Cuando se
despidió de nosotras nos pidió que también huyésemos antes de que fuese
tarde.
Le hicimos caso y a los pocos días Pilar y yo hicimos la maleta,
llegamos a Figueras y comenzamos a caminar hacia la Junquera… iba mucha gente
como nosotras, a pie y desorientados… por suerte encontramos a un compañero de
lucha que iba en coche y nos subimos a él. Al llegar a la frontera fue terrible… había mucha gente,
mujeres, ancianos, niños, soldados heridos, otros que tenían que romper las
armas porque los franceses no nos dejaban entrar armados… y lo peor, tener que
escuchar cómo nos decían que allí, en Francia, no éramos nadie:
“nada, rien, niente…”. O sea, que habíamos luchado y dado la vida por mantener un
gobierno legitimo en España y de pronto no éramos nada… ¡miles de desventurados que éramos... “rien,
niente”!.
Fue un momento terrible, en el que saboreé el amargo trago de sentirte
derrotada y sentenciada a muerte… el shock fue tan brutal que me quede muda… no
podía hablar… y así estuve bastantes horas… hasta que llegaron unos trenes y
nos hicieron subir a ellos. Cerraron las puertas con cerrojos para que no
pudiéramos saltar… recuerdo que pasamos por algunas estaciones, pero no había
ni un alma en ninguna de ellas…
Afortunadamente en Milau se detuvo el tren y nos dejaron salir…. ¿y qué
diréis que hicieron? … por fin nos dieron algo para comer, lo recuerdo
perfectamente: chocolate caliente y un croissant. De allí nos subieron en un
autobús, recorrimos bastantes kilómetros, hasta llegar a Saint Jean du
Bruel. De nuevo vi las calles desiertas, todo el mundo se escondía… hasta
que llegó el alcalde y nos condujo a unas escuelas, en el sótano pusieron un
cubo para hacer allí las necesidades y un monton de paja… así pasamos la
noche…
Pilar, yo y una maestra que conocimos por el
camino, nos arrinconamos contra una ventana, juntas… imaginaros qué noche
mas larga… tiempo después me entere que mi familia creía que yo estaba
fusilada, y mientras tanto, yo temía por ellos, porque mi padre había
quedado como militar en zona republicana… En aquel pueblo Pilar encontró trabajo pero yo no me quise quedar,
y un día, a escondidas para que nadie me lo impidiese, subí a un autobús, y
luego a un tren, hasta alcanzar Paris y de allí a un pueblecito llamado Cheles,
donde sabia habían unos refugiados conocidos, que me ayudarían. Allí trabaje en
una pensión a cambio de comida y cama. Un día en que los alemanes llegaban al
pueblo mucha gente se marchó, incluidos los dueños de la pensión. Yo me quede
junto con el resto de trabajadores pero cuando llegaron los alemanes nos
hicieron marchar porque se apropiaron de la casa para hacerla cuartel de operaciones.
Así que me fui a Paris… allí supe que un compañero mío, Adolfo Jimeno, al
que siempre quise como un hermano, estaba en un campo de concentración. Me dije
que tenía que sacarlo, pero fue imposible, se lo llevaron a la costa atlántica
vestido con un traje a rayas de presidiario, para hacer trabajos de
fortificaciones.
En Paris sobreviví como pude, dando clases de español, y trabajando en
todo lo que surgiese a cambio de cama y comida…. De aquellos tiempos recuerdo
que vivía en una habitación alquilada, junto con otra chica española que había
escapado de un campo de concentración, éramos pocos vecinos en ese edificio….
Un día regresaba yo a casa cuando, antes de entrar, la portera me hizo una seña
para que no entrase, así que me marche y estuve varias horas en un rincón
del río Sena, donde habían unas paradas que vendían libros… yo
solía ir allí a leer, porque a comprar, ya me diréis sin dinero qué libros iba
yo a comprar… cuando ya estaba mas que desesperada por la incertidumbre,
regresé, para enterarme que mis vecinos del piso de arriba, 5 jóvenes que
yo conocía de vista, habían sido detenidos porque habían montando una emisora
de radio para hablar con Inglaterra… , y que los nazis, aprovechando el
registro del edificio, se habían enterado de que unas españolas vivían allí y
habían preguntado por nuestro horario, así que era mejor que me marchase… cogí
lo poco que tenia y me fui desorientada, sin saber a dónde ir, entré en la
catedral de Notre Dam y me senté al lado del confesonario, creyendo que pasaría
la noche escondida allí dentro, pero entonces me acorde de una familia que
conocía, eran judíos, y a ellos acudí. Les explique mi situación y que podían
correr riesgo por tenerme allí con ellos, a lo que me contestaron que la
que corría mas riesgo era yo porque ellos por ser judíos, tenían que llevar una
cruz cosida en su ropa y cualquier día irían a llevárselos…. Pero allí me
quede, sin saber qué me iba a deparar el destino…
Al poco me entere que Francisco Ponzan había sido capturado
por los nazis y estaba detenido en Tolouse… Durante aquel tiempo se había convertido
en un enemigo importante porque tenía a su mando el “grupo de
guerrilleros Ponzan” , que se dedicaba a sacar gente escondida, a falsificar
documentación… en definitiva, era alguien de cierto relieve… recuerdo que fui
varias veces a verle y a llevarle ropa limpia… hasta que el 17 de agosto fue
fusilado junto con otros 50 partisanos… en un bosque… luego quemaron sus
cuerpos para que nadie pudiera reclamarlos… Fue muy doloroso… sobre todo si se
tiene en cuenta que solo 2 días después, los nazis abandonaron el territorio…
Aquellas
circunstancias hicieron que me encontrase de nuevo y por sorpresa con Adolfo
Jimeno, que había sido liberado del campo de concentración. Adolfo me consoló
de mi desconsuelo y yo entiendo que también le consolé a él de las desgracias
de pasar por dos guerras seguidas….
Nos
casamos el 30 de noviembre del 46… Adolfo era bueno en mecánica,
matemáticas, trigonometría… en fabricar piezas de automoción, eso hizo
que encontrase trabajo con el que salir adelante… Los dos seguíamos
vinculados con el partido socialista, pero empezamos a estar bastante
desencantados de la política… y en concreto de los jerifantes, de esos
señores que mandan en los partidos, y que están bien escondidos mientras
es el pueblo el que da la cara…. En esos momentos fue cuando tuve claro que hasta
que el pueblo entero no fuera mas instruido, la Democracia sería una
entelequia, no una realidad. Yo debía de colaborar en ello, ayudando a que el
pueblo se formara lo suficiente para alcanzar la verdadera y plena
Democracia.
Ese desencanto nos hizo marchar de Francia, dejando una España, una Europa
llena de ruinas y miseria. Venezuela se convirtió para nosotros en una
promesa, un lugar donde poner en práctica nuestros proyectos, entre los que
figuraba entender la educación de una manera muy próxima a la Institución Libre
de Enseñanza, que habíamos conocido en la Republica.
Cruzamos
el océano a bordo del Colomby, un barco hospital lleno de refugiados,
viajábamos en la bodega y con solo 50 dólares en el bolsillo. Recuerdo que
ambos nos abrazamos cuando zarpamos, y no paramos de repetir: “la noche queda
atrás, la noche queda atrás…”. Y
efectivamente, la noche con todas sus pesadillas quedaba atrás en nuestras
vidas….
Ya en Caracas encontramos trabajo en
un colegio particular llamado “Los Caobos”, nos fue bien e incluso nos
compramos un coche pequeñito. Aún así a mí me continuaba quemando cierto anhelo
interior: poder abrir un colegio propio. Empezamos a mirar sitios y pedir
permisos, para finalmente en el estado de Aragua, en Maracay, abrir el
Instituto-Escuela Calicanto. Comenzamos con 15 niños y acabamos con más de 800. Había niños y
profesorado de raza blanca, de color, mestizos…. Yo no quería que hubiese ningún resquemor entre ellos y menos por el color de
su piel o la condición social. En nuestras clases se respiraba tolerancia, exigencia académica según sus
aptitudes, y responsabilidad tanto individual como colectiva.
Durante
los primeros 15 años apenas cubrimos gastos…. Aunque mi mayor felicidad fue que
viniese mi hermano desde España a trabajar con su mujer, como maestros.
En Venezuela estuvimos 22 años, pero mi marido enfermó y añoraba mucho España,
así que finalmente decidimos regresar, además, al no tener delitos de sangre,
no nos podía suceder nada malo.
Mi primer trabajo aquí fue como
maestra en el pueblo de Valdealforja, Teruel, en preescolar… de allí
recuerdo que unos jóvenes me golpearon el coche llamándome “maestra
roja”… pero digo yo que eso no me importó mucho porque paralelamente, me
presente como diputada a las Cortes Constituyentes y salí diputada por
Castellón por el partido socialista. Mi actividad parlamentaria se desarrolló
como vocal de la Comisión de Educación durante un año, de la de Presidencia por
unos meses, y por un año y dos meses de la Comisión Especial de los problemas
de disminuidos físicos y mentales.
Cuando pasó aquella etapa me trasladé al colegio Cardenal
Cisneros de Almazora. Allí estuve hasta que me jubile. Por entonces mis padres
y mi marido ya habían muerto…. Yo no tuve hijos y un sobrino me invitó a
ir a su casa por Gerona, pero era inquiera y no me gustó la estancia, así que
me volví a Montornés. Allí trabajé en el ayuntamiento y luego baje hacia la costa…
en concreto, en el año 1983 fui elegida Concejala del Ayuntamiento de
Benicàssim (Castellón) ostentando las Concejalías de Cultura, Educación y
Hacienda. Durante los 3 años que ocupe este cargo, entre otras tareas, creé
la biblioteca y posteriormente la Casa de Cultura.
Al dejar aquel puesto no me quede inactiva, sino que con parte de los
fondos de la venta del Instituto-escuela El Calicanto, creé la Fundación Adopal
que se ocupa de otorgar ayudas económicas a centros públicos educativos de las
provincias de Teruel, Zaragoza y Castellón. En
1992 la Fundación fue absorbida por la Fundación Universidad Carlos III,
dirigida en ese momento por Gregorio Peces-Barba con el fin de dar un giro a
las ayudas. Con los fondos que aporta la Fundación Adopal, más una importante
inversión económica personal, la Fundación Universidad Carlos III desde
entonces convoca ayudas dirigidas a estudiantes de la ciudad de Maracay para
que desarrollen sus estudios en la Universidad.
En
2004 publiqué mi bibliografía, “Momentos de una vida”, y paralelamente cree la
Fundación Palmira Plá con la finalidad de ayudar a sectores desfavorecidos:
ancianos, niños, etc.
Durante
estos últimos años de mi vida he recibido algunos reconocimientos como el
Premio del Consejo Escolar de Aragón, Medalla de José de Calasanz y algunas
distinciones del gobierno Venezolano.
De mi
se ha dicho que soy una mujer con sentido del humor y buena conversadora.
Yo
os digo que solo he sido… una mujer de acción, y mi acción ha sido la
escuela. Solo he hecho lo que tenia, lo que debía de hacer en cada momento. Y
si me lo permitís os daré un consejo: no renunciéis nunca a vuestros
principios. La vida no tiene mas sentido que el de hacer, que el mundo sea un
poco mejor cada día…
… Os
dejé el 27 de agosto de 2007. Tenía 93 años y estaba corrigiendo las pruebas de
imprenta de mi último artículo. Antes de irme definitivamente quise dejar las
cosas atadas y en mi testamento determiné que la Fundación Palmira Plá,
continuara funcionando, esta vez presidida por mi sobrina, Mari Carmen
Borrego Pla. Por lo que se mi sobrina está haciendo una buena labor: desarrolla una
importante actividad dirigida a los niños de la provincia de Teruel a través de
ayudas a centros rurales y convocatorias de premios, donde su máxima es…
“educar en valores y ciudadanía”.
Si
tenéis la oportunidad, vivid y educad vosotros, vosotras, de esta misma manera. Es
una forma que mi trabajo, y el trabajo de otros compañeros y compañeras que
conocí, no se pierda en el tiempo… ni en el camino”
Cristina Laborda
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