El 1 de agosto de 1936 un hombre que se hace llamar
Juan López entra clandestinamente en España por Dancharinea (Navarra), el único
paso fronterizo abierto en zona franquista. No viaja solo. Viste un mono azul
sobre el que lleva un brazalete con los colores de la bandera "roja y gualda". Sobre su pecho el símbolo de Falange y en su cabeza una boina
carlista.
Tras cruzar la frontera
se dirige a Pamplona y Vitoria. Su primer destino es Burgos y su objetivo unirse
al batallón del general franquista Francisco García-Escámez en el
frente de Somosierra.
Juan López es en realidad el tercer hijo varón de Alfonso XIII, Juan de Borbón y Battenberg. Aunque
en enero de 1941 se convertiría en heredero de la corona española, en 1936 sus posibilidades de heredar eran
mínimas. La renuncia de sus hermanos mayores -uno hemofílico y
otro sordomudo- y la abdicación de
su padre, harían de él un heredero que nunca llegó a disfrutar de los destellos
de la corona, salvo el día que fue enterrado en el Monasterio de El Escorial, con honores de rey.
Desde el comienzo de la Guerra, al igual que lo hizo su padre, había
demostrado sus simpatías por los rebeldes. Dicen que el mismo 18 de julio ya
estaba preguntando como entrar en España. Había pedido permiso a su padre
para alistarse en el ejército franquista. Alfonso XIII satisfecho de la
decisión de su hijo le manifestó: «Me alegro de todo corazón. ¡Ve, hijo
mío, y que Dios te ayude!».
La entrada en España la hizo acompañado de un leal séquito de monárquicos. No había llegado a Burgos cuando en los oídos del General Mola alguien depositó sus intenciones. Fue Mola quien mandó un destacamento en su búsqueda con la orden fulminante de devolverlo a
la frontera por donde había entrado, «por las buenas o por las malas»,
bajo la amenaza de que si regresaba «sería fusilado con todos los honores que a su elevado rango
corresponda».
Pero Juan de Borbón no se daba por rendido y dirigió varios escritos a Francisco Franco durante el transcurso de la contienda. El primero el 7 de diciembre de 1936 confiando
al «corazón de soldado» de Franco su anhelo de servir a España al
lado de sus compañeros y solicitando un puesto a bordo del
crucero Baleares: («Yo me incorporaría directamente al buque, me abstendría en
absoluto de desembarcar en puerto alguno español y, desde luego, le empeño mi
palabra de que no recibiría ni aun a mis amigos personales»). Franco le respondió tres semanas
después: «no me es posible seguir los dictados de mi corazón de soldado
aceptando vuestro ofrecimiento».
De haberlo
aceptado, tal vez el voluntario frustrado habría perdido la vida, al igual que
la perdieron varios de sus compañeros de promoción, cuando la noche del 5 de
marzo de 1938 fue hundido el crucero Baleares por la armada republicana.
Cuando el ejército franquista hizo su entrada en Barcelona, Juan de Borbón se apresuró a felicitar al caudillo
mediante telegrama: («Felicito de corazón a V.E. con el
orgullo de ser español por el victorioso remate tan ejemplar que redime para
España queridas provincias catalanas. Con la emoción que siento ante el
heroísmo invencible ejército, Generales y Mando Supremo le saluda
afectuosamente»).
La misma
actuación tuvo al declararse el final de la Guerra por parte de los
vencedores: («Uno mi voz nuevamente a la de tantos españoles para felicitar
entusiasta y emocionadamente a V.E. por la liberación de la capital de España.
La sangre generosa derramada por su mejor juventud será prenda segura del
glorioso porvenir de España, Una, Grande y Libre. ¡Arriba España!»). Franco, esta vez le responde con menos apatía que las anteriores: («Al
recibir vuestro emocionado telegrama por la gran victoria nacional, me es grato
recordar que entre esa juventud admirable, tan pródiga en el sacrificio, habéis
intentado formar, solicitando reiteradamente un puesto de soldado. Por ello
será realidad la España Una, Grande y Libre que evocáis. ¡Arriba España!»)
Durante los siguientes años se acumuló la correspondencia entre ambos, casi tanto
como la desilusión que se apoderó de don Juan. La perseverancia
que Franco le aconsejaba al heredero de la corona, acabaron con los nervios de
éste último que publicó su ruptura con el régimen a través del «Manifiesto de Lausanne» en
1945 donde denunciaba la naturaleza totalitaria del franquismo y pedía que
se diese paso a la restauración monárquica.
La Ley de Sucesión en la jefatura del Estado promulgada en 1947, proclamaba el
reino de España y dejaba claro que sería el dictador quien nombraría monarca «cuando lo considere conveniente». Antes de su publicación, Don Juan había sido
informado por Carrero Blanco, ministro y redactor de la Ley, que sería «Rey de España, pero de la España del Movimiento Nacional, católica,
anticomunista y antiliberal». Don Juan denunció, a través del Manifiesto de
Estoril la ilegalidad de la Ley de Sucesión, que según su criterio se proponía alterar la naturaleza de la monarquía sin consultar
con el heredero del trono.
Hasta 1948
no tuvo lugar la primera entrevista Juan de Borbón y Franco. Fue a bordo del Azor en la que el heredero que nunca reinó le propuso a Franco que su hijos Alfonso (heredero al trono) y Juan Carlos fueran
educados en España. Franco aceptó y tres meses después Juan Carlos
pisó por primera vez tierra española y era informado que su educación estaría a
cargo de un grupo de profesores de firme lealtad al Movimiento.
Tuvieron que pasar veinte años para que Franco nombrara sucesor a título de rey . Diez años después Juan de Borbón renunciaría a los derechos dinásticos de la monarquía española que ostentaba desde poco antes
de la
muerte de su padre Alfonso XIII. Cuando lo hizo, su hijo Juan Carlos ya era rey.
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