Me presento ante vosotros sencillamente como una mujer
que cree representar a otras muchas mujeres, las cuales desde su adolescencia
trataron de comprender e interpretar en su propio espíritu, desentrañando la
oculta verdad encerrada, los dos aspectos extremos en que se debatió la mujer
desde los primeros siglos: el instrumento servil y explotable, que aún
predomina en pueblos sin civilidad, cual el moro llevando descalza y a pie, a
la zaga del burro, a la mujer-siervo que cargó el haz de leña (a esa misma
mujer después, en el harén, instrumento del capricho y los ocios de su dueño), y ese otro aspecto de diosa o reina que la caballería andante y la
galantería dieron a nuestro sexo en pueblos civilizados.
Hija, como tantas otras, de esa noble democracia del
trabajo en que hoy aspiran a salvarse los pueblos, cuando se convencieron de
que ni la esclavitud ni la aristocracia podían salvarlos, la mujer moderna
renuncia gustosa a su trono de diosa para integrar la masa de seres humanos, y
como soberano moderno y comprensivo, no retenido además por los egoísmos de una
amable lista civil, ha descendido las gradas del trono, y sin melancolía ni
pesares reclama, a cambio de su teórico sacrificio, el derecho más universal y
bello de ser. Porque la mujer moderna, que entre ambos polos, por igual
arbitrarios, sabe sentirse mujer, sin depresiones ni exaltaciones, sabe que a
nada renuncia con ello, y que con ser mujer, simplemente mujer, en toda la
bella y amplia acepción de esta palabra, nada puede perder y sí ha mucho a
ganar conquistando su independencia y su libertad. (1)
Lo feminista
Lo femenino es el matiz característico de cuanto se
revela bajo el influjo de la mujer, pero hay que distinguir claramente este
aspecto del pseudo-femenino, enfermizo y morboso, que la civilización
masculina, con el lastre de su veneración por la fuerza bruta, imaginó a su
antojo, creando al capricho de su fantasía un tipo de damita languideciente
cuyas debilidades o fragilidades dogmatiza como femenino imperecedero.
Para estos juzgadores simplistas, toda mujer cuyo
ánimo se halle fortalecido en el convencimiento de su valor humano y en la
lucha activa, será una mujer de feminidad disminuida, casi una mujer morbosa.
Este criterio sería lamentable si el enorme número de mujeres de conciencia
fortalecida ante la vida no lo hiciera ya ridículo.
En toda mujer en que, al choque con las nuevas
corrientes sociales, ha pretendido la funesta manía de pensar, vibra el
contenido ideológico de una “feminista”. Aceptamos como fórmula breve el
absurdo vocablo. La realización completa en el orden social y en el orden
espiritual de la mujer, no es más que una de las facetas, acaso la más
importante, del problema humano, y sólo por un propósito de condensar en una
palabra tan vastas aspiraciones, se ha dado a este anhelo humano una expresión,
fuente de erróneas interpretaciones, cual la de considerar solamente
beneficioso para la mujer lo que será un mejoramiento purificador de la
humanidad.
En toda mujer hay una feminista. No sólo en las que
alcanzan una independencia económica, en las que trasponiendo esta aspecto,
origen de toda liberación, hacen a su cerebro partícipe de su conquista, sino
también, en general, en toda mujer que en uno y otro aspecto ha salido del
radio de acción que antaño la circunscribía al hogar, y vive en la órbita
social reservada a la inteligencia. Toda mujer, por el hecho de producirse con
acierto en terrenos que en otro tiempo le fuera vedado el acceso, revoluciona,
transforma la sociedad: es feminista. Esta tendencia vive, acaso con relieve
singular en la actuación de las mismas mujeres que buscan dentro de su
actuación cerebral la postura original de oponerse a la tendencia. Determinados
argumentos contienen, más que un feminismo, un superfeminismo, pues que al
reprochar a la inacción o incapacidad de la mujer olvidos como el de la belleza
varonil, se aspira a una libertad sexual que implica mucho más que todas la
libertades sociales, y casi nos acerca a una andante madamería afanosa de
remediar todas las culpables injusticias de fémina orgullosa y endiosada.
El inmenso número de mujeres que a partir del siglo
XIX viene intentando, no ya con original individualidad, como los tipos
aislados y resplandecientes de otras edades, sino con disciplina instintiva de
grupo, de sexo, romper la tupida red de prejuicios, costumbres y leyes que las
ponían al margen de la vida social, ha creado poco a poco el ambiente de la
mujer moderna, la nueva atmósfera social en que se desenvuelve, precursora de
la de mañana, la de sus realizaciones.
La condición de la mujer mejorará al hombre.
Hay en el porvenir un tesoro de ideas y esperanzas, y
la colaboración armónica de los sexos lo completará. La mujer frente a la
realidad afirmará su conciencia; la emulación embellecerá su esfuerzo, y la
necesidad de laborar reflexivamente la ponderará. Al disfrute de todos los
derechos sigue, como sombra al cuerpo, la conciencia de todos los deberes.
De la elevación de aptitud de la mujer como factor
social dependen muchos problemas morales y espirituales, a los que, sin ella,
continuará desenfocando la humanidad, con perseverante inutilidad. (2)
Clara Campoamor
(Madrid, 12 de febrero de 1888 – Lausana, 30 de abril de 1972)
(1) La nueva mujer ante el Derecho [El Derecho Público] Conferencia pronunciada en la Academia de Jurisprudencia y Legislación el 13 de abril de 1925
(2) La mujer y su nuevo ambiente [La Sociedad]
Conferencia pronunciada en la Universidad Central en
mayo de 1923
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