Adivino las objeciones de algunos lectores. Lo que llevo dicho sobre la futura
República española lo considerarán un programa harto moderado y prudente, lo
que se llama un programa mínimo, y harán memoria de que he defendido ideas más
radicales en muchas de mis obras.
Es verdad; no lo niego. Además quiero aprovechar la
ocasión para proclamarlo, y que no haya equívocos. Existen en mi dos órdenes de
creencias. Unas, las que me han proporcionado la observación y la lectura, aceptándolas por considerarlas justas, sin preocuparme de las
condiciones impuestas por el espacio y el tiempo, reconociendo que muchas de
ellas sólo podrán realizarse para bien de la humanidad en el curso de los
siglos.
Otras, que por ser más limitadas y elementales considero de inmediato
implantamiento, sin perder de vista el estado de atraso de nuestro país, y
seguro de que este no corre peligro alguno al adoptarlas.
Sé muy bien cuál es la mentalidad de la mayoría de los
españoles, especialmente de la población de los campos. Y la llamada
burguesía, o sea la gente miedosa, capaz de aplaudir el crimen con tal de que
el orden no se turbe, no posee por regla general una intelectualidad superior a la del labriego.
La República, más difundida hoy en todo el mundo que
la monarquía, resulta aún para muchos españoles algo audaz y peligrosísimo.
Dejando a un lado los reyes negros de África con taparrabos y los reyes
amarillos de Asia, en los países cultos del resto de la Tierra las Repúblicas
son más numerosas que las monarquías. Cada año disminuye el gremio de los reyes. Y sin embargo en las
ciudades y los campos de España todavía hay gente que se espeluzna de espanto
al oír el nombre de República.
Debemos procurar ante todo que la República exista en
España y el pobre español ignorante se acostumbre a ella, viendo cómo
transcurren un año, dos, tres, cuatro, cinco, sin que tiemble el suelo ni
caigan los astros, a pesar de que los reyes se fueron de Madrid y hay un jefe
de Estado elegible, que representa a la nación.
Vivimos esclavos del tiempo y del espacio, y por más esfuerzos que hagamos,
jamás nos libertaremos de su tiranía. ¿Qué es nuestra vida individual? Unos
cuantos años nada más que representan dentro de la historia de nuestro país menos que una millonésima de segundo en
nuestra propia existencia. Y, sin embargo, tal es la vanidad de nuestro entusiasmo, que en el curso de esta rápida vida
queremos llevar a la práctica, de un solo golpe, todas las hipótesis generosas
leídas
en los libros; realizar en los estrechos límites de un cuarto de siglo lo que
exigirá
tal vez miles de años.
Si fuese posible, además, en el breve espacio de
nuestra vida, realizar instantáneamente todos los nobles ensueños de pensadores y
poetas en pro de la felicidad humana, suprimiendo cuantas desigualdades e injusticias existen, ¿qué les dejaríamos por hacer a las generaciones que
vendrán después de nosotros?... Se aburrirían al encontrarse en un mundo donde todo estaba resuelto y realizado; perderían el gusto de vivir ante una vida sin
objeto; tal vez por entretenerse, reharían la historia en sentido inverso, proclamando el encanto y la novedad de la
barbarie, el despotismo, etc.
No, la vida no termina mañana, no se extingue con
nosotros: le quedan aún miles y millones de años. Nuevas generaciones nos sucederán para ampliar y perfeccionar lo que iniciemos nosotros, como
nosotros nos hemos aprovechado de las iniciativas y los sacrificios de nuestros precursores. Muchas de las ideas cuya
contemplación embellece mis horas meditativas, únicamente serán realizadas por
los hombres del porvenir.
Vivamos el presente, el corto momento de nuestra pobre
existencia humana; hagamos lo que podemos hacer con éxito, en los pocos
años que nos quedan... Y si conseguimos implantar en España una República
estable, una República que acostumbre a toda nuestra generación a existir sin
reyes; una República que dé a las organizaciones obreras una vida de libertad,
serena, tranquila y progresiva, implantando las reformas sociales que existen en
los países más adelantados; una República que establezca la libertad
religiosa, con el respeto a todas las creencias y eduque a los españoles en una
tolerancia mutua; una República que abra veinte mil escuelas de las cincuenta mil que necesita España para estar al nivel de otros países y convierta
al maestro, personaje hoy despreciado, en uno de los primeros funcionarios del
país, podremos morir tranquilos, con la certeza de haber hecho en unos cuantos
años lo que la monarquía no supo hacer en muchos siglos.
Y los que vengan después, ya irán perfeccionando y
agrandando nuestra obra.
Vicente Blasco Ibañez
Lo que será la República española - Capítulo IX
París 1925
II.-Al Ejército
III.-A los contribuyentes
IV.-A los trabajadores
V.-Los tributos y el progreso del país
VI.- La República y el separatismo
VII.-La Iglesia
VIII.-Los hombres que gobernarán nuestra República
IX.-Lo que podemos hacer nosotros y lo que harán las generaciones venideras
X.-La República tiene un ideal
XI.-Y creyendo en ste ideal quiero vivir y morir
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