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1368. Sin pan y sin trabajo. La lucha continúa hoy




Hambre

Es verdaderamente angustiosa la situación por la que atraviesa la clase trabajadora de este pueblo austero y luchador.

Bajo su cielo límpido, de un azul purísimo, la tragedia del hambre se hace tangible, amenazando hogares y destruyendo ilusiones. De día en día el número de los parados aumenta considerablemente. Por doquier llegan a nosotros manos implorantes que confían en la caridad ajena para acallar las voces temblorosas de sus hijos hambrientos.

Niños lívidos, macilentos, luciendo entre harapos la acusación inapelable de sus miembros escuálidos; mujeres jóvenes envejecidas prematuramente; hombres honrados que sufren en silencio la vergüenza ignominiosa de un “perdóname hermano”, son escenas que vemos todos los días.

Estallan odios contenidos, se recuerdan injurias y ruge la fiera hambrienta en el cubil de su impotencia. El grito “pan y trabajo” ya no se oye, cansadas las gargantas de repetirlo en vano. Y la crisis obrera culmina en nuestros días.

Para remediarla se ha establecido un comedor de caridad, pero es insuficiente. Los parados engrosan las listas de manera alarmante y todos no pueden participar de sus beneficios.

De seguir así, será necesario condimentar alimento para el pueblo entero.

¿Es que todos en Espejo gimen bajo las garras fatídicas del hambre?

¿Por qué entonces centenares de personas retornan del comedor a sus hogares, con el estomago vacío y el rencor en sus pechos?

¿Acaso la tacañería y el abuso pretenden pescar en el rió revuelto del desconcierto actual?

A mis oídos han llegado dos relatos, opuestos en un todo, que refleja fielmente la situación tristísima de nuestro pueblo.

Uno de ellos trágico y doloroso, cual la humanidad misma. El otro, cínico como la realidad imperante:



Relato primero

Una casa humilde de obrero. Un matrimonio y cinco hijos que piden pan. El marido ha implorado vanamente la caridad de sus semejantes y regresa dolorido, abrumado por el peso de aquel desvió. Las criaturas claman inútilmente, desgarrando con sus gritos las entrañas de su madre que llora. El hombre cavila. En estas circunstancias se dibuja en el dintel de la puerta la silueta de otro trabajador que con su bestia cansina, transporta el hato de un cortijo cercano. Y con él el pan tan ansiado. Corre el padre infeliz. Lo detiene, le pide dos panes y ante la negativa del hatero, los toma por su propia cuenta. A la hora escasa, la guardia civil en cumplimiento de un deber como consecuencia de una denuncia, presentada legalmente, procede a la detención del ladrón, entre los gimoteos de la esposa y los ojos asombrados de los muchachos que se preguntan llorando, que delito ha podido cometer su padre.


Relato segundo

Otro hogar humilde. Pero aquí los hijos no lloran, ni piden acuciados por la necesidad. Un matrimonio con idénticas características que el anterior; mas éste ha comido bien y la satisfacción brilla en sus semblantes. ¿La causa? Hace pocos días mataron su marranito y su despensa no está vacía. Además, aún le quedan unas gallinas en el corral para casos extremos. Eso es todo… Llega una vecina. Viene desolada. Se ha terminado la comida en el comedor de caridad y solo dan pan para remediar el hambre. El marido sonríe. Sale y al momento vuelve con dos panes bajo el brazo. A la noche se ahorrarán una peseta con cuarenta céntimos que tanta falta hacen en estos tiempos de penuria. Su mujer le felicita. Ha tenido un buen acuerdo. La guardia civil no va a buscarle como el del anterior relato…

Y los verdaderamente necesitados sufriendo en silencio tanta injusticia.


José de Aris
Espejo. Febrero de 1933










2 comentarios:

  1. Un relato de 1933 y parece tan vigente actualmente... El número de parados y paradas aumenta, las familias sin ingresos también... Siempre somos los más necesitados los que sufrimos las injusticias y, además, ahora también en silencio gracias a una ley del neofranquismo que nos amordaza la boca

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  2. Así es Mar. No hay como tirar de hemeroteca para ver que no hay grandes diferencias.

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