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Grupo de personas partiendo para el exilio, últimos días de la Guerra Española. Autoridad Portuaria de Alicante. |
"De nuevo un día más, el último
de marzo. La gente del puerto permanecía en silencio. Después de presenciar la
alegría de los vencedores al ver entrar las tropas italianas, de oír sus vítores
y vivas a España y Franco, sólo quedaba la desolación total y esperar que de un
momento a otro llegara el final.
Como una cruel anécdota de la vida, a
primeras horas de la tarde entraron, por fin, los primeros barcos. La
muchedumbre volvió a agolparse, los corazones latieron con fuerza en un último
intento de esperanza. Todo en vano, no era la salvación esperada, eran dos
barcos nacionalistas, el Canarias y el minador Vulcano. De ellos desembarcaron
soldados españoles del Cuerpo del Ejército de Galicia.
Los soldados españoles reemplazaron a
los italianos en las proximidades del muelle y comenzaron las llamadas a la
rendición. Era absurdo resistir, era absurdo todo, sólo había cansancio,
derrota. Fue entonces cuando algún maldito salvaje disparó unas ráfagas de
ametralladora desde las faldas del Castillo. La gente comenzó a correr
despavorida, la certeza de la represión más cruel nos invadió a todos. Algunos
murieron en aquella avalancha.
Hacia las seis de la tarde empezó a
evacuarse el puerto. Durante horas estuvimos pasando entre una doble fila de
soldados españoles que nos iban registrando y nos quitaban los objetos
personales.
Los hombres fuimos internados en un
Campo de Concentración improvisado al aire libre, junto a la carretera de
Valencia, en las faldas del minte S. Julián, a un par de kilómetros de
Alicante. Después aquel Campo de Concentración se hizo famoso, se llamó "El
Campo de los Almendros". Las mujeres y los niños fueron encerrados en dos
cines de Alicante.
Los últimos refugiados terminaron de
salir del puerto al día siguiente, el 1 de abril. Todo había terminado y sin
embargo tara todos quedaba lo peor, aún no conocíamos a nuestros carceleros y
no sabíamos imaginar lo crueles que podían llegar a ser.
Las escenas que se vieron en aquellas
horas fueron difíciles de soportar, Felipe y yo mirábamos, sin poder contener
las lágrimas, cómo se despedían, quizá para siempre, familias enteras. Veías
cómo el padre estrechaba la cabeza de su hijo y cómo besaba por última vez los
labios de su mujer. Para todos empezó entonces un peregrinar de cárcel en
cárcel.
Isabel María Abellán
La línea del
horizonte
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