por
negro terciopelo agavilladas
custodio
algunas briznas de tomillo.
Lo
arranque suavemente
diecisiete
años hace
y
era fragante como el pan más tierno.
Victoria
iba a mi lado.
Estrenábamos
vida, amor, futuro.
En
él nos esperaban alegrías,
trabajos.
Y los hijos. Pero antes
nuestros
dos corazones desbocados
visitaron
tu muerte.
Bajo
la tierra húmeda
de
un calvero sin lápidas
no
lejos del murmullo de la fuente
oculto
estabas cual insecto inmóvil
en
un vasto hormiguero de osamentas.
La
tarde era muy pura
y
aspiramos olor de serranías.
Victoria
dijo: ¿Oyes?
Nos
llegaba un susurro de palabras
entre
la canción tenue de las gotas.
O disparos lejanos.
O
acaso tu gemido
de
juventud al borde de la nada.
Aquí
esta -nos dijeron- Federico.
Y
yo robé las briznas
que
habían sorbido sumos de frente.
Desde
entonces las guardo
en
un jarrrito antiguo
sobre
mi estantería
al
lado de otra efigie muy querida.
Han
perdido su aroma
y
hoy son alambres secos.
En
las noches febriles
mientras
duerme la casa y el bolígrafo
se
resiste mi mano a sus oficios
miro
tu carne vegetal y fósil
y
pienso delirante
que
tu también me observas.
Vagos
remordimientos me acometen
porque
soy casi viejo y he vivido.
Mi
sangre joven afrontó unas balas
que
al fin no me encontraron.
Arracimadas
sombras de caídos
-la
del retrato amado está entre ellas-
por
el pasillo lóbrego
me
acechan, y la tuya
parece
abandonar el ramillete
para
sumarse a la legión callada.
¿Por
qué tu, padre mío?
¿Por
qué tu y tu agonía, Federico?
¿Por
qué ellos y no yo? Nadie responde.
En
boca, vientre y ojos os clavaron
los
proyectiles ciegos
y
mis nervios soportan cada día
sus
cirugía horrible.
Mi
padre en su retrato se sonríe,
pero
no me responde.
Desde
el tomillo donde te imagino
nadie
responde.
El
bolígrafo vuelve a su tarea.
El
corredor oscuro está vacío.
Yo
sé que algunos de los asesinos
alientan
todavía por las calles.
Decrépitos
y asmáticos se alegran
con
sus hijos y nietos,
aún
beben rojos vinos,
babean
sobre una puta
o
se apresuran a llamar al médico
por
un leve dolor en el costado
intentando
el olvido
del
tesoro infinito que abatieron.
Pero
ellos están muertos. Dispararon
luego
están muertos.
Y
en mis adentros, padre, tu pervives.
Y
tu, ya sólo fósforo de huesos
o
ennegrecida hierba quebradiza,
tu,
Federico, vives.
Y
es inmenso el latido de la vida
que
estalla en tus timbales.
Y
eres la tempestad que anubla el cielo
de
todos esos muertos que deambulan.
Antonio
Buero Vallejo, 1976
"De vivos y muertos"
El crimen fue en Granada. Elegías a la muerte de García Lorca
Lumen, 2006
El crimen fue en Granada. Elegías a la muerte de García Lorca
Lumen, 2006
Antonio Buero Vallejo compone este poema en 1976 para el primer homenaje que se hace a Federico García Lorca en España en la revista Trece de Nieve de diciembre de 1976.
De casualidad parece que llego y como en ello no creo, después de estremecerse mi alma, me quedo a aprender y te llevo a mi blog...
ResponderEliminarUn gusto conocerte,
tRamos
Gracias por tus palabras.
ResponderEliminarNos alegra encontrarte en el árido camino de la Memoria.
Un abrazo.