Salvador de Madariaga y Rojo
(La Coruña, 23 de julio de 1886 - Locarno (Suiza), 14 de diciembre de 1978)
|
Sin andarnos por
las ramas, hemos planteado el problema catalán en su esencia más escueta: ¿es
el amor a Cataluña una fuerza que, como el amor a Badajoz o a la Rioja, tira en
el mismo sentido que el amor a España o es, por el contrario, en el corazón del
catalán una fuerza que tira en sentido contrario que el amor a España?
Ya se echa de
ver la importancia de la distinción. Es nada menos que lo que en Algebra se
llama un cambio de signo. Y sin embargo, no conviene dejarse arrastrar por
nuestros propios simbolismos verbales hasta perder contacto con las cosas que
aspiran a expresar. Estamos en el terreno de los afectos, terreno movedizo y
plástico. El paso del sí al no es aquí mucho más fácil y rápido que en el de
los conceptos.
Empezaremos por
apuntar que, en mayor o menor grado, existen situaciones análogas a la de
Cataluña en otras regiones españolas. En el País Vasco, sobre todo desde la
revolución del 31 acá, va tomando cuerpo un nacionalismo cada vez más intransigente
y violento. En Galicia, donde el regionalismo es un movimiento de poco vigor,
no faltan, sin embargo, síntomas de nacionalismo. En todos estos casos, la
situación afectiva es delicada, compleja y fluida. En todos coexisten en los
mismos lugares, en los mismos partidos, en las mismas instituciones y aun en
las mismas personas, tendencias lógicamente incompatibles, unión y disrupción,
centralismo, autonomismo y separatismo.
La raíz de estas
situaciones es una diferencia en el modo de ser. Que el catalán, el gallego y
el vasco difieran o no del castellano más de lo que difieren el aragonés, el
extremeño o el murciano, es cosa que se desprenderá de nuestras propias
observaciones ulteriores. Por ahora, quede sentado que con hacer valer un
lenguaje propio, estas tres variedades del homo hispanicus presentan
a los demás y a sí mismas unos perfiles y ribetes más definidos para su
personalidad diferencial. Y sin embargo, esta diferencia inicial no basta para
explicar la tendencia dispersiva que asoma en los tres movimientos. La
diversidad, en sí, es un estado inicial neutro que lo mismo puede ir a dar a la
dispersión que a la unión.
Pudiera a
primera vista parecer que la selección entre estas dos soluciones de la
diversidad –la unión y la dispersión– se hace automáticamente según que la
diversidad es de fondo o meramente de forma, o en otras palabras, según que la
diversidad es esencial o de mero matiz. Mas no es así. Por muy esencial que se
considere la diversidad entre catalanes y castellanos (y aquí se ha de argüir
todo lo contrario) nunca se alegará que sea mayor que la que distingue a los
suizos germánicos de los romandos y de los del Tessino; y sin embargo, entre
estos tres tipos suizos, el nacionalismo no se da. Va el ejemplo antes que el
principio, pero el principio es claro: la diversidad, por muy profunda que sea,
puede llevar a la unión, y por muy superficial que sea, puede llevar a la
dispersión; la diversidad, entre la unión y la dispersión, es un estado inicial
neutro.
La causa
determinante que llevará la diversidad a la unión o a la dispersión –siempre y
cuando el grupo en diversidad no sea juguete de circunstancias exteriores–
será, pues, una tendencia innata al grupo, a todo el grupo, entiéndase bien, y
por lo tanto, por el mero hecho de darse, esta tendencia a lo que sea, a lo uno
o a lo otro, constituirá un elemento de semejanza y aun de unidad (no he dicho
de unión). Si esta tendencia general en el grupo actúa hacia la unión, habrá
unión, si a la dispersión, habrá dispersión.
Se da el caso de
que en el grupo de diversidad ibérico coexisten las dos tendencias: a la unión
y a la dispersión. Ambas se manifiestan en todos los elementos del grupo en un
equilibrio inestable e inquieto, muy sui generis y que, de por
sí, es un elocuente rasgo de unidad entre los españoles (no he dicho de unión).
Todos los españoles sienten profundamente la unidad española; todos, en mayor o
menor grado, sienten la tendencia dispersiva, latente en el patriotismo chico,
potente en el nacionalismo.
Qué.
¿Separatismo en el castellano? Pues claro que sí. El castellano, tipo ibérico
en quien con mayor vigor se manifiesta el sentido unitario de España, verdadero
creador de la unidad nacional, es, sin embargo, por reacción ante los
regionalismos, curiosamente dispersivo a veces. Quienquiera que lo haya
observado con imparcialidad habrá oído en sus labios, cuando airado, bromista u
ofendido, expresiones y conceptos de marcado signo negativo en cuanto a la
unidad nacional. Conviene apuntar este rasgo evidente de nuestra psicología
colectiva contemporánea, porque, sin él, es imposible darse cuenta cabal de lo
que está sucediendo. Por lo pronto, nos permite afirmar sin género de duda que
la tendencia dispersiva está latente o manifiesta en todos los tipos de la
variedad ibérica.
Pero, ¿es que
podemos separar esta tendencia dispersiva en lo regional de la tendencia
dispersiva que caracteriza a los españoles en todos, absolutamente todos los
aspectos de la vida colectiva, política o no? ¿Es que la dispersividad de
región a región, de Cataluña a «España», de Vasconia a «España» difiere
esencialmente de la dispersividad que catalanes y vascos, como tales españoles,
manifiestan en sus amistades, juegos, negocios, cátedras, periódicos, partidos
(políticos o de fútbol), huelgas, juergas, investigaciones científicas o
comadreos?
De ningún modo.
La tendencia dispersiva es por el contrario una de las más españolas que acusa
nuestra psicología. Empieza en Viriato. Pervive hoy día con... quien ustedes
quieran. No hay más que alargar la vista y escoger. Es de lo más español que
hay en España, tan español que bien pudiera servir de criterio para definir lo
que es y lo que no es de aquí. Y así llegamos a esta primera conclusión: que
los nacionalismos españoles son un rasgo típicamente español; que nacionalismos
como el catalán y el vasco no se explican más que en nuestra España y que el
español que más reniega de España más se ahonda y arraiga en su hispanidad.
Salvador de Madariaga
La Vanguardia
Barcelona,
jueves 26 de marzo de 1936
No hay comentarios:
Publicar un comentario