«Mereceríais pequeña
Gerda Taro y Robert Capa, un recuerdo visible en cualquier campo de batalla de
entonces o en el tronco de cualquier pino de la sierra, para que sintiéramos
ondear, aunque invisible, aquella pobre bandera tricolor que combatía por la paz
mientras era atacada por los de la guerra». (Rafael Alberti, La arboleda perdida)
María Torres / 1 Agosto
2015
Gerda Taro se implicó hasta pringarse
y el resultado fue la muerte. Varios mandos republicanos, entre ellos el
general Walter, le habían recomendado abandonar Brunete pues el peligro de
bombardeo de la artillería y la aviación era inminente. Pero ella siguió
fotografiando. No escuchó. Quería obtener las mejores instantáneas de ese
terrible momento histórico. Arriesgando, siempre al límite.
Consiguió salir de Brunete, y en la
retirada, alcanzó a subirse junto a su amigo Ted Allan, comisario político de la unidad médica de Dr. Bethune, en el estribo del automóvil negro del general Walters
que se encontraba lleno de heridos en su interior. Fue arrollada accidentalmente por un tanque
republicano fuera de control que impactó con el vehículo e hizo caer a Gerda,
aplastando con sus cadenas el cuerpo de la pequeña rubia por debajo de la cintura. Cuentan que la vieron agarrar sus tripas
con sus manos para devolverlas a su vientre.
Era el 25 de julio de 1937. Poco se
podía hacer por ella, pero aún así se intentó. Trasladada al hospital de campaña de la 35ª División en el Escorial, le
transfunden sangre, le administran morfina y es intervenida sin éxito. Dicen
que pidió un cigarrillo y preguntó por el paradero de sus cámaras. Cuentan
también que uno de los médicos comentó
que era muy guapa, que parecía una artística de cine y que no tenía miedo. Desde el hospital, Gerda escribió un telegrama para
Capa que no se sabe si llegó a su destinatario.
Tras una agonía de varias horas, la
fotógrafa que mejor cubrió la guerra española y la primera en caer en acto de
servicio, falleció a las cinco de la madrugada del día 26 de julio de 1937.
En una entrevista realizada pocos
días antes de morir declaraba: «Cuando piensas en toda esa gente que conocimos y ha
muerto en esta ofensiva tienes el sentimiento de que estar vivo es algo desleal».
Rafael Alberti y María Teresa León se
trasladaron al hospital, encargaron un ataúd a un carpintero y se llevaron su
cadáver a la Alianza de Intelectuales Antifascistas, donde fue velado y recibió el homenaje de escritores,
artistas y militares.
El 28 de julio es llevada a Valencia,
sede del gobierno republicano. Rubio Hidalgo, jefe de la oficina de prensa,
ofreció el pésame oficial del gobierno. Allí también recibió un homenaje
póstumo.
Un día después, Paul Nizan acompañó
el féretro de Gerda Taro a París, la ciudad que la recibió a finales del verano
de 1933, el año que el Partido Nacionalsocialista ganó las elecciones y Hitler fue proclamado canciller del Reich. Ella era judía, y decidió salir de Stuttgart, su ciudad natal, huyendo de la persecución
nazi. Años después, toda su familia
sería exterminada tras la invasión nazi de Serbia.
«Siento una especie de
alegría y tristeza cuando piso territorio francés. Estoy salvada, pero digo
adiós a toda mi vida anterior. No me siento especial. Vivo la misma peripecia
de miles de personas obligadas a huir. Tengo suerte. Mis amigos de Stuttgart me
ayudan con algo de dinero. Me han prometido envíos periódicos cuando me
establezca en París. No sé a qué voy a dedicarme. Espero que me sirvan los
idiomas. Me veo obligada a abandonar mi patria, pero me niego a que Hitler
gobierne mi destino. Mi futuro».
Cuando cuatro años después regresó a Francia, ya sin vida, el Partido Comunista Francés la declaró mártir antifascista. Junto a la revista Ce Soir calificaron su vida de heroica y ejemplar y organización una impresionante capilla ardiente. Su cadáver fue expuesto en la Maison de la Cultura de París.
Cuando cuatro años después regresó a Francia, ya sin vida, el Partido Comunista Francés la declaró mártir antifascista. Junto a la revista Ce Soir calificaron su vida de heroica y ejemplar y organización una impresionante capilla ardiente. Su cadáver fue expuesto en la Maison de la Cultura de París.
El PCF adquirió una tumba con una
concesión de cien años en la división 27 del cementerio Pére Lachaise,
cerca del muro conmemorativo en homenaje a los miembros de la Comuna de 1871, y
donde se encuentra ahora rodeada de las tumbas de grandes filósofos, poetas y
estrellas del rock. Se encargó el diseño de la lápida y de un monumento
conmemorativo al escultor Alberto Giacometti.
El 1 de agosto, el mismo día que
cumplía 27 años, su féretro, envuelto en una bandera roja, acompañado por una
multitud llegó al cementerio
de Père Lachaise bajo los acordes de la Marcha Fúnebre de Chopin. Recibió los honores que correspondían a una hija de París. Chicas de la Unión de Jeunes Filles de Francia escoltaron el ataúd junto a un gran número de
intelectuales y personalidades como el escritor Louis Aragon, -a quien le
correspondió dar la triste noticia a Capa que entonces se encontraba en París-,
José Bergamín y Pablo Neruda.
Aragón y Neruda pronunciaron un elogio fúnebre.
Su funeral fue también una
manifestación de solidaridad con la República española.
Durante un tiempo Gerda protagonizó
portadas y noticias en toda la prensa europea y americana. Después su memoria
desapareció junto a sus excelentes fotografías. Habría que esperar casi setenta
años para recuperar ambas.
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