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1632. Pablo Neruda en el corazón

Nos conocíamos desde la España en armas. Éramos amigos. Cuando visitaba Moscú siempre venía a mi casa, que se llenaba de sus admirables acentos chilenos, se llenaba de su rostro impresionante, indio, hermano.

Cuando nació mi nieta Loli, Neruda le hizo un regalo: una preciosa sillita de mimbre, tejida por manos artesanas rusas, que él encontró en sus viajes por las estepas del país soviético. Se la dedicó así: «Salud, nueva camarada.»

Y hablaba de lo nuestro, de España, de Chile, de nuestras luchas y nuestras esperanzas.

Después nos vimos en París. Nos invitó a comer a su Embajada. Porque Neruda era entonces el representante del Chile de Allende en Francia. Antes había sido cónsul en España.

Me contaba sus dificultades, las provocaciones que elementos reaccionarios le organizaban a cada paso. Él sufría, porque él era poeta y revolucionario y amaba a su pueblo sobre todas las cosas...

Y llegó la noticia estremecedora... Pablo Neruda no pudo sobrevivir a la muerte de aquella ilusión suya y de su pueblo, la muerte de Allende, la muerte de la libertad.

Yo escribí entonces:

A Pablo Neruda, inolvidable camarada y amigo

Te has ido de entre nosotros, dejándonos huérfanos de tu presencia humana y entrañable.

Generoso, nos legaste tu obra y tu ejemplo inmortales. Y en ellos vives, y en ellos cantas y en ellos dices tu amor a tu pueblo, tu amor a todos los pueblos que luchan por la justicia.

Cayó Pablo Neruda, herido de muerte, ante el terrible dolor de su pueblo, al que vio roto, pisoteado, desangrado por una manada de bestias uniformadas, amaestradas por el imperialismo para romper a dentelladas la libertad y la soberanía de su patria chilena y hacer de su Chile, del Chile de Recabarren y de Elias Laferte, de Allende y de Corvalán, un país mediatizado, que estos hombres heroicos querían soberano, independiente y democrático.

Tú vives, camarada y amigo Neruda, en nuestro recuerdo nublado de lágrimas. Tú cantaste a nuestro pueblo, y a nuestra España inmortal en los sangrientos días de su resistencia heroica a la agresión militar fascista.

Y no podías imaginar entonces que la historia iba a deparar a tu pueblo el mismo trágico destino que a nuestra España mártir, y a ti, nuestro entrañable Pablo Neruda, el mismo fin que a nuestro Machado, Miguel Hernández y García Lorca; poetas maravillosos que, como tú, por su patriotismo, por su honestidad política, por su intransigencia ante lo vil, ante lo odioso, tuvieron el trágico destino que hoy has tenido tú, camarada y amigo, poeta admirado de España y de Chile, poeta de todos los pueblos de habla española, de todos los pueblos que luchan por la libertad y la dignidad humanas, amigo inseparable de nuestro gran Alberti y de María Teresa.

Tú escribiste un día, como sólo tú sabías hacerlo:

Nací en el Sur, de la frontera
traje las soledades y el galope
del último caudillo.
Pero el partido me bajó del caballo
y me hice hombre, y anduve
los arenales y las cordilleras,
amando y descubriendo.
Pueblo mío, ¿verdad que en primavera
suena mi nombre en tus oídos
y tú me reconoces
como si fuera un río
que pasa por tu puerta?

Sí, Pablo Neruda. Tu pueblo te reconoce como suyo para siempre. Y nosotros también, los que te conocimos, los que te vimos a nuestro lado en los días de luto y de sangre. Tu nombre estará vivo y presente en nuestra lucha, en nuestro recuerdo y en nuestra futura victoria. Y al decir ¡España! diremos ¡Chile!, y al decir ¡García Lorca! diremos ¡Pablo Neruda! Tú vives, camarada y amigo, y vivirás por siempre en el recuerdo de nuestro pueblo, en el recuerdo de tu Chile, que hoy sangra herido, pero al que los monstruosos Pinochets, viles agentes de los enemigos de tu patria, no pondrán de rodillas.

Llegando del ayer lejano, pero tan próximo a nosotros, viene a través del tiempo el juramento sagrado de Neruda, al Recabarren comunista, al hombre que por comunista supo del odio y de las prisiones, juramento que hoy repite el pueblo chileno mientras entierra a sus muertos, mientras restaña la sangre de sus heridas y mira hacia el futuro con esperanza y con fe, juramos limpiar las heridas mutilaciones de la patria.

Juramos que la libertad
levantará su flor desnuda
sobre la arena deshonrada.
Juramos continuar tu camino
hasta la victoria del pueblo.


Dolores Ibarruri
Memorias de Pasionaria (1939 - 1977)
Editorial Planeta, 1984








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