Lo Último

1683. Lola y Lorenzo

Carlos Fuentes Macías
(Panamá, 11 de noviembre de 1928 - México DF, 15 de mayo de 2012)


"La Guerra Civil española la ganó México", solía decir Carlos Fuentes por los intelectuales que allí se exiliaron  y la riqueza cultural que transmitieron.


Escucharon un bombardeo muy duro, a lo lejos. Desde el campamento, se veía un fulgor amarillento, un abanico de polvo en la noche. - Es Figueras -dijo Miguel- ¡Están bombardeando Figueras! 

Miraron hacia Figueras. Lola estaba cerca de él. No les habló a todos. Sólo le habló a él, en voz baja, mientras miraban ese polvo y ese ruido lejanos. Dijo que tenía veintidós años, tres más que él, y él se aumentó la edad y dijo que ya había cumplido los veinticuatro. Ella dijo que era de Albacete y que había ido a la guerra para seguir a su novio. Los dos habían estudiado juntos -habían estudiado química - y ella le siguió, pero a él lo fusilaron los moros en Oviedo. Él le contó que venía de México y que allá vivía en un lugar caliente, cerca del mar, lleno de frutas. Ella le pidió que le hablara de las frutas tropicales y le dieron risa los nombres que nunca había escuchado y le dijo que mamey parecía nombre de veneno  y guanábana nombre de pájaro. Él le dijo que amaba los caballos y que cuando llegó estuvo en la caballería, pero ahora no había caballos ni nada. Ella le dijo que nunca había montado, él trató de explicarle la alegría que da montar, sobre todo en la playa al amanecer, cuando el aire sabe a yodo y el norte se está aplacando pero todavía llueve ligero y la espuma que levantan los cascos se mezcla con la llovizna y uno va con el pecho desnudo y los labios llenos de sal. Esto le gustó. Dijo que quizás le quedaba todavía un recuerdo de sal en la boca a él y lo besó. Los otros se habían dormido junto al fuego y el fuego se estaba apagando. Él se levantó para atizarlo, todavía con ese sabor de Lola en la boca. Vio que sí, que todos se habían dormido, abrazados los tres para darse calor y regresó al lado de Lola. Ella le abrió la chaqueta forrada de lana de borrego y él unió las manos sobre la espalda de la muchacha y su blusa de dril y ella le cubrió la espalda con la chaqueta. Ella le dijo al oído que debían fijar un lugar para volverse a encontrar, en caso de que se separaran. Él le dijo que se encontrarían en un café que él conocía cerca de la Cibeles, cuando liberáramos Madrid y ella le contestó que se verían en México y él dijo que sí, en la plaza del puerto de Veracruz, bajo las arcadas, en el café de La Parroquia. Tomarían café y comerían cangrejos. 



Carlos Fuentes
La muerte de Artemio Cruz, 1966











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