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1684. Los mitos se resquebrajan

Josep Renau Berenguer (Valencia, 17 de mayo de 1907 - Berlín, 11 de noviembre de 1982) 


A través de las trágicas circunstancias por que atraviesa España, y a medida que el desarrollo de la lucha entra en etapas de mayor trascendencia universal, van cobrando relieve irrecusable ciertos valores y categorías humanas y políticas que permanecían latentes y escondidas en tiempo normal. 

Hoy, aun para las mentes menos acostumbradas a los problemas políticos y sociales y a las ideas generales que de ellos se desprenden, es la hora de las hondas experiencias, de las grandes realidades que se lanzan, desnudas de toda máscara, a la arena de este juego entre la vida y la muerte de España, grave y decisivo para el futuro del mundo. Jamás fracasaron con tan gran estrépito los tópicos, las apariencias falsas de las cosas que venían manteniendo, con la ventaja del tiempo favorable, la especulación y el chantage superior. Jamás lució con más brillante estupor la realidad imprevista, el perfil exacto de los hechos. 

Jamás ha sido tan difícil escribir o hablar con exactitud. El verbo y la palabra quedan casi intransitivos, impotentes ante la elocuencia muda y viva de los hechos. El escéptico está herido de muerte. 

Sonó, en el reloj de España, la última hora de los mitos, de las irrealidades. 

En campos de Guadalajara, tierras y piedras presencian, con mirada de quien desde su experiencia antigua todo es capaz de presentirlo, la victoria nacional sobre las falanges extranjeras. 

El milagro de nuestra independencia se repite. Estereotipados sus momentos diferentes—aquéllos por sabidos y por intuidos éstos—fundidos en común substancia, casi fuera del tiempo, como intermitencias de un mismo dinamismo nacional con siglos de intervalo, la victoria de hoy resume y ratifica la historia heroica de nuestra independencia, colocando a España en el umbral de grandes resonancias internacionales.

Para quien vive de puros gestos retóricos la realidad es muy dura y la audacia tiene sus riesgos, sus desventajas capitales cuando está impulsada por la desesperación y, sobre todo, cuando es recurso última para encubrir la sinrazón, la derrota de los valores en el mar turbulento del fascismo. La victoria fácil sobre Abisinia—demasiado fácil para ser victoria—cegó los ojos de Mussolini y lanzó su prestigio de cartón y trapo a una mala aventura. 

En la piedad que inspiran esos pobres campesinos, albañiles, zapateros italianos, prisioneros de nuestra victoria reciente, se realiza la caída vertical del mito fascista en su parte más esencial: en su potencialidad bélica y en la integridad de su propia ideología como conciencia colectiva del pueblo italiano. 

El soldado italiano que ha venido a España depauperado y hambriento, analfabeto en la mayor parte de los casos, movilizado por el engaño como recurso político, se encuentra de pronto enrolado en un gran ejército mecanizado de invasión, pero inerme en la consciencia política de la lucha, desarraigado de la tierra que pisa, sin justificación humana para el sacrificio de su vida. 

La idea fascista, a pesar de los largos años de dominio político, na ha podido penetrar en la entraña de la masa, no ha podido transformarse en conciencia colectiva del pueblo. En estas condiciones, cuando el elemento humano falla, la derrota desborda toda previsión de la ciencia militar y se deshace en mascarada trágica que arrastra al desastre toda el complejo de valores políticos y sociales, fracasados en su gesto capital y máximo.

Y es así cómo el haz lictor se desmorona en campos de Castilla. El ejército de los esclavos, de los hombres de cerviz sumisa, no podrá jamás con un pueblo que no humilla ni arrastra su gallardía nacional, que no dobla fácilmente los huesos si no es a costas de su vida.

La caída del mito fascista implica, también, la radiante realidad, que deja a su vez de ser mitológica, del valor social del hombre, de su papel cardinal en la guerra mecanizada. La consciencia histórica y política del soldado, la legitimidad humana de lo que se defiende, traducidas en impulso defensivo, es valor positivo en las primeras líneas de nuestra defensa nacional. La Italia fascista movilizó su ejército de invasión sin contar con esta condición preciosa en su interés opuesto. Se engañó a los soldados, se falsificó el rumbo de la acción. 

El fascismo nacional, complejo amasado de todo lo negativo e históricamente impotente de España, incapaz de resolver de por sí la cuestión planteada, ha tenido que recurrir a la más tremenda contradicción y suicidio que vieron nuestros tiempos. 

Hasta hoy los fascismos europeos mantenían el fuego de su sangrienta dominación conjugando el más desenfrenado chauvinismo, explotando y utilizando con gran habilidad técnica y política el sentido nacional de las masas, ahogando el menor asomo de solidaridad o cooperación internacional en el mar hiperestésico de un egocentrismo agresivo. 

Hoy, después de largos meses de una lucha de crueldad sin precedentes en que el pueblo español antifascista corrobora su vitalidad histórica, su heroísmo sin límites frente a las hordas sangrientas de toda tara y traición, el gobierno fascista de Burgos liquida, sin el menor escrúpulo, su más elemental plataforma estratégica de lucha «nacional» y entrega la «España grande» en manos del fascismo internacional. 

«Bussiness is bussiness», dicen desde que el mundo es mundo los mercaderes desaprensivos de toda latitud. Y España se convierte en el campo de todas las voracidades imperialistas, en centro y cruz de los más francos cinismos a plena luz de las leyes del derecho internacional de los pueblos. 

Pero los españoles no olvidamos que, en la «mise en scene» fatal en que se nos fuerza a jugar la última carta, también implica la contrapartida de nuestra victoria. Porque en esta partida a muerte se juegan destinos últimos e irremediables. Y no son los de España únicamente. Quizás de nuestra guerra surja una dura lección para el mundo. Lección dura y viril... Y en la piel de toro de nuestra España encuentre el fascismo internacional la horma de su zapato. 


José Renau
Hora de España IV
Valencia, Abril 1937









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