Hoy
hace un siglo que el paso de una mujer de alma fuerte subía a las gradas del
patíbulo alzado por el Rey infame, verdugo de ella y de España, y que transmitió
su nombre, su herencia, sus apetitos y su deslealtad al último monarca español,
expulsado por un gesto, acaso demasiado generoso del país.
El
26 de mayo de 1831, al abrir el día, moría en la flor juvenil Mariana de
Pineda, Marianita. Como el pueblo la llamó en cariñoso diminutivo, suma
expresiva de sus fervores. Moría ajusticiada en la Puerta de Elvira de Granada;
pregonada su "traición" al Rey absoluto, que holló la Constitución;
conducida al patíbulo en una mula, rodeada del verdugo, los alguaciles, los
servidores del absolutismo, las asistencias religiosas, las armas.
Moría
rodeada de toda la fuerza, la autoridad residía sólo en
ella...
El
pueblo se agolpaba en las calles, caían a torrentes las lágrimas de los ojos de
la inmensa muchedumbre; lloraban los religiosos auxiliantes; lloraban los
soldados y sus jefes; lloraban todos los presentes; lloraba también el
verdugo...; ella moría serena, iluminada por la inmensa luz del amor a la
libertad.
Moría
rodeada de la medrosa sensibilidad herida de un pueblo; el
valor estaba tan sólo en ella...
Dejaba
al pueblo, por cuyas libertades anheló y laboró, hundido en la más vergonzosa
opresión, esclavo del terror, sojuzgado por la tiranía, amenazado por el crimen,
encadenado, siervo.
Moría
rodeada del temor al poder. La esperanza de la libertad estaba tan sólo en
ella...
Horas
antes, el confesor que la alentaba díjole, a guisa de consuelo, que tal vez
llegase para sus hijos el día en que la ejecución de su madre fuera para ellos
timbre de gloria.
Y
relampaguearon los ojos de Mariana, que exclamó:
"Sí,
llegará, no lo dude; la santa causa de los fueros y libertades del pueblo
español, sellada con el martirio de tantas víctimas, ha de triunfar al cabo, y
los satélites del impío Gobierno que hoy nos rige han de ser ahuyentados de
este suelo, y tal vez su propia sangre lavará la mancha que la mía va a causar
en todo su partido. El pueblo no puede ya con los duros hierros que hoy pesan
sobre él y que arrastra mal de su grado. ¡Ay del día que sacuda las cadenas y
se arroje sobre sus opresores!"
Predicción
sublime, hija de un claro sentido político, que conocía el valor de todos los
sacrificios, y como la sangre injustamente derramada por la libertad no se
vierte nunca en vano.
Lenta
es la justicia que merecen los pueblos; pero llega al fin. A través de
vicisitudes sin cuento de la historia española, y tras un alborear en 1873,
rápida y torpemente hundió, la predicción de Mariana de Pineda no se realizó
hasta hoy, un siglo después de su muerte.
No
podía tampoco realizarse sino más allá del que era su propio ideal. El
constitucionalismo monárquico español condenado a ser ya negado, ya falseado
por los borbones, tenía el destino trágico de no garantizar jamás la libertad
de su pueblo.
¿Cuál
fue el crimen de mariana de Pineda? Era constitucionalista, era liberal.
Ello
bastaba para ganar la execración del régimen que condenaba esa funesta manía de
pensar. Se quiso, además, dar apariencia jurídica al delito.
Los
tiranos, que oprimen sin ley ni freno, sienten la íntima necesidad de
justificar de algún modo sus crímenes, porque saben que lo son. Cuando deciden
imponer la fuerza, buscan por instinto siquiera una sombra de autoridad en una
ficción justificativa.
Por
esa ficción se acusó a Mariana de Pineda de haber ordenado bordar una bandera
tricolor con las palabras LEY, IGUALDAD, LIBERTAD; no se probó que fuera
cierto. Se dijo que la bandera era para levantarse en una conspiración; no se
probó la conspiración, ni que fuera para eso, ni que las banderas sean
indispensables para las revoluciones, ni que el hecho fuera uno de los delitos
del real decreto de 1 de octubre de 1830, en que Fernando VII -inspirador de
don Galo- abolía las leyes penales anteriores y creaba delitos a su sabor.
Fue,
en suma, un asesinato jurídico la ejecución de Mariana de Pineda. No había
razón jurídica, razón legal, para procesarla, encarcelarla, condenarla y
ejecutarla.
Había,
sí, para el absolutismo una razón política fundamentada en el instinto de
conservación. A un régimen que vive al margen de la ley no se le ocurre en su
ceguera sino exterminar a aquellos elementos más puros, más firmes, más serenos
y esforzados, que con su heroísmo y su fe son la amenaza positiva, y a plazo
más o menos largo la espada justiciera de la opresión.
Y
Marianita de Pineda era uno de esos elementos.
Con
ardiente espíritu liberal, fervorosa defensora de la ley, cifrada en la
constitución que el pueblo impuso al Rey y este holló en cuanto pudo con
contumacia, típicamente borbónica acreditada en la Historia, alentó a los perseguidos,
mantuvo correspondencia con los emigrados, puso su espíritu al servicio de la
ley, la igualdad y la fraternidad; ayudó valientemente a Álvarez de Sotomayor a
realizar una de las más audaces evasiones; vibraba por la redención de España.
Además,
mujer serena, leal, de elevada conciencia y puros sentimientos, tenía la clave
de muchos nombres de revolucionarios -que así llamaban a los legalistas, además
de anarquistas-; su flaqueza, sus delaciones, si el miedo hubiera podido
encanallarla, hubieran dado al nefasto Rey la posibilidad de sembrar de cuerpos
los patíbulos.
Se
la ofreció el perdón, la libertad, la vida, si caía en la vergüenza de
denunciar. Y aquí es donde resalta más el temple de alma, el heroísmo de
Mariana de Pineda.
Era
joven, veintinueve años; bella; madre de dos hijos, a quienes adoraba; noble,
considerada; la vida podía ofrecerle aún el encanto de su sonrisa; los hijos,
con la voz de sangre y del deber, la llamaban; la vida a su edad debía también
aldabonear con angustia a su voluntad.
A
todo se sobrepuso, y para demostrar su temple empezó por vencerse, si preciso
fue, a sí misma.
En
la llamaba cárcel baja de Granada, en medio del hondo silencio de todos los
presentes, se da lectura a Mariana de la sentencia que la condena a muerte y
confiscación de sus bienes; a ella el cadalso; a sus hijos, la miseria. Se le
hace saber que Pedrosa, su indigno perseguidor, está autorizado a indultarla
enseguida en nombre del Rey si se presta a declarar quienes eran los que debían
lanzar el grito de libertad con su bandera.
Su
confesor, alma débil, ojos anegados en lágrimas, aconseja a Mariana la delación
para salvar la vida. A todos re4sponde con fiereza "que no saldrá de sus
labios una palabra indiscreta, que le sobraba el ánimo para arrostrar el fatal
trance en que se veía y preferir sin vacilar una muerte gloriosa a cubrirse de
oprobio delatando a persona viviente".
Cuando
todo es flaqueza en su entorno, la dignidad estaba tan solo en ella.
Y
después de unos días de intenso martirio, de abyecta prisión, en la madrugada
de hace un siglo, allá va, carrera de Granada delante, entre esbirros y
verdugos, entre una fuerza al servicio de la arbitrariedad, entre jueces y alcaldes
que hollan las leyes y violan la justicia, entre un pueblo que, como el rey
moro, también lloró en Granada como mujer lo que no supo defender como hombre:
allá va una pura y noble mujer, camino de la muerte, del sacrificio; allá va
una mujer que es en aquel momento de la tragedia española, frente a la fuerza,
la débil sensibilidad, el temor y la flaqueza, el símbolo poderoso inmortal de
toda la autoridad, de todo valor, de toda la esperanza en la libertad, de toda
la dignidad de España.
Mariana
de Pineda, Marianita, como el pueblo te llamó: A través de las vicisitudes
trágicas que jalonan la opresión legal histórica del pueblo español, solo has
triunfado hoy, después de un siglo.
Y
contigo el porvenir de la intervención de la mujer en la actividad pública,
porque en un solo mes ha hecho más la República española por la dignificación y
personalidad de la mujer que la monarquía en veinte siglos de desconocimiento y
negación contumaz de España.
Solo
hoy creemos que la libertad que tu anunciaste horas antes de tu muerte puede
llegar a España, y en su espera, te invocamos hoy en la hora henchida de esperanza
del triunfo para pedir a tu espíritu, cuyo recuerdo no morirá nunca en España,
que todo lo que contigo marchaba al cadalso en la madrugada del 26 de mayo, el
valor, la fe, la autoridad, la dignidad, el amor inmenso a la libertad, se
imponga, como un símbolo imperecedero a todos los celebros y corazones
españoles...
Clara
Campoamor
La Libertad, 26 de mayo de 1931
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