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1994. Las mujeres. Ellas también lo dieron todo

La intervención de la mujer en nuestro movimiento no ha sido medida con vara exacta de justicia. 

Para unos no es digna de tenerse en cuenta, para otros ha sido un motivo muy a propósito para barajar metáforas líricas o galantes. Unos la han mirado con el desdén masculino tradicional; otros con un hiperbólico sentimentalismo rayano en las lágrimas. 

¡Bah! Ante éstos y aquéllos es seguro que las mujeres que ya han aprendido a ser mujeres se encogerán de hombros. 

¡Estaría bueno que, en fin de cuentas, todas las hipótesis y aun todas las afirmaciones “comprobadas” de la ciencia acerca de la mujer no fueran sino soberanos errores de los sabios! Su naturaleza débil… su carácter pasivo… Nosotros hemos dicho muchas veces que la mujer, tal y como la conocíamos, es un producto del medio, pero los doctores… 

¡Cuántas cosas se vienen al suelo todos los días! Entre otras muchas cayó el 19 de Julio el concepto tradicional de la mujer. 

La cápsula, esa terrible cápsula de premeditaciones en que la mujer vivía envuelta, hace tiempo que venía sintiendo los efectos corrosivos de la transformación del medio. Peor para los que no quisieron darse cuenta, porque el 19 de Julio la cápsula se rompió bruscamente y la mujer se encontró de pronto abofeteada por todos los vientos, herida por todos los gritos; con las manos libres, con los pies desatados, afrontando, con su pecho, fortalecido por la libertad, una situación nueva. 

Pudo más la intuición que la sabiduría, y la mujer hizo más de lo que le habían enseñado a hacer. Como al fin podía moverse, ir y venir, fué a todas partes y en todas partes se acusó su presencia. Ya fué más que la madre, y la hermana y la compañera, fué ella misma, con una conciencia de su existencia y de su personalidad. 

Recobró instantáneamente aquella rebeldía primaria que la fábula del paraíso prefiere disfrazar de curiosidad sin pensar que teje una nueva paradoja en torno a la mujer, a quien la religión y la ciencia quieren presentar pasiva. 

Curiosidad y pasividad son dos términos que se excluyen; donde hay curiosidad no puede haber pasividad porque aquélla es sin duda el móvil de acción permanente bajo cuyo estímulo la humanidad va desenvolviendo sus etapas de progreso infinito. 

El 19 de Julio la mujer, desatada, se recobró a sí misma; y ya no quiso volver a perderse. 

Aquellos días, tragándose las lágrimas, aprendió el valor de la acción y actuó heroicamente en los frentes y en las retaguardias. Fundó hospitales, socorrió a los niños, enjugó lágrimas y dulcificó heridas; recompuso la carne desgarrada y exaltó a los combatientes con el ejemplo de su debilidad, convertida en audacia. Dió sus sonrisas, su solicitud, su amor y su odio -también su odio- a todo, y su sangre. Sí, su sangre; no a través del hijo como otras veces, sino su sangre misma, la que corría por sus venas y que le calentaba sus entrañas. 

La mujer española, ignorante y tímida, superó todas las gestas femeninas de la historia. No fueron ya los casos aislados de María Pita, Agustina de Aragón, Marianita Pineda; fueron legiones; en los frentes y en la retaguardia, en las trincheras de la línea de fuego y en las trincheras de las calles ciudadanas. Cayeron allá con su ardor, con su intrepidez, con su piedad sublimada y cayeron acá con su serenidad y su estoicismo. La Prensa recogió en su precipitación y en su fiebre diarias, muchos nombres de mujer; algunos fueron ya exaltados líricamente por los poetas; los más fueron enterrados con sus cuerpos bajo la tierra acogedora. Algún día, en un libro emocionado, diferenciaremos esta sangre de mujer que ha sellado, al fin, el pacto de paz entre los sexos y que ha de servir para amasar la arcilla de un mundo superado. 

Entonces hablaremos ampliamente de la Riojana -nadie la recuerda por otro nombre- que cayó en tierra vasca al pie de la ametralladora con que cubría la retirada de nuestros milicianos. 

Y de aquella Mercedes, de quien nos habló un día Mauro Bajatierra, que saltaba los parapetos para retirar la carne doliente de los hermanos caídos y los cuerpos fríos de nuestros muertos, cuando fué derribada por la metralla enemiga. 

Y de aquella otra muchachita que sucumbió en las crestas de la sierra, fusil al brazo, en los primeros días de la lucha y cuyo nombre ha sido ya líricamente exaltado por el poeta Balbotín. 

Y ante todas, y a la cabeza de todas, Lina Odena, jefe ya de un batallón, que consciente y segura pisó las zonas del heroísmo agujereándose la sien en un círculo de muertos amados, antes que los bárbaros pusieran sobre ella sus garras asquerosas. 

Nombres de mujer ante los que se quebrarán todas las agudezas de la ironía; nombres de pobres mártires que serán como los de la Libertaria y Encarnación Giménez, el baldón más negro en la frente de nuestros enemigos. 

Fueron más que madres, hermanas y compañeras; fueron sencillamente mujeres, afirmaciones de una conciencia recién nacida, anuncio de un potencial de realizaciones incalculables. 

Algún día desenterraremos estas muertas queridas para escribir en la Historia sus nombres gloriosos. 


Lucía Sánchez Saornil 
Umbral, 17 de julio de 1937







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