Malpartida de la Serena (Badajoz), 7 de noviembre de 1937
El hombre más alto, de pié, con chaqueta oscura, era el sargento Pedro Pérez Cano del 436 Batallón de la 109 Brigada Mixta
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Por Fernando Barrero Arzac para Búscame en el ciclo de la vida
Represalia ejemplar de los prisioneros de la 109ª Brigada Mixta, en el
olivar del cortijo Casa de la Boticaria (Badajoz)
Prolegómenos
La última Orden General de la 109ª Brigada Mixta
republicana, emitida a las 16.00 horas y que se leyó, del día 26 de marzo de
1939, en el Puesto de Campaña de Talarrubias (Badajoz), por el jefe y el comisario
accidentales de la Brigada, hace pública otra Orden General anterior del
Ejército de Extremadura (la núm. 141 del día 21 de marzo), con un artículo
único en el que se comenta que: “El Consejo Nacional de Defensa está dispuesto
a llevar a cabo negociaciones, que nos aseguren una paz
honrosa...”[1]. Esta última lleva un
anexo que recoge el Decreto que publica en su núm. 3, de fecha 18 de marzo, el
Diario Oficial del Ministerio de Defensa Nacional: “Queda suprimida la estrella
roja de cinco puntas en el uniforme y prendas de cabeza de todo el personal
militar y del Comisariado en los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, por
considerar innecesario su uso, toda vez que no tiene significación jerárquica”[2]. Está
emitido en Madrid el 17 de marzo de 1939, y lo firma el Consejero de Defensa,
Segismundo Casado López.
El día 27 de marzo de 1939, la plaza
del pueblo de Talarrubias, estaba lleno de soldados de la 109ª Brigada Mixta
que esperaban para decidir sobre su entrega. Sólo faltó al llamamiento del jefe
del Estado Mayor, un Batallón, el 436º Bón. Todos los demás, desarmados ya, esperaban órdenes de las
tropas franquistas[3].
A partir de entonces la situación fue
desconcertante entre el personal de la Brigada; por un lado se encontraban los
que no estaban de acuerdo con lo que suponían una solapada rendición, y, por
otro, los que intentaban que todo aquello acabase de una vez por todas, como se
describe en el testimonio del teniente del Estado Mayor de dicha unidad, Julio
Abril Nogueras, de su expediente sumarial que realiza como alegato
exculpatorio: “El 27 de marzo de 1939 al finalizar la guerra y con objeto de
evitar desmanes por elementos disconformes con tal solución, en el pueblo de
Talarrubias (Badajoz), conseguí juntamente con otros oficiales desarmar dicha
109ª Brigada, hablándoles en la plaza pública de aquel pueblo, aconsejándoles
nos entregásemos (como lo hicimos) a las Fuerzas Nacionales situadas en las
posiciones “Barca” de Casas de Don Pedro (Badajoz) y desde cuya fecha me
encuentro detenido”[4].
Definitivamente, en medio de aquellas
desavenencias, deciden enviar un grupo de emisarios para parlamentar, compuesto
por varios oficiales, que se encaminaron hacia las líneas enemigas. Lo que
ocurrió durante esa conferencia, lo recoge el testimonio documental nacional en
el parte de operaciones, que el jefe del Primer Regimiento de la 19ª División
de la Agrupación Tajo-Guadiana, envió al general jefe de la misma, Salvador
Múgica Buhigas, el día 28 de marzo de 1938:
“A V.E. da parte el Jefe del expresado Regimiento,
de que en la noche del 27 al 28 [marzo] del actual, se presentaron en nuestras
líneas y fueron trasladados al Subsector de Casas de Don Pedro, tres Oficiales
Rojos, los cuales manifestaron que la 109 Brigada Mixta, se rendía a
nuestras fuerzas, uno de los citados Oficiales rojos, marchó a Talarrubias
con orden de que dicha Brigada se trasladara con su armamento a la orilla del
Guadiana, el cual vadearía, dejando el armamento e impedimenta en la orilla
roja, como lo efectuaron en todo el día de hoy, siendo trasladado su personal
al Campo de Concentración de Zaldívar, donde quedaron convenientemente
custodiados”[5].
Humillar y
represaliar al vencido
Los hicieron ir hasta Casas de Don Pedro (Badajoz)
para presentarse a la Guardia Civil. Todos los soldados de las quintas
recordaban las recomendaciones del enemigo, en las que se les decía con
insistencia machacona: “Rojillos: no temáis si no tenéis las manos manchadas
de sangre”. Incluso les recomendaban por sus altavoces que no se pasara ya
nadie, puesto que los que lo hacían iban a parar a un campo de concentración...
Llovía, y todos se dirigieron allí en busca del pasaporte. Así durante los
últimos quince kilómetros, que era la distancia que separaba la localidad de
Talarrubias hasta el punto del río que debían vadear, siempre bajo la lluvia.
Cruzaron el Guadiana por una vaguada poco profunda, el agua les cubría hasta el
cuello y las maletas las llevaban sobre la cabeza"[6]. Tras
llegar al pueblo, en la plaza y a cubierto de un soportal, la Guardia Civil
ordenaba la formación de los soldados republicanos a grandes gritos, que
lentamente iban entrando a un local que estaba completamente a oscuras. Fuera,
empezaba a anochecer. Seguía la lluvia insistentemente. Tropezando por todas
partes, la gente protestaba por la oscuridad, pero también había quien tomaba
la cosa a broma. Así pasaba el tiempo y pronto presintieron que se les empezaba
a tratar como a prisioneros[7]. Nadie
pudo pegar un ojo aquella noche. Los piojos les desvelaban apenas el sueño
empezaba a apoderarse de sus fatigados cuerpos. Hubo quien entonó el himno de
la Brigada y La Internacional. Se dieron cuenta que habían caído en una trampa.
Tras aquella interminable noche ya nadie hablaba y las caras aparecían serias y
amenazantes de impotencia. Casi todos coincidían en lo idiota de su actitud al
creer en sus palabras amables. Había cesado la lluvia y los mismos guardias de
la noche anterior les hicieron salir a la plaza con la orden de llevar las
maletas abiertas para proceder a un registro minucioso, uno por uno. Les
desvalijaron las maletas y los petates y pudieron ver cómo aquellos guardias
subían en un gran camión baúles, maletones y fardos que desaparecieron a lo
lejos[8].
Otros guardias, les formaron y, sin decir palabra,
les condujeron hacia las afueras del pueblo, como a tres kilómetros. Se veía un
cortijo. Destacaba su blancura entre un olivar. Una alambrada espinosa
circundaba, así como en cincuenta metros, al cortijo. Penetraron en el recinto
por una entrada vigilada por unos soldados”[9]. El
martes día 28 de marzo entraron al fatídico cortijo Zaldívar que habían
convertido en campo de concentración para todos los de la misma Brigada; allí
tenían sus ficheros completos, según ellos les manifestaron, y sabían quiénes
eran cada uno, por eso tan pronto llegaron empezó la selección. A todos los
jefes y oficiales se les obligó a suscribir una ficha, y se les conminó a que
cada uno expusiera la actividad de los demás que conociera y dijera su empleo y
cargos. También se les llamó a todos los soldados, y la Junta Clasificadora les
preguntó los mismos datos y la actividad de sus oficiales y jefes”[10].
En las inmediaciones de Casas de Don Pedro, se
habían acondicionado el citado cortijo Casa de Zaldívar y el cercano cortijo
Casa de la Boticaria, pero fue el primero el que dio nombre al complejo
concentracionario. Este campo de concentración provisional tenía como objeto primordial
la permanencia de los prisioneros durante más tiempo mientras se llevaban a cabo el cumplimiento de misiones que no admiten
demora[11].
Cuando entraron en el cortijo les extrañó la rara
caracterización de los hombres de la unidad que los custodiaban ya que portaban
un brazalete en el brazo derecho que decía: Policía.
Otro guardia, soldado nacional, vigilaba un pozo con alto brocal cuya agua sólo
podían utilizar los de casa. Ésta la constituían el jefe, un alto y espigado
alférez que siempre llevaba una porra en su mano derecha, y que paseaba su
figura uniformada con relucientes polainas y zapatos, volteando constantemente
su porra, casi como lo hacen hoy en día las majorettes.
Hablar, no hablaba. De ello se encargaban los Doce; doce soldados, gallegos todos ellos, que transmitían las
órdenes. El jefe era de Salamanca y además había sido maestro nacional[12].
Esta policía era una compañía del Servicio de
Información y Policía Militar (SIPM), en concreto una sección de la 4ª compañía
del Batallón 338 del Regimiento de Infantería la Victoria nº 28. Esta unidad
estaba agregada operativamente al Cuartel General de la 19ª División, aunque en
realidad orgánicamente “La Jefatura del SIPM dependerá directamente de S.E. el
Generalísimo, […]. La dependencia orgánica recaía pues directamente en Franco,
[...]”[13]. Los
agentes del SIPM eran los conocedores de los antecedentes político-sociales de
los republicanos y los que podían orientar sobre la conveniencia o no de
facilitar pasaportes y salvoconductos así como conocer los que habían
desempeñado cargos destacados en el ejército rojo o autores de hechos
delictivos”[14].
Aquel jefe era el alférez de la 4ª compañía,
Lamberto López Elías, el cual había sido Comandante Militar en el pueblo de
Navalvillar de Pela (Badajoz), población cercana a Casas de Don Pedro, hasta el
día 28 de marzo “que por jornadas ordinarias se trasladó al Campo de
Concentración de prisioneros de Casa Zaldívar (Badajoz) el cual quedó
organizado y custodiando como Jefe del mismo y Vocal de la Comisión Clasificadora
hasta el día 25 de abril que por jornadas ordinarias y ferrocarril se trasladó
con la Compañía a Almadén (Ciudad Real) [...]”[15].
El 1º de abril de 1939 desde su Cuartel General de
Estado Mayor en Burgos, el Generalísimo emite el último parte de guerra: “En el
día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, han alcanzado las tropas
nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. Una vez
acabada la guerra oficialmente, se les permite a los prisioneros comunicar
mediante correspondencia a sus familiares su situación y estado. A través de la
reja de la gran ventana del amplio comedor por la que veían al jefe del Campo y
al Pater, había una ranura por donde se introducían las cartas, que iban a caer
a una gran cesta. Allí permanecían hasta que se llenaba.
La necesidad de los avales como primer paso para
poder salir de aquel campo provisional, debía ser un aspecto fundamental que
desde el principio, los guardianes de su custodia, dejaron claro de su
necesidad a los prisioneros. La angustia de los foráneos al ver que su posesión
permitía abandonar el campo a los lugareños en busca de su libertad, haría que
aquellos pensaran que sucumbirían, por la falta de una adecuada alimentación e
higiene, antes de que llegaran a tiempo los que ellos habían pedido mediante el
correo.
La clasificación más determinante para la
depuración de las responsabilidades era la conceptuada como segunda
clasificación. Dependiendo de los datos facilitados por los informadores, se
procedía a la separación de los jefes y comisarios del resto de la tropa.
Fueron aislados en una dependencia del cortijo. Sólo salían, custodiados por
dos soldados gallegos, cuando tenían necesidad de realizar sus evacuatorios. A
todos les apremiaba hacerlo cada dos horas aproximadamente. Al menos podían
tomar el sol y el aire periódicamente, por breve tiempo cada vez. Al capitán
Juan Pedro Fernández, que mostraba evidentes señales de haber recibido una gran
paliza, en el Campo por las noches, unos soldados, le sacaban y ataban a un olivo.
Exigió hablar con el jefe del campo y le dijo que si era orden de Franco dar
palizas a los vencidos. Éste, con buenas palabras siempre, le prometió que
castigaría a los culpables. Pero, a la noche siguiente, el mismo jefe dijo a
los causantes “-Esta noche dadle más fuerte, a ver si así tiene más ganas de
protestar..."[16]. Junto
a los datos personales que recogían se añadía la declaración que era sonsacada
al prisionero durante el interrogatorio durante el cual “El Oficial
interrogador no se limitará a un simple sistema cerrado de preguntas y
respuestas, si no que haciendo uso de la mayor habilidad procurará obtener de
los prisioneros todos los datos que se interesan en las instrucciones
particulares para cada escalón, utilizando en el interrogatorio cuantos
artificios le sugieran su imaginación y
experiencia”[17].
La mayor parte
de los cautivos allí, estaban enfermos de paludismo. Cuando les entraban los
tembleques, caían en su cuadra, abrigados sólo con el capote manta, esperaban
pacientemente que pasara el frío y, luego, la fiebre. Pero no era esto lo peor.
Lo peor era el agua. Los primeros días bebían agua de otro pozo, situado fuera
del cortijo, en la linde de la alambrada, de brocal pequeño, sin polea ni
pozal. Allí podían proveerse del líquido sin grandes complicaciones y en
relativas buenas condiciones de potabilidad. Bastaba con alargar el brazo para
llenar la cantimplora. El guardia los dejaba llenar de dos en dos, pero pronto
descendió el nivel de tal forma que, para extraerla, utilizaban varias correas
unidas y, al extremo, el recipiente de cada uno, con su grasa, sudor y demás
suciedad acumulada. Chapoteándola conseguían llenarlas. A los cuatro días
hacían falta seis o siete correas añadidas; y el agua, naturalmente menos
potable, hasta el extremo que llegaban a beberla embarrada. Algunos optaban por
no beberla sino refrescar sus labios, puesto que se declaró epidemia de tifus.
Una ambulancia se llevaba diariamente a los que sucumbían ante la infección y a
los más graves[18].
Se dictaron unas órdenes para que, las grandes
unidades de la Agrupación Tajo-Guadiana del Ejército del Centro, ocuparan los
campos de concentración que existían en las provincias de Cáceres y Toledo, y
que, entre ellas la 19ª División, entregaran al Ejército del Sur todos los
campos que tuvieran establecidos en la provincia de Badajoz, donde se
puntualizaron el día y la hora en la que las nuevas normas tenían que entrar en
vigor y se marcó para ello las 0 horas del día 28 de abril[19].
Periódicamente, entre el 13 y 30 de abril de 1939,
el Estado Mayor de la Agrupación, estacionado en Torrijos (Toledo), va
recogiendo los informes con los estados de los movimientos de prisioneros.
Anticipándose en unas horas a la entrada en vigor de la orden para que se
entregaran los campos establecidos en la provincia de Badajoz, el día 26 de
abril, los 2.284 prisioneros encerrados en Zaldívar, pasan a manos del Ejército
del Sur y, en teoría, este campo deja de funcionar.[20] Pero no
es exactamente eso lo que ocurrió. Ya vimos al inicio de este trabajo que el
núcleo concentracionario denominado Zaldívar, en realidad, lo formaban dos
cortijos: Casa de Zaldívar y Casa de la Boticaria. Pues bien, durante los días
anteriores, muchos de ellos, serán puestos en libertad, como nuestro
escribiente, pero otra gran parte de los prisioneros continuaron todavía allí,
mientras esperaban ser trasladados a Castuera, junto a otro pequeño grupo
seleccionado por su mayor significación y responsabilidad, que fue trasladado
al cortijo Casa de la Boticaria.
Los prisioneros ya habían pasado a manos del
Ejército del Sur. Pero ¿qué nueva unidad tipo batallón o compañía se hizo cargo
de la custodia de Zaldívar-Casa de la Boticaria? Durante el avance final, el
Puesto de Mando del Primer Regimiento de la 21ª División y de la 4ª Bandera de
Falange Española de las JONS de Badajoz, se desplaza a Talarrubias (Badajoz),
pero una de sus compañías ocupa Casa de Zaldívar el día 24 de abril de 1939
para llevar a cabo el relevo de la vigilancia de los prisioneros el día 26[21].
Bajo la atenta custodia de una compañía de la
Bandera falangista, entre el 26 de abril y el 14 de mayo de 1939, los cientos
de prisioneros que aún seguían en Zaldívar, fueron enviados escalonadamente a
Castuera, y los elegidos para permanecer, fueron trasladados al cortijo Casa de
la Boticaria donde engrosaron el número de los que ya se encontraban allí.
Cuando definitivamente se cerró como campo de concentración el cortijo de Casa
de Zaldívar solo funcionó como tal aquel.
Manuel Ruiz Martín, preso en el cortijo Casa de la
Boticaria junto con su hermano Anselmo, recuerda que el 14 de mayo de 1939
fueron llamándolos uno tras otro y que, tras nombrar a su hermano para salir de
la fila, le entregó un lápiz para que escribiera a su casa dando noticias de
dónde se encontraba, pensando que iban a matarle a él y no a aquel. Cuando en
1978 desenterraron la fosa común donde cayeron los prisioneros protagonistas de
esta investigación, a Manuel le dio un vuelco el corazón, al descubrir entre
los restos removidos de tierra y huesos, el mismo lápiz con el que se despidió
de su hermano”[22].
Felisa Casatejada, hermana de otros dos desaparecidos, Julián y Alfonso de 19 y
17 años de edad respectivamente, cuenta, que el día indicado arriba, los tenían
junto a una prensa de aceite, debajo de un eucalipto dentro del cortijo, y que
los dejaron salir, para que vinieran todos los familiares que quisieran a
despedirles. Estuvieron su madre y toda su familia, y sus tías, porque ya en el
pueblo se decía que los mataban, y que iba a ser al día siguiente, aunque no se
sabía a ciencia cierta”[23].
El día de autos el padre de los dos jóvenes
junto con su hijo más pequeño se acercó en una bestia hasta cerca de donde los
tenían en la casa. Había unos guardias en la puerta y otros un poco más lejos;
y aquéllos les decían a éstos que le obligasen a marcharse de allí, y si no que
le disparasen. Pero el padre pedía por favor que saliese su hijo, aunque fuese
a la puerta para que lo viera. Pero los muchachos de guardia le decían que los
prisioneros no estaban allí porque estaban en el olivar, detrás de la casa;
porque estaban abriendo una fosa para orinar y cagar allí. Entonces la guardia
civil le insistió en que se marchase porque iban a matarles. Entonces el hijo
de doce años que le acompañaba, se abrazó a su padre y se echó a llorar. Los
muchachos de la guardia le dijeron que se marchase porque se les estaba
partiendo el alma. El hijo pequeño le advirtió de que corría peligro de que lo
mataran. El padre siguió para adelante, pero llevaba ya un temblor de piernas
que le impidió hacer casi nada en su finca[24]. Un
poco antes de mediodía mientras el padre y el hermano trabajan en unas tierras
cercanas escuchan las primeras descargas. A las doce de la mañana lucía fuerte
el sol cuando los soldados derrotados caen entre lamentos y gemidos, unos
encima de otros, mientras agonizan, con los brazos atados con alambres, en el
hoyo que, un rato antes, habían cavado. Es el día 15 de mayo de 1939, cuando
varias ametralladoras Hotchkiss, siegan la vida de entre 50 y 100 republicanos,
en el olivar del cortijo Casa de la Boticaria[25].
Dignificar a los represaliados
La
familia de dos hermanos ejecutados aquel 15 de mayo de 1939, apellidada
Casatejada, inició las acciones para buscar los restos de todos los fusilados y
“darles un entierro como a seres humanos” [26].
Pierre Nora, ha acuñado el término “lugares de la memoria”, para explicar cómo
se transforma la relación entre los grupos sociales, la memoria y la historia
bajo el impacto de la globalización y el desanclaje de los procesos locales con
su pasado[27].
La
familia Casatejada, se dirige en primer lugar al Ayuntamiento del pueblo para
dar a conocer al entonces alcalde, Juan Grande, sus intenciones. Éste no la
pone ningún tipo de objeción, remitiendo el caso al Gobernador Civil de Badajoz
para que fuese él quien diese su consentimiento en última instancia[28]. De
esta manera, pasado un tiempo, Felisa Casatejada, en calidad de representante
del grupo de familiares, es llamada a declarar ante el Gobernador. Inicialmente
es instada a hacerlo sola, sin testigos, a lo cual se opone con vehemencia su
marido, que la acompañaba. Este hecho refleja el miedo y el recelo que por
aquel entonces seguían aún muy presentes en la sociedad[29]. El
Gobernador le preguntó a Felisa por sus intenciones a lo que ésta respondió que
su única intención era desenterrar
los restos de sus familiares para darles cristiana sepultura, tras lo cual dio
su permiso, no sin antes hacer una clara advertencia a Felisa: “quedarán
prohibidas banderas, vítores y cualquier otro tipo de manifestación política”[30]. En
caso de que esta advertencia fuera incumplida, Felisa fue amenazada con el
encarcelamiento inmediato. Incluso, se la advirtió de la presencia durante los
actos de personas que vigilarían su cumplimiento.
Una vez
obtenido el consentimiento del Ayuntamiento y de Gobernación, solo quedaba el permiso de la dueña de la finca, una
descendiente de la terrateniente contemporánea de los hechos, la cual no pone
objeción, imponiendo como única condición que, tras finalizar los trabajos, los
terrenos quedasen repuestos[31].
Superados
con éxito todos los escollos, aún quedaba reunir los medios materiales
necesarios para realizar la exhumación. A pesar de que la iniciativa se acogió
favorablemente en el pueblo, nadie en el lugar estaba dispuesto a ceder una
excavadora, debido probablemente a posibles represalias posteriores. Por ello
se tuvo que acudir a una localidad vecina para conseguir una excavadora. Fueron
los propios familiares quienes solidariamente se hicieron cargo de los gastos
ocasionados por los trabajos necesarios.
Acordaron
que la exhumación de los restos y el funeral religioso, de manera simbólica,
habrían de ser celebrados durante los días 13 y 15 de mayo, éste último día
además festividad local de san Isidro. Durante el primer día se reunieron en el
olivar de Casa de la Boticaria el grupo de familiares, acompañados por un
elevado número de vecinos, algunos de los cuales acudieron para ayudar.
La forma
de llevar a cabo la exhumación, tuvo muy poco que ver con los sofisticados
métodos actuales de excavación, documentación y tratamiento de los restos
humanos[32]. La
excavadora hundía la pala en el terreno, extraía montones de tierra y los allí
presentes se encargaban de remover a mano la tierra extraída en busca de restos
óseos. No tardaron en aparecer los primeros objetos, la suela de una alpargata,
que produjo entre los familiares las primeras reacciones emotivas y de dolor.
Conforme fueron avanzando los trabajos, los restos aumentaron. Entre los
objetos recogidos se reconocieron efectos personales de sus seres queridos.
Aparecieron los alambres con los que habían sido atados por los antebrazos los
hermanos de Felisa y unas cananas de los militares franquistas que se habían
negado a disparar contra los prisioneros y fueron, también, ejecutados. El
hedor que desprendía la fosa se hizo insoportable. Los huesos y objetos
encontrados, fueron ordenados pulcramente sobre unas sábanas blancas que más
tarde se colocaron en varios féretros.
A pesar
de las advertencias gubernativas, viendo que no se ejercía ningún tipo de
vigilancia en el lugar de los trabajos de excavación, no faltaron las
manifestaciones de índole político, se cantaron himnos izquierdistas y se
mostraron banderas con los emblemas comunistas y republicanos, dando así paso a
la exaltación contenida que flotaba en el ambiente.
Tras la
primera jornada, que bastó para realizar la exhumación, emplearon los otros dos
días hasta la fecha del traslado al cementerio, para velar en la misma finca,
durante el día y la noche, los restos encontrados. Una trovadora analfabeta, familiar de los represaliados, compuso una
serie de romances y coplas, que repentizó durante los desenterramientos en el
mismo olivar.
La actitud y los gestos durante la procesión y
el funeral póstumo en el pueblo ante una masa silenciosa de vecinos fueron muy
discretos, cientos de personas desbordaron la capacidad de la iglesia; no hubo
gritos estentóreos ni consignas partidistas. Tampoco hubo discursos, pero en el
cementerio, sí que había niños, jóvenes y mayores, como un centenar de
personas, algunas de la cuales levantaron los puños en alto[33].
Había sido colocada una lápida colectiva, sencilla pero preciosa, con un frente
en mármol blanco y flanqueada por unas columnas con capitales y un escalón, con
unos cincuenta nombres (muchos de los cuales eran fallecidos en circunstancias
y lugares ajenos al hecho celebrado), adornada con claveles rojos.
Un
periodista realizó el reportaje de la exhumación, procesión y posterior
inhumación en el cementerio del pueblo, José Catalán Deus, que más tarde se
publicó en la revista “Interviu”, con el fin de difundirlo para que las
familias alejadas del entorno que pudieran tener alguna persona desaparecida en
el lugar lo conocieran. Sin embargo, esta campaña no tuvo mucho éxito, ya que
apenas consiguieron sumar un par de nombres al resto de víctimas identificadas,
la mayoría, vecinos de Casas de Don Pedro y sus alrededores.
Como
colofón a una de las primeras exhumaciones de fosas organizadas de
represaliados republicanos de la Guerra Civil, mencionaremos que el párroco de
Casas de Don Pedro, en representación de los familiares, solicitó al
Arzobispado de Toledo la concesión de la sepultura perpetua en el cementerio
parroquial, “a favor de los muertos en acción de guerra en dicha localidad”[34]. Le
fue concedida la propiedad del panteón nº 220, compuesto de cuatro nichos, el 7
de noviembre de 1978 “en favor de las personas cuyos restos mortales están
sepultados en el mencionado panteón”[35].
___________________________
[1] Archivo General Militar de Ávila (en
adelante AGMAV). Zona Roja, Armario 76, Legajo 1235, Carpeta 5 (en adelante ZR,
A, L, C).
[2] AGMAV. ZR, A.76/L.1235/C.5.
[3] Buj Pastor, Francisco. Memorias de
la Guerra Civil
(1936-1939). Tarrasa, 1980; p.41. Escribiente de las compañías. El acceso a
largos párrafos de las mismas ha sido posible gracias a la labor de su hijo
Francisco Buj Vallés, al cual agradecemos la labor de búsqueda de los datos que
llenan este trabajo.
[4] Archivo Territorial Militar Togado
Segundo de Sevilla (ATMTSS), HU. Expediente sumarial de Julio Abril Nogueras,
teniente del Estado Mayor de la 109ª BM durante la Guerra Civil.
[5] AGMAv, Documentación Nacional (DN).
“19 División. Operaciones. Partes de Operaciones. De varias unidades de la División 19. Marzo 1939” . A.42/L.7/C.12
o C.1625, Cp.12, D.1/2. El subrayado es nuestro.
[6] Buj Pastor, Francisco. Memorias de la Guerra Civil (1936-1939). Tarrasa, 1980.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
[9] Ibídem.
[10] Archivo Tribunal Militar Territorial
Primero (En adelante ATMTP). Sº 5871/39, J.P. Fernández del Campo.
[11] AGMAv. (DN).“Información.
Instrucciones sobre prisioneros y presentados y sobre recogida de documentación
enemiga, de fecha 29 y para Comandantes Militares, de fecha 30. Marzo 1939”.
AGMAv, C.1501, Cp. 30. El subrayado es nuestro.
[12] Ibídem.
[13] Heiberg, Morten y Ros Agudo, Manuel. La trama oculta de la Guerra Civil : Los
servicios secretos de Franco (1936-1945). Crítica, Barcelona, 2006, p. 97.
[14] AGMAv. (DN).“Ejército del Centro.-
Instrucción.- Instrucciones para los Comandantes Militares y de Etapas.- Sin
fecha”. C.1194, Cp.17, D.1/8.
[15] Archivo General Militar de Segovia
(En adelante AGMSg). “Expediente compulsado de la Hoja de Servicios de D. Lamberto López Elias”.
[16] Buj Pastor, Francisco. Memorias de la Guerra Civil (1936-1939). Tarrasa,
1980; p. 49.
[17]AGMAv. (DN).“Ejército del Centro.- Instrucción.-
Instrucción nº 3.- Instrucciones para los Oficiales interrogadores.- Sin
fecha”. C.1194, Cp.17, D.1/53. Subrayado en el original.
[18] Buj Pastor, Francisco. Memorias de la Guerra Civil (1936-1939). Tarrasa,
1980; pp. 46-47.
[19] AGMAv. DN, “Operaciones. Ordenes
generales.- Ordenes núms. 2 y 3 de los días 3 y 26 [de abril], de esta
Agrupación.-Abril 1939”. C.1502, Cp.31,Carpeta .
[20] AGMAv , DN, “Información.
Prisioneros.- Estados del movimiento de prisioneros en los Campos de
Concentración dependientes de esta Agrupación, en los días 13 al 30.- Abril
1939”.A.23/L.1/C.36, D.1.
[21] AGMAv ,DN. “21 División,
Operaciones.- Diario de Operaciones de esta [21] División. Enero
1938 a julio 1939”. C.1678, Cp87, D. 2.
[22] Testimonio oral recogido por Fernando
Barrero Arzac a Manuel Ruíz Martín, el 15 de mayo de 2003 en Casas de Don Pedro
(Badajoz).
[23] Testimonio de Felisa Casatejada,
recogido en septiembre de 2003. En: Memoria
histórica y Guerra Civil. Represión en Extremadura. Julian Chaves Palacios,
coord. Diputación de Badajoz, 2004.
[24] Ibídem.
[25] Catalán
Deus, José. El pueblo desentierra a sus muertos. Casas de Don Pedro, 39 años
después de la matanza, en “Interviú” n.19 (15/21-VI-1978), pp. 86-88. Tanto
el cortijo Casa de Zaldívar como Casa de la Boticaria, se encuentran muy
próximos a la localidad pacense de Casas de Don Pedro, aunque pertenecen al
término municipal de Puebla de Alcocer (Badajoz).
[26] Catalán Deus, José. El pueblo
desentierra a sus muertos. Casas de Don Pedro, 39 años después de la matanza,
en “Interviú” n.19 (15/21-VI-1978), pp.
86-88.
[27] Ferrándiz, Francisco (2011), “Lugares
de memoria”, en Rafael Escudero (coord.), Diccionario de la memoria
histórica, Madrid, Catarata, pág. 29.
[28] Fernández Sánchez, A.M.; López Ruiz,
J.L.; Orellana Arroba, M. y Fernández Sánchez, R.C. (2012). Pioneros de la memoria: Excavación de la
fosa de represaliados republicanos en la finca “Las Boticarias” en Casas de Don
Pedro (Badajoz) en la primavera de 1978.
[29] Ibid.
[30] Ibid.
[31] Ibid.
[32] Ibid.
[33] Testimonio de José Catalán Deus
(Periodista y escritor), recogido en 2013.
[34] Documentación generada durante la
construcción del Panteón para depositar los restos de los fusilados en la localidad
durante el año 1939. Octubre-noviembre de 1978.
[35] Ibid.
Grupo de oficiales y comisarios. Seguramente en alguna reunión de mandos. La persona en el centro de la imagen con una cartera, es el comisario Andrés Barrero Rodríguez. |
El Comisario Delegado Andrés Barrero Rodríguez junto con un oficial, en un patio de algún caserío o localidad |
Interior del patio con su pozo con brocal del cortijo Casa de Zaldívar, que fue el Campo de Concentración denominado Zaldívar (entre Casas de Don Pedro y Puebla de Alcocer, Badajoz) |
Portalón de entrada y muro exterior del cortijo que fue el Campo de Concentración de Zaldívar |
Exhumación de los día 13 y 14 de mayo de 1978 en el olivar del cortijo Casa de la Boticaria. Hombres junto a las fosas y féretros |
Féretros con los restos ordenados en el olivar, junto a miembros de familiares de las víctimas |
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