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2156. A Pablo Neruda



Hace dos años nos reuniamos en esta misma sala para celebrar la concesión del Premio Nobel a Pablo Neruda, y hoy nos volvemos a reunir para llorar su muerte. Dramática y significativa muerte la del gran poeta y gran amigo nuestro. Aún no salimos de la consternación que el triste acontecimiento nos produjo. Moria Pablo en una hora de atroz martirio para su pueblo. El noble presidente Allende caia asesinado por los gorilas traidores en el Palacio de la Moneda defendiendo los principios por los que luchara toda su vida; en las fábricas, en las universidades, en las calles mismas eran ametrallados miles de obreros y estudiantes por el solo hecho de serlo; un terror desenfrenado, vesánico, el terror fascista que no encuentra limites para saciarse, se abatia, como instrumento del imperialismo y de su brazo ejecutor, la CIA, sobre hombres y mujeres inocentes, y el corazón del poeta se rompe ante tanta infamia, tanta bestialidad y tanto dolor. La muerte de Neruda es por eso un crimen más del fascismo chileno, que hoy condena el mundo entero. Pero los que allanaron y arrasaron su casa no podrán allanar la inmensa morada, la morada universal en que desde ahora vive para siempre Pablo Neruda. Y los que quemaron sus libros no podrán destruir su obra, su caudalosa y generosa obra, que sigue iluminando el corazón de los hombres, como no lograrán destruir las ideas que dieron conciencia política al pueblo de Chile y que un dia lo ayudarán a recobrar su destino, pese a la brutal agresión que ahora lo desangra. Ya en el entierro mismo de Pablo el pueblo dio la primera respuesta a sus feroces verdugos. Al paso del ataúd por las calles de la capital chilena se fue improvisando un nutrido cortejo que llegó a sumar a miles de personas, quienes cantando  unas veces los himnos revolucionarios y recitando otras versos de Neruda, acompañó el cadáver del poeta hasta su tumba, donde también se alzaron voces de protesta, de indignación, de lucha. Y es que la cauda que deja un poeta tan grande y verdadero, un poeta tan entrañado en el alma de su pueblo como Pablo Neruda, no la borran todos los espadones fascistas confabulados.

La obra poética que Pablo Neruda levantó verso a verso, piedra a piedra, hombre a hombre, su potencialidad expresiva, su asombrosa versatilidad y, sobre todo, su originalidad imarchitable y su sentido profundamente humanista, se alejan de lo común: entran en el espacio de lo portentoso. Cincuenta años de navegaciones no le vieron repetir una singladura, aunque la nave fuera siempre la misma. Parecía que cada mañana tocaba y miraba por vez primera los bordes de la tierra. Era poeta que nacía todos los dias con una visión nueva, con un mayor dominio de las formas verbales, con una fe más ancha en los destinos humanos.

La palabra poética de Pablo Neruda, vasta como un continente, cantó todos los continentes, los de la tierra y los del hombre. Primero, tras la canción de amor juvenil que ha recorrido todos los idiomas, fue la búsqueda desolada impuesta por la soledad: la inmersión en los seres y las cosas para llegar a su cotidiano misterio y recoger sus nocturnas materias apenas reveladas. Luego, el abrir los ojos, el conmoverse hasta la última fibra ante el dolor del mundo y, como consecuencia, el extender el canto por encima de todas las fronteras y todas las limitaciones con que la poesia gustaba aún de automutilarse,  tanto en sus motivos profundos como en la utilización del lenguaje. Ningún poeta de esta época -y quizá de época alguna- logró reunir en su voz, como Pablo Neruda, mayor suma de sufrimientos y de anhelos, de sueños y de tempestades. Como una cordillera errante y resonante, su acento supo ganar los confines más remotos, y en todas partes, torrecial y profundo, dejó un rayo de cólera y de belleza, de ternura y de rebeldía.

Conviene recordar aquí que este segundo nacimiento de Neruda para la poesía, esta línea divisoria que marca dos tiempos y dos actitudes en su obra, tiene una clave, y esa clave tiene un nombre: España. El encuentro de Pablo Neruda con España o, para mayor exactitud, con el pueblo heroico de España, con el pueblo traicionado y agredido, determina un cambio radical, esencial, en su poesia. Un cambio que no es necesriamente una retractación, sino un nuevo descubrimiento del mundo y una nueva forma de interpretarlo. Aqui radica, precisamente, lo sustancial de este fenómeno. La poesia de Neruda, sin renunciar a los tesoros conquistados, tesoros extraidos, como en una nueva fábula, de las grietas telúricas y de las grietas humanas, abandona entonces lo subterráneo, sube de los abismos ciegos, deja de hurgar en las vetas oscuras, en la flor venenosa, y se instala, rutilante y humilde, en la frente del hombre, en sus estrella dolorosa y esperanzada. Mira hacia arriba. Se entrega a los demás. Da la espalda a un mundo cuyas caducidadas y miserias ha sacado como un buzo a la superficie, y abre los brazos al mundo que está naciendo entre grandes heridas y resplandores. El poeta mismo lo dejó escrito en su "Testamento de otoño":

"Me preguntaron una vez/por qué escribia tan oscuro,/pueden preguntarlo a la noche,/al mineral a las raíces./Yo no supe qué contestar/hasta que luego y después/me agredieron dos desalmados/acusándome de sencillo:/Que responda el agua que corre,/y me fui corriendo y cantando".

Y mucho antes, en plena guerra de España habia dicho también:

"Preguntareis:¿por qué su poesía/no nos habla del suelo, de las hojas,/de los grandes volcanes de su pais natal?/¡Venid a ver la sangre por las calles, venid a ver/la sangre por las calles,/venid a ver la sangre/por las calles!"

La razón, como se ve, es simple. Simple y profunda. El poeta se identificó a plenitud con el hombre, o al revés. El poeta vio en la tragedia de España su propia tragedia: la tragedia de todos los hombres, una tragedia de la que nadie podía desertar. Los más grandes poetas de aquella hora pensaron lo mismo. Hay unas palabras del propio Neruda que no dejan lugar a dudas. Cuando publicó "Las furias y las penas" declaró en unas líneas:"En 1934 fue escrito este poema. ¡Cuántas cosas han sobrevenido desde entonces! España, donde lo escribí, es una cintura de ruinas. ¡Ay! si con sólo una gota de poesía o de amor pudiéramos aplacar la ira del mundo, pero eso lo pueden sólo la lucha y el corazón resuelto. El mundo ha cambiado y mi poesía ha cambiado. Juro defender hasta mi muerte lo que han asesinado en España:el derecho a la felicidad." Pablo Neruda se convirtió desde entonces, y través de su dilatada obra posterior, en algo asi como la conciencia estética y civil de nuestra época. Todo lo abraza, todo lo canta. Todo, por unos caminos o por otros, llega a su sensibilidad. Parece decir: la poesia puede estar en todas las cosas, en lo individual y en lo co- lectivo, en el vuelo de una abeja y en el grito de una multitud. La poesía no admite apellidos ni, menos, apodos. Es, cuando lo es de modo auténtico, poesia simplemente. Un día somos herméticos, y al otro transparentes. Hoy mi verso se embriaga entre los brazos de la mujer que amo, y mañana será ola restallante contra la injusticia y el error.

Toda la vieja polémica, tan inútil como absurda, sobre la llamada poesía pura y la llamada poesia social —semejante a la que todavía padecemos en la plástica sobre el llamado arte abstracto y el llamado arte figurativo— hace crisis en la voz universal y descomunal de Pablo Neruda. Una crisis que se resuelve en favor de la poesía. Al cabo del tiempo, el poeta de "Residencia en la tierra" es el mismo poeta del "Canto General"; el poeta de las "Odas elementales" es el mismo poeta de "Estravagario". Los poemas amorosos de la primera época se abrazan y confunden con los poemas sociales y aun políticos de años después. Caidas y hallazgos deslumbrantes, errores e intuiciones geniales, son ya partes inseparables de un mismo cuerpo. En la poesia de Neruda, en esta poesía combatida a veces como portadora de elementos dogmáticos, partidistas, se diria que habita la tolerancia misma. A lo largo de ella sentimos el secreto indivisible de la facultad creadora y se reafirma en nosotros la convicción de que los dogmatismos radican precisamente en aquellos que niegan a la poesía su maravilloso don de ubicuidad, su prodigiosa capacidad para brotar en los más diversos climas del espíritu. ¿Quién ha llegado aún a definir la poesia? ¿Quién ha logrado sorprender su verdadero rostro? ¿Alguién ha podido apropiársela —¡Oh, ilusiones de Juan Ramón! para disfrutar exclusivamente de ella? ¿No está acaso la poesía en Whitman lo mismo que en Mallarmé, en Valery lo mismo que en Maiakovski, en Nazim Hikmet lo mismo que en Rilke? Hace años, cuando algunos poetas dirigían su mirada a los graves conflictos sociales, a los grandes dramas humanos, los celosos guardianes de la poesia pura se desataban en ofensiva contra ellos, y ellos, a su vez, solian también, de vez en cuando, arremeter contra sus antagonistas, olvidando unos y otros toda una tradición ejemplar en la que no es posible separar los frutos del pensamiento humano. Hoy, las nuevas generaciones, los jóvenes poetas, tienen una actitud mucho más comprensiva y, a pesar de ciertas corrientes de irracionalismo que se mueven en la política y el arte, muestran una clara preocupación por los problemas sociales o lo que fluye, vive en torno a esos problemas. Pero no por eso lanzan excomuniones,  ni deja incluso de haber entre ellos mismo quienes cultivan también el poema de condición intimista. No en balde los últimos decenios han esclarecido tantas cosas esenciales y están contribuyendo a desterrar viejos y torpes pleitos que son la negación del espiritu creador.

Yo he dicho en otra ocasión que los republicanos españoles tuvimos siempre como nuestro a Pablo Neruda. Sentimos que Pablo Neruda, además de un poeta chileno, además de un poeta latinoamericano, es también un poeta esañol. Y no sólo por razones de lengua y de cultura, que ya sería bastante, sino, lo que es más significativo, por su identificación plena con la España desangrada e insurgente, con la España de la República y de Guernica, con la España de la agonía y de la esperanza. Hoy, después de la tragedia chilena, Pablo Neruda es más nuestro que nunca. Las dramáticas circunstancias de su muerte lo acercan más a nosotros, lo acercan más a España. Sus ojos en agonía, como los de nuestro Antonio Machado al pasar los Pirineos y morir en Colliure en l939, debieron sin duda reflejar el mismo panorama de desolación y de muerte, la misma angustia, el mismo dolor, y acaso también la misma certidumbre de el mañana no pertenece a los enemigos de la cultura, sino a los que la crean con sus manos y con su espíritu.

Desde 1936, es decir, desde la iniciación de la guerra española, toda la obra de Pablo Neruda está recorrida por el sentimiento de España. En plena contienda, el poeta escribe su libro "España en el corazón", que los propios sodados de la República imprimen en el frente. Es un libro desgarrador, violentamente condenatorio. Al poeta se le transforma a veces la voz en llamarada, en aullido, en grito sordo, ante la crueldad inaudita de los agresores, y otras veces solloza como un niño con las madres de los milicianos muertos. España el dolor indecible de España, se le mete en el corazón a Neruda fisicamente, lo conmueve, lo tortura acaso como ningún otro suceso antes vivido.

Pero después de este libro, forman muchedumbre los poemas que Pablo Neruda escribió sobre el mismo tema español. En México o en Chile, en la Unión Soviética o en China, en Italia o en Hungría, en Francia o en Polonia, en el mar o en la tierra, alli donde se encontraba el recuerdo de España volvia a la poesia de Neruda con la misma intensida y el mismo fuego. No es posible enumerar aquí los muchos poemas escritos por Neruda acerca del drama español. Permitidme, sin embargo, que lea uno solamente. Este poema lo compuso Pablo en su destierro europeo de los años cincuenta, y en algunos de sus fragmentos dice así:

"España, España corazón violeta,/me has faltado del pecho, tú me faltas/no como falta el sol en la cintura/sino como la sal en la garganta,/como el pan en los dientes, como el odio/en la colmena negra como el dia/sobre los sobresaltos de la aurora,/pero no es eso aún, como el tejido/del elemento visceral, profundo/párpado que no mira y que no cede,/terreno mineral, rosa de hueso/abierta en mi razón como un castillo.

Ven a mí, devuélveme la torre/que me robaron, devuélveme la lengua/y el pueblo que me esperan, asómbrame/con la unidad final de tu hermosura./Levántate en tu sangre y en tu fuego:/la sangre que tu diste, la primera,/y el fuego, nido de tu luz sagrada"

Fiel a su palabra -"juro defender hasta mi muerte lo que han asesinado en España- Pablo Neruda llegó hasta sus últimos momentos abrazado a los principios revolucionarios que tan valerosamente supo mantener siempre; abrazado a la poesía, carne de su espíritu, razón de su vida. Con la noche del fascismo ensombreciendo su frente, si, pero también estoy seguro de ello, con la esperanza, con la certeza de que su pueblo se levantará contra las salvajes sombras que hoy tratan de estrangularlo, para ahuyentarlas definitivamente de su tierra y seguir su camino hacia el socialismo.


Juan Rejano
Homenaje a Pablo Neruda realizado en el Ateneo Español de México el 21 de octubre de 1973










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