Buenos Aires, 20 de octubre de 1933
Queridísimos padres y hermanos: A los
tres días de estar en Buenos Aires recibí vuestra carta, que me llenó de
contento. Yo estoy abrumado por la cantidad de agasajos y atenciones que estoy
recibiendo. Estoy un poco deslumbrado de tanto jaleo y tanta popularidad. Aquí,
en esta enorme ciudad, tengo la fama de un torero. Hace noches asistí a un
estreno en un teatro y el público, cuando me vio, me hizo una ovación y tuve
que dar las gracias desde el palco. Pasé un mal rato, pues estas cosas son
imprevistas en mi vida. Ya veréis los periódicos. Una cosa como cuando vino el
príncipe de Gales. ¡Demasiado!
Desde Montevideo comenzó el cisco. Allí
fueron los periodistas de Buenos Aires para hacer los reportajes, y no sé
cuántas fotos tiraron. Cañedo, que está allí de embajador, y los Moras subieron
al barco a saludarme, seguidos de una nube de señoritas con álbum y
periodistas. Todo esto era producto del éxito sin límites que había
tenido Bodas de sangre. Estas gentes americanas aman al poeta por
encima de todo. No tenéis idea de cómo han oído hoy mi conferencia, ¡ha sido
una cosa extraordinaria! ¡Y qué entusiasmo! No pasa día que no reciba
declaraciones de señoritas (supongo que estarán chaladas) diciéndome cosas
notables, ¡ya las leeréis!
En el barco, entre Montevideo y Buenos
Aires, me mataron a interviús, y a la llegada de Buenos Aires había una nube de
gente en el muelle, entre ellos el embajador, el ministro de Colombia, poetas y
fotógrafos. Yo estaba asustado. Al bajar la escala todos me aplaudieron y de
pronto yo siento una voz que dice: ¡Federico! ¡Federico! ¡ay! ¡ay!, y era la
mujer de [Francisco] Coca y su niña, y Matilde [Cobos], la del compadre Pastor,
y un grupo de gentes de Fuente Vaqueros. Ya lo leerás en la prensa: Cuando los
fotógrafos retrataban el grupo, ellos lloraban y decían: «De mi pueblo, ¡es de
mi pueblo!, ¡de la Fuente!». Os aseguro que me saltaron las lágrimas. Se habían
gastado cinco pesos en entrar al muelle y habían seguido y recortado todos los
retratos y los artículos que se habían publicado antes de la llegada.
Naturalmente esto es explicable en ellos, pues yo llegaba allí de personaje y
ellos vieron cómo los abracé y con qué alegría los recibí. Desde luego a todo
el mundo le pareció esto simpatiquísimo. ¿Qué te ha dicho tu mamá para mí?, me
preguntó la mujer de Coca, y yo le dije que tú te acordabas mucho de ella.
Luego han venido a verme al hotel (estoy
en el Hotel Castelar, en la avenida de Mayo, uno de los grandes hoteles de
Buenos Aires), a mí me conmueven mucho porque hablan de papá con un respeto y
un cariño enorme; y lejos es cómo se da uno cuenta del amor tremendo que tienen
por su casa. Se acuerdan mucho de Conchita, y han movido un griterío estilo de
la Fuente con los retratos de la Tica que yo tengo puestos encima de mi cama.
El día 24 es el reestreno de Bodas
de sangre, en el Teatro Avenida, y ya está el teatro vendido por tres días,
y es inmenso. Ese día será una cosa grande el jaleo que moverán los españoles.
Desde luego yo no he visto un recibimiento igual, y era preciso que lo vierais
para que os dierais cuenta. Lola Membrives, por todo lo que la gente dice, hace
una gran creación del papel. El embajador, que ha visto la obra cinco o seis
veces, me dice que se trata de algo grande. Lola debutará con ella en Madrid y
está segura de llenar el teatro todas las noches que quiera.
Yo estoy buenísimo y deseo que vosotros
lo estéis también.
Me siento bien, y espero ganar un
dinerito limpio para después tener en Madrid todo lo que yo quiera.
Que me escribáis y me contéis muchas
cosas, y que me escriba Paquito. De España leo noticias desagradables. Estas
elecciones van a ser terribles. ¡Veremos a ver qué pasa! Yo tengo verdadera
ansiedad por todos esos movimientos políticos.
Saludos a toda la familia. Besos a
Conchita y Manolo y mis niños. Y a vosotros, besos de vuestro
Federico
Epistolario
completo, Cátedra, Madrid, 1997
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