Cuartel general del ejército, frente de Teruel en coche a Madrid, 19 de diciembre
El
mayor trastorno sufrido por la opinión de los expertos desde que Max Schmelling
noqueó a Joe Louis se ha producido cuando las fuerzas del gobierno, mientras
todo el mundo esperaba un ataque franquista, lanzaron por sorpresa una ofensiva
a gran escala contra Teruel el miércoles por la mañana. Después de luchar tres
días en una cegadora tempestad de nieve, anoche
forzaron la línea defensiva de la colina del cementerio en las afueras de
Teruel, rompiendo la última línea rebelde que defendía la ciudad. Durante tres
días han permanecido cortadas todas las comunicaciones con Teruel y el gobierno
ha tomado sucesivamente Concud, Campillo y Villastar, importantes ciudades
defensivas que guardan la ciudad por el norte, sudoeste y sur.
El
viernes, mientras mirábamos la ciudad desde la cumbre de una colina, agazapados
detrás de unas piedras y apenas capaces de sostener los gemelos de campaña bajo
un viento de ochenta kilómetros que recogía nieve de la ladera
y la lanzaba contra nuestros rostros, tropas del gobierno tomaron la Muela de
Teruel, una de las extrañas eminencias con forma de dedal, parecidas a conos de
geyseres extintos, que protegen la ciudad por el este. Fortificada con
emplazamientos artilleros de cemento y rodeada de trampas para tanques hechas
con escarpias forjadas de rieles de acero, se consideraba inexpugnable, pero
cuatro compañías la asaltaron como si expertos militares no les hubieran
explicado nunca el significado de inexpugnable. Sus defensores retrocedieron hasta
Teruel y un poco más tarde vimos a otro batallón penetrar en los emplazamientos
de
cemento del cementerio y las últimas defensas del propio Teruel fueron
arrasadas o inutilizadas.
Mientras
tanto, en la carretera de Soria, al norte de Concud, fuerzas del gobierno
habían repelido cuatro contraataques masivos de tropas fascistas traídas de
Calatayud para ayudar a la ciudad sitiada. Era imposible discernir dónde se
producían estos ataques debido a lo tardío de la hora, pero el viento traía el
fragor de los cañones y ráfagas de fuego graneado que se mezclaban en un sólido
telón de explosiones que de pronto acalló el mismo viento y un oficial que
escuchaba el teléfono del puesto de mando habló al micrófono.
«¿Repelido? Bien. Que sigan atacando. Hemos tomado la Muela y el cementerio.
¿Comprende?». He estado en muchas trincheras y visto trabajar a muchos
oficiales durante una batalla, pero ayer los vi más alegres que nunca y cuando
bajábamos a calentarnos las manos y secarnos los ojos, daban muestras de una gran
jovialidad y agradecían el calor del refugio iluminado por velas.
Durante
tres días habían luchado tanto contra el viento como contra el enemigo. Después
del primer día la nieve amenazó con bloquear las líneas de comunicación del
gobierno, pero fue barrida por tractores quitanieves. Cinco columnas
realizaron el ataque por sorpresa, que cogió a los rebeldes haciendo la siesta,
con una guarnición estimada de solo tres mil hombres para Teruel y sus
defensas. Una columna avanzó por la carretera de Cuenca para tomar Campillo y
más tarde otra tomó Villastar. Otra atacó desde las colinas el paso dominado
por los rebeldes de la carretera de Sagunto y tomó Castralva. Otras dos
atacaron a la ciudad desde el nordeste, tomaron Concud y cortaron la vía férrea
Calatayud-Zaragoza.
A
una temperatura de cero grados, con un viento y ventiscas intermitentes que
convertían la vida en una tortura, el ejército de Levante y parte del nuevo ejército
de maniobras, sin ayuda y sin la presencia de ninguna Brigada Internacional,
iniciaron una ofensiva que obligaba al enemigo a luchar en Teruel, cuando era
del dominio público que Franco planeaba ofensivas contra Guadalajara y en
Aragón. Cuando dejamos anoche el frente de Teruel para viajar a Madrid durante
la noche a fin de enviar este despacho, nos avisaron de la presencia de diez
mil tropas italianas, traídas del frente de Guadalajara, en el norte de Teruel,
donde sus trenes de tropas y transportes habían sido bombardeados y
ametrallados por aviones leales al gobierno. Las autoridades estimaban que
treinta mil tropas
fascistas se estaban concentrando en la carretera de Calatayud a Teruel para
detener la ofensiva. Así pues, al margen de si se toma o no Teruel, las
ofensivas han logrado su propósito de obligar a Franco a suspender su plan de
atacar simultáneamente en Guadalajara y Aragón.
En
una región fría como un grabado en acero y desolada como una ventisca de
Wyoming en la Mesa de los Huracanes, observamos la batalla que puede ser
decisiva en esta guerra. Teruel fue tomado por los franceses en diciembre
durante las guerras napoleónicas y existía un buen precedente para atacarlo
ahora. A la derecha
estaban las montañas nevadas con laderas llenas de árboles y abajo un paso
sinuoso dominado por los rebeldes en la carretera de Sagunto sobre Teruel, del
que muchas autoridades militares habían esperado un ataque franquista hacía el
mar. Más abajo estaba la gran fortificación natural, amarilla, en forma de
buque de guerra, del Mansueto, la principal protección de la ciudad que las
fuerzas del gobierno habían pasado de largo en su marcha hacia el norte, dejándola
tan indefensa como un acorazado en la playa. Debajo mismo estaba el campanario
y las casas ocres de Castralva, en las que vimos entrar a las tropas del
gobierno mientras observábamos.
A la derecha, junto al cementerio, se luchaba y explotaban granadas, y fuera de
la ciudad, sirviéndole de marco, su telón de fondo de piedra arenisca roja, con
fantásticas erosiones, quieta como una oveja apersogada, demasiado temerosa
para temblar al paso de los lobos.
Un
soldado español con los labios azules por el frío y la capa cruzada en torno a
la barbilla, echaba leños verdes a una hoguera y entonaba una canción que decía
así: «Tengo una herencia de mí padre. Es la luna y el sol y puedo moverme por
todo el mundo sin gastarla nunca».
—¿Dónde
está ahora tu padre? —le pregunté.
—Ha
muerto —dijo—, pero mire eso. Tendrán que abrir nuevos cementerios para los
fascistas.
Desde
el amanecer no habíamos temido a los aviones enemigos por el ventarrón que
soplaba y la aparente imposibilidad de que volaran aviones, y ahora, con un
estruendo creciente, llegaban bombarderos del gobierno, 36 aviones en la
formación de una bandada de gansos silvestres, en grupos de doce, nueve y tres
zumbando al viento, y sobre ellos tres docenas de cazas en formación de
combate. Sobrevolaban las líneas enemigas para bombardear concentraciones de
tropas y los puntos estratégicos
de Teruel y no tardaron en volver, todavía en formación, pero a menor altitud,
con los cazas volando apenas a doscientos metros sobre nuestras cabezas. Habían
volado todos los días, pese al mal tiempo, desde que comenzara la ofensiva,
mientras que los rebeldes solo habían hecho despegar sus aviones dos días,
incluyendo los cuatro primeros bombarderos de los nuevos motores gemelos
Dorneir, dos de los cuales fueron derribados, uno envuelto en llamas y el otro,
cuyo piloto fue hecho prisionero, averiado pero intacto. Ayer, mientras
estábamos en el puesto de observación, treinta aviones rebeldes empezaron a
volar hacia las líneas pero fueron
obligados a retroceder. Como lo expresó un oficial, los rebeldes han comido los
entremeses en el norte con Bilbao, Santander y Gijón, pero ahora tienen que
intentar comer el plato fuerte y lo encontrarán muy indigesto.
Aun
teniendo en cuenta el optimismo del gobierno, cualquier observador militar debe
admitir que en esta gran ofensiva han vuelto a exhibir su poder de ataque
demostrado en las primeras fases de la ofensiva de Belchite y Aragón. Han
volado cuando los aviones rebeldes no podían volar y al despejar las carreteras
bloqueadas por la nieve han dado muestras de un material y una organización
militar admirables. Y, sobre
todo, han atacado cuando los observadores suponían que esperarían pasivamente
la tan anunciada ofensiva final de Franco.
Está
por ver qué harán los italianos y moros de Franco bajo las condiciones de
tiempo siberiano en Teruel. Los caballos no habrían resistido las condiciones
de esta ofensiva. Los radiadores de los coches se helaron y los bloques de
cilindros se partieron. Los hombres, sin embargo, podían resistir y han
resistido. Aún queda una cosa. Para ganar batallas sigue necesitándose la
infantería y las posiciones inexpugnables solo son tan inexpugnables como la
voluntad de quienes
las ocupan Anoche, a través de mensajes transmitidos por prisioneros devueltos
y por radio, funcionarios del gobierno instaron a la población civil a evacuar
Teruel, prometiendo a todos, sea cual fuere su edad, sexo o creencia política,
e incluyendo a los militares de todas las graduaciones, un salvoconducto si
dejan la ciudad antes de las nueve de esta mañana por la carretera de Sagunto.
A partir de las nueve el gobierno considerará Teruel un objetivo militar y como
tal tendrá libertad para bombardearlo. Después de enviar esto sin que se
conozca el resultado, este corresponsal vuelve a Teruel conduciendo toda la
noche con dos
dedos congelados y ocho horas de sueño intermitente en las setenta y dos
últimas.
Ernest Hemingway
Despachos de la Guerra civil española (1937-1938)
No hay comentarios:
Publicar un comentario