Dime, háblame
Tú, esencia misteriosa
De nuestra raza
Tras de tantos siglos,
Hálito creador
De los hombres hoy vivos,
A quienes veo laborados del odio
Hasta alzar con su esfuerzo
La muerte como paisaje de tu vida.
Cuando la antigua primavera
Vuelve a tejer su encanto
Sobre tu cuerpo inmenso,
¿Cuál ave hallará nido
Y qué savia una rama
Donde brotar con verde impulso?
¿Qué rayo de la luz alegre,
Qué nube sobre el campo solitario,
Hallarán agua, cristal de viejo hogar en calma
Donde reflejen su irisado juego?
Háblame, madre;
Y al llamarte así, digo
Que ninguna mujer lo fue de nadie
Como tú lo eres mía.
Háblame, dime
Una sola palabra en estos lentos días,
En lo días informes
Que frente a ti se esgrimen
Como amargo cuchillo
Entre las manos de tus propios hijos.
No te alejes así, ensimismada
Bajo los largos velos cenicientos
Que nos niegan tus ojos anchos bellos.
esas flores caídas,
Pétalo rotos entre sangre y lodo,
En tus manos estaban luciendo eternamente
Desde siglos atrás, cuando mi vida
Era un sueño en la mente de los dioses.
Eres tú, son tus ojos lo que busca
Quien te llama luchando con la muerte,
A ti, remota y enigmática
Madre de tantas almas idas
Que te legaron, con un fulgor de clara piedra,
Su afán de eternidad cifrado en hermosura.
Pero no eres tan sólo
Dueña de afanes muertos;
Tierna, amorosa has sido con nuestro afán viviente,
Compasiva ante nuestra desdicha de efímeros.
¿Supiste acaso si de ti éramos dignos?
Contempla ahora a través de las lágrimas:
Mira cuántos traidores,
Mira cuántos cobardes
Lejos de ti en fuga vergonzosa,
Renegando tu nombre y tu regazo,
Cuando a tus pies, mientras la larga espera,
Si desde el suelo alzamos hacia ti la mirada
Tus hijos oscuramente sienten
La recompensa de estas horas fatídicas.
No sabe qué es la vida
Quien jamás alentó bajo la guerra.
Ella sobre nosotros sus densas alas cierne
y oigo su silbido helado
Y veo los bruscos muertos
Caer sobre la hierba calcinada,
Mientras el cuerpo mío
Sufre y lucha con unos enfrente de esos otros.
No sé qué tiembla y muere en mí
Al verte así dolida y solitaria.
En ruinas los claros dones
De tus hijos a través de los siglos,
Porque mucho he amado tu pasado,
Resplandor victorioso entre sombra y olvido.
Tu pasado eres tú
Y al mismo tiempo eres
La aurora que aún no alumbra nuestros campos.
Tú sola sobrevives,
Aunque venga la muerte
Sólo en ti está la fuerza
De hacernos esperar a ciegas el futuro.
Que por encima de estos y esos muertos
Y encima de estos y esos vivos que combaten
Algo advierte que tú sufres con todos;
Y su odio, su crueldad, su lucha,
Ante ti vanos son como sus vidas,
Porque tú eres eterna
Y sólo los creaste
Para la paz y gloria de su estirpe,
Luis Cernuda, 1937
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