Río Manzanares durante la defensa de Madrid. Noviembre de 1936 |
¿No lo sabías compañero? El
grito iracundo y profético del pueblo de Madrid en aquellos días dramáticos de
Noviembre, tuvo su música. No sé si luego algún compositor de los que
saben de fusas y corcheas habrá trazado sobre el pentagrama las notas de un
himno que se titule así: "No pasarán".
Pero en aquellas horas híspidas de tragedia escribirían poca
música los profesionales de la composición. Madrid era toda una inmensa
orquesta, una férvida sinfonía de dolor y sacrificio.
Y fue entonces, en el atardecer trágico del 6 de Noviembre,
cuando un hombrecito del pueblo, un viejo, puso un fondo musical al estribillo
dramático de Madrid, al "¡No pasarán!" inmortal.
El viejo —el "señor Pepe" le llamaban— llegó, cuando la
tarde caía a un merendero de fama castiza, a orillas del Manzanares, el río
pobre y heroico de Madrid. "Paellas para bodas y bautizos"
proletarios, bailes domingueros, pequeño Trianón de amores entre estudiantes y
modistillas en otro tiempo. Una tapia sobre el río sediento y unos arbolillos
presumiendo de jardín. Pero aquel día no danzaban parejas, ni las hornillas
asaban chuletas para la merendola. Olía el aire a pólvora y crujían brutales
explosiones. En la tapia, los milicianos ,se echaban el río con el fusil preparado
y donde no había tapia, se ponían adoquines, traídos de no se sabe dónde, y se
amontonaban sacos llenos de tierra.
Cuando el trajín era mayor llegó el viejecillo: un veterano
menestral, un castizo, con su gorrilla y su pelliza de cuello de astracán
falsificado.
¿Cómo pudo llegar hasta aquel lugar de máximo peligro el
"señor Pepe"?
Un miliciano le preguntó:
—¿Dónde vas, abuelo?
Y el "señor Pepe" contestó:
—Vengo del Sindicato, que esta mañana llamó por la Radio a
todos los del oficio. Y aunque yo hace años que no estoy para la faena, acudí
de los primeros. Había pocas armas, se las habían dado a los muchachos.
Como venían hacia aquí eché tras ellos. ¿Dónde hay fusiles?
Sonrió el miliciano:
—Están todos ocupados. ¿No los oyes? Lo mejor que debes hacer es
marcharte a Madrid, abuelo.
Se indignó el "señor Pepe". ¿Para esto iba a haber
bajado él? ¡Malditos setenta años! Hacían creer que el hombre ya no servía para
nada. Y con la voz trémula de rabia, el buen hombre clamaba:
—Yo he venido aquí para algo. ¿Qué voy a hacer yo?
—Mira, compañero, haz lo que quieras; pero déjanos en paz. Tenemos
todos tajo de firme. Los fascistas están ahí, al otro lado del río, y nos fríen
a tiros.
De pronto, entre el
estruendo guerrero vibró una música castiza: ¡el organillo del merendero
sonaba, con su estridor metálico, como en los días pacíficos de las
"paellas para bodas y bautizos!" ¿Quién era el organillero que daba
vueltas al manubrio bajo un diluvio de balas? El "señor Pepe", que ya
no podía hacer otra cosa, se había agarrado al piano mecánico, viejo símbolo de
juventud alegre y de casticismo. ¿Qué tocaba? No se entendía. Eran antiguas
habaneras, rancios pasodobles, chotis verbeneros y chulapones... Era igual. El
a todas las músicas les ponía la letra del mismo estribillo: "¡No
pasarán!" "¡No pasarán!"
El "señor Pepe", hacía la guerra a su manera. Cuando se
agotaba un cilindro, cambiaba el son y tocaba otra pieza. Y con su voz de bajo,
un poco cascada de vejez y cansancio, cantaba sin cesar, adaptándolo a todas
las músicas, y si no, de cualquier manera :
—¡No pasarán! ¡No pasarán!
Una bala perforó la caja del piano con un hueco son de ataúd que
se rompe.
El "señor Pepe", impertérrito, cambió la pieza y siguió
cantando.
Un obús estalló en el jardín. Sólo entonces cesó la música. El
"señor Pepe" cayó con el pecho agujereado. Lo recogieron dos
milicianos. Retorciéndose de dolor, ya en los linderos de la muerte, la
mano derecha del viejo seguía dando vueltas a la manivela de un piano que no
existía. Y su voz ronca, rota, de agonizante seguía cantando con no se sabe qué
música:
—¡No pasarán! ¡No pasarán!
Juan Ferragut
Facetas de la actualidad española núm. 9
La Habana, enero de 1938
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