Barricada en el Barrio de Usera de Madrid, noviembre 1936 |
Un año lleva Madrid cercado por
el fascismo.
Los meses que ya vivió, los meses que está viviendo le
hacen una corona de fuego y martirio, una ardiente corona que ilumina a toda
España, que resplandece sobre todo el mundo. Nadie puede vivir hoy de espaldas
a Madrid; nadie puede cerrar los ojos a su incendio, nadie que ame la
democracia y la paz. Y es de ese pueblo calcinado, mordido a cañonazos, de
donde se levanta la voz más largamente acusadora, la que penetra en todos los
oídos, punzante; fina, buida, para remover la sangre coagulada de los
indiferentes, para azotar el lomo de los rezagados, de los tímidos.
Madrid sitiado, en su sitio. ¿Qué significa Madrid ahora,
vivo todavía —todavía más vivo— después de trescientas sesenta y cinco
emboscadas de muerte? Significa la victoria. Una victoria continua. Una
gran victoria hecha de victorias pequeñas, de triunfos cotidianos, de triunfos
de horas, de minutos, de segundos. Madrid triunfa a cada momento; a cada
instante se rehace y derrota al Garabitas que truena bajo el cielo sonriente.
Muy cerca de su dolor, enquistados en cuevas urbanas, la ciudad
contempla a sus sitiadores, pero los mira como a fieras en jaula, tras los
barrotes poderosos. Allí está el italiano y el alemán, envueltos en cólera.
Allí están, hace doce meses, mirando con los ojos brillantes en la oscuridad la
presa graciosa y musculosa: allí, sacando por entre los hierros una garra
impaciente que frustra en el aire su intención carnicera. No han pasado. No
saldrán de su jaula. Madrid los somete, agitándoles un cendal de humo
que los turba y les moja la lengua de saliva rabiosa. Madrid, ágil, luminoso,
con la carne herida, sangriento y desangrado, pero hurtando siempre el
cuerpo inverosímil, rozando las manazas que se adelantan para asfixiarlo:
gracia de ángel que sostiene su vuelo sobre altas columnas de la
esperanza.
Hace un año que es así este juego terrible. En el primer instante,
lanzó la humanidad un grito de angustia, lanzo el fascismo un alarido de victoria.
Se la vio a la ciudad comida por las llamas, barrida por los obuses. Se vio
transformada en un delicioso pisa papel sobre la mesa multiministerial de
Mussolini. Hacia ella marchaban por caminos que el crimen creyó libres, los
hombres que iban a devorarla... Pero Madrid los detuvo. Su flaqueza dio fuerzas,
su estupor dio coraje. La ola choco sordamente contra el farallón, para
resolverse en un gran hervor de espumas. Así comenzó Madrid su duelo con la
muerte.
Tras el largo acecho, tras la continua vigilancia, ahora que ya
han corrido tantos días, ¿cuál será el pensamiento de estos hombres que no
pueden flanquear la Ciudad Universitaria ni abrirse paso por las
fortificaciones que defiende el barrio de Usera? Si no los cegara la
impotencia, pensarían que están sitiados también. Sitiados por una ciudad, por
un pueblo. "Sitiados" por el "sitio" de Madrid. La urbe los
subyuga, los castra. Los tiene allí amarrados, con una sola roja idea clavada
en la cabeza, presos en una cárcel terrible. ¿Quién podrá defenderles? Madrid
lucha y resiste; pero a ellos su defensa les pierde, porque su defensa es
ataque, un ataque de doce meses, sin salvación y sin victoria. Hacia atrás, el
orgullo cerróles ya todas las puertas, y ninguna les abre, delante, la alta
torre que sueñan someter. Están podridos en su propio fango, con los ojos
vacíos y las manos crispadas. Frente a ellos, Madrid mete sus raíces en la
sangre de siempre, en la de su pasado, en la de su porvenir. Madrid, que está
haciendo otra vez su gran historia, forjando trabajosamente una vida que será
para toda la vida.
Nicolás Guillén
Facetas de la actualidad española núm. 9
La Habana, enero de 1938
No hay comentarios:
Publicar un comentario