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2563. El reino de las contradicciones. España: de la guerra civil al referéndum de 1966 - Tres





Tres

Pocos, muy pocos saben en España en qué consiste la nueva Constitución: su texto farragoso, confuso, ambiguo, desalienta a los más lúcidos. Las cosas fueron hechas de tal modo que la votación no resultó más que la expresión masiva de apoyo que Franco necesitaba para dar una apariencia de legitimidad a la dictadura que ejerce por derecho divino. Él declaró una vez:  "No soy yo: es la Providencia quien gobierna España". Pero la Providencia no proporciona suficientes credenciales políticas, por sí sola, a los ojos de las autoridades del Mercado Común Europeo. Y España necesita asociarse al MCE como los pulmones el aire: las declaraciones formuladas a Le Monde por el Ministro López Rodó, a fin de año, son suficientemente claras en este sentido, es decir, son suficientemente lastimeras. «Democratizarse», entrar en Europa y en el siglo veinte, significa aceptar los bikinis en la Costa Brava y las ediciones nacionales o extranjeras de Marx, Freud, Sartre, los Trópicos de Miller en los escaparates de las librerías y las obras de Brecht en los escenarios de Barcelona y Madrid, pero significa también, y sobre todo, dar al pueblo la oportunidad de expresar sus desacuerdos y sus acuerdos con las autoridades en voz alta y no poniendo traviesamente y a escondidas el sello de correos de Franco cabeza abajo en las cartas: significa, en fin, reconocer el derecho de los españoles a elegir su destino. 

El régimen franquista, nacido de un golpe de Estado apoyado por la intervención extranjera, inició en los últimos años un proceso de "democratización" y aceptó como inevitable el aflojamiento de los ya tradicionales torniquetes de la dictadura. Poco antes del referéndum, el gobierno recibió dos golpes duros en este sentido: las elecciones municipales y las elecciones en los sindicatos verticales. En las elecciones municipales, el descontento se expresó por omisión: en ninguna ciudad de España el porcentaje de votantes llegó al 40%. En las elecciones sindicales, se expresó por acción: al nivel de "enlaces", o delegados de fábrica, la oposición, que venía actuando ilegalmente a través de las Comisiones Obreras paralelas, obtuvo una victoria resonante en los centros laborales más importantes del país. El régimen no podía admitir la profundización de este proceso, sin poner en peligro sus bases de sustentación. En consecuencia, se las arregló para que a nivel provincial no se reflejara de ningún modo el resultado de las elecciones de base: dividió, por ejemplo, el Sindicato del Metal en 27 ramas diferentes, para asegurarse una representación provincial adicta por medio del control de los talleres pequeños: como las autoridades son elegidas, en conjunto, por la rama obrera y la rama patronal, no le resultó en definitiva difícil neutralizar, al menos transitoriamente, esta desagradable resurrección de la «lucha de clases ». Del mismo modo, se hacía intolerable para Franco que sólo el 14,70% de los electores sufragara en Barcelona, y nada más que el 30,10 % en Madrid, como había ocurrido en las elecciones municipales. No, el referéndum debía ser un prodigio de buena organización; era preciso demostrar categóricamente al mundo entero que los españoles aman a su Caudillo por sobre todas las cosas. El fervor de los funcionarios, sumado a la eficacia de las I.B.M., se pensó, cumplirían la faena, que se desarrollaría al influjo de una aplastante propaganda destinada a estimular, en la memoria de los españoles, el negro recuerdo de la guerra civil.

Así se hizo. La despolitización sistemática llevada a cabo por el régimen a lo largo de estos veintiocho años, facilitó las cosas. A la indiferencia de muchos jóvenes, se agrega, en la España de hoy, la desorientación y el miedo de las generaciones anteriores, para las cuales cualquier perspectiva de cambio parece implicar una promesa de violencia. El "lavado de cerebros" ha rendido sus frutos al punto de que no son pocos los españoles que creen que fue la república la que se sublevó, malvadas hordas marxistas, contra Franco.

Sin embargo, el frenesí resultó excesivo, y los resultados de esta mezcla de fantasía ibérica y métodos electrónicos no son nada convincentes. La noche del plebiscito, los locutores de la televisión leían con sus mejores caras los primeros resultados, la cantidad de votos excediendo en un caso sí y en otro también la de electores, la increíble masa de "transeúntes" que las máquinas contabilizaban, indiferentes a la dimensión del disparate, en las regiones más desoladas de España. En el primer distrito de La Coruña, por ejemplo, aparecieron 12.159 votos por si aunque sólo había 5.936 inscritos; en Móstoles, un minúsculo pueblito cercano a Madrid, famoso porque fue el primero que se sublevó contra Napoleón, pero prácticamente deshabitado hoy día, brotaron de la nada 740 "transeúntes", de los cuales 736 votaron por sí y cuatro en blanco; en la casi invisible pedanía de Pozo de Cañada, en la provincia de Albacete, aparecieron votando, sobre un total de trescientos, 209 "transeúntes":  los ejemplos podrían repetirse al infinito.

El alcalde de Gandía, en Valencia, primer puerto naranjero de España, fue más expeditivo: resolvió que conocía la voluntad de sus 22.000 habitantes mejor que ellos mismos y votó él por todos: naturalmente, se pronunciaron con emocionante unanimidad por el sí. Un corresponsal extranjero amigo mío, hizo personalmente una prueba interesante: fue al Instituto San Isidro, en Madrid, y votó, aunque no era español. Obtuvo el certificado correspondiente.

Franco no podía permitir que el plebiscito del 1966 arrojara menos votos por sí que el del 1947, antecedente inmediato de "elecciones libres". Sin duda, cabe atribuir a la torpeza entusiasta de los funcionarios subalternos del régimen el hecho de que los "transeúntes" hayan sido tan mal distribuidos que en algunos distritos de provincia no apareció ninguno, pero en otros, surgieron miles. El miedo y la ignorancia hicieron el resto. No en vano se decía en España, en los días de la votación, que las boletas en blanco no escritas por si, había que ir a pedirlas en algunos pueblos, a los cuarteles de la guardia civil: sin cuarto oscuro ni sobres, huérfano de toda garantía, el votante por no quedaba expuesto a represalia: era preciso votar por sí, y proclamarlo a voces. La consigna de la abstención, dada a conocer por los sectores mayoritarios de la oposición, se estrelló contra los temores que el régimen, hábilmente, difundió: no sólo el espectro de la guerra, sino también inseguridades materiales inmediatas.

Se pegaban murales que decían: "Madre española: tus hijos no pueden votar. Tú sí. Vota por LA PAZ", pero también se daban a conocer amenazas oficiales y oficiosas, noticias y rumores, según los cuales quien no votara perdería el empleo o la jubilación o sufriría descuentos en su salario. El certificado de voto se convirtió en un amuleto imprescindible contra "la desgracia". "Había que votar por sí, por la paz. Porque si no, mi novio me dijo que iba a haber una guerra como ésa del Vietnam", nos explicó la criada de una posada de Ávila. El alcalde de Moncada Bifurcación, un pueblo a la salida de Barcelona, dio a conocer un bando según el cual a quien no votara se le aplicaría una ley que pena "la afrenta pública".

Dos ciegos que encontramos en el metro de Madrid, nos dijeron que habían votado porque de otro modo les hubieran quitado los números de lotería con los que se ganaban la vida; un funcionario de ferrocarriles y el portero de un banco, coincidieron en que si no hubieran votado se hubieran quedado sin el aguinaldo de Navidad. Una viejita envuelta en trapos negros, doblada por el frío de las primeras horas de una mañana de Burgos, nos contó por qué era importante tener a mano el certificado de voto, mientras la ayudábamos a ascender la empinada cuesta, cerrada de niebla, que conduce a la catedral: "Es por si vuelven las cartillas de racionamiento", explicó. Era una amenaza que había escuchado, sin duda, veinte años antes.

El éxito fue, en estas condiciones, completo: hasta en el desierto del Sahara español, votó el 98 % de los inscritos. Y no votó allí el 110 %, porque ya el régimen había agotado todo su stock de « transeúntes » en territorio europeo.


Eduardo Galeano
El reino de las contradicciones.  España: de la guerra civil al referéndum de 1966
Cuadernos de Ruedo ibérico núm. 10, diciembre-enero 1967









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