Un requeté quita el rótulo de la calle dedicada a Marcelino Domingo, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes durante la República. Castilblanco de los Arroyos, agosto de 1936 |
Ha muerto el general
Cabanellas. También en la cama. Como el general Cavalcanti. El general Sanjurjo
sucumbió en un accidente de aviación. De igual modo que el general Mola. Aún no
ha habido uno sólo de los generales facciosos que haya buscado o encontrado el
medio de rehabilitar en lo posible su honor perdido, muriendo al frente de
soldados españoles y en el campo de batalla.
No sé qué enfermedad ha librado del ludibrio de su vida al general
Cabanellas. Para ser piadoso con él, diré que ha muerto de remordimiento. El
remordimiento ha colapsado su corazón que sufría la pesadumbre de un uniforme
deshonrado. Cabanellas era uno de los generales beneficiados por la República.
Conspirador contra la monarquía en sus últimos tiempos, la dictadura de
Primo de Rivera le apartó de todo puesto de mando, y aun le encarceló. La
República, en cambio, le nombró para cargos de confianza: director general de
la Guardia Civil; general de una de las divisiones de mayor categoría: la de
Zaragoza. Fingía amistad a todos los hombres significados de la República y
todos esos hombres correspondían confiadamente a la amistad fingida. Veinte
días antes que estallara la sublevación, a fines de junio de 1936, pasaba yo
por Zaragoza, en camino de Barcelona a Madrid. Me detenía en el Gobierno
civil, donde ejercía el cargo de gobernador un íntimo amigo mío: Ángel Vera,
que tan pronto estallaba la sublevación, había de ser fusilado por el general
Cabanellas. Este, aun no se enteró de mi llegada a Zaragoza, vino a saludarme
y reiterándome con firmeza su traición republicana, solicitaba de mí que
influyera con el Jefe del Gobierno para que le fuera concedida la alta
Comisaría de Marruecos, vacante en aquel momento. Si en España, ante el temor
de la sublevación de los militares, los Poderes de la República hubieran
decidido la destitución de los sospechosos, uno de los generales respetados en
su puesto habría sido Cabanellas. Como lo hubiese sido también el general
Queipo de Llano, favorecido pródigamente por la República y a quien si más de
una vez durante la República los Gobiernos de izquierda hubieron de amonestar, fue
por sus declaraciones demagógicas incompatibles con su condición de militar y
por unas actitudes públicas significativas por un radicalismo en oposición
absoluta con su actitud actual. Yo poseo una carta del general Queipo de Llano
escrita cinco días antes de la sublevación en que me solicita una recomendación
para el presidente de un tribunal de oposiciones a escuelas que actuaba en Ávila.
Este presidente fue una de las primeras personas que en Ávila fusilaron los
sublevados. Quiere decir todo ello, en resumen, que los gobernantes de la
República, mirándose a sí mismos tenían fe en los hombres. Esta creencia ha
sido una de sus amargas experiencias. Los hombres han sufrido en su juicio,
una crisis ante el espectáculo desmoralizador de esos generales, a los que se
creía leales a su propia palabra y a la legalidad que, puesta la mano en el
puño de la espada, habían prometido defender con su vida. Y a la que han
traicionado.
No existe una idea exacta, aun después de dos años de enseñanza
dramática, respecto a los caracteres y límites de la sublevación militar
española. No se sublevó el ejército. Al ejército, en sus cuerpos de tropa se le
engañó, afirmando que se declaraba oficialmente el estado de guerra para salvar
una situación de orden público que ponía a las instituciones de la República en
peligro. Así se sublevó al ejército. Mintiéndole. Si se le hubiera dicho
claramente que se pronunciaba contra la República, la mayor parte del ejército
se hubiera producido contra el pronunciamiento. El pronunciamiento tuvo, pues,
como base una falsedad. No se les dijo a los soldados que se iba contra la
Ley, sino a preservar la Ley de los que pretendían ir contra ella. No se
sublevaron tampoco todos los generales. Los generales Pozas, Masquelet,
Riquelme, Llano de la Encomienda, Aranguren. Castelló, Miaja, Martínez
Cabrera, Martínez Monje, García Caminero, Gómez Morato... no se sublevaron.
Fueron fieles a la República aun no siendo republicanos; como no se sublevaron
muchos jefes, entre los que destacan los nombres de Saravia, Rojo y Asensio,
hoy generales. No eran tampoco los generales sublevados los de tradición
monárquica y católica; y republicanos, los leales a la legalidad. Tampoco.
Republicanos se llamaban Queipo de Llano y Cabanellas; sus relaciones
personales aparentes estaban entre los políticos republicanos. Por esta
significación y esta confianza, tenían puestos de responsabilidad en la
República. Se sublevaron, sin embargo. En cambio, hubo generales monárquicos,
católicos, sin relación personal con los republicanos, que no sólo no se
sublevaron, sino que prefirieron ser fusilados por los sublevados antes que
sublevarse. En Coruña fue fusilado por no sublevarse el general Salcedo,
monárquico y católico. Fue fusilado del mismo modo y por el mismo motivo y con
la misma significación por los sublevados el general Pita Caridad; los
sublevados fusilaron en El Ferrol, por no sublevarse, al almirante Arazola; en
Valladolid, por el mismo, hecho, fusilaron al general Molero; en Zaragoza fue
fusilado el general Núñez de Prado; en Marruecos, el general Romerales; en
Burgos, el general Batet... Se sublevaron, por consiguiente, una minoría
limitada de generales y no los de una opinión política exclusiva, sino
aquellos, con la opinión política que fuera o con ninguna, que olvidaron la
palabra que habían dado y que la fuerza sólo se legitima cuando se sostiene en
el derecho o lo defiende.
No puede haber en el mundo un hombre de ley ni un militar con
honor que abone la actitud de esos generales sublevados. Prepararon la
sublevación conspirando en el extranjero con los gobernantes de los países
interesados en convertir a España en una presa suya o para obtener posiciones
estratégicas ventajosas que les permitieran llevar adelante una política de
hegemonía europea; enseñaron con su ejemplo disolvente que es lícito volver contra el
Estado las armas que el Estado ha dado para sostenerle, provocando así, en una
hora necesitada de disciplina, la más anárquica de las indisciplinas: una
indisciplina militar; extendieron la sublevación a las colonias y a un país, España, que desde veinticinco años sufre la tragedia y la ruina de una acción
militar poco afortunada en Marruecos, no han vacilado en degradarlo y
humillarlo, convirtiendo a los moros dentro de la Península en fuerza sublevada
de ataque contra las instituciones soberanas; aceptan que las victorias contra
tu propio país sean obtenidas por tropas extranjeras a las que felicitan por bombardear
ciudades españolas abiertas, por conquistar plazas españolas y por exterminar
españoles. Con el pretexto de evitar un motín, desencadenan una guerra y, por
el supuesto imaginario que la acción de las masas podría perturbar un día la
economía nacional, causan a la economía nacional la ruina irreparable que una
guerra produce. "El ejército francés — acaba de decir Churchill— está por
encima de todos los partidos. Está al servicio de todos los partidos. Es
amado por todos los partidos". Si esta característica es la jerarquía del
ejército francés, que no debe demitir nunca, los sublevados en España, por su
conducta, han privado de esa jerarquía al Ejército español.
"Et l'ordre que Bonaparte a retabli, vaut-il le desordre
qu'il a repandru en Europe?", pregunta Bainville en su juicio sintético
sobre Napoleón. ¿Qué fin podía lograr la sublevación que España hiciera olvidar
los medios que ha empleado? ¿Qué bien podría producirse que reparase el mal que
ha hecho? Sobre la tumba del general Cabanellas, muerto en la cama, podría
escribirse este epitafio: "La República puso su confianza en él y la
traicionó; dio una palabra de honor y faltó a ella; se sublevó contra la ley de
su país y el régimen legalmente constituido; abrió la puerta de España a los
moros y se puso contra España a las órdenes de italianos y alemanes; no tuvo
fuera de España un solo hecho de armas y volvió las armas contra España misma,
convirtiendo en un cementerio y una ruina su propio país. Que Dios le perdone,
porque su Patria y la Historia no le perdonarán".
Marcelino Domingo
Facetas de la actualidad española nº 4
La Habana, agosto 1938
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