24 de junio de 1939 - Fiestas San Juan Barcelona (AFB Pérez de Rozas) |
En la
Barcelona de la posguerra, en la década de 1940, las familias
catalanas, como en el resto de España, se enfrentaron con todo tipo de
precariedades, rigideces, ausencias —sobre todo de los padres— y
autoritarismo por parte del Gobierno franquista. Lluís Companys,
presidente de la Generalitat, se exilió en Francia, en
donde fue capturado y repatriado para finalmente ser fusilado en el castillo de
Montjuic. Numerosos intelectuales, como Ramón Xirau, Agustí
Bartra y Josep Carner, entre
otros, se refugiaron en el exilio, de donde, en muchos
casos, no volverían. Ante este escenario, los “niños de la guerra”, así
llamados por la escritora Carme Riera, crecieron en una atmósfera
de orfandad —tanto biológica como intelectual— que Juan Marsé (Barcelona,
1933) ha retratado en buena parte de sus novelas, entre las que
destaca, por su crudeza y la complejidad de su trama, Si
te dicen que caí (Editorial Novaro, 1973). Esta
obra, ganadora del Premio Internacional Novela
México, fue prohibida en España y en un principio sólo pudo ver la
luz en nuestro país. Retrata de manera caleidoscópica la historia de
un grupo de jóvenes de un barrio pobre que ya no existe en
Barcelona, en palabras de Marsé, “los furiosos muchachos
de la posguerra que compartieron conmigo las calles leprosas y los juegos
atroces, el miedo, el hambre y el frío”.
En la
década de 1950, los niños de la guerra, nacidos en los años veinte y treinta, retrataron las estrecheces económicas y la represión que habían vivido durante
su infancia y que seguían vigentes en buena medida bajo el régimen
franquista; sin embargo, la distancia les permitió
adoptar una postura crítica, distinta a aquella de los autores que
lograron publicar en la inmediata posguerra. Esto propició la producción de una
literatura comprometida que plasmó en sus páginas las consecuencias del
conflicto bélico no sólo en los planos político y social, sino en el ánimo de
los españoles que se veían obligados a aceptar todo tipo de
trabajos, imposiciones —como no hablar su propia
lengua—, privaciones y migrar de una ciudad a otra en busca de
oportunidades. A Barcelona, por
ejemplo, llegaban migrantes de otras regiones, sobre todo de
Andalucía y Murcia, a quienes se denominaba charnegos de manera peyorativa, y a
quienes se veía con una mezcla de temor y desprecio, porque aun en situaciones
de precariedad hay jerarquías. Uno de los cuentos de Juan Marsé, “El
fantasma del cine Roxy”, hace una apología de esta figura al comparar a un
inmigrante desempleado con el protagonista del wéstern Shane, el
desconocido (George Stevens, 1953). En el relato, un charnego
recién llegado a la ciudad defiende a una madre soltera, dueña de
una librería, de los Guardias Civiles que le prohíben vender libros
en catalán, reproduciendo diálogos y comportamientos del heroico
pistolero del lejano oeste de la película que, a su vez, defiende a
una familia a la que unos bandoleros pretenden quitarle sus tierras.
La
Generación del Medio Siglo, que incluye escritores como Ignacio
Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Juan Goytisolo, Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús
Fernández Santos y Ana María Matute, entre
otros, se dio a la tarea de retratar esta época de atraso e
injusticias por medio de una serie de narraciones entre las que destacan Los
bravos (Fernández Santos), Señas de identidad (Goytisolo)
y El Jarama (Sánchez Ferlosio), por mencionar
algunas. Sin embargo, esta narrativa, denominada realismo
social, fue criticada por anteponer la ética a la estética, la
ideología a la literatura, por lo que Marsé procuró dirigir sus
líneas hacia otras vertientes e incluso incursionar en lo fantástico en algunos
de sus relatos.
En este
contexto nacen las aventis, historias de
aventuras que los niños narraban en grupo para entretenerse. Chismes de barrio
mezclados con lo que escuchaban en casa, el regreso de un
combatiente que volvía del exilio, por
ejemplo, aderezados con tramas de películas, cuentos
policiacos, novelas de vaqueros y tebeos. Todo aquello
que les sirviera para urdir la trama de una historia maravillosa e inverosímil
que los alejara de las privaciones de su cotidianidad, y crear un
universo al que pudieran asirse para evadir el mundo hostil en el que
vivían. Se trataba de juegos de la memoria que oscilaban entre la verdad
y la mentira, en los que se introducían a sí mismos como personajes
buscando encontrar, ahí sí, un final satisfactorio.
Muchos
niños de esta generación se criaron en las calles, en una libertad que fue
carencia, primero, y paraíso perdido, después. La Barcelona de Juan
Marsé es la de los perdedores, la de chavales haciendo
recados por unos centavos en los barrios del Guinardó y del Carmelo.
Como menciona Fernando Valls, los odios aún frescos de
la guerra, la miseria y la sordidez convierten a estos personajes en
“microcosmos de la postrada España del franquismo”.
Las aventis que
se gestaron durante esta época se encuentran en la memoria de
Marsé, quien obtuvo el Premio Cervantes en 2008, y han
sido puestas por escrito en los relatos publicados entre 1957 y 1994, reunidos
en el volumen Cuentos completos (Austral, 2002). Pero las
evocaciones de esos años lo han acompañado por más de seis décadas, creando un
cúmulo magnífico que, como la creciente bola de nieve que es la memoria, según Bergson, sigue dando frutos. Desde
la aparición de Si te dicen que caí, aquella gran aventi que
lleva adentro numerosas pequeñas aventis, el autor catalán
no ha cesado en la recuperación de sus recuerdos y los de toda una generación.
Las aventis y lo sucedido en aquella posguerra han
poblado las páginas de novelas como Un día volveré (1982), El
embrujo de Shanghai (1993), Rabos de lagartija (2000)
y Caligrafía de los sueños (2011), y se asoman
también en su obra más reciente, Esa puta tan distinguida (2016),
entre otras. Larga vida a Juan Marsé, narrador de aventis.
Claudia
Cabrera Espinosa
Revista
Este País, 01/04/2017
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