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2823. Despachos de la guerra civil española XXV





Lérida, 29 de abril

Este corresponsal ha entrado hoy en Lérida. No es muy difícil. Lo único que hay que hacer es mantener las piernas en movimiento y controlar una ligera sensación de cosquilleo entre los omóplatos y la nuca al cruzar un andén de ferrocarril y ponerse bajo el fuego de ametralladora de una torre que está a quinientos metros de distancia.

Ahora puedo revelar que el gobierno controla casi una tercera parte de la ciudad y toda la orilla oriental del Segre y el cruce de tres carreteras principales en Cataluña: una que va hacia el norte, a Balaguer y Francia una hacia el este, a Barcelona, y una tercera hacia el sudeste, a Tarragona. Si las tropas de Franco hubiesen podido conquistar la parte oriental de Lérida, habrían tenido acceso a estas arterias que cruzan Cataluña. Pero tal como están las cosas, se encuentran embotelladas en la parte medieval de la ciudad que mira hacia el río Segre, y el gobierno está muy fortificado a lo largo de sus orillas, con la estación ferroviaria, andenes y todos los cruces de carretera seguros a sus espaldas.

Quizá «seguros» no sea la palabra exacta, porque los moros y las tropas regulares españolas, instaladas en el viejo castillo pardo de torres cuadradas y en los tejados de otros edificios de la ciudad vieja, pueden barrer las carreteras con ráfagas de ametralladora. Pero las fortificaciones del gobierno están justo debajo de ellos, como si estuvieran sitiando a Lérida, y Franco necesitaría una ofensiva a gran escala para intentar la conquista de la parte oriental de la ciudad y ganar acceso a carreteras que son las arterias de Cataluña. Las tropas que defienden el este de Lérida son veteranos del sitio de Madrid y ya han construido zanjas y trincheras de comunicación aprovechando cada pliegue del terreno, lo cual significa la diferencia entre recibir un tiro en la cabeza y poder realizar el trabajo con calma y tranquilidad. Las fortificaciones habían progresado tanto y tenían un trazado tan hábil que este corresponsal creía estar en los viejos tiempos de Usera y Casa de Campo frente a Madrid.

Solo que aquí todo era verde, florido y abundante. Los perales se alzaban como candelabros a lo largo de los muros grises agujereados con picos para los francotiradores. Las trincheras formaban ángulos en los huertos llenos de guisantes, judías, coliflores y coles.

Las amapolas destacaban en el trigo verde entre los almendros, y las colinas desnudas, grises y blancas de Madrid parecían muy lejanas. Entonces un soldado que atisbaba a través del muro disparó dos veces y vi en su mejilla la huella dejada por el feo Mauser de culata larga. Volvió a mirar y me hizo seña de que me acercara.

—Dispárales —dijo un oficial—. No los observes. Mátalos.

A través de un agujero en la pared, se veía con gemelos la boca en forma de cono de una ametralladora ligera apuntándole a uno desde una grieta en la tapia, a menos de cien metros de distancia. Apareció un hombre entre los árboles frutales del huerto y volvió a desaparecer.

—Dispara cuando los veas —dijo el oficial—. Cuando abran fuego con esa ametralladora, les lanzaremos un proyectil de mortero. Un moro nunca es un buen blanco en campo abierto — continuó mientras seguíamos la línea—. Saltan como conejos y saben cómo cubrirse. Será mejor cruzar corriendo por aquí —dijo—. Tienen esto enfilado y el camino seguro aún está por terminar.

Aún fluye la suficiente agua clara y rápida por el pedregoso cauce del Segre para que la parte menos honda llegase al cuello del hombre que intentase vadearlo. El capitán que iba conmigo no lo ignoraba porque dijo que no sabía nadar y que le había llegado justo hasta la nariz cuando cruzaron el río después de volar los puentes.

—Lo primero que haré cuando tenga tiempo es aprender a nadar —explicó con seriedad—. Cuando se lucha en una acción de retaguardia es una habilidad muy valiosa. Des pues de volar los puentes, siempre hay que cruzar a la otra orilla. Saber nadar es imprescindible para un soldado práctico.

Tanto si se sabe o no nadar, el estado de los ríos Segre y Ebro desempeñará un papel importante en las próximas semanas. Durante seis semanas Franco ha tenido un tiempo perfecto para una ofensiva motorizada. Las habituales lluvias torrenciales de la primavera española han brillado por su ausencia y el nivel de los ríos está bajando lenta pero continuamente. «¿Llegarán las lluvias?» es una importante cuestión militar, porque sin lluvia el Ebro y el Segre, donde ahora tienen su base las líneas, serán vadeables en diversos lugares dentro de un mes. Pero hace ya una semana que el tiempo es nublado y frío y ayer cayó la primera lluvia. Si continúa, la España republicana no puede tener un aliado mejor, porque la corriente impetuosa es una gran fortificación, mientras que los ríos secos favorecen el paso y las tácticas de infiltración de Franco.

Después de una semana a orillas de los ríos Ebro y Segre y un mes en el frente, este corresponsal no ha podido ver una conclusión de la guerra española. Normalmente, tras las derrotas de Aragón y el corte de comunicaciones entre Valencia y Barcelona por parte de Franco, sería de esperar un fracaso militar. Sin embargo, no se ha producido. Si se tratase de un juego de maniobras bélicas y las divisiones estuvieran rodeadas, los árbitros ya habrían pronosticado su destrucción. En los últimos diez días he visitado cuatro divisiones, todas las cuales habrían sido destruidas según esta clasificación.

—Pero hemos aprendido algo, y no en los manuales militares —explicó ayer en Lérida un comandante de batallón de veintitrés años—. Es como escaparse de noche después de haber sido rodeado. Rifles, pistolas y ametralladoras no sirven para esto. Cuando te dan el alto, lanza una bomba y luego sigue lanzando mientras corres. Saber que te matarán cuando te capturen te obliga a usar nuevas tácticas.

Hoy el frente está a ciento sesenta kilómetros de Barcelona, donde el río Segre divide la ciudad de Lérida. Está igual de cerca que hace cuatro semanas.


Ernest Hemingway
Despachos de la guerra civil española (1937-1938)





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