Benjamín Bolboa,cuya intervención fue decisiva paro sofocar lo rebelión de los jefes y oficiales de la Armada (Foto: Vicente López Videa) |
Cómo se sofocó la sublevación de jefes y
oficiales de la Armada
El oficial radiotelegrafista don Benjamín
Balboa, benemérito de la República
La estación oficial de radio del Ministerio
de Marina, que controla todas las comunicaciones con los buques de guerra
españoles, está situada en la Ciudad Lineal.
Desde esta estación de radio, enclavada
entre los pinares sonoros de Chamartín de la Rosa, fué sofocada en pocas horas
la rebeldía de los jefes y oficiales de la Armada que pretendían poner los
buques de guerra de España a disposición de los facciosos.
El gesto valeroso, la ejemplar lealtad
republicana y el fervor democrático del oficial radiotelegrafista don Benjamín
Balboa frustraron la traición que ya se había iniciado. El verbo y el prestigio
de Balboa, volando invisible sobre España y hacia el mar, puso alerta a las
tripulaciones de los buques de guerra, y fue motor del movimiento patriótico y
republicano que arrancó los mandos de nuestra Armada de manos de los jefes
desleales.
Con extrema sencillez rayana en humildad,
sin el menor matiz de un orgullo que nunca sería más legítimo, como si nos
narrara algo acaecido a un extraño, don Benjamín Balboa nos cuenta su actuación
en aquellas horas de dramática inquietud. Tiene tal fuerza emotiva, entraña tal
ejemplo vivo de lealtad y cívico heroísmo el relato, que repele los arrequives
literarios Dejémosle, pues, escueto de retórica, con todo su vigor de verdad,
tal como fluye de labios de Balboa.
—A las diez de la mañana del día 17 del mes
pasado se recibieron en esta Radio las primeras noticias de la sublevación: el
texto de la alocución subversiva que Franco dirigía a todos los barcos y guarniciones
de España. La transmitían desde Cartagena, con orden de ser comunicada al jefe
de Estado Mayor, almirante Salas. complicado en el movimiento. Recibí yo la
comunicación, y reproché enérgicamente al radio telegrafista de Cartagena el
haberla transmitido. Este, con voz trémula; respondió que lo hacía por orden de
la superioridad. Comprendiendo todo el alcance de la noticia, me apresuré a
comunicarla, sin contar con el jefe de la estación, al secretario del ministro
de la Guerra. Me pidieron el texto, y cuando disponía que un coche lo llevase a
Madrid, empezó a dibujarse la traición. El jefe, capitán de corbeta Castor
Ibáñez Aldecoa, se interpuso entonces, pretendiendo que antes que al ministro
se informase al almirante Salas. Lo hizo así el jefe desleal, dejando abierta
la cabina del teléfono para que las fuerzas de custodia pudieran enterarse del
mensaje, y ordenó enseguida que desde aquel instante sólo se comunicase por uno
de los tres teléfonos que tiene la Central de Radio, y que estaba intervenido por
él. Pero este teléfono tenía una derivación, y por ella pude enterarme de que
Salas pedía a Ibáñez Aldecoa que se transmitiese el mensaje faccioso
a todas las guarniciones. Aldecoa contestaba al almirante traidor que le sería
difícil hacerlo, porque tenía cerca «un hueso».
—El «hueso»— dice sonriendo Balboa— era yo,
que no perdía de vista a Ibáñez. Cuando éste, abandonando sus habitaciones, se
disponía a llegar de nuevo a la estación radiotelegráfica para cumplir las
órdenes de Salas, creí llegado el momento de evitarlo, y le salí al encuentro.
El quiso hacer valer su autoridad, y me mandó que me constituyese en arresto.
Pero decidido a obrar enérgicamente, le encañoné con mi pistola y le llevé
arrestado a sus habitaciones, reprochándole con dureza su traición.
Enseguida me hice cargo de la estación. Mi
primera preocupación fué localizar a los buques de la Escuadra. El primero con
el que logré comunicación fué con el destróyer Churruca, cuyo comandante había
pedido permiso para desembarcar en Melilla a un fogonero gravemente herido. El
radiotelegrafista del Churruca me dijo que, en realidad, lo que se hacía era
traer tropas para España. Descubrí al compañero la verdad del movimiento
faccioso, y le incité a sublevar a la tripulación contra los jefes traidores.
Me contestó no poder hacerlo al instante por estar el buque lleno de fuerzas
rebeldes. Pero que apenas volvieran a hacerse al mar lo intentaría.
Efectivamente, media hora después de navegar de nuevo me transmitían desde el
Churruca este radio: «Tripulación reducido jefes traidores. ¡Viva la
República!» Después logré comunicar con el Valdés, fondeado en Melilla, que se
puso también a las órdenes del Gobierno legal al conocer la verdadera finalidad
del movimiento. Unas horas después lograba localizar a los cruceros que
navegaban por frente a Portugal a la altura de Lisboa. Iban también los
tripulantes engañados por sus jefes. Hablé con el telegrafista del Libertad, y
le incité a que comunicase a la tripulación el carácter faccioso del
movimiento, incitándoles a sublevarse. Lo hicieron rápidamente, y se apoderaron
del barco, como asimismo, en breve espacio, realizaron el Cervantes y el Jaime
I, y todos los demás buques que en un gesto magnífico de lealtad y de heroísmo
defienden la causa de la República.
Nada más y nada menos, con ejemplar
sencillez, nos dice don Benjamín Balboa, cuya conducta admirable le constituye
en uno de los más altos héroes, entre la muchedumbre de ellos, que en estas
horas dramáticas luchan abnegadamente por el porvenir de España, de la
República y del pueblo.
Juan Ferragut
Mundo Gráfico, 12 de agosto de 1936
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