La visión más directa, dramática y
espectacular de la guerra es la de los campos de batalla: las ametralladoras,
las trincheras, las casas trágicamente mutiladas, la muerte entre un coro de
cañonazos y de gritos. Pero hay también, callada y dolorosa, otra estampa de
la Sierra: el dolor en la retaguardia, las hileras de viudas y de huérfanos,
las familias deshechas porque el padre, o el hermano, o el hijo quedaron
allá, sobre una tierra encharcada de sangre.
Muchas instituciones acogen ahora en Madrid
a los chiquillos cuyos padres combaten en los frentes o a los chiquillos que
pudieron escapar de los lugares de lucha, en un éxodo sombrío. Esa es la
guerra, vista desde la retaguardia, en sus estampas trágicas y
silenciosas.
Muchos de aquellos chiquillos son ya, sin
saberlo ellos mismos, huérfanos. El padre marchó un día alegremente, fusil al
hombro. Primero, unas cartas largas, con detalles menudos de la vida de
campaña. Las cartas se fueron espaciando, y un día dejaron de llegar. Nada más.
Aquel silencio largo del ausente era la muerte, era la orfandad.
Uno de esos grandes hogares colectivos para
chiquillos de los combatientes es este que el Socorro Rojo Internacional tiene
establecido en lo que era hasta hace unos meses Asilo de Convalecientes, en la
calle de Abascal. Es un edificio grande y claro, de enormes salas, de sobria
decoración. Están recogidos en él unos doscientos setenta chiquillos, entre
niños y niñas. Su edad varía entre los seis y los catorce años. De esos niños,
la mayor parte tienen a sus padres combatiendo en los frentes; el resto son
evadidos de los lugares de lucha.
—Mi padre hace ya cerca de tres meses que
se marchó a la Sierra.
—El mío está en Avila
—Y yo vine con mi familia desde
Talavera
Todos estos peques aquí recogidos —¿cuántos
son ya huérfanos sin saberlo?— reciben al mismo tiempo asistencia y educación.
Su jornada empieza pronto: a las siete y media de la mañana. Gimnasia, clases,
recreo. Pronto habrá también talleres: zapatería, mecánica, carpintería... En
ellos empezarán a forjarse para la vida futura los chiquillos mayores aquí
recogidos. Los de ahora son, en su mayor parte, párvulos, peques entre los seis
y los ocho años, más cerca de la escuela que del taller.
Encargados de la enseñanza de los
chiquillos están cuatro maestros y cuatro maestras. Hay, además, un equipo de
cuidadoras, para vigilarlos en todo momento, para atender a los más
chiquitines, a los que exclusivamente por sí solos no pueden valerse. Además, y
con sujeción a un orden establecido, los maestros y maestras se turnan para,
después de acabadas las horas de lección, seguir conviviendo con los
chiquillos. Es decir: se busca que no exista una separación entre hogar y
escuela, que ambos conceptos y ambos ambientes se fundan para esos niños en una
misma vida, en un mismo fondo para sus horas.
El juego, el recreo. El juego en que,
insensiblemente, van los muchachos mostrando y forjando su inclinación
espiritual. Se les da, por ejemplo, plastilina para modelar cuantas figuras les
sugiere su imaginación. Con ese barro de colores alegres hacen muñecos, carros,
casas, muebles, bichos... Hay figuras que son verdaderas y pequeñas obras de
arte, signo de una gran habilidad manual, promesa y temblor ingenuo de lo que
quizá puede ser un día maestría escultórica.
Muchos días, acabado el ritmo normal de la
jornada, se dan conferencias a los muchachos. Se les habla, en un tono sencillo
y fácil, asequible para ellos, de temas de cultura popular o de temas
políticos. Ellos escuchan con una atención absorta las palabras que van
abriéndoles mundos nuevos, que van haciendo surco en sus frentes para las ideas
que serán más tarde su pasión de hombres.
Los chiquillos tienen su periódico. Es un
periódico mural, pegado sobre la pared de un pasillo inmediato a uno de los
amplísimos comedores. Los peques hacen para su periódico dibujos y textos.
Dibujos, casi siempre, sobre figuras y temas de esta apasionada hora española
de hoy. El texto es, igualmente, sobre motivos de actualidad. Así, por ejemplo,
uno de esos breves artículos infantiles comienza de este modo: «Prepárame el
desayuno, que me voy a marchar a una reunión que tenemos hoy los compañeros.
Asistí a la junta con gran entusiasmo; hablamos de algunas cosas que teníamos
que hacer. Al salir de la reunión, dije a un compañero; «Oye, Carlos, ¿qué
representan las Milicias populares en España hoy para ti?» Y el compañero
Carlos me contestó: «Hombre, pues los que han sustituido a los guardias de
Asalto.» Yo me eché a reír, diciéndole: «Compañero, estás muy equivocado...»
Seguramente el rasgo más nuevo y más
interesante en este régimen de vida que siguen los acogidos en este Hogar del
Hijo del Combatiente es lo que hay de autodeterminación y autoadministración en
estos muchachos. Los distintos grupos tienen sus responsables, elegidos por los
mismos chiquillos cuando éstos son ya mayores, o, si son pequeños todavía,
designados por aquellos otros de mayor edad. Los muchachos celebran sus
reuniones y hablan y discuten sobre problemas que afectan a su vida en la
residencia. Observaciones, quejas, sugestiones... El responsable es el
encargado de recoger todo esto y darle la tramitación correspondiente. Se educa
de este modo a los chiquillos en el concepto de la propia responsabilidad y de
la iniciativa propia.
Esta es la vida que llevan esos centenares
de niños y niñas acogidos en el Hogar del Hijo del Combatiente. Ese es el
espíritu en que se va modelando su personalidad naciente, surgida a la vida en
la hora más tensa de España. Ellos, aquí, juegan, corren y ríen. Estudian o se
disponen a entrar en el taller. Sus padres, en tanto, luchan allá, en un duelo
dramático con la Muerte. O quizá cayeron ya sobre la tierra enrojecida por la
sangre.
Mundo Gráfico, 21 de octubre de 1936
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