-“Yo he sido el único periodista madrileño que estuvo en
tal sitio”
-“Desde mi casa, situada a cincuenta metros de la catedral
ovetense, pude ver todo lo ocurrido en Oviedo. Soy, por tanto, el único
periodista que ofrece los hechos “em su propia salsa”.
-“En el edificio del Monte de Piedad de Oviedo, sitiado
por los rebeldes, permanecí tantos días con los heroicos defensores, y puedo
informar como nadie de lo acaecido.”
-“El primero en llegar a las zonas mineras fui yo” etc.,
etc.
La verdad es que viendo ahora esta nube de “primeros”, uno se frota los ojos en la duda de estar miope.
La verdad es que viendo ahora esta nube de “primeros”, uno se frota los ojos en la duda de estar miope.
Porque es el caso que los que hemos deambulado por
montañas y carreteras y hemos atravesado las calles y los picachos en los
momentos tremendos de la revolución no hemos visto ni hemos tenido la menor
noticia de este aguerrido cuadro de “adelantados” de ahora.
Y no sería cosa de pararse a discutir esta pequeñez si no
fuera por situar la verdad en su punto y porque, si aspiro a que nadie pueda
desmentirme en lo que diré luego, no está bien comenzar el relato dejando vivo
ese gazapo.
Haré una excepción: cerca de la Iglesia de San Isidoro, de
Oviedo, he visto el día 10 de octubre a un antiguo periodista asturiano, que es
el que no dice nada porque ahora no ejerce la profesión.
Buscando detalles, resulta que todos esos “primeros”, unos
entraron en la capital con las fuerzas de Regulares y del Tercio, pero no en
las columnas de vanguardia, y otros permanecieron calladitos en los lugares que
indican sus trabajos porque allí “el peligro era lo menos peligroso” de
aquellos días.
Necesitaba la reacción buscar una mentira fuerte para
lanzar cieno en abundancia sobre los sucesos de octubre, desvirtuándolos, para
hacer de ellos la perfecta estampa “traganiños” de los barracones de feria.
Y conste, antes de pasar más adelante, que nosotros no
enjuiciamos ni la revolución ni los motivos que la hicieron incontenible. De
eso habrá tiempo cuando las pasiones se hayan serenado y sea posible hacer un
examen imparcial, sin que tengan ambiente propicio para protestar los que se
muestran siempre incapaces de ver más allá de sus intereses y de sus posiciones
de por siempre privilegiadas.
En la revolución, como en toda guerra –y guerra dura fue
la de Asturias- hubo heroísmos y miserias; idealistas y aprovechados; pero una
revisión imparcial de lo ocurrido demostrará que el movimiento tuvo en origen
la fuerte idea de solidaridad que los obreros astures sienten por otras
regiones de España.
Lo que afirmaron en son de censura los periódicos
derechistas y cavernarios de los trabajadores de allí se vuelve elogio al
examinarlo desde otro ángulo más justo y humanitario.
Efectivamente, el jornal medio del obrero asturiano estaba
muy por encima del que ganan los braceros de otras provincias. Pero aquí cabría
preguntarles a los reaccionarios: “Si no ha sido un problema económico, ¿por qué
han arriesgado y perdido la vida tantos hombres que estaban en la plenitud de
ella y disfrutaban de comodidades que desconocen otros proletarios?”
Pero ya hemos dicho que no es esta ocasión para hablar de
la rebelión, ni nosotros lo pretendemos.
Queremos, eso sí, descubrir algo tan aflictivo, y al mismo
tiempo tan monstruoso, que llenará de emoción y extrañeza a nuestros lectores.
Los periódicos derechistas y cavernarios, frenéticos en
sus deseos de rastrear vidas que poder inmolar ante una diosa vengativa y
cruel, volcaron una increíble inmundicia sobre hogares y vidas que podrían
darles lecciones de decencia, azuzando a las autoridades para que hubiera
“castigos ejemplares”.
Ya habrán visto los lectores –y si no lo han visto
nosotros nos encargamos de que lo vean- cómo entienden los “cristianos”
periódicos aludidos los deberes de la escuela periodística y de la dignidad
profesional.
Un poco de atención para unos cuantos relatos:
“La ferocidad de cuatro revolucionarios con tres
muchachas.
–Oviedo 16. –Con relación al suceso descubierto en que perecieron
tres muchachas durante los sucesos revolucionarios de octubre último hemos
podido obtener los siguientes detalles:
Cuatro revolucionarios se hallaban entre Oviedo y San
Claudio, y al ver pasar a las muchachas “camilleras” –todos los subrayados son
nuestros- se apoderaron de ellas. Una era hija del pintor comunista La Fuente,
que actualmente se halla preso, y la otra pertenecía al partido socialista.
Llevadas a la parte más despoblada de aquella comarca, las
maltrataron. También procedieron en la misma forma con otra muchacha que
encontraron después.
Realizado el delito, los cuatro individuos pensaron que
como eran conocidos esas muchachas les denunciarían, y para evitarlo decidieron
matarlas, cosa que realizaron disparándoles varios tiros, mientras otros las
sujetaban por los brazos. Uno de los autores murió en los sucesos mencionados.”
(De un periódico madrileño cavernario, edición del día 16 de enero de 1935.)
Sigue la infamia:
“Algunas eran todavía unas niñas. Una de éstas, muy
conocida en Oviedo por La Libertaria, murió el día 13 a la entrada del Tercio
en la capital. La mató un legionario, que ha contado como estuvieron otros dos
compañeros suyos y él a punto de sucumbir ante la indomable muchacha.
Ella estaba en la puerta de la iglesia de San Pedro con
una ametralladora. Nos mató, con intervalos de unos segundos, a dos sargentos.
Debía de tirar muy bien. Cuando recibimos la orden de entrar a cuerpo a cuerpo
no quedaban ya en la puerta más que otros dos revolucionarios y ella. Poco
después cayeron los otros dos. En este momento, cuando yo, seguido de dos
legionarios, había avanzado hasta casi tocarla, le grité: “!Ríndete!”. Ella me
dio un golpe muy fuerte –también este subrayado es nuestro- con una barra de
hierro que llevaba en la mano derecha y me derribó. Mis compañeros tropezaron
conmigo y cayeron también. Entonces, aunque estaba aturdido por el golpe, vi
que ella se había sacado una pistola del pecho. Iba a disparar. Pero yo fui más
rápido en disparar la mía, y cayó. Iba toda vestida de rojo y era muy guapa.
Después lo he sentido.” (Reportaje publicado en la revista “Estampa” el día 3
de noviembre de 1934. También publica una fotografía que dice: “El legionario
Torrecilla cuenta como mató a La Libertaria.”)
Rogamos a vuestros lectores tomen buena nota de esta
“ultrajada” a la que unos bestias sujetaban para que otros pudieran disparar.
También deben tener muy presente lo de la barra de hierro, el golpe muy fuerte,
la pistola en el pecho, la justicia muy severa, rápida y rigurosa, para cuando
sea llegado el momento de presentar la verdadera figura de Aida de la Fuente,
la hija del pintor comunista, que habían enterrado los revolucionarios, sin
olvidar el que unas veces la vistan toda de rojo y otras sea una camillera,
que, como todas sus compañeras, iba de blanco.
Sigamos:
“El crimen cometido en San Claudio es una prueba más del
repugnante proceder de los rebeldes.” (Informaciones, 18 de octubre)
Oviedo 18. –El gobernador se refirió en su conversación
con los periodistas al repugnante crimen cometido en San Claudio y dijo que
este asunto es una prueba patente en contra de los que propalan que los
rebeldes se portaron con toda corrección y moralidad.
Acerca de las muchachas asesinadas se sabe que una de
ellas, de la que no se conoce su nombre, era designada por “la verdulera”. Era
morena, de ojos claros y un poco gruesa. Vivía en La Argañosa.”
“Oviedo.-Las autoridades continúan con gran reserva sus
gestiones para el total esclarecimiento del asesinato de las tres muchachas en
el barrio de San Claudio. Sus cadáveres, en contra de lo que se afirmaba ayer,
no han sido exhumados; pero el lugar en que se encuentran ha sido acordonado y
no se permite que circule nadie en un radio de 500 metros. Desde luego, los
tres asesinos que hay detenidos están “convictos y confesos”… Se sabe que una
de las muchachas asesinadas era hija del pintor La Fuente, miembro del comité
revolucionario de Oviedo (nota: don Gustavo de la Fuente llevaba muchos meses
enfermo de asma en cama. Ha estado detenido en infiesto; pero sin que se le
haya probado la acusación que aquí se lanza), y padre también de la famosa
libertaria. Era camillera de los revolucionarios. Los cuatro individuos que
cometieron el repugnante crimen la hicieron subir, juntamente con otra
camillera, a una camioneta. En el camino encontraron a otra joven, a la que
hicieron también subir al vehículo. En un poblado hicieron bajar a las tres
mujeres, a las que hicieron objeto de los más brutales atropellos, y como la
hija del pintor La Fuente dijera que en cuanto volvieran a Oviedo denunciaría
el hecho al Comité revolucionario, decidieron matarlas.” (El Debate, día 17 de
octubre, pág. cuarta)
“EDICTO.-Don José Creus Moscoso, comandante de infantería
y juez instructor del Juzgado eventual de esta plaza número 17.
Hago saber: Que todo el que tenga conocimiento de la
desaparición de tres mujeres jóvenes con ocasión del movimiento revolucionario
ocurrido en esta provincia en el pasado mes de octubre y pueda aportar algún
dato referente a este particular, así como los familiares de mujeres
desaparecidas, deben comparecer en el plazo de ocho días ante este Juzgado,
establecido en el cuartel de Santa Clara, a manifestar cuantos antecedentes se
refieran a dicha desaparición.
Dado en Oviedo a 19 de enero de 1935.-José Creus.”
También en una crónica escrita desde Oviedo por Tomás
Borrás con destino al periódico ABC –edición del día 2 de noviembre, página 24,
columna primera-, después de hablar del comunismo libertario (¿qué idea tendrán
estos hombres del marxismo?), dice:
“El Comité dio incluso vales para apoderarse de mujeres,
siendo unas doce muchachas, de catorce a dieciséis años, las que cayeron en
poder de los rebeldes. Y se nos dijo también que una joven de Oviedo, que se
encontraba en aquel lugar, fue víctima de ultrajes y luego asesinada.”
Comienza a descubrirse la verdad.
A nuestras manos llegó una carta que nos merece entero
crédito. Por las razones que comprenderá el lector no podemos publicarla
íntegra. Damos los párrafos que nos van descubriendo algo de luz en este
monstruoso asunto de las “ultrajadas” y “enterradas”. No quitamos ni ponemos
nada a lo que nos escriben:
“… fue al cuartel de Santa Clara, de Oviedo, a declarar
ante ellos, preguntándole si era cierto, entre otras cosas, que en San Claudio
se habían repartido vales para violar mujeres jóvenes, contestándole
negativamente…” “…al mismo tiempo que le decían que allí había una denuncia de
que dos individuos llamados César Caso y David Posada habían violado a mujeres
por medio de vales y que luego las habían hecho desaparecer. Cuál sería la
sorpresa de mi hermano que negó saber tal cosa por lo que mi hermano –se
refiere a José Suárez Campa- fue puesto en libertad, porque respondió por el
doña Enriqueta Escandón, dueña del comercio del que mi hermano es dependiente y
al responder por él hizo constar que a ella y trece más de su familia fue mi
hermano quien, el día 10, al atardecer, las llevó a San Claudio…” “Ya se
presentaron, entre otras, la madre de “La Verdulera” a decir que su hija está
sana; en cuanto a la hija del pintor La Fuente, al saber la noticia fue la
madre a las Redacciones de los periódicos y al cuartel de Asalto a decir que su
hija había muerto en otras condiciones y circunstancias.” “… lo cierto es que
dicha doméstica fue abandonada cuando la revolución y vista llorando por los
revolucionarios, y sabido que había sido abandonada, la llevaron a casa de sus
padres, que viven en las Cuestas, de Trubia. Dicha chica está sirviendo…” “Una
hermana suya vino a ofrecerse a mi cuñada para decir que ella recibió favores
que no sabe como agradecer, y no perjuicios.”
Necesitamos ahora saber quiénes son los presuntos
asesinos, para que la conducta y el relieve social de cada uno sean garantía de
su proceder, en cuanto esta garantía esté avalada por la unánime opinión de
cuantos les conocen y les tratan.
“Figura también en este proceso un individuo que resultó
muerto durante la revuelta y al que se atribuye por los otros la principal
culpabilidad de todo lo sucedido. Este sujeto, que no tenía buenos
antecedentes, y que fue encontrado muerto en un monte cercano a Trubia, se
llamaba César Caro (el apellido exacto es Caso; pero nos limitamos a copiar lo
escrito) y había pertenecido hacía tiempo a la Legión. Estaba casado y dejó
varios hijos. Los otros tres detenidos son José Suárez Campa, que había estado
empleado en una casa de comercio muy importante de Oviedo y últimamente en un
banco; Sindulfo Iglesias y Fernando Fernández. Suárez Campa está casado y los otros
dos solteros de unos veinticinco años.” (“La Voz”, de Madrid, 17 de enero, pág.
2, 7ª columna.)
Los que aparecen principalmente acusados en tales
informaciones son César Caso, muerto durante la revuelta, según estos informes;
José Suárez Campa y Fernando Fernández.
Es cierto que César Caso Prendes, de unos treinta y cuatro
años, de Sograndio (Oviedo), no tenía buenos antecedentes. Los que le conocían
dicen que era un hombre de temer estando embriagado, aunque ninguno llegó a
imaginar nunca que hubiera sido capaz de un crimen tan repulsivo.
Pero es que hay una inexactitud en las informaciones que
mueve a sospechar de todo lo demás: César Caso Prendes no pudo morir durante la
revuelta porque la revolución finalizó en Oviedo el día 13 de octubre, y César
Caso entró detenido en el cuartel de Santa Clara en los últimos días del mismo
mes…
“El día 29 del mismo mes de octubre entró en la misma
prisión un tal César Caso, de Sograndio… A éste lo sacaron tres noches seguidas
a declarar.”
Quede bien aclarado, pues, que no pudo morir en la
revuelta un hombre que entró detenido en el cuartel de los de Asalto cuando ya
había sido dominado por ésta.
En otro lugar publicaremos lo relacionado con este hombre.
De José Suárez Campa no hemos escuchado más que alabanzas.
Su buen comportamiento lo proclamó la misma dueña del negocio donde él
trabajaba como dependiente. Esta señora garantizó la conducta de su empleado.
Fernando Fernández es un mocetón fuerte, un verdadero
ejemplar de raza –no de la del 12 de octubre, naturalmente- que demuestra a las
primeras palabras todo lo que hay en él de noble y abnegado. Llega su grandeza
de espíritu a dar la sensación de que no guarda rencor a los cafres que lo
martirizaron de una forma increíble. De él nos ocuparemos más extensamente a su
tiempo.
Y ya tenemos reseñados con todo detalle, muy por lo
menudo, los espeluznantes “asesinatos” y “ultrajes” de que habían sido víctimas
tres muchachas de San Claudio.
Descartado que Aida La Fuente Penaos no pudo recibir la
muerte de sus compañeros, pues el legionario Torrecilla cuenta, a su manera,
cómo ocurrió ésta, dispónganse nuestros lectores a escuchar de los labios de
las otras dos “ultrajadas” y “asesinadas” la verdad rigurosa de todo lo
ocurrido.
Y a ver cómo los periódicos que tanto cieno lanzaron sobre
unos hombres inocentes, imposibilitados para defenderse, se apresuran a
desaparecer, avergonzados, si ello es posible. Porque “La Verdulera”, de La
Argañosa, vive, y lo mismo ocurre a la doméstica, que ha estado sirviendo a
unos pasos de Madrid.
Francisco Caramés
Francisco Caramés
Abril de 1935, publicado el 10 de enero de 1936
Heraldo de Madrid
Heraldo de Madrid
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