Miembros de la F.U.E., Madrid, 14 de abril de 1931 |
De
octubre de 1933 a noviembre de 1934, un curso más en la vida escolar, que puede
ser un año decisivo, por lo menos un momento que cierra un cierto período y
que, como todo lo que cierra algo, puede ser el paso a otro algo aún no
suficientemente claro.
Intrusión
de la violencia
En
una primera mirada podría caracterizarse este año que acaba por un considerable
aumento de la violencia en la vida estudiantil. Violencia fina, airada, no con
gran convicción, por cierto, como táctica. Violencia que sólo se justifica por
esta palabra: táctica, y que en ella se agota, y que no procede, por tanto, de
un choque espontáneo entre grupos de contendientes, sino de una decisión
enconada de organismos externos a la misma vida universitaria.
Pero
este acusamiento de la violencia en la superficie de la vida escolar marca,
quizá, una decadencia, el final de un periodo. El periodo comenzado,
aproximadamente, en el curso 1927-1928, con la creación y auge de las
Asociaciones escolares, cuya vida y preponderancia ha caracterizado a este
periodo, breve y fecundo, de la vida de la Universidad española. ¿Qué ha
significado este período, que por todos los síntomas termina con el comienzo
del curso actual? Es la cuestión que no puede dejar de presentarse en cuanto se
mira al momento, pues nada del presente se explica por sí mismo, y menos aún
cuando es nota final, calderón de una melodía transcurrida y aún actuante,
pasado inmediato inseparable del alma, que sin él quedaría no sólo
ininteligible, sino también irreal.
Indudablemente,
si hay algo que caractericen los años transcurridos desde 1927 en la vida
universitaria es el crecimiento y auge de las Asociaciones escolares, y de
entre ellas, la llamada Federación Universitaria Escolar, la F.U.E.
¿Cuál
era el clima necesario para que prosperase? Como todo clima, es resultado de
distintos elementos; algunos de ellos nos alejaría del tema al ser analizado.
Pero podemos, por el momento, reducirlos a dos: uno de ellos es la presión
interna de la masa estudiantil, que necesitaba ascender a un plano social
propio. Ser estudiante no era ser nada en España, no significaba una manera de
vida, y —en el mejor de los casos— ninguna actividad fuera de la asistencia a las
clases. Dentro de la Universidad el estudiante se limitaba a ser elemento
pasivo, y fuera de ella vivía según el acomodo social de su familia. Ser
estudiante era ser nada, y es bien notorio que la vida Intelectual apenas tenía
que ver con la Universidad; los escritores, intelectuales y aun científicos,
habían pasado tonguetes a las aulas; algunos después volvían a ellas como
profesores, coincidiendo por casualidad entonces la inteligencia viva con
la función docente. Pero en todo caso la vida intelectual transcurría
externa —en algunos casos tangente o secante— a la vida universitaria.
Se
trataba, pues, de reconstruir el ser, el sentido de la Universidad. Tan
decadente ya, tan marchita.
El
estudiante y el ciudadano político
Esto
por una parte. Pero la Universidad está en una nación, en un Estado, los
estudiantes son al mismo tiempo ciudadanos, y aquí surge el otro elemento, el
que desde fuera cercó a la vacilante vida universitaria para decidirla a algo
que no sabemos todavía si acertado o no; para "echarse a la calle".
Nos referimos a la situación política, finales de la Dictadura; la protesta
creciente contra ella fué el otro elemento que se mezcló —debilitando o
reforzando, según los casos— al otro ya dicho: el ímpetu de una vida
universitaria que nacía. Entre los dos crearon la atmósfera propicia al
desarrollo y auge de las Asociaciones escolares, y dentro de ellas a la que da
la tónica de este período, la F.U.E. Y dio la tónica porque encarnaba la faz
del movimiento estudiantil, por un lado político, por otro universitario.
El
advenimiento de la República hizo cambiar esta situación. Parte de los grupos
escolares que hablan vivido estos acontecimientos, así lo comprendieron; otros obstinadamente persistían en la antigua actitud, fiados de su eficacia —sin
considerar que esta eficacia provenía tan sólo de su adecuación al
momento—.
En
el otoño de 1931, la Unión Federal de Estudiantes Hispanos convocó un Congreso
de todos sus elementos, que a mi ver tenía este sentido: reajustarse con la
nueva situación, examinar los problemas que ésta planteaba y salir de allí con
un ánimo nuevo, renovado.
¿Qué
pasó después? Allí mismo luchó la escisión, los dos elementos que, mezclados,
habían vivido en los años inmediatos al advenimiento de la República luchaban y
se separaban. El afán universitario y el afán político; el que deseaba una
Universidad renovada y fecunda y el que deseaba ponerla —aun antes de creada— al
servicio de fines políticos. Las votaciones del Congreso fueron ganadas por los primeros; pero... quedaban los segundos dispuestos a actuar.
Prosiguió
la lucha ahora interna a la propia vida escolar; es más, a las propias
Asociaciones, a la Asociación predominante, la F.U.E., que llevaba dentro la
doble raíz política y universitaria. El reconocimiento oficial que le otorgó el
primer Gobierno de la República vino a complicar su situación por ser
prematura; por haberle sido concedido inoportunamente antes de que ella misma
hubiera conseguido desembarazarse de su espectro político.
Situación
actual
Y
en esta situación se encuentra insertado como eslabón terminal
el curso 1933-1934. A lo largo de él, los núcleos de estudiantes
políticos, que van a la Universidad con un mandato de fines
extrauniversitarios, llenan su vida de una inútil violencia. Diferenciándose
estos núcleos políticos de la política de la antigua F.U.E. en que ésta nació
en circunstancias tales que el doble afán universitario y político nacieron
mezclados desde dentro de la vida escolar, mientras que en los grupos políticos
que han extendido la violencia sobre la vida universitaria han venido a caer
sobre ella, que se limita a soportarlos.
A
comienzos del curso actual de 1934 se ha retirado a la F.U.E. el
reconocimiento oficial otorgado, su derecho a enviar representante a los claustros.
Esta medida gubernamental cierra una época, la época que comienza en los
últimos años de la Dictadura, y de la que hubimos de hablar. ¿Significará
igualmente la entrada en otra? Forzosamente ha de ser así, y para ello existen
ya grandes esperanzas. Y esta época nueva de la Universidad española no puede
significar otra cosa que el cumplimiento de aquella primera ansia que movió al
estudiante a sacudirse de su inercia, a salir de su atonía, el ansia de una
Universidad viva, con vigencia Intelectual y social. Una Universidad que por
ser fiel a su ser y destino influya en la vida nacional en que se asienta.
Realidades
optimistas
Existen
ya firmes esperanzas, y aun espléndidas realidades. Durante el curso de 1932-33
se inauguró en la Ciudad Universitaria su primer edificio, el de la Facultad de
Filosofía y Letras. La inauguración del edificio inaugura igualmente un nuevo
sistema de estudios, una nueva concepción de la totalidad o sistema de las
enseñanzas. Y también —aire, luz y espacio abierto— un nuevo estilo de vida para
el estudiante. Realidad todo ello, presentida y buscada por aquel primer favor
de un renacimiento de la Universidad española. Como en lejanos días, sobre la
colina de Santa Genoveva de París nació la Unidad occidental del cortejo de
oyentes que acompañaba a una figura singular que enseñaba Filosofía, la nueva
Universidad española renace de esta matriz viva que es actualmente la Facultad
de Filosofía y Letras de Madrid.
María Zambrano
Almanaque literario, 1935
No hay comentarios:
Publicar un comentario