La madre de un miliciano cobra la cantidad correspondiente al hijo que está luchando en la Sierra (Foto: Videa y Cortés) |
Mientras
el hijo combate en el frente...
La
madre, la figura más bella de la retaguardia
Mientras
ellos se fueron a la lucha con un gesto resuelto y alegre, ellas, las madres,
se quedaron aquí, lleno el corazón de impaciencias y de angustias. De vez en
cuando llegaban noticias del hijo: unas líneas sobrias, escritas rápidamente,
nerviosamente, quizá en una pausa del combate, cuando aun parecía temblar en el
aire campesino el latido febril de la ametralladora. Y a esa carta respondía la
madre con una extensa, llena de benditos pormenores, de ingenuidades, de
detallucos en los que palpitaba, sencilla y honda, toda la santa ternura
maternal. El afán de todos los días era ir preparando el paquete que llevaría
al frente ropas y golosinas, conseguidas a costa de trabajo y de esfuerzo. La
madre lo preparaba amorosamente, envolviéndolo, atándolo.
—Tú,
hija, que tienes mejor letra, pon el nombre.
Y
la hija ponía el nombre del muchacho, y el batallón a que pertenecía, y el
frente en que estaba. Allá iba el paquete —todavía sobre él una última caricia
de las manos maternales—, que luego, quizá también en otra pausa del combate,
el muchacho abriría mientras la frente se le iba hacia el hogar lejano.
En
la retaguardia de la guerra —esfuerzos tenaces, esperanzas trémulas, duelos— la
madre es la mejor figura, la más llena de fuerte y auténtica emoción humana.
Hay miles de madres del pueblo que han visto partir a sus hijos hacia una
lucha de la que no saben si volverán. De vez en cuando, el muchacho vuelve.
Trae el permiso para unos días de descanso. Viene sucio de polvo y sudor.
Tostado el rostro, al hombro el fusil, dura la mano. Cuenta cosas de allá, de
la Sierra.
—Una
noche, en que me tocó estar a mí de centinela...
Todos
hacen corro ante él, embobados. Pero mientras ellos atienden al relato, toda la
mirada de la madre es poca para clavarse en aquel hijo que se volverá a
marchar. Ella no se fija en las palabras. Toda su alma está en el gesto, en la
voz, en la actitud, en el rostro de aquel hijo que ha regresado y que se
marchará de nuevo. Para estas madres —de piel curtida, manos hechas al duro trabajo,
cuerpo rendido por un cotidiano esfuerzo que no conocía pausas— toda su vida
no fué apenas sino privación y tarea. Mujeres del pueblo, lavanderas,
obreras.. Múltiples vidas obscuras, que ahora aportan lo mejor de sí mismas —el
hijo— a la causa que ellos defienden con las armas.
—Yo
no sé qué tiene la guerra para estos muchachos—dice una de estas madres,
lavandera, cuyo hijo, que es un fervoroso militante sindicalista, lucha en
Somosierra desde el comienzo de la campaña—. El mío se marchó cuando empezó
todo esto. A menudo tenía noticias suyas. Un día vino con permiso. Llegó
a eso de mediodía. Pero no podía estar en casa. Se le veía que estaba allá, en
la guerra. Traía varios días de permiso; mas en cuanto se arregló un poco y se
cambió de ropa, no pudo más, y se marchó. Aquel mismo día, a las ocho, salía
otra vez en un camión para la Sierra.
En
las palabras de esta madre se funden el dolor por la ausencia del hijo y el orgullo de que el muchacho sea así y de que en él el afán de la lucha sea
superior a todo, hasta a ese tirón sentimental de la madre que queda esperando
en la casa.
Algunas
de estas mujeres van por las tardes, al saber que regresan grupos del frente,
al cuartel del 5.° Regimiento, por si entre los que vuelven está el hijo. No le
ven, no encuentran su rostro entre el racimo de cabezas tostadas por el duro
sol serrano. Los ojos de la madre se encristalan de lágrimas. Pero enseguida,
junto a ella, hay voces animosas que le hablan del que quedó allá.
—Está
allí, completamente bueno. Pero es que el permiso era esta semana sólo para
nuestra compañía. La semana que viene le toca a la compañía de él, y le tendrá
usted aquí.
Y
la madre —ternura, esperanza y dolor del pueblo— sonríe entre lágrimas. Pregunta
por el hijo: qué hace, dónde está, cómo pasa esas horas llenas para ella de
inquietud. Las voces de los compañeros siguen siendo ánimo y alegría.
—Se
bate bien, muy bien. Cuando vuelva, le va usted a ver con la estrella de
teniente.
Mientras millares de hombres luchan en los frentes de combate, aquí, en la retaguardia,
millares de madres sufren, trabajan y esperan. Mujeres del pueblo, vidas
curtidas por un trabajo áspero muchas veces. Esa madre del combatiente es la
mejor figura de la retaguardia.
J.M.A.
Mundo Gráfico, 9 de septiembre de 1936
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