Diputados gallegos en 1931. Suárez Picallo (primero por la izquierda), junto a Rodríguez Cadarso, Castelao, Nóvoa Santos, Vilar Ponte y Otero Pedrayo |
Castelao, o la
personificación de la espiritualidad gallega
Picallo, el marinero que pudo ser senador en América
El triunfo de la democracia ha permitido a Galicia, la de los
viejos caciques raposos, traer al Parlamento dos genuinos personeros que
garantizan la autenticidad de la recuperación civil en un país sometido casi
secularmente a la tutela de los rábulas.
Pero no es ahora la misión del reportero referirse, ni
tangencialmente, a la política gallega, lo que podría herir susceptibilidades.
Cúmplele sólo —que este es su principal propósito— relatar, siquiera sea
someramente, dos vidas en las que se encierran no pocas enseñanzas.
La sensibilidad gallega
Galicia tiene tan acusada personalidad, que el mismo Gil Robles,
que propugna un Estado totalitario, lo reconoció recientemente. Esta
personalidad, antes que concretarse en doctrina política, se manifiesta por la
cultura espléndida ya en los siglos XI, XII y XIII, y que tras un período de
decadencia, renace en estos últimos tiempos al encontrar el camino de una
misión histórica. Y Castelao, escritor y dibujante y político que incorpora a
la misión de tal él sentimiento por el que su tierra reacciona ante los
problemas vitales, es la individualidad, por decirlo así, de una cultura que
tiene un sentido ecuménico, pero fraternal.
Veamos cómo es la vida de este artista de la política. El nos va
a hablar.
—¿Dónde nació usted?
—En Rianxo, en 1886.
—¿Es verdad que fué usted marinero?
—No; lo fué mi padre, en sus mocedades. Mi origen es humilde,
como usted ve.
—¿Estuvo usted en América?
—Esperaba la pregunta, porque dicen que no hay gallego que no
haya tenido un pleito o haya estado en las tierras colombinas. Como yo no he
podido nunca tener un pleito, porque nada poseí, ni nada poseo, tenía que haber
estado en América, para no dejar de ser gallego. Ya sabe usted que yo sostengo
la teoría de que Colón fué paisano mío, porque fué el primer hombre que a
América fué desde España.
—¿A qué edad fué usted al Nuevo Mundo?
—A los diez años. Fui con mi madre. A los diez y seis volví a
España. Entonces estudié el bachillerato y la carrera de Medicina. ¡Dios sabe
con cuántos sacrificios!...
—¿Por qué no ejerce usted?
—Pues porque la primera vez que actué como médico me convencí de
que no servía para serlo. Me llamaron para un alumbramiento difícil, y fué tal
la emoción que experimenté al comprender que de mi falta de pericia dependían
dos vidas, que decidí no volver a coger un fórceps.
—Por fortuna para el arte.
—No sé. Pero aunque del arte no he podido vivir ni vivo, desde
niño me dediqué a embadurnar con carbón las paredes, con lápiz las márgenes de
los libros de estudio, cartones después...
—¿Concurrió usted a algún Concurso?
—Sí; una vez, «por pasar el rato» más que otra cosa, me presenté
en una Exposición Nacional, y me dieron tercera medalla. Lo más copioso de mi
labor está en los periódicos. De los de Madrid, donde más veces salió mi firma
fué en El Sol. Mis amigos han recogido mis mejores estampas en un
álbum titulado Nos.
Y ahora, un paréntesis en el interrogatorio, para que el
reportero pueda decir por su cuenta algo más que unas preguntas. Castelao
es, tanto como admirable dibujante, escritor excepcional. Tan racialmente
gallego como es, no podía excluirse a lo que es el denominador común de la
espiritualidad gallega: al humor. Castelao es un humorista que si no escribiera
sus libros en la lengua vernácula, tendría un renombre universal. Sin embargo,
tiene obras famosísimas entre los familiarizados con las lenguas hermanas. De
estas obras, las mejores son: Cincuenta homes por des reas, Un
ollo de vidro, Os dous de sempre y Retrincos. Entre
sus obras de investigación recuerda el reportero Cruces de pedra na
Bretaña y Os cruceiros en Galicia, en la que trabaja hace diez
años, y para la que ha hecho más de dos mil dibujos.
También es Castelao fundador de un teatro nuevo, que se amolda
al carácter y la cultura de su tierra. Su obra mejor de este género literario
es Pimpinela.
Film de un marinero gallego que pudo ser senador en América
En gracia a la brevedad, el reportero prescinde de las preguntas
y respuestas. Del diálogo transcrito, que haría más extensa esta información, y
compendia su interlocutorio con Picallo, este hombre salido de la entraña del
pueblo gallego para vocear ante el Estado las aspiraciones de sus hermanos
los labradores, marineros.
Picallo nace en Sada, un pueblecito del litoral galaico, mitad
labriego, mitad mareante y pescador como todos los de la costa atlántica. En su
niñez empuña el remo y la primera peseta que gana es yendo a la pesca del
boliche. A los diez y seis años se va a América, empujado por ese afán de más
allá que tienen todos los gallegos enxebres. En la inmensidad
bonaerense se encuentra solo y desamparado. Entra de peón en una botica, y
luego, en unos almacenes de productos químicos. Más tarde se emplea en un
almacén al por mayor. Lo despiden por no acudir al trabajo el día 10 de Mayo.
Marcha luego a Montevideo y Brasil, en busca de trabajo, y consume, sin
encontrarlo, sus pocos ahorros. Regresa a Buenos Aires, y con un paisano se
coloca de vendedor ambulante de dulces que tiene que portar llevando una cesta
en la cabeza. Por exceso de trabajo, enferma y pasa unos meses en un hospital.
Se emplea luego en la Aduana de Buenos Aires, y la organización obrera de estos
empleados le nombra secretario y redactor en su boletín. Por entonces empieza
su actuación de propagandista y autor de las reivindicaciones sociales. La
Asociación de Empleados Postales le nombra su secretario. Una huelga
desafortunada da al traste con todos los avances sociales, y se deshacen las
organizaciones societarias. Un acontecimiento que pone a prueba su
sentimentalidad étnica lo aleja de la lucha momentáneamente, y vuelve al mar:
al mar, donde todos los gallegos costeros buscan refugio para ahogar
su saudade fundamental. Se enrola en la tripulación del vapor
argentino Helios como camarero; luego es peón de cocina en
otros buques. Se hace después periodista. Funda la revista Celtiga y
otros periódicos, que mantienen viva en Sudamérica la llama de la galleguidad.
En 1914 ingresa en las organizaciones obreras bonaerenses y en
las Juventudes socialistas de la gran capital del Plata. Es candidato a
concejal y diputado. Los comunistas de Buenos Aires lo proponen para senador.
Recorre toda la República Argentina fundando Sindicatos.
En 1917, en la lejana Patagonia resuena por primera vez una voz
reivindicadora para los derechos de los hombres que trabajan: es la de este
gallego.
En 1926, los obreros marítimos argentinos lo designan consejero
técnico de su Delegación en Ginebra.
Al proclamarse la República en España, las sociedades gallegas
de Buenos Aires lo diputan como su representante en la Península. Llega a La
Coruña, da una conferencia en la Sociedad de Artesanos de esa capital, y al
terminar, el auditorio, puesto en pié, lo proclama diputado a las
Constituyentes. Victoria electoral. Sobreviene el bienio gilroblista, y otra
vez, como cuando llegó casi niño, a la capital argéntina No tiene entonces más
que cincuenta pesetas de capital para toda la vida. En tres años se hace
bachiller y abogado, a fuerza de matrículas de honor. Durante la revolución de
Octubre va a la cárcel. Y de ella sale para venir al Parlamento español como
genuino presentante de esa Galicia que tales hombres produce y que hasta ahora
fué tan mal conocida.
Ribas Montenegro
Crónica, 19 de abril de
1936
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