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3386. El comandante Joaquín Rodríguez López, fundador del Batallón Alpino

La infancia de Joaquín Rodríguez López le hubiera gustado a Galdos. Y contada ahora por el mismo protagonista, es como una auténtica narración galdosiana.

 —Madrileño, del Madrid más típico y popular. Del barrio de la Latina, en la Ronda de Segovia, frente al Manzanares. Allí nací yo, el 22 de Junio de 1912. ¡Y lo que me gustaba de chico aquella proximidad del río, para corretear por sus orillas y chapotear desnudo entre sus aguas, apenas empezaba, en cada primavera, a templarlas el sol! Pero sin descuidar por ello el aprendizaje de las primeras letras, con la ayuda de mi padre, que no quería hijos analfabetos, acaso porque él mismo leía con dificultad. 

El padre, campesino gallego, había llegado a segar a Madrid. Y aquí se quedó, cambiado su oficio por el de la panadería, para cobrar un jornal de cuatro pesetas, cuando ya tenía mujer y cuatro hijos que mantener. Y como había que ayudarle a sacar la familia adelante, la mujer aportaba también su contribución al sostenimiento familiar con el reparto de pan a domicilio. 

—Pero sin que el trabajo de fuera de casa les hiciera dejar la casa desatendida. Mi madre, cuidadosa siempre del aseo de los hijos; mi padre, de nuestra instrucción. Y cuando ya leía yo de corrido, fui a las Escuelas Laicas Socialistas, de la calle de Tintoreros: las únicas Escuelas Socialistas que había entonces en Madrid, en las que recibí del maestro (don Eleuterio se llamaba) todas las enseñanzas del primer grado. Después pasé a otra escuela que existía en el Paseo de los Pontones, y pronto me distinguí entre los escolares más aprovechados. Yo quería saber... Y el maestro, don Manuel Tomé, una buena persona, aunque muy «cavernícola», advirtiendo mi deseo de ser algo por la instrucción, viéndome siempre pendiente de sus explicaciones, se interesó por mí y se ofreció, una vez que llegara la ocasión de emprender estudios superiores, a costeármelos hasta donde mi capacidad lo consintiera. Pero, poco después, don Manuel falleció. 


Un encargado de oficina con un sueldo de tres reales 

—A los doce años, la situación económica de mi casa me hizo empezar a trabajar. Y me coloqué en una oficina de la plaza de Manuel Becerra, en la que me pagaban tres reales. Estaba lejos de mi casa y había de ir en el tranvía. Pero tres reales no daban para costearme aquel desplazamiento. Y hacía el viaje de ida y vuelta con «billete de tope». Aunque luego, ya en la oficina, mis funciones adquirieran la máxima respetabilidad. Porque a mi cargo estaba todo el trabajo de correspondencia, de contabilidad. Hasta que me di cuenta de que era demasiada categoría para tan poco sueldo. 

Joaquín Rodríguez hubiera seguido siendo oficinista. Le gustaba más que un oficio manual. Pero los padres creían que los oficios son «más seguros». 

—Y entré en un taller metalúrgico, como ajustador. Allí estuve cuatro años. Después me especialicé en máquinas de escribir y calcular. Y de afiliado que era al Sindicato Metalúrgico «El Baluarte», pasé a fundar el Sindicato de mi especialidad, que comenzó siendo independiente, y luego quedó adscrito a la U.G.T.


Años de vida sindical y de acción revolucionaria 

Paralela a la instrucción escolar, está trazada en la vida de Joaquín Rodríguez la formación sindical. El padre, afiliado al Sindicato de las Artes Blancas —en su historia, toda la historia de las luchas obreras—, mientras iba enseñando al hijo a descifrar el alfabeto, modelaba ya en su sensibilidad tierna los contornos de un combatiente por las reivindicaciones del pueblo trabajador. 

—Luego pertenecí a los grupos de Salud y Cultura, con los que, a la vez que satisfacía mi afición al deporte y al campo y a la montaña —en que se había cambiado aquel gusto por las orillas y el baño en el Manzanares de mi niñez—, iba haciéndose más determinada y más resuelta mi actitud revolucionaria. ¡Buena escuela de socialistas los grupos de Salud y Cultura! Y de ellos salí para ingresar en la Juventud del partido, de la que yo era presidente en la barriada del Puente de Segovia al llegar los sucesos de Octubre de 1934. Entonces, con otro hermano mío más pequeño, me procesaron por agresión a la fuerza armada, tenencia de armas y propaganda ilícita. Pero mi hermano se declaró responsable, y yo quedé en libertad. Así pude seguir actuando en una labor de agitación y propaganda, trabajando para las elecciones, hasta el triunfo decisivo de las candidaturas del Frente Popular.


El movimiento popular frente a la sublevación de los militares 

Al estallar el movimiento militar, acudió al Círculo Socialista de la Puerta del Ángel, donde estaban entregándole algunas armas al pueblo. Y de allí salió, con otros camaradas para tomar el Campamento, y luego, Villaviciosa de Odón, Brúnete, San Martín de Valdeiglesias, El Tiemblo, Navalperal...

—Era cuando constituíamos el Grupo Jaime Vera, que más tarde —recuerda Joaquín Rodríguez— sería la base de la columna Mangada. 

Y ya formada la columna, volvió con ella a Navalperal, donde ascendió a alférez, en el Batallón Largo Caballero, al mando de una compañía que hubo de permanecer durante tres días defendiendo la posición frente a los primeros moros que en el ejército enemigo pretendían acercarse a Madrid.

—Los moros del cuarto tabor de Regulares de Larache —añade—, que se batieron bien, aunque no lograron rebajar con su prestigio de guerreros feroces la moral de victoria de los defensores del pueblo. Y cuando el enemigo había tomado Peguerinos, allá fuimos los de la sexta compañía del Batallón Largo Caballero, en la que yo hacía las veces de capitán; otra compañía de Acero y unos cuantos carabineros y guardias de Asalto de Guadarrama, y con bombas de mano y machetes caímos sobre una masa de moros que lo defendían, y los arrebatamos, con una gran cantidad de material de guerra, aquella importante posición. Ni uno sólo de aquellos mercenarios marroquíes escapó con vida. 


De campeón de deportes de montaña a creador del Batallón Alpino 

En los tiempos de paz, Joaquín Rodríguez fué un entusiasta montañero. Campeón de marcha, campeón de esquí, audaz escalador de cumbres. 

—Y el 5º Regimiento me llamo para organizar el Batallón Alpino, del que se me eligió comandante. Con él volví a la Sierra. Y allí, aunque al principio se nos acogió un poco recelosamente, porque para casi todos el deportista montañero era «el señorito» de las meriendas caras en el chalet del Club, pronto los del Alpino supimos hacernos estimar como una unidad de considerable eficacia para la lucha en aquel terreno, que tan bien conocíamos. Y con el Batallón Alpino seguí hasta que se me destinó al Estado Mayor del comandante Modesto —ese jefe admirable que tiene una rara intuición de la estrategia y la táctica militar—, a Humera y Fuenlabrada, por donde estaba intentándose impedir que se acercara a Madrid el enemigo. Pero ya aquel intento tenía que resultar inútil. Y a las puertas de Madrid estaba cuando se logró, al fin, pararlo, 


Con Lister, en la Primera Brigada Mixta del Ejército regular 

Cuando Madrid estaba cerrando su defensa en la misma boca de los cañones del enemigo, el comandante Rodríguez fué destinado como ayudante del Estado Mayor de la Primera Brigada Mixta, que entonces mandaba Enrique Lister. 

—La que después de haber sido jefe de su Estado Mayor, y luego del Estado Mayor de la II División, se encuentra hoy bajo mi mando, encuadrada en la División Lister con la definitiva organización del Ejército regular. 

Y el comandante Joaquín Rodríguez hace un expresivo elogio de este Ejército. 

—Un Ejército en el que todo el antimilitarismo acendrado en las clases populares ha de cambiarse en vocación y en entusiasmo militar. En la guerra y después. Cuando acaso sólo deban quedar en él los indispensables —dice. 

Y añade: 

—Los que se hayan ganado el derecho a quedar. 

Y el comandante Rodríguez no sabe recatar la legítima ambición de ganarse para aquel después este derecho. 


J.R.C. 
Mundo Gráfico, 14 de julio de 1937








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